sábado, 2 de marzo de 2013

Verdad, valores, poder. Joseph Ratzinger




Verdad, valores, poder. Piedras de toque de la sociedad pluralista. Joseph Ratzinger. Ed. Rialp


Verdad, valores, poder, son piedras de toque que nos permiten calibrar la calidad de una sociedad pluralista. Este libro recoge tres ensayos del cardenal Joseph Ratzinger sobre cuestiones tan esenciales.


Con la nitidez y hondura características de su pensamiento, el futuro papa Benedicto XVI reflexiona sobre el problema al que se enfrenta una sociedad, que intenta construirse en torno a la democracia, cuando pierde una referencia clara acerca de los valores que debe promover, y considera la verdad un concepto meramente subjetivo. Conceptos fundamentales como conciencia y culpa se difuminan. En esa sociedad la persona está en riesgo de perder su libertad.


Las democracias que no se apoyan en un mínimo de valores, no expuestos al arbitraje de mayorías cambiantes, degeneran en tiranías. Las democracias occidentales corren ese riesgo, porque buscan en vano un fundamento en el pantanoso terreno del relativismo, y desprecian el firme apoyo de los valores cristianos sobre los que crecieron. 


    En La Democracia en América,
 Tocqueville escribe que en América era posible un orden de libertades, una libertad vivida en común, precisamente porque era una sociedad en la que seguía viva la conciencia moral fundamental alimentada por el cristianismo. Pero sin convicciones morales comunes las instituciones no pueden durar ni surtir efecto.


    La historia del siglo XX, afirma Ratzinger, ha demostrado dramáticamente que la mayoría es manipulable y fácil de seducir, y que la libertad puede ser destruida en nombre precisamente de la libertad. La mayoría no puede ser fuente del derecho ni lo único decisivo en democracia. Es indiscutible que la mayoría no es infalible, y que sus errores no afectan sólo a asuntos periféricos, sino a bienes fundamentales que dejan sin garantía la dignidad y los derechos del hombre. Ni la esencia de los derechos humanos ni la de la libertad es evidente siempre para la mayoría. Si la mayoría siempre tiene la razón, el derecho tendrá que ser pisoteado. 


  Ratzinger analiza el comentario de Hans Kelsen, maestro del positivismo jurídico, a la pregunta de Pilatos a Jesús: ¿Qué es la verdad? Kelsen dice que la pregunta ya contenía la respuesta: la verdad es inalcanzable. Por eso Pilatos no espera la respuesta: se dirige a la multitud y les dice: ¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos? Es decir: somete la cuestión (sobre qué es la verdad) a la voluntad popular y deja que sea el pueblo quien decida. 


   Actuando así, Pilato se comporta como el “perfecto demócrata”: confía el problema de designar lo que es verdadero y justo a la opinión de la mayoría. “El hecho de que en el caso de Jesús fuera condenado un hombre justo e inocente no parece inquietar a Kelsen. No hay otra verdad que la de la mayoría”.

       La democracia, en el ámbito anglosajón, se apoyaba en un consenso fundamental cristiano. Pero a partir de Rouseau (siglo XVIII) comenzó a dirigirse contra la tradición cristiana. Lo democrático será desde entonces un concepto que se entiende en oposición al cristianismo e incorpora los dogmas masónicos del progreso necesario, el optimismo antropológico, la divinización del individuo y el olvido de la persona. Por eso Ratzinger recuerda que es misión de la Iglesia, y de cada cristiano, hacer que surja con fuerza renovada aquella evidencia de los valores sin la que no es posible la libertad común.


       Ratzinger resalta el valor de la conciencia, que en su primer estrato contiene el recuerdo primordial de lo bueno y de lo verdadero, insertado por Dios en nosotros. Es una tendencia ontológica del ser creado por Dios a promover lo conveniente a Dios. Ahí radica el derecho de la actividad misionera de la Iglesia: aunque lo ignoren, todos esperan secretamente el Evangelio, la Noticia del Amor de Dios a los hombres

        En ese recuerdo primordial radica también el que nadie debe obrar contra su conciencia. Aunque sea errónea, no es culpa nunca seguir la convicción alcanzada, pero sí puede ser culpa adquirir convicciones falsas y acallar las protestas que proceden de lo íntimo de nuestro ser. Hitler y Stalin obraron convencidos, pero son culpables.

 

 Debemos seguir el veredicto evidente de la conciencia. Pero eso no significa que la conciencia sea infalible, pues sería tanto como afirmar que la verdad no existe, y todo sería subjetividad. Y por tanto tampoco existiría libertad.

 

 Ratzinger observa que la falsa idea de que es más libre quien no está cargado con las exigencias de la fe ha paralizado la actividad evangelizadora de la Iglesia en los últimos decenios. Es el pensamiento de que la falsedad y el alejamiento de la verdad podrían aportar una vida más cómoda que la de quien afirma que existe la verdad. ¿No habría que liberar al hombre de la verdad, que lo ata y no  lo hace más libre? ¿No es mejor dejar a los hombres sin fe, para no atarles? 


“Quien ve en la fe una pesada carga o una exigencia moral excesiva no puede invitar a los demás a seguirla. Prefiere dejarlos en la supuesta libertad de su buena conciencia.”

