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miércoles, 7 de abril de 2021

Resurrección

 


Torreciudad, mosaico de la Resurrección del Señor


Resurrección

 

        ¿Es razonable la enseñanza sobre la resurrección contenida en la revelación cristiana? Sin duda la respuesta no puede venir sino de la mirada dirigida a Jesucristo, que nos muestra que la resurrección es razonable.

 

Pero se trata de un don, que el hombre no puede alcanzar por sí mismo. Un don que llena de sentido nuestra vida, y que está relacionado con la dimensión espiritual de nuestro ser.

 

En su libro Ciencia y fe, nuevas perspectivas, publicado en 1992, el científico y filósofo Mariano Artigas aportaba evidencias acerca de la nítida dimensión espiritual de la persona, que a diferencia de otros seres posee una interioridad irreductible a las condiciones materiales.

 

A través de su inteligencia y su voluntad, la persona trasciende el ámbito de lo material, y en su actividad consciente manifiesta sus dimensiones espirituales. “El propio progreso de la ciencia experimental es un ejemplo de ello. La actividad científica, sus métodos y resultados, sus supuestos (…) muestran que la persona trasciende el modo de ser de los entes naturales.

 

El ser humano posee unos rasgos distintivos propios, inexistentes en otros seres de la creación: la personalidad y la capacidad de amar, la interioridad y la autorreflexión, el sentido del tiempo y la capacidad de abstracción, la inventiva, la capacidad de comunicarse y usar el lenguaje, el sentido de la verdad y de la ética, de lo que está bien y está mal… Son dimensiones únicas en el ser humano.

 

Sólo en la persona humana se ha producido (por la acción divina, como sabemos por revelación y podemos intuir por la razón) un ser que posee unas dimensiones que trascienden la naturaleza, sin dejar de pertenecer a ella.

 

John Eccles, Nobel de Medicina en 1963 por sus trabajos sobre el cerebro humano, afirmaba que el materialismo es ciego con respecto a los problemas fundamentales que surgen de la experiencia espiritual, no consigue explicar nuestra singularidad. “Cada alma es una nueva creación divina. Afirmo que ninguna otra explicación resulta sostenible.”


Dios da continuamente el ser a las entidades naturales, haciendo que funcionen de acuerdo con su modo de ser propio. Pero en el caso del hombre, los efectos de la acción divina sobrepasan el nivel material y constituyen un ser que participa de la espiritualidad propia de Dios. El hombre es un ser único, que abarca a la vez dimensiones espirituales y materiales.

 

Por eso la supervivencia después de la muerte resulta lógica y coherente, no es sólo algo que sabemos por la revelación de Dios a los hombres. Es lógica, porque la singularidad humana es patente; sus dimensiones espirituales se reconocen fácilmente; para quien piensa con rigor, también es patente la acción divina, que da el ser a todo lo que existe; la propia experiencia nos dice que la relación especial del hombre con Dios no se da en las criaturas inferiores; es coherente que no sería propio de la acción divina la aniquilación, que contradice las tendencias que Dios ha puesto en la persona –perpetuarse, anhelo infinito de felicidad, de amar y ser amado, capacidad de compromiso, sentido del bien y del mal- y su dimensión espiritual, que le da capacidad de subsistir con independencia de las condiciones materiales.

 

Pretender explicar al hombre prescindiendo de Dios es meterse en un callejón sin salida, afirma Artigas: la espiritualidad humana se encuentra íntimamente vinculada con la acción divina en el mundo, y especialmente con la acción de Dios en el hombre. Sin Dios, el sentido de la vida se convertiría en un misterio incomprensible.

 

Artigas recuerda al psiquiatra Juan Antonio Vallejo–Nájera, que en su libro “La puerta de la esperanza”, escrito poco antes de su muerte, quiso dejar constancia de su convencimiento de que la muerte es una puerta abierta a la esperanza, cuando se saciarán los anhelos de nuestra alma: el anhelo de justicia, pero sobre todo de sentirnos comprendidos,  acogidos y amados: “Dios es misericordioso, eso los psiquiatras lo comprendemos muy bien, porque también tenemos que serlo ante las aberraciones que pasan por nuestras consultas. Y Dios, que es mucho más sabio, lo entenderá y comprenderá mejor.”

 

Es al otro lado de esa puerta donde el bien que hayamos hecho recibirá su recompensa.“El hacer bien siempre es gratificante, pero al añadirle ese sentido de ofrecimiento a Dios, se convierte en un gozo." Es así, con ese deseo actualizado de hacer el bien, y de hecho hacerlo, como el más allá que enseña la religión cristiana se convierte en un más acá, un anticipo de lo que será el Cielo, que es la promesa de algo totalmente nuevo, pero que responde a un anhelo profundamete arraigado en nuestro ser.


Sí. Jesucristo resucitó, y nosotros también resucitaremos (cfr. I Cor, 15, 13).




lunes, 5 de abril de 2021

Mujeres brújula

 



Mujeres brújula en un bosque de retos. Isabel Sánchez. Ed Espasa

 

La editorial Planeta descubrió a Isabel Sánchez (Murcia, 1969), abogada y Secretaria Central del Opus Dei, a raíz de una entrevista en El Mundo con motivo de la beatificación de la química Guadalupe Ortiz, primera mujer del Opus Dei en llegar a los altares. Su lenguaje amable y desinhibido, alejado de estereotipos, resultaba atractivo, y sugería un caudal de experiencia que valdría la pena explorar. Además, el hecho de estar al frente del gobierno de las mujeres del Opus Dei, junto al prelado, podría atraer la curiosidad intelectual de los lectores.

 

Así surgió este libro: un encargo de la editorial, abierto a la libertad temática que prefiriese su autora, en el que Isabel Sánchez ha querido plasmar parte de su amplia experiencia humana durante más de 20 años de trabajo en la Asesoría Central del Opus Dei en Roma.

 

Su tarea de diseñar nuevos proyectos educativos, asistenciales o de liderazgo en países de todo el mundo, ha llevado a Isabel Sánchez a relacionarse con mujeres de más de cien nacionalidades y de culturas multiformes. Ha visto en muchas de ellas una inspiradora capacidad de liderar cambios sociales, y dedica su libro a sondear en sus historias y sus motivaciones.

 

Descubre que esas mujeres líderes, de profesiones y situaciones sociales muy diferentes, humildes o encumbradas, tienen algo en común: no se resignan ante las carencias humanas de su entorno. Trabajan firmemente para resolverlas, y ponen en el centro de su interés no a una masa anónima, sino a la persona, cada persona singular.

 

Esas mujeres brújula, que con su ejemplo bien podrían orientar nuestra actuación, afrontan los desafíos con sentido constructivo. Ante retos laborales o educativos, de cuidado de los débiles y ancianos, de sostenibilidad o de pacificación de la convivencia… se convierten en verdaderos agentes humanizadores de la vida.

