P/D: vean por ejemplo esto
Nos está quedando un Ministerio de la Verdad muy majohttps://t.co/hUHZ6q3u4l— (((Moﻥtse Doval))) (@mdoval) 15 de marzo de 2019
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Lecturas que dejaron huella en Joseph Ratzinger-Benedicto XVI
Peter Sewald, en su espléndida biografía de Benedicto XVI, desgrana, al hilo
de sus conversaciones con el papa, algunas de las lecturas que han podido marcar
la trayectoria intelectual de Ratzinger
desde sus años jóvenes.
Para un
intelectual que ha dedicado su vida a buscar la verdad en lo mejor del saber
humano y en el tesoro del Evangelio y de los Padres de la Iglesia, es lógico
que la enumeración no sea exhaustiva. Pero algunos títulos resultan
significativos, y el propio Ratzinger señala que han sido decisivos en el
desarrollo de su pensamiento.
Amor y verdad. Agustín y Tomás de Aquino
Ratzinger descubre a san Agustín al leer Las Confesiones, y queda cautivado por
su profunda y viva teología, que emana de su experiencia vital, muy distinta a
la de Tomás de Aquino.
La lectura de Tomás de Aquino (demasiado impersonal
para su gusto, en un principio) no le interpela con esa fuerza, pero la de Agustín sí, profundamente, porque Agustín se muestra como hombre
apasionado que sufre y se interroga. Agustín
es alguien con el que uno puede identificarse, afirma Ratzinger, porque Agustín
ve la propia pobreza y miseria de pecador a la luz de Dios, y a la vez se
siente movido a la acción de gracias por el hecho de ser aceptado por Dios y
elevado mediante la transformación de su persona.
“A Agustín lo veo como un amigo, como un
contemporáneo que me habla”, explica Ratzinger. Agustín es “una persona animada por el inagotable deseo
de encontrar la verdad, de descubrir qué es la vida, de saber cómo debe vivir
uno.”
La
huella de Agustín de Hipona se
percibe en los escritos de Ratzinger: “El
ser humano es un gran enigma, un profundo abismo. Sólo a la luz de Dios puede
manifestarse plenamente también la grandeza del ser humano, la belleza de la
aventura de ser hombre.”
Con la lectura de
san Agustín, en Joseph Ratzinger arraiga el convencimiento de que no bastan los
libros para conocer a Dios: “sólo una
profunda moción del alma puede producir abundancia de conocimiento de Dios.”
Pero también el poderoso rigor
intelectual de Tomás de Aquino ayudó
a configurar su mente. Ya en 1946 su profesor le hizo un encargo que le
marcaría: traducir del latín la Cuestión
disputada sobre la caridad, de santo
Tomás. Debía encontrar las innumerables citas en los pasajes originarios de
la Sagrada Escritura, así como
rastrear los textos de filósofos y teólogos que menciona Tomás –Platón, Aristóteles, Agustín–,
cotejarlos y localizar y registrar capítulo y líneas correspondientes a cada
uno de ellos.
Esta tarea propició su encuentro intelectual
con Edith Stein, que había traducido
por primera vez al alemán las Cuestiones
disputadas sobre la verdad.
El amor y
la verdad se convertirían con el tiempo en temas centrales de toda la
obra de Ratzinger. A su juicio, no puede
haber amor sin verdad ni verdad sin amor. Curiosa casualidad: el amor no
solo fue su primer tema como teólogo, sino también el tema de su primera
encíclica como papa. Su ópera prima en la facultad, con el título de Comunicación
sobre el amor, apareció en una tirada de dos ejemplares (el primero,
manuscrito; el segundo, mecanografiado); su ópera prima como papa, Deus caritas est [Dios es amor], en una tirada de más de tres millones de
ejemplares.
Edith Stein fue canonizada por Juan Pablo II, en presencia de Ratzinger, el 11 de octubre de 1998 en la plaza de San Pedro de Roma. Simultáneamente, el papa polaco declaró a la mártir alemana copatrona de Europa. «Sea consciente de ello o no, quien busca la verdad, busca a Dios», afirmó la carmelita santa.
El futuro de la
humanidad. Herman Hess, Guardini, Newman, Orwell…
Influyen
mucho en el joven Ratzinger dos obras de Herman
Hess: El juego de los abalorios y
El lobo estepario. Hess se confronta
críticamente con el espíritu de la época.