 

Esa cierta aversión “casi traumática” a lo que llaman catolicismo preconciliar quizá procede de una fe soportada como una carga. Parecen decir que la conciencia errónea protege al hombre de las exigencias de la verdad.

 

Pero en realidad “la conciencia es la ventana que abre al hombre el panorama de la verdad común que nos sostiene y nos sustenta a todos, haciendo posible que seamos una comunidad de querer y de responsabilidad apoyada en la comunidad de conocimiento.”

 

Newman decía que la conciencia es la presencia clara e imperiosa de la voz de la verdad en el sujeto. Es la anulación de la mera subjetividad en la tangencia en que entran en contacto la intimidad del hombre y la verdad de Dios.

 

Acallar esa voz, para permanecer en un convencimiento subjetivo, no exculpa al hombre: Hitler y sus SS actuaron con convencimiento subjetivo, con la seguridad y falta de escrúpulos que se derivan de él.


Distinguir la verdadera voz de la conciencia

 

Un hombre de conciencia es el que no compra tolerancia, éxito, bienestar, reputación y aprobación públicas renunciando a la verdad.

 

¿Cómo distinguir la verdadera voz de la conciencia? Hay dos señales claras: que esa voz no coincida con los deseos y gustos propios, y que no coincida con lo aparentemente más beneficioso o llevadero para la sociedad, con el consenso de grupo, o con las exigencias del poder político o social.

 

No se puede comprar el progreso y el bienestar traicionando la verdad reconocida. Hoy el concepto de verdad ha sido abandonado y sustituido por el de progreso. El progreso “es” la verdad. Pero es así precisamente como se destruye el progreso, pues al separarse de la verdad pierde la dirección, y tanto puede ser progreso como retroceso.

 

En el hombre existe la presencia inexcusable de la verdad, de la verdad del Creador, que se ofrece también por escrito en la revelación de la Historia Sagrada. El hombre puede ver la verdad en el fondo de su ser. No verla es culpa. Solo se deja de ver cuando no se la quiere ver.

 

 El error, la conciencia errónea, sólo son cómodos en un primer momento. Enseguida, tarde o temprano, sobreviene la deshumanización. En el telón de acero, el sistema marxista era un sistema de engaño, y produjo embotamiento del sentido moral y una sociedad inhumana. La verdadera culpa es la supresión de la verdad que precede a la conciencia errónea, que deja al hombre en una falsa seguridad y en un desierto inhóspito.

 

 Por eso el sentimiento de culpa es necesario, porque rompe la falsa tranquilidad de la conciencia. Es una señal tan necesaria para el hombre como el dolor corporal, que nos permite conocer la alteración de las funciones vitales normales. Quien no es capaz de sentir culpa está espiritualmente enfermo. El enmudecimiento de la culpa es una enfermedad de alma más peligrosa que la culpa reconocida como culpa: no hay más que pensar en los crímenes contra la humanidad perpetrados por gentes sin escrúpulos de conciencia en los lager y gulags comunistas o en los campos de exterminio nazis.

 

 No acallar la conciencia es lo que nos salva. En Lc 18, 9-14 vemos a Jesús que puede obrar en el pecador que se reconoce culpable porque no se oculta tras su conciencia errónea. Jesús sin embargo no puede actuar en el fariseo que no siente la necesidad de perdón ni de conversión. Es precisamente el grito de la conciencia que llega al publicano lo que le hace capaz de alcanzar la verdad y el amor salvador.

 

 El peligro de perder el sentido de culpa nos acecha a todos, y debemos rezar con el salmo: “¿Quién será capaz de reconocer los deslices? Límpiame de los que se me ocultan” (Ps 19, 13). El hombre que no examina su conciencia corre peligro de adormecer ese sentimiento de culpa, sin el que no es posible acceder al perdón.

 

Y este es el reto y la responsabilidad al que se enfrenta el cristiano: conducir de nuevo a la humanidad hacia el reconocimiento de los valores morales eternos: desarrollar de nuevo el oído casi extinguido para escuchar el consejo de Dios que habla al corazón de cada persona.

 

 

 












 

sábado, 16 de febrero de 2013

Mi vida. Joseph Ratzinger



 




Mi vida. Recuerdos (1927-1977) Joseph Ratzinger  
Encuentro, 1997


      Rescato esta reseña, que publiqué hace unos años,  con el Papa recién elegido. Vuelve a tener actualidad. Indispensable para quien aún no lo haya leído.


Los recientes acontecimientos vividos en Roma, con ocasión del fallecimiento de Juan Pablo II y la elección de su sucesor Benedicto XVI, han puesto de manifiesto una vez más el indiscutible y creciente liderazgo moral del Papado. Así lo han testimoniado representantes de todas las naciones e ideologías del mundo (con las lógicas excepciones que no hacen sino confirmar la realidad).


Sólo por esa incontestable evidencia  pienso que este libro constituiría  en estos momentos una obligada lectura para cuantos se ocupan de tareas informativas. Es preciso  conocer de cerca,  y a ser posible de primera mano, la trayectoria vital e intelectual de quien acaba de ser llamado a ocupar la Silla de Pedro y es por tanto un referente mundial. Pero además, la calidad de su persona lo merece: es de los mejores de quienes podemos aprender.


