martes, 20 de marzo de 2012

Grisolía y la Biblia

    



    Santiago Grisolía, como hombre de ciencia, sabe que los conocimientos científicos van quedando obsoletos a medida que avanza nuestro conocimiento del mundo. 

    Nada más anticuado que un libro de física de hace apenas cincuenta años. Todo científico sabe que mañana su ciencia será superada por nuevos descubrimientos. Porque todo lo humano es limitado.

    Pero ni la Iglesia ni la Escritura son humanos. Son una manifestación de Dios a los hombres. Y Dios no se queda obsoleto, ni necesita progresar: lo sabe todo. 

    De hecho, la ciencia, si está bien orientada, es un continuo acercarse a la Verdad, que es Dios. 

    La Escritura es el mensaje que Dios nos ha dejado para no desorientarnos. Podemos entenderla cada vez mejor (para eso está el Magisterio de la Iglesia, querido también por Dios); o no entenderla, o incluso malinterpretarla. 

    Pero no podemos superarla, ni escribirla de nuevo: ya dijo Santa Teresa que Dios no se muda.


Jesús Acerete
(publicado en Las Provincias)

Historia Breve del mundo reciente. (1945-2004) José Luis Comellas. Ediciones Rialp





    
    Esta obra del historiador José Luis Comellas, catedrático de la Universidad de Sevilla, corresponde al contenido de la asignatura Historia del Mundo Actual, incluida en los planes de estudio de la carrera de Ciencias de la Información. Es además un magnífico instrumento de consulta rápida para el trabajo de las redacciones.


    Se trata de un libro de indudable interés para cuantos necesitan manejar con fluidez datos, fechas, nombres... de nuestra historia reciente, y –sobre todo- hacerse una idea clara de los hechos más trascendentales que ha vivido la humanidad en el siglo XX y comienzos del XXI, y de sus consecuencias constatables hasta el momento. 


   El autor se propone “exponer un panorama claro y comprensible de los aspectos más destacados, más influyentes en la realidad del mundo, de una realidad en verdad apasionante y digna de conocerse, pero que se nos aparece sumamente enrevesada y compleja”. Y consigue hacerlo con rigor y profesionalidad, a pesar de la dificultad de referirse a sucesos a veces tan recientes que todavía no somos capaces de colegir su alcance.

    Su buen criterio y objetividad se ponen de manifiesto cuando nos ayuda a entender las raíces de algunos de los personajes, ideologías y sucesos clave del siglo XX, de manera que resulta fácil ponerlos en relación y percibir su impronta histórica.

  Por ejemplo, cuando apunta a los fuertes nacionalismos fomentados por los Estados en el siglo XIX, que provocaron “un ansia de prevalecimiento y un culto a la nacionalidad que fueron responsables en gran parte de las dos terribles guerras del siglo XX”. Fue el deseo de superar para siempre esos ridículos antagonismos el que movió en 1946 a una serie de intelectuales de naciones de la Europa libre, antes contendientes, a poner las bases de una de las mejores realizaciones que ha visto el siglo XX: la Unión Europea.

    La brevedad del libro no permite exhaustividad de datos, pero desde luego están casi todos los realmente relevantes: desde la estrategia comunista de Gramsci, a la guerra fría, la Revolución del 68, la caída del telón de acero y del bloque comunista, las guerras ( Corea, Vietnam, Malvinas, Afganistán, Kosovo, Chechenia, árabe-israelíes, del Golfo, Irak...); los orígenes y desarrollo del fundamentalismo islámico y los sucesos del 11-S y 11-M. 

  Sitúa en su origen problemas tan dispares como importantes: la introducción del permisivismo en la educación, las conductas escépticas del postmodernismo, o el fenómeno de la desinformación como fruto del exceso de información no contrastada. 

    Detalla también otras cuestiones que será necesario afrontar en el siglo XXI, como las nuevas fuentes de energía o la conservación de la naturaleza. Y acierta a ofrecer un panorama claro de la situación actual en los principales países de los cinco continentes.