En El juego de los abalorios hay un
asombroso parecido con la trayectoria intelectual y religiosa de Ratzinger: el
joven protagonista ingresa en una orden ficticia que busca la verdad mediante
el saber y la música, y llega a lo más alto de la orden.
El lobo estepario narra el
desgarro anímico de la época: el protagonista es un personaje hipersensible y
solitario, hombre de libros y de ideas, buen conocedor de Mozart y de Goethe,
criado por padres y maestros cariñosos, severos y muy píos, que vive inmerso
entre una cultura europea antigua que se hunde y una tecnocracia moderna que
crece excesivamente. Añora los corazones llenos de espíritu, no puede encontrar
la huella de Dios en una época tan burguesa, y por eso se siente como un lobo
estepario en medio de un mundo cuyas metas no comparte.
Ratzinger
estudió a fondo las obras de Romano
Guardini y de J. H. Newman, de Sartre, el Diario de un cura rural, de Bernanos…
Todo ello iba dejando huella en su mente, que aprendía a discernir con sentido
crítico, a tomar lo bueno y colegir el daño que puede hacer lo malo.
Son obras que
ayudan a penetrar y hacerse cargo de los problemas que abruman al hombre de
nuestro tiempo. Permiten vislumbrar también los riesgos que acechan a la humanidad,
sobre los que Benedicto no ha cesado de reflexionar y poner en guardia con su Magisterio,
en el que junto a la racionalidad de los argumentos se percibe la asistencia
del Espíritu Santo.
Cuatro de sus
lecturas preferidas sobre la peligrosa deriva del mundo han sido 1984 (G. Orwell), Un mundo feliz (Aldous
Huxley), Señor
del mundo (R.H. Bergson, puesta de
relieve y recomendada también por el papa Francisco), y Breve relato del Anticristo (Vladimir
Soloiev).
Amor y
sexualidad. Adam y Joseph Pieper
Los libros de August Adam sobre el amor y la
sexualidad influyeron en el pensamiento de Ratzinger.
Adam afirma que el impulso sexual no debe considerarse “impuro”, sino un regalo
que a través del amor al prójimo alcanza su santificación.
Estas
ideas, junto a las de Josef Pieper en su libro El amor, aparecen en su primera encíclica: Deus caritas est, en la que habla de “sumergirse en la embriaguez de la felicidad”. La encíclica explica
la misión caritativa de la Iglesia en el mundo: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios
permanece en Él.”. Ese es el corazón de la fe cristiana, la imagen
cristiana de Dios y la consiguiente imagen del hombre y de su camino en la
tierra: “Nosotros hemos conocido el amor
que Dios nos tiene y hemos creído en Él.”
El
cristianismo no ha destruido el eros: al contrario, la humanidad de la fe
incluye el sí del hombre a su corporeidad, creada por Dios. El eros regalado
por el Creador permite al ser humano pregustar algo de lo divino.
Amor
a Dios y amor al prójimo forman una unidad indisoluble. Sin amor al prójimo el
amor a Dios se marchita. Sin amor y contacto con Dios, en el otro no reconoceré
su imagen divina.
“El amor es una luz –en el fondo la única- que
ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar.
El amor es posible, y nosotros podemos
ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios.”
La nueva física
encamina de nuevo a los científicos hacia Dios y hacia la imagen cristiana del
hombre.
La Filosofía
de la libertad de Wenzl mostró
que la imagen del mundo derivada de la física clásica, en la que Dios no
desempeñaba ya papel alguno, había sido reemplazada, a consecuencia del
desarrollo de las propias ciencias de la naturaleza, por una imagen del mundo
que volvía a ser abierta.
La convicción
entre los intelectuales con los que se codea Ratzinger en la universidad era que
los científicos, «en virtud del cambio radical iniciado por Planck, Heisenberg o Einstein, estaban de nuevo en el
camino hacia Dios». Era hora de que la metafísica,
es decir, la doctrina de lo que se encuentra detrás del mundo conocido y
calculado, volviera a ser de una vez la
base común de todas las ciencias.
En resumen: el
futuro tan solo podía ser reconstruido
sobre una base intelectual, conforme
a la idea de la vida que está bosquejada en la liberal y reconciliadora
imagen cristiana del hombre.
Cambio radical de
pensamiento y Filosofía de la libertad.