Con el rigor propio de un intelectual de su talla, y la sinceridad y sencillez que le caracterizan, el cardenal Ratzinger nos relata los hechos más relevantes que marcaron sus 50 primeros años de vida. Entramos de su mano en la dulzura del hogar, junto a sus padres y hermanos, en un ambiente sencillo y piadoso. En la creciente bondad de sus padres  ve una prueba de la verdad de la fe católica: no sabría señalar una prueba de la verdad de la fe más convincente que la sincera y franca humanidad que ésta hizo madurar en mis padres y en otras muchas personas que he tenido ocasión de encontrar”.


El libro recorre las ciudades y paisajes que le vieron crecer en su Baviera natal. Pronto asistimos a  las tensiones políticas  captadas en la niñez, y a la creciente agresividad y vejaciones del nacionalsocialismo contra los católicos. La generosidad de su respuesta a la   llamada al sacerdocio.  La intensa preparación intelectual.  El horror de la guerra.  Su elección de una vida de estudio, y los arduos trabajos para lograr la  cátedra universitaria. Los trabajos del Concilio, y el confuso papel que asumieron algunos peritos, que llevó a muchos a no distinguir entre  la verdadera y la falsa renovación de la Iglesia.   La desorientación de cierta teología política y la violenta irrupción del marxismo, que, manteniendo el fervor religioso,  reemplazaba a Dios por el partido y ofrecía por tanto “el totalitarismo de un culto ateo que está dispuesto a sacrificar toda humanidad a su falso dios”...


Ratzinger hace  memoria, junto a su historia personal e íntimamente unida a ella, de los sucesos y problemas vividos por la Iglesia. Reflexiona a la distancia sobre ellos, y saca luces que constituyen un regalo para el lector.  

El libro ayudará, sin duda, no sólo a conocer al personaje, sino a entender mejor a la institución que representa y a informar con más rigor sobre ella.

Sobre Joseph Ratzinger, ver también comentarios a su libro Verdad, valores, poder, de gran actualidad en estos momentos. 

Un libro de Joseph Ratzinger sobre la Eucaristía


La Eucaristía, centro de la vida cristiana

Edicep



Cuentan del joven Tomás deAquino, recién incorporado a la universidad de París, que al descubrir la maravillosa sabiduría de su profesor, Alberto Magno, se aprestó a aprovechar la oportunidad que la providencia le brindaba, se hizo más silencioso que nunca, y concentró toda su energía en el estudio y meditación de cuanto escuchaba a Alberto. Corría el siglo XIII.


 Ocho siglos después, la renuncia de Benedicto XVI me ha traído a la memoria aquél hecho, que tuvo por protagonistas  a dos hombres que con su trabajo intelectual y su santidad de vida han dejado en la historia una huella imborrable.


Cuantos hemos tenido el privilegio de leer a Joseph Ratzinger nos damos cuenta de la categoría científica y sabiduría de este hombre humilde. Sus libros –todos ellos- manifiestan el poder  de la inteligencia humana cuando busca honradamente conocer la verdad, va en busca de ella con un estudio hondo y perseverante de los saberes humanos, y se deja guiar por la luz de la fe católica.


Sólo personas atenazadas por sus prejuicios, o muy despistadas, son capaces de no apreciar el don para la humanidad que significa el trabajo  intelectual de Joseph Ratzinger. La lectura de cualquiera de sus obras garantiza el crecimiento del saber y agudiza la inteligencia. Y aporta valor en lo más importante: el conocimiento de Dios.


Leí hace tiempo este librito sobre la Eucaristía. Resumo algunas de las ideas que tomé, como personal homenaje a Benedicto XVI a pocos días de su renuncia. Se trata de  una recopilación de homilías y ensayos de sus años de arzobispo en Munich.  


La Eucaristía, misterio de la Presencia Eucarística de Dios y de su Amor por los hombres, es Dios hecho respuesta a todos nuestros interrogantes, dice Ratzinger. Podemos rezar en cualquier sitio, pero cuando lo hacemos junto a los Sagrarios de nuestras iglesias, ante la Eucaristía, la iniciativa de la oración ya no es nuestra, es Suya: y su Presencia nos responde. ¡Cuántas conversiones insospechadas ante el rayo fulgurante de su Presencia!


La Eucaristía es el Misterio en el que la eternidad se hace presente en el tiempo y en la historia. En esta luminosa y esencial idea incide también Josep Ratzinger en su reciente libro sobre Jesúsde Nazaret.  Los justos, quienes permanecen atentos a la voz de Dios y la siguen, abren caminos a la acción divina en la historia.


Cuando Dios pide permiso a María para la Encarnación, toda la Creación contiene el aliento esperando la respuesta: “¡Dí que sí, María!”. El sí de María abre las puertas a la acción salvadora de Dios en el mundo. Por el sí de los justos,  la voluntad de Dios se hace realidad “en la tierra como en el cielo.” Y la vida eterna toma impulso en el seno del tiempo.


Tendemos a pensar en la eternidad como un futuro que sucederá a continuación del presente. Pero no es así: la eternidad está ya entre nosotros.  La tierra llega a ser el cielo cuando la voluntad de Dios se hace realidad en ella, y entonces se convierte en el Reino de Dios, su dominio, no el nuestro, y por eso es fiable y definitivo. La eternidad no es ningún futuro cronológico, sino que es distinto a todo tiempo y por eso se puede introducir en él, asumirlo en sí mismo y hacerlo puro presente.