 

El libro no habla sólo del Opus Dei, ni sólo de mujeres que se mueven en el entorno de las actividades formativas del Opus Dei. Su visión es amplia y abierta, le sirven todas las experiencias positivas que ha conocido.

 

Tampoco es un libro de religión, ni una colección de piadosas recomendaciones. Es más bien “una secuencia de escenas humanas y humanizantes”, que muestran a mujeres de los cinco continentes afrontando los retos del momento actual, cuya conducta nos puede dar pistas sobre nuestro propio actuar.

 

Es la suya una visión personalísima, abierta a otras visiones complementarias. Una visión que, al acercarnos a experiencias vitales muy diversas, abre la mente del lector para que se plantee interrogantes y trate de darles respuestas en su propia existencia. 

 

Con un lenguaje amable y fluído, no exento de poesía, describe experiencias en ocasiones duras y dolorosas, pero en las que se manifiesta una decidida apertura a la esperanza y al optimismo.

 

Dos palabras surgen con más frecuencia en el relato: persona y cuidar. Nadie es sólo un número, cada persona tiene un rostro y un corazón, y merece ser cuidado con cariño y respeto a su dignidad. Cuando eso lo tenemos claro, se resuelven muchos problemas sociales.

 

Cada individuo supera a la especie, porque cada individuo es capaz de libertad y de amor. Y hay dos modos de ser persona igualmente dignos: como hombre y como mujer.” Lejos de ideologías que emplean un discurso de antagonismo y confrontación, la autora ve en estas mujeres brújula un enriquecedor modo de entender la natural colaboración de esas dos formas de ser persona, que poseen unas cualidades complementarias.


Isabel Sánchez (foto Paola Gutiérrez)

 

Que todos se sientan tratados como personas

 

Nada abre más la puerta a la esperanza que sentirse tratado como persona. Resulta conmovedor el relato de la directora de una residencia de universitarias, promovida por el Opus Dei en Suecia. Sale con frecuencia de madrugada con unas amigas a las congeladas calles de Estocolmo a repartir bocadillos y café a personas sin techo. Pasa un tiempo, y en la residencia han de hacer un traslado de muebles. Contratan a una empresa de transportes. Uno de los operarios se acerca a la joven directora: “¿No me recuerda? Yo era un sin techo en la calle y usted vino a ofrecerme café. Me miró a los ojos y me preguntó mi nombre. Por primera vez, me sentí tratado como persona, y eso me cambió la vida. Sentí de pronto que era alguien, que podía proponerme mejorar. Empecé a buscar trabajo y ahora soy transportista”.

 

Historias similares abundan en el libro. Pueden parecer pequeñas, pero el mundo sería distinto sin ellas. Algún día conoceremos las oleadas de bien que han levantado en el mundo, generación tras generación,  nuestros pequeños gestos en favor de los demás.

 

No sabemos qué historia hay detrás de cada persona que se cruza en nuestro camino, ni podremos solucionar todos sus problemas. Pero sí podemos lograr en unos minutos de trato que sientan que valen, que son importantes para alguien. Tenemos que mirar a los ojos y hacer sentir que son una persona.

 

El sentido del trabajo, caudal de humanización


Estas mujeres luchadoras, asegura Sánchez, manejan con soltura los términos trabajar y cuidar, dos palabras que unidas adquieren sentido, y encierran un inmenso caudal de humanización y progreso. Cuidar requiere corazón, pero también inteligencia emocional, capacidad previsora y organizativa, conocimientos de psicología, medicina natural, alimentación saludable… "Son cosas que antes se aprendían por tradición. Requiere ternura, que no es virtud de débiles sino de fuertes: compromiso con la vida, con lo humano, estabilidad en el querer. Hace falta fortaleza para ser capaces de sentimientos humanos, como la misericordia y la compasión."

 

El trabajo ocupa un lugar central en su relato. “Nuestro mensaje (el del Opus Dei) se centra en amar al mundo apasionadamente, y enseñar a convertir el trabajo no en un ídolo, sino en un aliado de Dios; no en una carga, sino en un camino de realización personal, de ayuda a los demás, de cuidado del planeta, de ofrecimiento a Dios.”

 

Necesitamos ampliar nuestra perspectiva sobre el trabajo. El trabajo ya no puede tener como único fin el producir para el consumo, sino enriquecernos como personas, aportar talento, construir un entorno sostenible. Y eso requiere creatividad, para dar primacía a la persona, fomentar la corresponsabilidad, aniquilar la corrupción, favorecer la inclusión. Nadie puede sentirse eximido de trabajar en esa dirección, si desea mejorar el mundo. El papa Francisco ha insistido justo en esa línea, especialmente en su encíclica Luadato Sí, sobre el cuidado de la casa común que es el mundo. En uno de los capítulos del libro, la autora se hace eco de algunos de los consejos del Papa sobre la pobreza y la sobriedad, sobre el cuidado de las cosas y del entorno.

 

Isabel Sánchez, que desde niña creció en una familia en que las mujeres tenían y desarrollaban altas aspiraciones profesionales y familiares, y ella misma las ha desarrollado sin cortapisas, ha visto reforzadas esas aspiraciones por las enseñanzas de san Josemaría sobre el trabajo, “un valor humano que dignifica a la persona.”

 

En esas enseñanzas, que ha conocido hechas vida en miles de mujeres y de hombres, destaca la convicción de que tanto hombres como mujeres pueden desempeñar todo tipo de profesiones y tareas; que el proyecto familiar debe enmarcar y preceder en la jerarquía de valores al proyecto profesional de cualquier hombre y mujer; que “el cuidado del hábitat familiar comporta tareas que han de ser asumidas con orgullo y responsabilidad, del mismo modo que el hábitat planetario.”

 

Se trata de ayudar a descubrir el sentido de nuestras vidas. Con sentido todo adquiere relieve y significado. Sólo con sentido es posible tener seguridad y confianza. Si no sabemos para qué estamos, todo es inseguridad y miedo. Hay una gran necesidad de formación, de incentivar a hacer el bien, “con el convencimiento de que más Dios no equivale a menos yo, sino al revés: cuanto más nos rozamos con lo divino, más se desarrolla nuestra humanidad.”

 

La vida es tiempo de encuentro: somos hermanos

 

Esas mujeres en las que Sánchez pone la mirada no se aislan, descubren a los demás como don y tarea: "me completan y me ayudan. Me dan un nombre: sin los demás no tendríamos identidad. Yo puedo hacer crecer a los demás porque de algún modo forman parte de mi existencia, son parte de mí."