Si esta obra de Wenzl (Filosofía de la libertad) fue para Joseph impulso para pensar e
inspiración, el libro del profesor de teología moral Theodor Steinbüchel Cambio radical de pensamiento se
convirtió en lectura clave. Quería conocer «lo nuevo» en lugar de limitarse a
una filosofía «manida» y «envasada». El novel estudiante se sentía muy
decepcionado por profesores que habían dejado de ser personas indagadoras y, en
su estrechez intelectual, se contentaban con «defender lo hallado frente a cualquier pregunta».
En Verdad, valores, poder, de Steinbüchel, Ratzinger leyó frases que
le conmovieron profundamente: «El ser
humano se da solo ante Dios y solo en libertad; únicamente bajo ambas
condiciones es persona». El «conviértete
en lo que eres» tiene sentido sólo si se sabe realmente qué es el hombre: ser hacia Dios. Y llegar a ser uno
mismo, como exigía Heidegger, solamente es auténtica realización del yo si es
incorporado a la relación con Dios, en la que se cumple lo que de verdad son el
«hombre» y el «yo».
De ahí que Dios
no sea, como sostiene Nietzsche, la muerte y la ruina del hombre, sino su vida:
«El garante de su libertad es Dios,
porque este lo ha creado como el ser que se trasciende hacia el tú y porque
esta trascendencia de su ser tan solo se realiza en la vida de la libertad
personal».
Steinbüchel, en su Cambio radical de pensamiento, se basa
en la obra poco conocida de Ferdinand Ebner, quien a principios de
siglo XX redescubre que la palabra de la revelación no es una construcción del
pensamiento, sino hallazgo y recepción,
comprensión de sentido que el
pensamiento no ha ideado por su propio poder.
Un ser conocido que es la realidad del Dios personal que en su palabra
se dirige al hombre perceptor.
Sólo en este
dinamismo vivo y decisivo se constituye la existencia humana en su singularidad
más profunda, misteriosa y responsable. Ebner
construyó una filosofía de la relación yo-tú entre la criatura y el Creador que
ponía las bases del existencialismo cristiano y del pensamiento dialógico.
Hildegarda
de Bringen, sabia, científica y mística
Quizá para nosotros poca conocida, desde su juventud Ratzinger se sintió atraído por la figura de Hildegarda de Bringen, sabia, médica, poeta, compositora y mística, que vivió en el siglo XI y ha sido canonizada y declarada doctora de la Iglesia por él cuando llegó a Papa. Hildegarda amó a Jesucristo en su Iglesia, sin ingenuidad ni timideces: como Benedicto. Seguro que esta santa doctora ha ocupado el papel de guía fiel en el camino espiritual e intelectual de Benedicto.
1. Cuando te sientes a escribir habrá una sola persona importante en tu vida. Se trata de alguien a quien jamás verás llamado lector.
2. No escribes para impresionar al científico al que acabas de entrevistar, ni al profesor que fue decisivo para tu graduación, ni al editor estúpido que te rechazó o a esa persona tan atractiva que acabas de conocer en la fiesta y sabía que eras periodista (o a su madre). Escribes para impresionar a alguien que está colgado de la barra del metro entre las estaciones de Parsons Green y Putney y que dejaría de leerte en un milisegundo si pudiera hacer algo mejor.
3. Así pues, la primera frase de tu artículo será la más importante en su vida y luego la segunda y la tercera. Porque, a pesar de que tú –empleado, apóstol o apologista– te sientas obligado a escribir, nunca nadie está obligado a leer.
4. El periodismo es importante. Pero uno nunca debe engreírse con esa importancia. Nada mejor que la pomposidad para llevar al lector a cambiar tu pieza por el crucigrama o los resultados hípicos. Por tanto, las palabras simples, las ideas claras y las frases cortas son de vital importancia. Y también un toque irreverente.
5. Una frase que merecería ser grabada en la funda de tu computador: “Nadie se quejará jamás si escribes algo fácil de entender.”
6. Otra cosa que debes recordar cada vez que te sientes ante el teclado: “Nadie tiene por qué leer esta mierda”.
7. En caso de duda, asume que el lector no sabe nada. Sin embargo, nunca cometas el error de suponer que es estúpido. El error clásico en periodismo es sobreestimar lo que el lector sabe y subestimar su inteligencia.
8. La vida es complicada, pero el periodismo no puede ser complicado. Precisamente porque asuntos como la medicina, la política, la contabilidad o las ordenanzas de Mornington Crescent son complicados, los lectores recurren a The Guardian, o a la BBC, o a The Lancet. Porque tienen la esperanza de que se los expliquen de forma sencilla.