    Como señala el autor, aplicarnos al estudio de la historia con toda la imparcialidad de que seamos capaces, nos puede ayudar a plantear más correctamente los problemas, y así procurar resolverlos con acierto. Ese esfuerzo de imparcialidad es bien patente a lo largo del libro.


La audiencia no demanda basura



Lo cuenta J.R. Ayllón en Desfile de modelos. El director de una gran cadena de televisión alemana discutía con el filósofo Karl Popper acerca del sensacionalismo en la televisión. Invocaba el director los porcentajes de audiencia, e incluso se remontaba a la democracia para respaldar su actitud de ofrecer programas de baja calidad.


Popper atajó: “No hay principio democrático alguno que pueda justificar la estrategia de rebajar el nivel de los programas porque la gente así lo quiere. Por el contrario, la meta declarada de la democracia ha sido siempre elevar el nivel de cultura del pueblo. En su lugar, el principio populista ofrece emisiones cada vez peores…”


Hay todavía en antena demasiado programa infecto, que supone un atentado a nuestra salud cultural y social. Nos jugamos demasiado. Los responsables deberían reflexionar. Y asumir su propia responsabilidad, sin transferirla a otras instancias, ni a la audiencia. Realizador, productor, director, consejo de administración, publicistas, empresarios anunciantes, sin olvidar al político de turno en las televisiones públicas,… Cada uno tiene su parte de culpa si el programa es zafio y barriobajero.


No es digno ampararse en la audiencia. Porque además, como dice José María Iñigo: “la audiencia no demanda nada: se traga lo que la tele les da”. Lo cual no deja de ser significativo: hay que elevar el nivel urgentemente.


Entender el mundo de hoy. Ricardo Yepes Storck. Ed Rialp



Fundamentos de Antrpología, otro interesante libro de Ricardo Yepes

    La complejidad del mundo que vivimos exige un esfuerzo de reflexión al que pocos se animan. Parece más cómodo dejarse llevar por la superficialidad imperante, pensar poco, y tratar de vivir lo mejor posible sin complicarse mucho, como si la felicidad consistiera en ausencia de complicaciones. 

    Este libro es para los que aspiran a algo más, para los que se preguntan por el sentido de su vida y no se conforman con respuestas vagas o mediocres.

    Ricardo Yepes fue una de las mejores cabezas de la filosofía y antropología españolas de finales del siglo XX. Joven profesor de universidad, fallecido en accidente de montaña, nos ha dejado una reducida pero valiosísima colección de publicaciones en las que logra ayudarnos a pensar, haciendo sencilla e inteligible la complejidad de nuestro mundo.


    Escrito en la amable forma de cartas a un inquieto estudiante, este libro es un profundo y ameno conjunto de reflexiones sobre el modo en que los hombres tratan de resolver los grandes problemas de la existencia y de la convivencia. El estilo, conciso y directo, es el propio de la sinceridad juvenil.


    A lo largo del texto desgrana lo mejor de los clásicos, que desde siempre se han hecho las mismas preguntas sobre las dimensiones humanas fundamentales: la vida, la felicidad, el amor, la amistad, el bien, el mal, la política, la religión... 

    Y va señalando los puntos de luz o de oscuridad de las ideologías dominantes, dando pautas para que el lector saque sus propias conclusiones prácticas desde la consideración global y coherente de esas dimensiones fundamentales.

    Ricardo Yepes apuesta por la capacidad autocrítica, la interiorización y el cultivo de la propia personalidad, como modo de superar una cultura dominante que tiende a anular el deseo de volar alto, de ideales nobles, que tienen todos los jóvenes, y perdura en lo más recóndito de cada persona hasta el final de sus días. 

    En la novedad de cada persona radica la esperanza de la sociedad. Cada persona posee una capacidad infinita de rebelión frente a culturas que le oprimen tratando de reducirle a cosa : "lo que hay de inédito en el mundo lo aporta la persona, la única fuente de novedades auténticas."

    Pienso que este libro es especialmente necesario para quienes se dedican a la comunicación y quieran hacerlo desde planteamientos plenamente humanos y bien pensados. 