 

Reconocer esa solidaridad innata es construir la vida sobre la confianza y el respeto, que aseguran la paz y la armonía. Como ha señalado el papa Franciscola vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro. A nuestro alrededor orbitan planetas que piden que estemos atentos a sus necesidades.

 

Al hilo de las diversas historias la autora reflexiona sobre los valores que expresan, y las pone en relación con sucesos de nuestro tiempo y el pensamiento de grandes autores contemporáneos: hay historias de perdón, de libertad empleada para el bien, de emprendimiento tenaz para levantar socialmente a los que no tienen nada, de presencia del sello de Dios en los ámbitos culturales, de humanización de la vida política y empresarial, de estructuras laborales injustas que lucha por mejorar… Resultan muy sugerentes sus valoraciones acerca de la complementariedad del hombre y la mujer.

 

La familia, laboratorio de humanización

 

Muchas de las historias están relacionadas con la familia, verdadero “laboratorio de humanización” cuando en el núcleo familiar se cultiva el diálogo, se viven experiencias juntos, y todos saben acogerse y perdonarse. “Tendemos a pensar que los macroproblemas sociales (educación, asistencia…) sólo competen a los gobiernos. Pero es asombroso lo que personas singulares pueden hacer cuando se sienten comprometidas por mejorar su entorno.

 

Muy interesante también sus referencias al impacto de las enseñanzas de san Josemaría sobre el gobierno y el cuidado de las personas, sobre el liderazgo femenino y el protagonismo de la mujer en la misión evangelizadora de la Iglesia.

 

Isabel Sánchez, que comenzó a desarrollar su trabajo en Roma junto a algunas de las primeras mujeres que trabajaron con el fundador en el gobierno de la prelatura, aprendió de ellas a poner a las personas, a cada persona, en el centro de su trabajo.  Sus lecciones más amargas, anota, son las que ha aprendido tras no acertar en el cuidado delicadísimo con las personas. Cuando se ha dado cuenta (de no haber advertido el cansancio de alguien, de no haber infundido confianza…) ha pedido perdón de corazón, porque es lo que ha visto hacer a los tres prelados del Opus Dei con los que ha trabajado, y a las directoras con las que se formó.


Isabel Sánchez (foto Paola Gutiérrez)
 

El corazón rebosa amor a los demás cuando se entrega a Dios

 

Un modo de dar y recibir amor es la llamada a ser y vivir para Dios con amor exclusivo. "Dios te conquista fascinándote con su amor fiel e inmutable, y con la sombra de bien que quiere hacer a través de ti. Y nos promete mantener el corazón rebosante para que podamos vivir con Él y para Él, y para encender ese amor en muchos más."

 

      El amor que ofrece es inmediato y toca directamente al corazón. Abarca toda la persona. Precede a todo lo mío. No se puede amar igual a otro ser humano. Es fecundo, porque está llamando a que abras al amor a muchos más. Es real, tiene todos los ingredientes del amor humano: éxtasis (salir hacia la persona que se ama), coaceptación y complacencia; intencionalidad: deseo de vivir para el otro, no solo con el otro. El amor te hace vulnerable (como a Jesús): cuanto más quieres, más gozarás y más sufrirás. Si Dios te pide un corazón grande donde quepan todos, los dolores están asegurados, y las alegrías también.

 

Muy sugerentes también sus consideraciones acerca de la necesidad de redescubrir el valor de la conversación y de la lectura. Leer, mucho y bueno, para ser personas de criterio y cultura que dejen huella en el mundo también con su inteligencia. Como decía el profesor Alejandro Llano: “Regenerarán la universidad (y lo podemos aplicar al mundo) unos pocos alumnos y profesores capaces de leer, reunirse y hablar entre sí. La salvación intelectual está en los libros. Es preciso leer mucho y bueno.” 


Isabel Sánchez tiene una inspiradora cuenta en Instagram (@isanchez_roma) que sigue los pasos de este sugerente libro: un valioso manantial de ideas para levantar el ánimo y "superar la adversidad." 

martes, 22 de diciembre de 2020

Lecturas: las ventajas de leer mucho y bueno

 

Foto El País


Ventajas de leer

Cuenta Teresa de Jesús, la santa de Ávila, que de niña devoraba novelas de caballerías. Siempre tenía alguna leyendo, y esperaba con ansia que le trajeran otra en cuanto la terminaba.

Al pasar los años, Teresa reflexionaba sobre el impacto en su personalidad de ese afán infantil y juvenil por la lectura. Sus conclusiones nos pueden servir.

a)       Esas lecturas le dejaban un cierto sabor de servidumbre (apego o esclavitud) y de irrealidad, porque leía cosas irreales, la vida no era así.

b)             A la vez descubrió el poder cautivador de la lectura y de contar historias: cuando abría un libro, aquello cobraba vida. Gracias al lenguaje humano. los libros nos dicen cosas, que luego nos acompañan en nuestra relación con la realidad. Cosas que, si el autor es bueno, nos ayudan a conocernos mejor, a conocer mejor a los demás, a modular nuestra forma de relacionarnos con cada persona. Leer permite afrontar mejor la vida y las relaciones.

c)               El riesgo no residía en el hecho de la lectura, sino en leer sólo por mera evasión. La lectura debe servir para la vida, y por eso quien escribe ha de ser capaz de despertar sentimientos, ideas y valores que sirvan para la vida. De lo contrario, corren el riesgo de hacernos perder el tiempo.  

d)               Gracias a su mucho leer adquirió un estilo propio, ágil, gracioso y fluido, con el que –al hacerse mayor- pudo comunicar de manera sencilla, atractiva y cautivadora su rica realidad interior, describir el ambiente en que vivió, las personas con las que se relacionaba, las costumbres de la época y, sobre todo, su apasionada experiencia personal de la relación con Jesucristo.


Edith Stein, intelectual judía. Leyendo a santa Teresa se convirtió a la fe católica

Los escritos de Santa Teresa han hecho bien a millones de personas, y han acercado a la fe a personajes como Edith Stein, hoy santa Teresa Benedicta de la Cruz.

También Edith Stein era una inquieta intelectual judía. Leía mucho. Esperando en casa de un amigo, tomó al azar un libro de su biblioteca. Era El libro dela vida, de santa Teresa de Jesús. Lo leyó de un tirón, y al terminar concluyó: “Aquí está la verdad”. Fue el detonante de su conversión a la fe católica, como rememoraba años más tarde en su autobiografía Estrellas amarillas.

Como Teresa de Jesús y Edith Stein, muchos de los grandes santos han sido grandes lectores. No hay más que recordar a san Agustín o a santo Tomás de Aquino.

San Josemaría Escrivá conocía los clásicos desde joven: expresiones de los Episodios Nacionales, de Benito Pérez Galdós, y de muchos otros autores, afloran con naturalidad en sus escritos, y contribuyen a dar plasticidad y estilo propio a sus obras y a su predicación.