9. O sea, si un asunto está tan enredado como un plato de espaguetis, tu texto consiste en un solo espagueti cuidadosamente extraído del plato. Lo ideal sería que además llevara adherida salsa de aceite, ajo y tomate. El lector agradecerá que le hayas dado una parte simple y no todo el enredo del plato. Porque (a) el lector sabe que la vida es complicada y agradece que alguien le explique con claridad al menos un fragmento, y (b) porque nadie lee informaciones que sugieren algo como “lo que sigue es inexplicablemente complicado...”
10. Por lo tanto, una regla básica es esta: una información solo debe contener una gran historia. Si te sientes aguerrido para lidiar con cuatro grandes asuntos de una historia, haz que el entrelazamiento de esos asuntos sea el argumento de tu información. Puedes agregar algún elemento picante pero solo si no te aparta del único argumento narrativo que hayas elegido.
11. Una observación. Ni se te ocurra empezar a escribir hasta que no hayas decidido cuál será tu argumento y no puedas decirlo en una sola frase. Pregúntate luego si tu madre escucharía esa frase durante más de un microsegundo antes de dedicarse de nuevo a la plancha. Porque cuando quieras venderle un artículo a tu editor recibirás ese mismo nivel de atención. Así que ten mucho cuidado con esa frase. Además, esa frase será a menudo –no siempre, pero muchas veces– la primera frase de tu artículo.
12. Siempre hay una primera frase –una introducción, una entrada…– ideal para cualquier artículo. Pensar en ella antes de empezar a escribir ayuda de verdad: descubrirás que las siguientes frases se escriben casi solas y muy rápidamente. Esto no significa que seas simplista, facilón, superficial o pícaro. Ni tampoco un superdotado. Solo significa que has dado con la entrada idónea.
13. Un periodista no debe sentirse insultado si lo llaman “simplista”, “facilón”, “superficial” o “pícaro”. Cuando paga por un periódico, el comprador desea que la información le llegue con facilidad y rapidez, sin notas ni referencias oscuras o aclaraciones a pie de página.
14. "Sensacional" o "trivial" no son insultos para un periodista. Uno lee lo que lee –teatro isabelino, novelas rusas, cómics franceses, novela negra americana…– porque algo en esas obras apela a su sentido de la emoción, del humor, del romance o de la ironía. El buen periodismo debe ofrecer sensación de humor, de emoción, de intensidad o acidez. “Trivial” es el insulto favorito de los estudiosos. Pero incluso ellos se interesaron por su objeto de estudio porque se sintieron atraídos por algo brillante, llamativo y, en efecto, trivial.
15. Las palabras tienen significado. Debes respetarlo. Ve a la raíz [be radical]:búscalos en el diccionario, averigua de dónde vienen. Luego, utilízalos de forma adecuada. [No hagas alarde de autoridad porque eso puede demostrar tu ignorancia. No te metas por un camino complicado sin preguntarte antes cómo piensas recorrerlo (el original es un juego de palabras y significados que pillo pero no sé traducir bien)].
16. La regla dice que debes huir de los clichés como de la peste. Excepto cuando das con el cliché adecuado. Te sorprendería lo útil que es un buen cliché usado con criterio. Porque en el periodismo no siempre tienes que ser tan inteligente, pero siempre tienes que ser muy rápido.
17. Las metáforas son buenísimas. Eso sí, no las elijas disparatadas y nunca, nunca las mezcles. En The Guardian, los copy-editors [en los diarios británicos los llaman “sub[editor]s”] concedían el premio “Piraña Amordazada”, una especie de Oscar de la incompetencia que toma el nombre de un reportero de laboral, que advirtió al mundo que “los gatos monteses del congreso del Sindicato se ocultan en la maleza, dispuestos a saltar como pirañas si no son amordazados”. George Orwell informa de un diputado que dijo: “el pulpo fascista calzado con botas [jackbooted] ha entonado el canto del cisne”.