    Es muy útil también para cualquier profesor universitario que aspire a mejorar la coherencia de su discurso, en cualquier materia.

    Aporta además una larga relación de lecturas recomendables, que ciertamente constituirán un bagage intelectual y cultural de primer orden para cuantos los conozcan.





Ciencia de amor








Estos versos tienen para mí el valor de haberlos escuchado recitar en una de sus estrofas -la que arranca con "Mi ciencia es toda de amor..."- al fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá. Lo hacía de tal manera que de seguro pasaron muchas veces por su oración personal. Los menciona también en una de sus homilías, Trabajo de Dios.




No supe quién era el autor, y nadie parecía saberlo, según pude leer en la primera versión de la Edición Histórico Crítica de Camino, en la que se apuntaba que quizá fueran obra del propio Josemaría Escrivá.  


Por eso fue grande mi sorpresa y alegría cuando, hacia el año dos mil, ojeando un viejo libro de poesía, tropecé con la estrofa. El libro se titula Alivio de Caminantes, y está escrito por el poeta español Ricardo León. Se editó en Madrid en 1916, cuando Josemaría Escrivá tenía 14 años. Quizá no mucho después debió leerlos y meditar su profundo sentido.




En la siguiente versión de la Edición crítica de Camino su autor, Pedro Rodríguez, recogió el hallazgo. 

Estos son los versos:



CIENCIA DE AMOR


A fuerza de padecer,

a fuerza de sollozar,
supe sentir, supe ver:
¡no hay nada como llorar
para amar y conocer!

Envanecido en la cumbre

de esperanzas ambiciosas,
me llenó de pesadumbre
la trágica muchedumbre
de los seres y las cosas.

Y entonces vi y conocí

de súbito la verdad,
y en sus lumbres me encendí;
con hierros marcado fui
de ternura y caridad.

Mi ciencia es toda de amor,

y si en amor estoy ducho
fue por arte del dolor,
pues no hay amante mejor
que aquel que ha llorado mucho.

¡Tribulación! ¡Sombra augusta!

¡Cobíjame en tus doseles!
Al alma noble y robusta
le sirve el dolor de fusta
para aguijar sus corceles.

Sin ti, el mundo, ¿qué sería?

Sin la dura valentía
con que las almas aprietas,
quizá hubiese poesía...
¡pero no habría poetas!









Opinar sin herir




    Una de las mejores escritoras de nuestros días, la italiana Susana Tamaro, afirma que la indiferencia es una de las grandes vías que conducen a la destrucción

    Nos falta interés sincero por los demás, y eso no es bueno para nadie. Si la tierra padece el efecto invernadero, en las relaciones humanas el riesgo es que todo se enfríe, que la convivencia sea cada vez más pobre y distante.


    Quizá los medios, y columnistas y tertulianos muy especialmente, tienen en esto una gran misión que cumplir. Pueden romper esa indiferencia que hiela a veces las relaciones. Acercar a las personas, hacer que nada de los demás, bueno o malo, nos resulte indiferente.


    Noble misión, a la que por desgracia no todos contribuyen. Porque los hay que están en otra onda. Parece que disfruten hiriendo. Siembran algo peor aún que la indiferencia: la sospecha, el desprecio, ¿el odio incluso?


    Tamaro los describe muy bien. Suelen ser personas escépticas, que confunden el cinismo con la sabiduría. Tienen el don –si así pudiera llamarse- de ridiculizar a quienes piensan de un modo distinto, y la capacidad de marginar inmediatamente al que osa manifestar una tensión interior diferente: no digamos si esa tensión es cristiana… Les gusta juzgar, pero juicio y desprecio van siempre parejos.


    Los buenos profesionales saben que es posible discrepar sin herir, respetando siempre al otro. Y que así construyen día a día un mundo mejor.



Jesús Acerete
Director de Programas de la Fundación Coso






Quién ha dicho que los científicos no creen en Dios





TRIBUNA, Las Provincias, 31-XII-2004


JESÚS ACERETE/ Director de Programas de la Fundación COSO


Algunas afirmaciones de Manuel Toharia en LAS PROVINCIAS me han llamado la atención, y ofrezco unas reflexiones al respecto.