 

Foto opusdei.es

La lectura de buenos libros es un ejercicio necesario para nuestras facultades intelectuales, afina el espíritu y abre horizontes de buenas ideas y nuevas formas de expresarlas.

La lectura nos ayuda a pensar. Quien ha leído mucho tiene más fácil el pensamiento discursivo, una conversación más rica y fluída, porque la lectura nos amplía el vocabulario. Es penoso escuchar “conversaciones” entre personas que apenas conocen el significado de unas pocas decenas de palabras, y tienen que acudir a gruñidos, tacos o aspavientos para comunicar sus opiniones o estados de ánimo.

Quien lee mucho, adquiere vocabulario, y así sabe llamar a las cosas por su nombre, que es el único modo de poseerlas: ser capaz de nombrar, de dar nombre, es manifestación de posesión y dominio. ¡Qué distinto es un paseo por el monte, cuando conocemos los nombres de las plantas y las podemos nombrar! Del mismo modo, qué distinto es nuestro pasear entre las personas cuando sabemos identificar y nombrar sus reacciones y sentimientos, y cuando sabemos expresar apropiadamente los nuestros.

Leer nos aporta riqueza de lenguaje, conocimientos y capacidad expresiva, y con ese bagaje podemos entrar en diálogo con los mejores creadores de ideas, construir un sano espíritu crítico con el que juzgar lo que acontece.

Leer mucho va enriqueciendo nuestra mente hasta permitirnos acceder a la lectura de libros cada vez más arduos y difíciles, que son necesarios para entender los complejos intríngulis de la vida.

Leer favorece la vida del espíritu, que crece mejor sobre el terreno abonado por la sensibilidad cultural. Leer afina nuestro mundo interior y la capacidad de disfrutar con la contemplación. Cuántas veces al leer una frase encontramos la descripción de un sentimiento personal, de una emoción recóndita, que intuíamos pero no sabíamos definir ni expresar hasta ese momento.

La lectura forma parte esencial de la formación cultural, que es –como explicaba san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei- indispensable para el cumplimiento del fin natural y sobrenatural de toda persona, y es aún más indispensable para todo cristiano corriente, de quienes Dios espera que sean capaces de transformar el mundo desde dentro, aflorando los valores del espíritu en y desde los ambientes profesionales y laborales. Y eso requiere incrementar constantemente la propia cultura, según la capacidad y posibilidades de cada uno.

El mundo necesita líderes culturales que muestren la belleza intelectual y moral de la fe y el modo de vivir cristiano. Personas capaces de idear y difundir estilos de vida acordes con la dignidad de la persona. Y eso requiere cultura.

 

Qué leer

Hay un libro único, capaz de satisfacer todas las inquietudes del hombre: el Evangelio. Es el libro que Dios usa para hacer presente su Palabra viva, y hablarnos.


Pantocrator del Sinaí


En realidad, el Libro por antonomasia es Jesucristo mismo, Dios hecho Hombre, el Verbo de Dios encarnado. Jesús es la Palabra que Dios nos envía en su Hijo.

El evangelista san Juan nos dice que “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.” Jesús es la Palabra que Dios nos dirige, a cada persona, para que conociéndola seamos capaces de entender quiénes somos, de dónde venimos, cuál es nuestro destino, y el Camino para llegar: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, nos dice Jesús de Sí mismo.

Por eso la primera “lectura”, la esencial, es mirar y contemplar a Jesucristo, escuchar lo que su Vida y su Humanidad nos dice. Santo Tomás de Aquino, una de las mentes más poderosas de la historia, que había escrito unos libros impresionantes, un buen día, tras un suceso extraordinario en su interior mientras celebraba la Misa, dejó de escribir. A quienes le preguntaban por qué ya no escribía, les decía que había entendido que el mejor libro, el que encerraba toda la sabiduría, era Cristo en la Cruz: ahí estaba todo.

El Evangelio nos narra los hechos y palabras esenciales que Jesús nos dirige a cada uno. No “nos dirigió”, porque nos las sigue dirigiendo. Es un libro que goza de algo que no tiene ningún otro: está inspirado por el Espíritu Santo. Un libro vivo, que esconde en niveles siempre más profundos llamadas al corazón y a la mente de cada persona que lo lee o escucha.

San Josemaría, refiriéndose al Evangelio, escribió: “Lo que allí se narra no sólo has de saberlo: has de vivirlo”. Y recomendaba que fuese una lectura meditada, a ejemplo de María, que conservaba en su corazón todo lo que veía y escuchaba a su Hijo. Desde luego también sirven los audios, aunque la lectura facilita más meditación.


                                  


Contemplar a Jesús. Leer y meditar su Vida en el Evangelio. Y asentar todo lo que ahí aprendemos sobre la base humana de una cultura que hacemos crecer con nuestras lecturas, con lo mejor que la mente humana ha sido capaz de escribir a lo largode la historia. No lo último es lo mejor.

Entre los grandes libros están los de los grandes santos, pero también los de los buenos novelistas, historiadores, filósofos, científicos, biógrafos… Aunque cada cual tiene sus gustos y preferencias, nos conviene leer de todo, mucho y bueno.

Aquí sugiero una propuesta básica de libros que contienen, a mi juicioo y cada uno en su estilo, una visión rica y coherente del ser humano. De diversas maneras, tienen en común que ayudan a entender mejor a la persona y al mundo en que vivimos.

Están divididos por áreas temáticas. Los hay de erudición y de entretenimiento. Pero de todos se pueden extraer valores.


Antropología



El hombre en busca de sentido. Victor Frankl

En torno al hombre. José Ramón Ayllón

Creación y pecado. Josep Ratzinger

Antropología. Juan Luis Lorda


Ética y virtudes



Las virtudes fundamentales. Josep Pieper

Ética a Nicómaco. Aristóteles

Moral, el arte de vivir. Juan Luis Lorda

Desfile de modelos. José Ramón Ayllón

Sexualidad, amor y santa pureza. J.M. Ibáñez Langlois

Carta a los jóvenes. Juan Pablo II

Verdad, valores, poder. Josep Ratzinger

Cartas del diablo a su sobrino. C.S. Lewis


Literatura



El principito. A de Saint Exupery

Matar un ruiseñor. Harper Lee

La última del cadalso. Gertrud von le Fort

Los novios. Alejandro Manzoni

El Señor de Bembibre. Eugenio Gil y Carrasco

Rebelión en la Granja. Orwell

La nueva vida de Pedrito de Andía. Rafael Sánchez Mazas

La isla del tesoro. Stevenson

En lugar seguro. Wallace Stevens

 

Biografías


                                                