18. Ojo con hacerse el enrollado, el buena onda. Cuando Moisés ordenó a sus comandantes que degollaran a todos los madianitas no lo hizo para demostrar que él era muy duro. Cuando advirtió al Faraón que dejara ir a su pueblo no le dijo: “colega, déjanos sitio, ¿no?” y el Faraón tampoco respondió: “ni de coña, tío”. El habla de taberna o de café tiene su propio ritmo, su propio lenguaje corporal, sus propias señales. El habla de la página de diario no tiene acento, no hay tono de voz que señalice la ironía, la comedia o la broma. Debe ser directo, claro y vívido. Y para eso es preciso que respete la gramática oficial.
19. Cuidado con las palabras largas y absurdas, con la jerga. Esto es doblemente importante si eres periodista científico, pues de vez en cuando tendrás que manejar palabras que no utiliza ningún ser humano normal: fenotipo, mitocondria, inflación cósmica, campana de Gauss, isostasia… Así que no es necesario que, además, digas “radiante” y “dichoso” en lugar de “brillante” y “feliz”.
20. Es mejor el inglés que el latín [la lengua ordinaria que la culta]. No extermines, mata. No salives, que se te caiga la baba. No incineres, quema. Moisés no le dijo al Faraón: “La consecuencia de no liberar a cierto grupo étnico podría dar lugar en última instancia a algún tipo de manifestación de las algas en la principal cuenca hidrográfica, con resultados imprevisibles para la flora y la fauna, que podrían afectar al consumo humano.” No. Le dijo: "las aguas del río se convertirán en sangre, los peces que hay en él morirán y el río apestará.”
21. La gente siempre respondemos a lo que nos es próximo. Los ciudadanos del sur de Londres deberían preocuparse más por la reforma económica en Surinam que del próximo resultado del Millwall [un equipo de fútbol de la zona], pero la mayoría no lo hace. Acéptalo. El 24 de noviembre de 1963, el Hull Daily Mail me mandó buscar un ángulo local sobre el asesinato del presidente Kennedy. Hasta que no encontré este arranque: "Los ciudadanos de Hull estaban ayer de luto...", no me dejaron seguir explicando todo lo que había pasado en Dallas.
22. Lee. Lee un montón de cosas diferentes. La Biblia del Rey Jaime y Dickens y los poemas de Shelley y Marvel Comics y novelas de Chester Himes y Dashiell Hammett. Fíjate en las maravillas que puedes hacer con las palabras. Mira la forma en que esos autores evocan mundos enteros en apenas media página.
23. Cuidado con los definitivos. El último caballo en el abrevadero de Surrey quizá no sea el último en el de Godalming. Casi siempre hay alguien que es más grande, más rápido, más viejo, más precoz, más rico o más nauseabundo que el candidato a quien acabas de calificar con ese superlativo. Ahórrate la molestia. Escribir “uno de los primeros...” te sacará del apuro. Si no puedes, sigue la norma: escribe “según el Libro Guinness de los Récords...”, "según la lista de los más ricos del Sunday Times..." y así.
24. Hay cosas que el buen gusto y la ley no permiten escribir. Mis favoritos son “Asesino absuelto” y (en un reportaje sobre una obra de teatro sobre la Pascua de Resurrección) “Paul Myers, que interpretó a Jesucristo, fue la estrella del espectáculo.” Examina qué textos son de mal gusto y cuáles te pueden costar hasta medio millón de libras por palabra.
25. Los periodistas tienen una responsabilidad que no es sólo legal. Por tanto, busca la verdad. Si es difícil de alcanzar, y a menudo lo es, por lo menos busca la imparcialidad y sé consciente de que la historia siempre tiene otras caras. Cuidado con las apelaciones a la objetividad. Son las más sospechosas entre todas. Puedes informar que la Royal Society dice que la modificación genética es una buena cosa y que el uranio empobrecido es casi inofensivo. Pero debes recordar que quienes inventaron la modificación genética fueron incorporados inmediatamente a la Royal Society por miembros de esa entidad que entraron
porque sabían cómo enriquecer barras de combustible de uranio y empobrecer el sobrante. Parafraseando a Mandy Rice-Davies, diríamos: "¿qué otra cosa podían hacer, no?".
Breve historia del leer. Charles Van Doren
El libro de J.K. Rowling (n. 1965) había sido rechazado ya por 12 editoriales. Cuando, sin mucho ánimo ofreció su obra a la número 13, el presidente de la editorial lo aceptó al comprobar que su hija pequeña leía de un tirón la primera parte y reclamaba la segunda. Nacía Harry Potter.
