Nubosidad
variable. Carmen Martin Gaite
Dos amigas se reencuentran después de años de separación a causa de agravios y malentendidos. Y entonces
comienzan a escribirse largas cartas en las que afloran las amarguras y traspiés
de sus años de separación, hilvanadas con recuerdos de los años felices en la
escuela.
Escrito con maestría, con momentos llenos de encanto y mucha
gracia a pesar de las situaciones dolorosas, es una buena muestra de la
sicología femenina. Quizá adolece de una perspectiva demasiado introspectiva,
llena de subjetivismo y falta de sentido trascendente en los
personajes.
Quizá el fondo de la novela es un tema eminentemente humano: la
necesidad de comunicación. ¡Cuántas
desavenencias son fruto de malentendidos que crecen a causa de nuestro silencio!
El amor propio, herido por agravios reales o imaginarios, nos encierra en un
amargo mutismo.
Hablar de lo que enfada, preguntar con sencillez el porqué de conductas
que aparentan desdén, decir con sinceridad lo que nos hiere, dar a conocer con transparencia los propios
sentimientos a los seres queridos. Hablar,
comunicarse: ese es el modo de evitar rupturas, antes de que se agríen y envenenen las
relaciones a causa de falsas suposiciones.
La necesidad de comunicación
atañe al ser mismo de la persona. Por eso es un tema clásico en los buenos
autores. Ver por ejemplo, entre los títulos comentados aquí, Donde
el corazón te lleve, de Susana Tamaro. O En
lugar seguro, de Wallace Stegner.
De otro modo, más informal y divertido, lo he visto tratado en la
película Last Holiday (Las
últimas vacaciones). La protagonista es una simpática pero inhibida dependienta. Al llegar al momento
trascendental de su vida se da cuenta de que hablar, expresar lo que llevamos dentro, lo que nos gusta o disgusta de quienes tenemos
cerca, es una necesidad vital, para uno mismo y para todos. Y declara: “Malgasté gran parte de mi vida estando en
silencio”.
Y se produce la metamorfosis: la inhibida dependienta comienza a decir las verdades a quien se le pone
delante. Y entonces sucede algo sorprendente: la comunicación sincera genera
confianza, atrae. Incluso cuando contiene verdades que duelen es un modo de
manifestar a los demás que les queremos, que deseamos su bien. Y lejos de
distanciar, esa sinceridad estrecha lazos. Y nos hace, a nosotros y a los demás,
mejores.
Un dato más a favor de Last
Holiday: la protagonista reza, se comunica con Dios, habla honda y a veces desgarradamente
con Él. Con palabras sencillas y normales, con una canción, a veces sólo con una
pregunta (¿Por qué?), o incluso sólo
un guiño simpático dirigido a Quien no sólo le escucha, sino que le sigue hasta
en los más pequeños pensamientos. Comunicación
de la mejor clase: en esa sí que no debemos fallar.
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