Esa es la diferencia entre utopía y escatología. Durante mucho tiempo se nos ha ofrecido un horizonte de utopía, de espera de un mundo futuro mejor. La vida eterna sería un mundo irreal, y la utopía un mundo real, al que tendríamos que dedicarnos con todas nuestras fuerzas, pero que en realidad nunca nos afectaría a nosotros mismos: sólo a una futura generación, que nunca llega. La utopía siempre parece estar al alcance de la mano pero nunca llega, porque el hombre sigue siendo siempre libre, y cada generación tiene que luchar por mantener el mal dentro de sus límites.


       La sociedad ideal que se pretende construir en el futuro es el mito del que deberíamos despedirnos definitivamente. Y en lugar de ella trabajar con todo nuestro empeño en fortalecer las energías que se oponen al mal en el presente.
             

Joseph Ratzinger nos deja en sus escritos un faro de luz providencial para una humanidad que camina a oscuras y desorientada. Seguirle es realmente concentrarse en lo esencial.



sábado, 2 de febrero de 2013

En lugar seguro: un canto a la amistad



                                               

En lugar seguro. Wallace Stegner 


Ed Libros Asteroide



La generosidad es tal vez el mayor de los placeres”. Con esa frase de Willian Maxwell termina esta maravillosa novela, canto a la amistad entre dos jóvenes matrimonios, profesores de literatura. Una amistad que surge en los años 30 del pasado siglo, durante la Gran Depresión, y que mantienen fielmente hasta la vejez, en los años 70, a pesar de los avatares de la vida.


La obra está escrita con maestría y cuidado, aquilatando cada palabra, con bellas descripciones de paisajes y, por encima de todo,  sutiles análisis del comportamiento humano. 


Stegner  domina los planos de la narración, haciendo que el protagonista (en el que de alguna manera describe su propia autobiografía)  mantenga un discurso que desde el presente viaja al pasado lejano, o al intermedio,  y regresa, sin perder el nervio y el hilo de la historia, incluso logrando dar más fuerza al relato  con esos viajes a los hechos vividos, o recordados, o simplemente pensados o deseados, en los diversos momentos de la existencia de cada personaje.


El protagonista, Larry,  profesor y escritor, refleja en su trayectoria la de Wallace Stegner. Y junto a sugerentes comentarios acerca del oficio de la literatura, destaca su capacidad de describir la belleza de los rasgos que conforman  la amistad: generosidad, lealtad, entrega,... tanto entre los esposos como entre los amigos verdaderos,  que logran superar los normales desencuentros de la vida poniendo en juego con esfuerzo esas virtudes humanas. 


Quizá se echa en falta una referencia más explícita a la trascendencia,   implícita de manera vaga y vaporosa,  pero poco clara y más bien confusa. Pero los valores resaltados son hondamente humanos y por tanto cristianos: la fidelidad, el buen tono, la abnegación, el desinterés, la amistad, la comprensión con los defectos ajenos, la tolerancia…


El caos es la ley de la naturaleza, el orden es el sueño del hombre”, dice uno de los personajes.  Nos gustaría que todo estuviera “correcto” y sin problemas, que todo encajara, pero hemos de contar con el desorden, con que las piezas no encajen, y no desanimarnos y seguir bregando, teniendo en cuenta dónde está el bien,  para no perder el rumbo con la excusa de los defectos ajenos.   No podemos exigir a la vida, o a los demás, que todo salga según nuestros propios deseos. Y menos ponerlo como condición para actuar honrada y lealmente.


En ese orden soñado por todos, donde todo es perfecto y rueda sin problemas,  puede verse nuestra esencial inclinación a la verdad y al bien, el original orden de nuestra naturaleza, hecha a imagen de Dios. Un orden  roto por el pecado original, pero sustancialmente presente como aspiración en cada persona, y capaz de alcanzarse de nuevo a partir de nuestra Redención.


En lugar seguro se sienten cuantos de pronto perciben el calor de la amistad, ofrecida sinceramente.  Los desplazados, quienes llegan por primera vez a un lugar donde no conocen a nadie, aspiran por encima de todo a una situación, a encontrarse en un entorno de amistad con personas acogedoras, que les ofrezcan su apoyo generoso y desinteresado. 


Estas personas amigables son un tesoro, que hacen la vida más humana. Todos deberíamos aspirar a ser una de ellas.  La actitud acogedora y servicial de alguien que acabamos de conocer nos cautiva, llena el alma de agradecimiento y deseos de corresponder. Es el origen de la amistad. Tocamos ahí las fibras más íntimas de nuestra naturaleza, hecha para la relación. Se puede decir –con expresión de Benedicto XVI- que con esas actitudes amistosas mostramos el rostro de Dios a las personas. 



Odian lo que envidian: es una reacción perversa, que vemos a nuestro alrededor con demasiada frecuencia. Precaución, para examinar la rectitud de los juicios hacia personas o instituciones.