La puerta de la esperanza. J.A. Vallejo Nájera

Confesiones. San Agustín

Libro de su vida. Teresa de Jesús

Tomás Moro. Vázquez de Prada

Dios o nada. Robert Sarah

Santo Tomás de Aquino. Chesterton

Olor a yerba seca. Memorias. Alejandro Llano

 

Contexto histórico



Tiempos modernos. Paul Jhonson

Historia de las ideas contemporáneas. Mariano Fazio

Leyendas negras de la Iglesia. Vittorio Messori

Historia de España moderna y contemporánea. José Luis Comellas

Una mirada a Europa. Josep Ratzinger

Dios y el mundo. Josep Ratzinger

El pontificado romano en la historia. José Orlandis

Un adolescente en laretaguardia. Gil Imirizaldu

 

Religión


Conocer a Jesucristo. Frank J. Sheed

Vida de Jesús. Francisco Fernández Carvajal

Jesús de Nazaret. Benedicto XVI

¿Es razonable ser creyente? Alfonso Aguiló

El regreso del hijopródigo. J.M. Nouwen

El poder oculto de la amabilidad. Lovasik

Para ser cristiano. Juan Luis Lorda

Amigos de Dios. Josemaría Escrivá de Balaguer

Catecismo de la Iglesia Católica

Una buena selección de libros de espiritualidad, ordenada por etapas en nivel creciente de formación: https://www.delibris.org/es/node/214454

 

Sitios de internet con buenas sugerencias sobre lecturas:

http://www.delibris.org/es/

http://troa.es 

https://www.aceprensa.com/

 

 

jueves, 22 de agosto de 2019

Historia de la Iglesia


Historia de la Iglesia (I). Joseph Lortz



Para un hombre de fe, la historia de la Iglesia es la historia de la acción de Dios entre los hombres. Por eso, estudiarla tiene algo de sobrecogedor. Hay que acercarse a los hechos históricos con veneración, una veneración que acentúa el deseo de rigor y conocimiento de la verdad tal y como fue, libre de prejuicios y lugares comunes.

Es lo que logra Joseph Lortz en este trabajo histórico,  en el que se percibe tanto su amor a la Iglesia fundada por Jesucristo  como un rigor científico indudable. Su análisis de los sucesos viene acompañado de datos relevantes para la comprensión de la historia.

Anoto algunas ideas y comentarios que me ha sugerido la lectura de este primer tomo de su trabajo, que me ha parecido muy recomendable para quien desee conocer mejor la historia de la Iglesia.


Una misión encargada por Dios mismo

Durante 3 años, Jesucristo formó a sus doce apóstoles para que fueran capaces de realizar una misión: “Id por todas partes y anunciad el Evangelio a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.”

Esa misión superaba con creces la capacidad humana de aquellos Doce. Por eso les envía el Espíritu Santo, que conducirá a su Iglesia. Pero, parafraseando a Benedicto XVI, lo único que el Espíritu Santo garantiza es que el daño que ocasionemos los hombres a su Iglesia no sea irreversible.

Debe dar mucha serenidad al cristiano, en medio de las deficiencias propias y ajenas, contemplar ese empeño de Dios: la Iglesia no es un invento humano. Late en ella el corazón omnipotente y misericordioso de Dios, que ha depositado en su Iglesia todo lo que el hombre necesita saber sobre el sentido de su vida, sobre cómo ser feliz en la tierra y para siempre en el cielo.


La historia de la Iglesia es la historia de lo divino en la tierra

Mediante la Encarnación de Jesucristo, Dios mismo ha querido participar en la historia humana. Por eso la Iglesia no cesará de extenderse, generación tras generación. Se mueve guiada por la voluntad salvífica de Dios, que gobierna el mundo y hace que incluso el error de los hombres sea útil para su designio salvador. “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.”


Lo mejor de la historia de Occidente se debe a la Iglesia

Tal vez la prueba más palpable de la divinidad de la Iglesia estriba en que todos los pecados e infidelidades de sus propios jefes y miembros no han conseguido destruirla. De todo don de Dios se puede abusar.  Incluso el papado puede abusar de su poder espiritual por afán de dominio o de placer. Pero el papado está amparado por una promesa de asistencia, y aun cuando cometiese errores no se verá afectado en su esencia.

El reconocimiento de esos errores en la historia –donde hay personas se cometen errores- no debe impedir reconocer también un hecho patente: lo más óptimo de la cultura actual de Occidente ha surgido de la Iglesia, ha crecido alimentada por sus raíces cristianas en un terreno fecundado por el Evangelio. Aunque en ocasiones esa misma cultura se haya vuelto hostil a la Iglesia, que la ha hecho posible.

De la Iglesia procede el sentimiento fraterno entre los hombres, la igualdad del hombre y la mujer,  el deber de cuidar a los más débiles y desfavorecidos (¡son el mismo Jesucristo!), la separación del poder civil y religioso (“dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”), la igualdad ante la ley y la justicia, el derecho de gentes, la conciencia progresiva de la libertad humana, porque es un don de Dios que el mismo Dios respeta…

Son sentimientos que no quedaron en deseos teóricos, sino que a lo largo de la historia fueron cuajando  en obras concretas: asilos, hospitales, universidades, centros de enseñanza y alfabetización, dispensarios, instituciones para viudas y huérfanos, gremios profesionales, garantías procesales,...

El Evangelio actuó como un gran dinamismo civilizador, porque dotaba a los hombres de sentido para sus vidas, de confianza en un Dios providente y amoroso que invitaba a construir relaciones fraternas con los demás hombres, a perdonar y así hacer posible la paz, a confiar  en su propia capacidad de conocer el mundo y de mejorarlo…


Poder transformador del cristianismo



Constantino (272-337) conocía la descomposición interna del Estado en el Imperio Romano. Había vivido en Asia Menor, que en su época era el país más cristiano del mundo, y conocía la gran potencia transformadora del cristianismo, al que se había adherido lo mejor de la intelectualidad del momento.

¿Qué tenía la Iglesia, tan pobre en los primeros siglos de su existencia, que atrajera a tantos? Desde luego la acción de la gracia de Dios y el fuego apostólico de los primeros cristianos. Pero quizá la Iglesia pudo superar al paganismo porque durante sus primeros siglos  se centró sobre todo en su íntimo núcleo, llenándose así de poder de irradiación.

Precisamente porque sentía la necesidad de distanciarse de costumbres paganas que chocaban con las enseñanzas de Jesús, la Iglesia “creció para adentro”, en santidad de sus miembros. Y la santidad, si es auténtica, irradia.


Separación de política y religión: logro histórico y problemática evolución

Con el Edicto de Milán (313) el emperador Constantino reconoce la libertad para elegir religión, y por primera vez los cristianos gozan de libertad para practicar su fe. El Estado reconoce que en la vida social existen dos esferas autónomas: política y religión, Estado e Iglesia. Es lo que Jesús había enseñado: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.” (Mt 22, 21).