Parece descalificar a la Iglesia por los errores de algunos de sus miembros a lo largo de la historia. Nunca he oído afirmar a la Iglesia que sus miembros, incluidos sus jerarcas, estén libres de errores. Más bien he oído todo lo contrario. Y como el mismo Toharia reconoce, ha tenido la valentía de pedir perdón por esos errores de algunos de sus miembros en estos veinte siglos.

Sin embargo, es difícil que alguien sea capaz de mostrarnos una institución que a lo largo de la historia haya dado al mundo más héroes, gente que ha dado lo mejor de sí mismo por los demás, sin pedir nada a cambio.

Me temo que en una comparación similar los hombres de "sólo razón", sin nada de religión, saldrían mucho peor parados. Han sido regímenes ateos, como el marxista o el nazi, los responsables de las peores tragedias del siglo XX y de la historia. Por no hablar de la Revolución francesa, que originó una de las más sanguinarias represiones conocidas en Francia, en la que por cierto fueron guillotinados hombres de ciencia como Lavoisier, padre de la química moderna.

Toharia parece erigirse en representante de la ciencia, y coloca gratuitamente enfrente a los creyentes, como si entre ellos no estuviesen muchos –la mayor parte– de los mejores científicos de la historia: hombres y mujeres de ciencia que han sido y son profundamente cristianos: entre ellos, Copérnico, Kepler, el mismo Galileo, Newton, Boyle...

Quizá piensa que la ciencia es capaz de medirlo todo, pero no es así. El método científico es muy bueno para las realidades materiales, pero se vuelve incapaz de decir algo respecto a lo que no se puede someter a experimentación física. 

Existen otras vertientes de la realidad, además de las cuantificables, y para acceder a ellas hemos de movilizar las formas de conocer adecuadas: el conocimiento poético, el filosófico, el político, el religioso. También en el mundo de lo espiritual hay experiencias y, de alguna manera, experimentaciones, entendidas de otra manera. 

Hay realidades –como las espirituales– que se le escapan a la ciencia físico- matemática, y lo sensato y científico es no decir nada ni a favor ni en contra: sencillamente se le escapan, no las puede medir.

Einstein denunciaba precisamente ese error, y negó que la única forma de pensar fuera la científica, pues en ese caso nos encaminaríamos a la catástrofe. Afirmó: “La fuerza desencadenada del átomo lo ha transformado todo, excepto nuestra forma de pensar. Por eso nos encaminamos hacia una catástrofe sin igual”.

Todo el mundo medianamente instruido en historia y libre de prejuicios sabe que precisamente la concepción cristiana de la vida ha hecho posible el progreso de la ciencia y de la cultura tal y como las conocemos en Occidente.

El cristianismo enseñó a los hombres cosas que desconocían, tan esenciales como la separación entre la divinidad y las cosas profanas, o la capacidad de la razón para desentrañar los misterios del cosmos, o que todos somos iguales, porque somos hijos del mismo Padre. 

Las universidades nacieron en el seno de la Iglesia católica y de la mano de cristianos. En una de esas universidades católicas, la de Salamanca, se fraguó el derecho de gentes, siglos antes de la Revolución francesa...

Cosas que ahora nos parecen sencillas, pero que tardaron siglos en abrirse camino en las mentes de unos pueblos de costumbres bárbaras, aun después de hacerse cristianos.

Incluso hoy, que nos creemos en el no va más de la civilización que muchos siguen llamando cristiana, tenemos algunas costumbres que a la vuelta de los años parecerán bárbaras.

Decía D’Ors (otro sabio profundamente cristiano) que los experimentos mejor hacerlos con gaseosa. Le debemos demasiado a la religión cristiana como para lanzar cruzadas contra ella. Además, la autoridad de la religión entre los hombres le viene de que promueve su auténtico ser. Quitar a los hombres la religión es como quitar el agua a los delfines: un crimen.