Hay gente que quiere tomar nota de todo lo que le impresiona. Pero lo que realmente nos impresione, se nos quedará dentro bien clavado para toda la vida.  Si tienes que tomar nota sobre cómo te ha impresionado una cosa, lo más probable es que no te ha impresionado


Una novela para releer con calma, aprender,  y recrearse en la buena literatura.





viernes, 25 de enero de 2013

Historia de la ideas contemporáneas (y II)


 Historia de las ideas contemporáneas. Una lectura del proceso de secularización. Mariano Fazio. Ed. Rialp (y II)







Como anunciaba en la primera parte de esta reseña, anoto algunas de las muchas ideas que invitan a la reflexión en este libro.


Alexis de Tocqueville (1805-1859), gran defensor de la individualidad, critica sin embargo el individualismo. Alertó de uno de los riesgos del sistema democrático: la actitud de los hombres que se retiran del ámbito público para encerrarse en el pequeño mundo de su propia casa y círculo de amistades, con el pobre ideal de pasar la vida cómodamente. 


Una de las consecuencias perversas de la mentalidad materialista y hedonista es la pérdida de  virtudes cívicas, visible en la irresponsabilidad de quienes esperan que unos pocos, en cuyas manos se abandonan, se lo den todo hecho.


Tocqueville afirma que la salud de una democracia se demuestra en la medida en que la mayoría no se transforme en despotismo hacia la minoría. Por eso la democracia requiere de las virtudes morales y de la libertad de prensa (“instrumento democrático por excelencia de la libertad”); y sobre todo requiere de la religión.






Tocqueville se sorprendió al comprobar la enorme importancia que tenía la religión en la sociedad americana, y la consideraba la salvaguarda más importante de la libertad. En la religión cristiana, decía, están unidas fontalmente la libertad política y la capacidad innovadora del individuo. Sin visión trascendente no se puede sanar la tendencia de los hombres a una vida cómoda. De la religión brota la energía innovadora y la conciencia de la propia dignidad y libertad.


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El  nacionalismo es una ideología política, con diversas variantes,  que ha protagonizado gran parte de los hechos más relevantes en los dos últimos siglos. Contiene una parte de verdad: el amor a la propia tierra y al ámbito que nos rodea, que nos da sentido y comprensión.  

Pero cuando convierte esta verdad en ideal Absoluto, transforma la nación en un fin en sí mismo, desprecia a otras naciones y culturas,  y acaba convirtiéndose en una especie de religión sustitutiva (cfr. discurso de Juan Pablo II en la sede de Naciones Unidas, en 1995).


Uno de los elementos constitutivos del nacionalismo es la visión reduccionista de la naturaleza humana. Identificar al hombre con su pertenencia a una nación, cultura o raza, priva a la persona de algo esencial: la apertura interpersonal, el respeto a la diversidad, la promoción del diálogo, la conciencia de la radical unidad del género humano.


El nacionalismo es diferente del buen patriotismo, una virtud humana que consiste en el  justo amor por el propio país, que no impide el amor proporcionado a los demás.



La homogeneización lingüistica, en la que los dialectos son sustituidos por la lengua nacional, es otro efecto del nacionalismo. El nacionalismo revolucionario se asienta en dos pilares: educación nacional y ejército nacional,  y hace suya la vieja y falsa idea de Rouseau de que sólo el Estado puede crear buenos ciudadanos.



El concepto de guerra moderna surgió con la Revolución francesa y su antropología ilustrada: toda la nación se ve involucrada en la guerra y el servicio militar pasa a ser obligatorio. Los efectos del nacionalismo, que convierte a la Nación en madre por la que todos sus hijos deben sacrificarse, han sido devastadores.



El falso mito del progreso: la razón ilustrada termina en los lagers nazis y en la bomba atómica americana. Auschwitz e Hiroshima destruyen el mito del progreso natural, necesario e irreversible de la humanidad.







El impulso colonizador de las grandes potencias (Gran Bretaña, Francia, Alemania, USA, Rusia e Italia) tiene su origen remoto en el universalismo cristiano: la conciencia intuitiva de que lo logrado por Europa a lo largo de su existencia era patrimonio de todos, y debía ponerse a disposición de todos. Pero era un impulso ya secularizado, porque tuvo lugar a partir de 1870, cuando la ideología liberal progresista dominaba en los gobernantes de Europa. 


El credo que realmente se extendió (junto a las tecnologías y las ideas sociales) fue el liberalismo, credo del progreso y del enciclopedismo. La expansión del cristianismo fue mucho menor. Se universalizó la cultura occidental, de origen cristiano pero ya secularizada.



Liberalismo y marxismo comparten más de lo que parece: la visión inmanentista y el reduccionismo economicista: ambas ideologías son materialistas.


La propaganda soviética logró que se identificara la denominación “fascista” con “anticomunista”. Cualquier intento de crítica del comunismo era inmediatamente etiquetado de fascista. Es interesante en este sentido lo que aportan obras como El montaje, de Vladimir Volkof.


Nacionalismo y marxismo comparten la absolutización de lo relativo: la pertenencia a una nación o a una clase social. Pero esos  factores, presentes en la vida de los hombres, no lo explican todo.


El régimen soviético era un capitalismo de Estado. Se demostró que lo que oprimía al hombre no era la propiedad privada, sino algo más profundo.