Ese decreto, que por primera vez en la historia declara la libertad de conciencia, tendrá enormes repercusiones históricas. El edicto no significó que ya estuvieran garantizadas ni la libertad de conciencia ni la plena separación de poderes, pero abrió la puerta a una tarea que a lo largo de los siglos se ha ido abriendo paso. Aun hoy sufre tensiones en su realización práctica.

Con su arriesgada decisión, el emperador Constantino se puso del lado del futuro, aunque seguramente no preveía el gran impacto que supondría esa libertad, que en breve dio lugar a situaciones impensables en tiempos antiguos.

Por ejemplo, en el 494, el papa Gelasio I escribe al emperador Anastasio para decirle taxativamente que el poder espiritual es completamente independiente del poder temporal.  Esto al hombre antiguo no se le habría ocurrido ni pensarlo, porque desde siempre el poder espiritual estaba plenamente sometido al poder civil, que reclamaba para sí la máxima autoridad espiritual.

                  San Ambrosio impide al emperador entrar en la iglesia

Cuando san Ambrosio, en el año 390, excomulga al emperador Teodosio por haber ordenado una matanza en Tesalónica, y se atreve a prohibirle la entrada en una iglesia, y le impone una humillante penitencia, descubrimos la enorme potencia espiritual de la sacralidad cristiana, impensable en época pagana.


Primado del obispo de Roma y poder temporal

El primado del obispo de Roma actuó como garantía de libertad espiritual para la Iglesia. Mientras el Patriarca de Constantinopla estaba cada vez más aterrorizado por el poder del emperador, el primado del obispo de Roma sobre los demás obispos significaba la preservación de la libertad de la Iglesia. 

Sin Roma, desde el punto de vista histórico, no se hubiese dado a la larga un gobierno autónomo espiritual de la Iglesia. Esa autonomía fue posible gracias a que en Roma se había introducido la separación del poder político y del religioso, dos esferas de la vida  que deben avanzar en armonía y colaboración, pero sin intromisiones.

Mientras hubo colaboración, el Occidente cristiano estuvo lleno de vigor. Cuando desde el siglo XIII esa conjunción se vio amenazada, comenzó a desordenarse el cimiento del Medioevo.

Todas las anomalías de la Edad Media (simonía, dependencia de la Iglesia del Estado, secularización de los obispos, injerencias del emperador en la vida canónica…) fueron en su mayoría consecuencia de la mezcla de poderes, sin la suficiente separación ni coordinación de ambas partes para un servicio recíproco efectivo. Más bien, cada una trató de imponer su hegemonía sobre la otra, preparando las bases de lo que fue después una separación hostil.


Juicios ahistóricos

Pero incluso en esas circunstancias de confusión no hay que ser demasiado rápidos para emitir juicios sobre lo acertado de las decisiones que se tomaban, porque los juicios pueden ser  ahistóricos si se prescinde del contexto.

Por ejemplo, es el caso de las críticas al poder temporal del papado. Hoy nos parecen altamente razonables, pero sin el poder político de los papas, incluso cuando detrás de ese poder hubiera intereses personales, los continuos ataques de los ambiciosos poderes nacionales (como Francia, Inglaterra o Alemania) hubiesen quebrantado la unidad de la Iglesia en esos países.

Esos poderes nacionales con frecuencia pusieron al servicio de sus intereses y contra la Iglesia toda su capacidad jurídica, publicista e incluso teológica. Ellos dieron origen a muchas leyendas negras que falseaban la realidad y beneficiaban a sus intereses, aunque para ello tuviesen que atentar contra la unidad de la doctrina católica.


La Edad Media

En medio de todas las tormentas que provocaron las invasiones bárbaras, que en sucesivas oleadas destrozaron la antigua y ya decadente civilización romana (entre el año 375 y el 700), la Iglesia fue la salvadora de la cultura y el refugio de los pobres.

                    El Papa León I el Magno logra frenar a Atila

Fueron los obispos quienes permanecieron en sus puestos cuando todos huían. Los obispos conseguían y repartían el grano, cuidaban a los más débiles y abatidos, infundían ánimo a quienes se vieron abandonados a su suerte, hacían frente a la desesperanza, y tendían la mano civilizadora a los bárbaros invasores, jugándose la vida.

El efecto final de las invasiones fue la ruina de la antigua civilización romana, ya en vías de descomposición desde hacía tiempo por hastío vital y por un fuerte descenso de la población. Y fue entonces cuando apareció el aspecto “medieval” en Europa, que era el aspecto que traían los invasores bárbaros, incultos y de costumbres salvajes.  
Sobre esa ruina física y cultural bárbara de los primeros siglos del medioevo es sobre la que los hombres de Iglesia comenzarían a edificar las bases de lo que llegaría a ser la civilización de Occidente, la más grande que jamás haya existido sobre la tierra, de la que aún somos deudores.


La Edad Media fue una Edad luminosa



Edad Media”, afirma Lortz,  es un término despectivo inventado siglos después por humanistas presuntuosos, para descalificar el período de la Antigüedad clásica hasta el Renacimiento, en que habría reaparecido la cultura, según ellos.

Pero esa época medieval, que llegó a entenderse a sí misma como el “orbe cristiano”, no sólo realizó una gran obra cultural, sino que sin ella no habría surgido el Renacimiento.

Quizá uno de los más grandes logros espirituales y sociales de la Iglesia en la Primera Edad Media fue la erección de parroquias rurales. Hoy no nos damos cuenta de lo que aquello significó para culturizar y cohesionar al pueblo.

El párroco era un hombre instruído espiritualmente, preparado para predicar la revelación cristiana, y estaba en continuo contacto con las gentes  del campo, que no tenían instrucción ninguna: fueron entre ellos un foco de luz y calor para esa naciente cultura occidental, en la que se empezaban a sentir no como salvajes aislados, sino pertenecientes a una familia: la de los hijos de Dios, hermanos entre sí por tanto.

Con muchas deficiencias y costumbres bárbaras aún, por supuesto, pero la Iglesia depositaba en sus mentes y en sus almas la semilla civilizadora del Evangelio.


Promotora de civilización


                                 
Cuando Benito de Nursia (480-547) estableció su regla, incluyó el voto de stabilitas loci: compromiso de permanecer en el mismo monasterio. Esto, junto al lema de ora et labora, que llevaba consigo el trabajo manual y el intelectual, convirtió a los monasterios en promotores de civilización en terrenos hasta entonces no cultivados, generadores de economía y de ciencia, y por supuesto de religiosidad.

Los monasterios configuraron el mundo no sólo para la Iglesia, sino también para el Estado y para la ciencia, y fueron tomados como ejemplo por los pueblos bárbaros germanos.