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Fazio presta atención también al islam y su extensión en los países democráticos de occidente. La fe musulmana, llevada a sus últimas consecuencias, implica unión entre poder político y poder religioso, ya que para el islam la organización jurídica proviene de la revelación. 


Este hecho implica graves consecuencias para el orden internacional y para la salvaguarda de los derechos de la persona. Se puede decir que sólo un mal musulmán –que no lleva al límite su fe- no es peligroso. 


Coincide en esto con Martin Ronheimer, quien señala que el auténtico enemigo del Estado laico no es el cristianismo, sino una cultura como la islámica que se conciba a sí misma como un proyecto unitario político-religioso.







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Interesante la figura de Jacques Maritain, (1882-1973), con un itinerario intelectual que comienza en el cientifismo y el socialismo. Gracias al influjo de Bergson se libera del positivismo. En 1906,  la amistad con el poeta Léon Bloy y la lectura de sus obras, le acerca al cristianismo y se convierte a la fe católica, junto a su mujer Raïsa, rusa hebrea.  

Maritain convirtió su casa en las afueras de  Paris en un lugar de encuentro con amigos intelectuales. Allí organizaba charlas para estudiar la doctrina católica, y  retiros de contenido espiritual, predicados en ocasiones por el conocido sacerdote Garrigou Lagrange. Asisten  personajes de la talla intelectual de Cocteau o Julien Green,  y llegaron a lanzar una colección editorial. 

Maritain es uno de los impulsores del neotomismo, y tuvo un papel muy importante en la elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.



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Respecto del feminismo, Fazio analiza sus orígenes diversos: la Ilustración y su visión igualitaria, el socialismo utópico, el liberalismo,… sin olvidar el influjo de la antropología cristiana, que subraya la común dignidad de hombres y mujeres en cuanto imagen de Dios.


Entre las diversas corrientes feministas, el feminismo radical se presenta como una ideología revolucionaria, basada en buena parte en la sicología de Freud e inspirada en la escritora Simone de Beauvoir

Este feminismo afirma que la verdadera liberación de la mujer consiste en  la liberación de la heterosexualidad, porque “el matrimonio es fuente de opresión”. Pretende  transformar el espacio privado, la intimidad del hogar  y la familia, en espacio público - “lo personal es político”, afirma- lo que convierte esa ideología  en un peligroso movimiento totalitario. Al considerar el dominio sexual como fuente de poder,  reivindican el lesbianismo y el placer sexual de la mujer como medio de liberación.


Sulamith Firestone, una de las principales promotoras del feminismo radical,  afirma que la causa de la opresión de la mujer es la fertilidad. Su liberación, por tanto, exigiría destruir la estructura de poder que la mantiene oprimida: si los obreros se liberan apropiándose de los medios de producción, la mujer se liberará controlando los medios de reproducción mediante la tecnología genética (Dialéctica del sexo, 1972).

En contraste, el feminismo cristiano ha continuado su lucha en favor de la dignidad de la mujer, siguiendo la tradición de una religión que ha difundido la igual dignidad del hombre y la mujer como hijos de Dios. Esta concepción revolucionó las categorías culturales machistas de la Antigüedad, como aún hoy podemos comprobar cuando comparamos la situación de la mujer en países de tradición cristiana con otros de influencia musulmana.


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Democracia no es agnosticismo moral: pertenece a la esencia del régimen democrático la persuasión de que hay cosas que no se pueden hacer nunca.


La libertad tiene una dimensión relacional esencial, no es un valor absoluto en sí mismo, pues con ese modo individualista de concebirla se convertiría en libertad de los más fuertes contra los más débiles. 

La libertad no puede renegar de su relación con los demás y con la verdad. La  libertad es auténtica cuando dispone a acoger y servir a los demás, y a distinguir entre el bien y el mal, y no los deja a su capricho.


Sentirse obligado significa que se es libre. Todo deber implica libertad. Obligación no equivale a ausencia de libertad, sino una presión ejercida por la fuente de esa obligación (Henri Bergson).


La antropología cristiana no es ni pesimista ni optimista, es realismo sobrenatural: el mal alberga en el corazón del hombre, no basta con combatir las estructuras sociales para erradicar el mal: es preciso comenzar por la conversión personal.


El amor es una prueba de la inmortalidad del alma. “Amar a un ser es decirle: tú no morirás” (Gabriel Marcel).



El camino que lleva a la fe cristiana es obrar según la verdad revelada. Compórtate como un cristiano y te darás cuenta de su verdad: fac et videbis (Pascal).

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Mariano Fazio no se limita a analizar las ideas. Además ofrece certeros razonamientos que ayudan a entender hasta qué punto son acordes con el bien del hombre, o si por el contrario son ideas nocivas para el hombre y que por tanto perjudican la convivencia social.









martes, 22 de enero de 2013

Historia de las ideas contemporáneas. Una lectura del proceso de secularización


Historia de las ideas contemporáneas. Una lectura del proceso de secularización. Mariano Fazio. Ed. Rialp (I)




Conocer lo más objetivamente posible la historia, y las ideas esenciales que –para bien o para mal- han influido en su devenir,  debería ser preocupación de toda persona cultivada, de cualquier ciudadano  responsable de la sociedad en que vive. 


Este sugerente libro facilita esa tarea. Tiene su origen en las clases sobre Corrientes Culturales Contemporáneas que el profesor Mariano Fazio, historiador y filósofo, imparte en la Facultad de Comunicación Institucional de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, en Roma.








Desde una perspectiva cristiana del hombre y de la historia, analiza uno de los elementos característicos de la Modernidad, que comienza ya en el siglo XV: el proceso de secularización. Un proceso más complejo de lo que el término parece indicar, pues no equivale a descristianización.


Secularización no es  término unívoco.  Puede entenderse como una positiva afirmación de la autonomía de lo temporal, una desclericalización, buena por purificadora de concreciones históricas alejadas de la auténtica inspiración cristiana.  Es cierto que el término secularización también se ha usado para describir una negativa afirmación de independencia de lo temporal respecto a la trascendencia, equivalente a lo que desde el siglo XIX se viene llamando laicismo. Pero la palabra   secularización, en sí misma, no significa pérdida del sentido religioso, ni debe entenderse en sentido negativo.


Fazio sitúa como uno de los hitos del proceso de secularización el Descubrimiento de América y la consiguiente creación del Derecho de Gentes,  por obra de Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca


Con el Derecho de Gentes, Francisco de Vitoria supera el ambivalente concepto de Cristiandad, nombre que se asigna a la organización sociopolítica formada en Europa entre los siglos XI y XV,  de la que no se puede afirmar que sea la solución cristiana. 


Vitoria, al defender la existencia de una comunidad internacional, de la que forman parte todas las naciones con igualdad de derechos, supera formas propias de la teocracia medieval, y abre la puerta a un mundo moderno (en el que se reconoce la autonomía de lo temporal) y cristiano (puesto que reconoce la dignidad de cada persona como imagen de Dios).






Sobre ese proceso de secularización iniciado en el siglo XV vinieron a incidir también algunas ideas antropológicas  novedosas -como el mito del buen salvaje-  y las críticas a la teocracia medieval que tomaron pie de los sucesos americanos.


Partiendo de esos primeros momentos de la secularización, Fazio realiza un documentado recorrido por las principales ideologías y eventos históricos que incidieron en la evolución del pensamiento: el paso del Antiguo al Nuevo Régimen, la génesis de la Ilustración en los diversos países europeos, el romanticismo, y las principales ideologías que marcaron el siglo XIX, en gran medida hijas de la Ilustración: liberalismo, nacionalismo, marxismo, cientifismo. 


La Primera Guerra Mundial supuso un auténtico shock cultural para quienes habían puesto todas sus esperanzas  en la Modernidad, y en lugar del prometido mundo nuevo de luces, paz y prosperidad,  se encontraron con un  conflicto bélico de dimensiones aterradoras.






Ya en el siglo XX, se estudia la crisis de la Modernidad: nihilismo (Nietzsche, Lyotard, Derrida);  pansexualismo de Freud;  la sociedad permisiva; y los movimientos culturales actuales, como el feminismo o el  ecologismo. Describe también el fenómeno del retorno a lo sacro, una característica de nuestro tiempo  no exenta de ambigüedad, pero que manifiesta que es imposible borrar del hombre su esencial dimensión religiosa.


La posición de la Iglesia Católica ante las diversas situaciones históricas es analizada extensamente en la última parte del libro: la doctrina social de la Iglesia frente a la ética liberal; el Vaticano II y su afirmación de la libertad religiosa y la legítima autonomía de lo temporal; y la propuesta de  nuevo orden mundial hecha por Juan Pablo II en la sede de Naciones Unidas, en 1995.






Me han parecido sugerentes muchas de las reflexiones que aporta este libro en torno a temas como la democracia y el respeto a las minorías; el colonialismo de las potencias liberales secularizadas;  el  individualismo como riesgo de la democracia; y el nacionalismo, una desviación del sano patriotismo (amor a la propia tierra), peligrosa en la medida en que fácilmente puede caer en el  reduccionismo antropológico y el egoísmo colectivo.  

Apunto algunas de ellas en la segunda parte de estareseña.



jueves, 10 de enero de 2013

Faros que nos enseñan a comunicar


                                       


La isla de los cinco faros. Ferrán Ramón Cortés. Un recorrido por las claves de la comunicación. Ed. RBA Bolsillo, 2005.


Ferrán Ramón Cortés es  experto en marketing y publicidad,  director general de Tiempo /BBDO y profesor de la BBDO University.  De  modo original y creativo –la observación de las características de los cinco faros más famosos de su isla natal, Menorca- nos presenta de modo didáctico y atractivo algunos de los elementos básicos de la buena comunicación. Se sirve para ello de una historia.


Un antiguo y experimentado profesor, que asiste a una de sus charlas-presentación,  le resume la impresión del público tras escucharle: “te han seguido con interés, pero no te han comprado; no les has convencido.  Y le invita a reflexionar acerca de cómo mejorar su trabajo de comunicación.


Le propone un método: debe visitar los cinco faros principales de Menorca. Si observa con atención cada faro, el entorno en que está instalado y cómo realiza su función,  podrá sacar conclusiones prácticas para mejorar su trabajo. Pues los faros son elementos de comunicación eficaces, gracias a sus características esenciales: están donde se les divisa mejor, emiten con  luz potente,  de manera constante,  con señas de identidad propias, características diferenciadas que permiten al receptor no sólo verlo, sino también  distinguirlo de otros. 