Es significativa una constante en la historia de la Iglesia: en los momentos de mayor oscuridad espiritual o moral, siempre han surgido movimientos renovadores, que han crecido lenta y firmemente, arrancando desde el silencioso trabajo de pequeños círculos de personas



Cluny, en el siglo X, es un claro ejemplo, entre muchos otros a lo largo de la historia y hasta nuestros días.


Conversiones masivas de los pueblos germánicos

Pueblos enteros germánicos se convirtieron al cristianismo, en masa, siguiendo a sus reyes. Desde luego, raras veces eran capaces de darse cuenta teológica del contenido de la fe que abrazaban.

                    Conversión de los bárbaros


Si convertirse, según el Evangelio, significa ante todo metanoia, cambio del modo de pensar, es claro que en una conversión masiva ese cambio corre el peligro de ser insuficiente. Y lo confirma la historia de la vida religiosa en los primeros siglos cristianos del medioevo.

Pero igual de malo, o peor, fueron otras conversiones “ilustradas” cuando se guiaban por falsas interpretaciones del cristianismo, como las judaicas o gnósticas, muchas veces causadas por malas traducciones del Evangelio.

Las conversiones en masa requirieron un proceso lento y paciente de asimilación auténtica de la fe hasta que se hiciera vida, tarea que por otra parte todo cristiano sabe, o debería saber, que no terminará nunca.

Pero esas conversiones masivas tenían la ventaja de poner de manifiesto la unidad de la comunidad. La fidelidad del séquito a su rey, siguiéndole incluso en la fe que abrazaba, era imagen de algo mucho más fuerte: la comunión de los santos.

Y es bueno recordar, según la enseñanza de Jesús, que la aceptación del reino de Dios no está reservada a los sabios, antes bien a los sencillos y humildes.


Unidad de la verdad y valores objetivos

Quizá pocos como san Agustín (354-430) han encarnado el espíritu cristiano. El obispo de Hipona une una piedad personalísima (la piedad de una mente genial y poderosa) con la fidelidad a la Iglesia (a su principio vital, que es Jesucristo, e inseparablemente al primado de Pedro, garantía de la unidad de doctrina).

                   Agustín de Hipona

San Agustín es modelo de la síntesis católica, que une a la conmoción personal y subjetiva la aceptación de unos valores objetivos. Nada tiene valor si tras ello no está el hombre interior que lo hace suyo. Pero el hombre interior no es la medida de sí mismo y de las cosas, sino que frente a él está indefectiblemente la única Iglesia fundada por Jesús.


Abusos

Frecuentemente encontramos en la historia de la Iglesia anomalías religiosas y morales. Pero son menos de lo que han querido hacernos creer las leyendas negras y otras manipulaciones históricas de quienes tienen a la Iglesia por enemigo a batir.

La mejor apologética, la única verdadera, es la verdad. Y eso exige constatar la realidad como es, con el esfuerzo de rigor técnico que merece el objeto de investigación. Sombras las ha habido, porque intervenimos personas. Pero la verdad exige que se tome en consideración todo el curso de las cosas, y no solo las sombras. Y tener en cuenta que lo malo hace más ruido que lo bueno. El mal es agresivo y chillón, y por eso permanece en la memoria de los pueblos. El bien es más discreto.

Lo más importante es que las anomalías siempre han sido vencidas y superadas por la Iglesia, y de ello se deduce que la santidad de la Iglesia es sustancial y no depende de la debilidad de sus miembros. La Iglesia es iglesia de pecadores, y en el curso de la historia a veces lo ha sido de forma trágica. Pero ¿en qué otra institución formada por hombres no ha habido errores? Y ninguna como la Iglesia ha estado dispuesta a reconocerlos y pedir perdón siempre que ha sido necesario.

Incluso en los tiempos más oscuros, Dios siempre ha regalado a su Iglesia santos para hacerla resurgir de nuevo. Santos en los que verdaderamente se instaura el reino de Dios en la tierra, que no consiste en un reinado humano, sino en la plenitud de la fe en los miembros de la Iglesia.

El Reino de Dios está dentro de vosotros”: ahí es donde Dios quiere reinar. Y después… pax Christi in regno Christi! En la medida en que Dios reine en cada corazón humano, reinará en el mundo.


Comprensión progresiva de la Revelación

Jesucristo nos trajo una revelación divina que nuestro entendimiento nunca podría haber encontrado por sí solo, y que incluso ahora no captamos en todo su pleno sentido. Ya lo anunció el mismo Jesús: nuestra capacidad intelectual, portentosa pero limitada, irá comprendiendo progresivamente las insondables riquezas contenidas en el Evangelio, con ayuda del Espíritu Santo. Por eso nos lo envía.  El Espíritu de verdad os guiará hacia la verdad plena.” (Jn 16, 13)

Incluso en esta tierra nunca conoceremos la plenitud de la verdad, aunque se nos dé conocerla poco a poco más claramente: “Porque ahora vemos como en un espejo, borrosamente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de modo imperfecto, entonces conoceré como soy conocido.” (1 Cor 13, 12)

El crecimiento del reino de Dios obedece a grandes leyes fundamentales, que es lo contrario de una fijación literal inicial de todos los detalles. Hay una evolución en la Iglesia: la prometida conducción a la verdad completa por el Espíritu Santo, que en el transcurso del tiempo llega a convertir en fórmulas explícitas revelaciones contenidas implícitamente y como en germen en la predicación de Jesús: son los dogmas.


Dogma y controversias

Las definiciones dogmáticas de la Iglesia (precedidas con frecuencia de duras controversias doctrinales durante los siglos V al VII) salvaguardaban el núcleo de la verdad cristiana, impidiendo la interpretación unilateral y herética, y el consiguiente empobrecimiento del contenido de la revelación.

                    Concilio de Éfeso

Los dogmas guardan íntegro para las sucesivas generaciones el depósito de la fe revelada por Dios. No significan rigidez teórica del cristianismo, sino un gran valor religioso, puesto que contienen la verdadera doctrina de salvación, que no es invento humano.

Los dogmas son garantía de unidad y fuente de confianza en los creyentes, y sólo se entienden por la fe en la especial asistencia prometida por Dios a Pedro y a sus sucesores.

Pero si el Espíritu Santo garantiza la verdad de lo declarado como dogma (hay muy pocos dogmas en la Iglesia, los justos e imprescindibles), no aprueba en cambio los usos y modos de los debates doctrinales que a veces precedieron a esas declaraciones dogmáticas, muy duros y con frecuencia mediatizados por la política, el odio o el egoísmo.

Esas controversias lesionaron el amor fraterno en nombre de la verdad, y por eso debilitaron la fuerza evangelizadora del cristianismo, lo disgregaron, y prepararon que el islam lo hiciera desaparecer en Asia Menor y otras zonas que habían sido cristianas desde la primera hora.