 Entre  las claves que encuentra,  unas hacen referencia a la construcción y planificación del mensaje; otras, al acto de comunicar y su escenificación. 


1) Toda comunicación necesita un único y gran mensaje, que realmente sea relevante. Como dice el cartel de un monasterio, “Habla sólo si lo que tienes que decir es mejor que el silencio”. Antes de hablar hemos de pensar qué es exactamente lo que queremos decir, y ser capaces de escribirlo en una frase, que explique la idea que deseamos comunicar: sólo una. Las demás ideas, ejemplos o argumentaciones  que incluyamos deben estar al servicio de esa única gran idea y no distraer de su atención.  Única y grande, original. No puede ser una idea banal, sino nueva e interesante, valiosa, por la que haya valido la pena que venga a escucharnos  gente muy ocupada.


2) La luz del mensaje tiene que destacar con fuerza sobre la de otros muchos mensajes que se emiten alrededor: esa fuerza de nuestro mensaje consiste en envolverlo en forma de una historia, para hacerlo memorable. Por eso la Biblia está llena de historias y metáforas (que por cierto deberíamos releer con frecuencia: he puesto el enlace a una de las mejores ediciones, muy asequible en e-book: la de la Universidad de Navarra).  La distancia más corta entre el hombre y la verdad, dice, es un cuento: los cuentos entrañan grandes verdades. Las historias se fijan en la mente. Hay que dedicar tiempo a envolver la gran idea en una historia, comparación, cuento, metáfora, que sea sugestiva. Sólo así será recordada nuestra gran idea sobre una multitud de otras ideas que llegan a los oyentes.


3) Usar un lenguaje sencillo y eficaz, que entiendan los interlocutores, con el que conecten fácilmente; no un lenguaje técnico, ni erudito, “nuestro” lenguaje, que acaba convirtiéndose en niebla que oculta el mensaje.  Hablar pensando en acercarnos a quienes escuchan, que capten que lo que decimos es sólo para ellos. Lenguaje, tono, ritmo,  ejemplos, duración… ha de ser adecuado a los oyentes.


4) El mensaje que vale es el que se recibe, no el que se emite. Importa lo que capta la gente, no lo que creo que estoy diciendo. Y la gente capta el sentimiento con el que decimos las cosas, porque lo que sentimos no se puede esconder. Para conocer cómo está recibiendo la gente el mensaje, mientras hablamos basta con estar atentos a sus gestos, sus expresiones, y sobre todo observar sus ojos. La manera de conocer e interpretar lo que la gente capta es estar atentos a su mirada, leer sus ojos. Estar pendiente de lo que la gente capta, no de lo que quiero decir. Entre lo que queremos decir y lo que la gente capta están nuestros sentimientos: nos pueden traicionar, porque no escuchamos nuestra voz, pero la gente sí: sus caras, sus ojos, nos dirán si debemos cambiar la forma de comunicar sobre la marcha.


5) Comunicar no es arrastrar ni empujar, es invitar. Invitar sin ninguna coacción. El faro ni empuja ni  me viene a buscar. Está firme y convencido, pero respeta mi libertad. Yo iré hacia el faro si me logra seducir.  Es la convicción con la que hablamos lo que seduce, no el esfuerzo que podamos hacer por convencer. Invitar en lugar de intentar convencer. Nuestro objetivo no puede ser convencer a la gente, sino mostrarnos convencidos, contagiar entusiasmo y hacer que la gente se acerque si quiere, no arrastrarla. Evitar afirmaciones categóricas, imperativas, opiniones taxativas, el ordeno y mando por decreto.  Ofrecer siempre la libertad de aceptar o no lo que estamos comunicando, con respeto mutuo. Evitar los monólogos y dejar lugar a que la gente opine, escuchar y reflexionar.


Y suscitar emociones. Solemos olvidar lo que sólo entendemos. En cambio recordamos lo que nos ha tocado el corazón.


La siguiente exposición, cuenta el autor, la preparó a conciencia, pero la expuso sin papeles, pendiente de las reacciones de la gente, aunque se dejaría cosas por decir y tendría algún lapsus. Pero era un precio a pagar, y valía la pena porque quería hablar con el corazón, no con la cabeza.  Y fue un éxito, porque la vida se vive con el corazón, no con la cabeza.


Informar y comunicar son dos cosas muy distintas. Dar información no suele suscitar interés, porque es un acto bastante neutro. Pero comunicar es todo lo contrario: es probablemente una de las habilidades más determinantes de nuestra vida. Además, saber comunicar eficazmente una idea es tanto o más importante que tenerla. La incapacidad de comunicar a los otros lo que pensamos, lo que nos inquieta, lo que deseamos, puede sumergirnos en una inmensa soledad y frustración. Nos enseñan a desarrollar conocimientos e ideas, pero nadie nos enseña a comunicarlas. Sin embargo, comunicar eficazmente nos acerca a los demás y permite construir relaciones, nos hace mejores personas.


Un libro lleno de ideas y consejos sugerentes, para tener a mano y repasar con frecuencia.