Si la historia está para enseñar lecciones, esta es una de ellas: el cristiano nunca puede olvidar que toda afirmación y todo conocimiento debe estar impregnado por el amor: “la verdad sea dicha con caridad.” (Ef 4, 15).


Herejías y escisiones

La base para valorar las escisiones que se han dado en la historia, y que aún perviven, es la explícita Voluntad del único Señor: no debe haber más que una única Iglesia y una doctrina, un único pastor y un único rebaño. Es la oración de Jesús al Padre: “Ut omnes unum sint!” (Jn 17, 2) “¡Que todos sea uno!” Una súplica de Quien conoce nuestra debilidad y nuestra soberbia, capaz de todas las enemistades y rupturas.

La unidad del cristianismo depende de la unidad de la verdad. Pero queda un atisbo de esperanza. El cristianismo no es solo una doctrina. Es fundamentalmente una Persona: Jesucristo. Por eso no hay separación absoluta cuando se mantienen la fe en Jesucristo, Señor y Redentor, Dios y hombre.

Eso explica que algunas de las ramas separadas por deformaciones de la verdad cristiana hayan seguido dando frutos y hayan permanecido. Y que debamos seguir rezando, con Jesús, por la plena unidad de su rebaño entorno al único Pastor.

La herejía no debe identificarse con maldad u orgullo. Muchas veces procede de un ardiente celo de personas con grandes dones naturales, que buscan personalmente la verdad salvífica correcta. 

Lo que evidencian las herejías es la limitación cognitiva del hombre. Para remediarlo estableció Jesús el primado de Pedro, y esa es la norma segura: ubi Petrus, ibi Eclesia.


Escándalos

Escándalos entre los cristianos hubo siempre, porque no siempre se guardaba el alto nivel moral exigido por la doctrina cristiana. Esto ya lo anunció Jesús en la parábola del trigo y la cizaña, y de los peces buenos y malos arrastrados por la misma red, o del invitado a la boda sin traje nupcial.

La Iglesia desde el principio tuvo en cuenta la mediocridad religiosa y moral de los hombres, y afirmó que a pesar de sus miembros indignos pervivía la santidad objetiva, ya que Dios mismo es su origen y protagonista.

Pero fue precisamente la vida ejemplar de los primeros cristianos, que chocaba con las conductas depravadas reinantes en el decadente imperio romano, lo que atrajo a los gentiles hacia la Iglesia.

Más que sus escritos y doctrinas, lo que atraía de los cristianos era su conducta y sus costumbres, porque la profesión de fe implicaba inseparablemente una renovación de la vida moral que se manifestaba en el estilo de vida: era un verdadero cambio de la manera de pensar.


Turbio origen de las leyendas negras 

Una de las fábulas contra la Iglesia consiste en asegurar que en uno de sus concilios (el de Macon, en el año 585) se negó que las mujeres tuviesen alma.

La realidad es más sencilla: uno de los participantes en el concilio pidió que no se empleara el término “hominem” para designar a las mujeres, pues “homo” significa varón, y no el genérico “hombre” que se solía usar para designar a toda persona, varón o mujer.

La falsa interpretación de esa precisión lingüística dio origen a una mentira extendida aún hoy entre algunos ateos militantes.


Europa se hizo peregrinando

Las peregrinaciones piadosas tienen su origen en el ejemplo de Jesús y sus apóstoles, en su predicación ambulante en busca de los hombres, y en la tradición de acudir en peregrinación al templo, a los lugares santos.



Existe una honda conciencia en la persona de que la vida es un viaje hacia nuestro destino definitivo. Cada peregrinación es una imagen del viaje de la vida. Caminar hacia un lugar santo nos trae a la mente el caminar de la vida hacia el cielo, y la necesidad de implorar un buen camino.

Son lugares santos los que han sido bendecidos por la huella de Jesucristo, de la Virgen, de los Apóstoles o de los santos. Desde el momento en que Dios se encarnó en un tiempo y en un lugar determinado, ya es lícito creer que Dios ha querido santificar un lugar más que cualquier otro. El cristiano no sigue a unas ideas o a una doctrina, sino a una Persona que ha pisado nuestra tierra.

Por todo eso tienen sentido evangélico las peregrinaciones. Ya en el siglo IV tenemos constancia de la emperatriz Elena y la monja Egeria peregrinando a Tierra Santa.

            

Las romerías tienen su origen en el deseo de ir a Roma para visitar la tumba de san Pedro, y pronto pasaron a designar otras peregrinaciones, como a los lugares en que de modo especial se venera a la Virgen, que siempre ha estado presente en la vida de los cristianos.

Esas peregrinaciones, que transcurrían por itinerarios que desde todo el orbe cristiano conducían a Roma, a Santiago, a Loreto…, contribuyeron a hermanar a gentes de todos los pueblos y naciones que profesaban la misma fe.


El monacato y la renuncia al mundo

La renuncia al mundo enseñada por Jesús fue tomada en sentido literal y dio origen al monacato, que nació en Egipto en el siglo IV y de ahí pasó a Occidente. El monacato fue considerado como refugio genuino de la renuncia al mundo, entendida como expresión máxima del “sólo una cosa es necesaria” predicado por Jesús.

                    Cartuja de Porta Coeli, Valencia

Pero si eso era “lo más”, fácilmente se debería haber previsto que quien no seguía ese camino quedaba en un plano inferior en su coherencia cristiana. Tuvieron que pasar muchos siglos hasta que, de manera práctica, se entendiese el sentido de las palabras de Jesús, que a todos pide “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

Esa máxima perfección a la que todo cristiano  debe aspirar, no podía significar que todos tuvieran que abandonar sus familias y trabajos (“el mundo”) para alcanzarla. Pero en la práctica así se entendió durante muchos siglos.


Santidad en medio del mundo

La llamada universal a la santidad, que por una luz especial de Dios fue predicada desde 1928 por el fundador del Opus Dei y más tarde recogida por el concilio Vaticano II, ha corregido esa falsa interpretación. La reciente exhortación apostólica del papa Francisco Gaudete et exultate ha recordado esa llamada de todos a ser santos.



Siempre hará falta el precioso testimonio de monjes y religiosos, que con su renuncia dan testimonio de qué es lo esencial y prioritario. Su presencia ha sido y será determinante en la historia de la Iglesia. 

Pero forma parte del designio de Dios que la inmensa mayoría de sus fieles, que son los laicos, descubran y asuman su misión en el mundo, sin salir de él, de sus familias, de sus trabajos, de su contribución a la construcción de una sociedad más justa. Los laicos tienen la misión de santificar el mundo desde dentro, para ordenarlo de nuevo a Dios.  Y de hacerse santos en el cumplimiento de esa tarea.