El último libro de la serie que transcurre en el Colegio Hogwards vendió 250.000 ejemplares en las 24 horas siguientes a su lanzamiento. Hoy Rowling es la escritora más rica de la historia. Ha vendido más de 8 millones de ejemplares, creando con detalle “un mundo en el que destaca la inquietante presencia del mal, la emoción de la magia y sobre todo la hermosa valentía de Harry, su coraje para hacer frente al señor del mal aun a riesgo de su vida.”
Sin duda este comentario sobre la historia y contenido de Harry Potter nos pone en la pista de por qué una lectura podría ser interesante o no. Para comprender una obra literaria conviene saber algo de la vida de su autor y de las circunstancias que rodearon la publicación.
Además, son tantos los miles de títulos existentes que nos conviene la orientación de algún experto de confianza, que nos diga cuáles han sido a su juicio los autores y títulos más significativos e influyentes, para bien o para mal, y por qué.
Es lo que nos ofrece Charles van Doren, especialista en literatura e historia del pensamiento contemporáneo, en esta obra magistral: un repaso a los autores y títulos a su juicio más determinantes desde que el hombre comenzó a escribir, comenzando por Homero y su Ilíada hasta Arturo Pérez Reverte y su capitán Alatriste, pasando por La República de Platón, la Poética de Aristóteles, las Confesiones de san Agustín, La Divina Comedia de Dante, Los Pensamientos de Pascal, Guerra y Paz de Leon Tolstoi, los Principios de Psicología de William James, la Rebelión en la granja de George Orwell o El espía que surgió del frío, de Jhon Le Carré…
El trabajo consta de un total de 182 entradas, expuestas en orden cronológico, que incluyen todos los estilos literarios. El libro concluye con una propuesta de plan de lecturas a 10 años.
Lectura recomendable, tanto por el panorama “a vista de pájaro” que ofrece, como por el buen juicio y sentido común de sus valoraciones. Para leer y saborear con calma.
Algunas anotaciones muy parciales de dos de sus comentarios, que pueden resultar indicativas del resto:
Alexander Solzhenistsyn (1918-2008): una muestra clara de cómo la historia personal del autor da la clave de valoración e interpretación del libro. El intelectual ruso fue deportado a Siberia y condenado a trabajos forzados solo por el hecho de haber criticado a Stalin en una carta privada. Un día en la vida de Ivan Denisovich es un relato de sus propias y terribles experiencias en Siberia, haciendo trabajos cuya única utilidad era el castigo físico, a 13 grados bajo cero. A pesar de su situación logró escribir en secreto el relato y sacarlo al exterior de la Unión Soviética. Se publicó en 1962. En El primer círculo describe con maestría el sistema de delación y desconfianza en que consiste el comunismo, que crea una atmósfera irrespirable y acaba por hacer imposible la convivencia. Este libro le valió el Nobel de Literatura.
La lectura de Alexander S. plantea la gran pregunta: "¿cómo es posible que tanta gente haya aceptado voluntariamente ese terror impuesto por esos terribles tiranos que fueron Hitler, Mao o Stalin, y les sigan aclamando en nuestros días?"
René Descartes (s. XVII), agudo y rebelde, pero inventor de una estructura de conocimiento sesgada, porque descarta el saber que procede de la intuición, de la experiencia o del sentido común, tan importante como el saber científico. Sus seguidores extendieron el prejuicio de que sólo es valioso el conocimiento al que se puede aplicar el método geométrico, y ese grave error ha supuesto el languidecer de las humanidades hasta nuestros días. Pero tenemos remedio para ese fatal sistema cartesiano: “podemos aplicarle su método, y dudar de él a tope.”
Lo que no podemos ignorar. Una
guía. J. Budziszewski. Ed Rialp
¿Qué sabemos acerca de lo bueno y lo malo, cómo
conocemos la ley natural, esas verdades morales comunes que todos deberíamos
seguir? A esas preguntas necesarias trata de responder el autor en este libro.
Profesor de filosofía en la Universidad de Texas y
especialista en filosofía política, Budziszewski procede del ateísmo. Su
trayectoria intelectual y vital le llevó a la conversión al cristianismo y en
el año 2004 fue admitido en la Iglesia Católica. Es autor de numerosos libros
de su especialidad y sobre la fe cristiana, dirigidos especialmente a jóvenes
universitarios.
En este ensayo reflexiona acerca de la necesidad del
“replanteamiento de lo obvio”, que -por las profundas oscuridades en que se ha
sumergido el hombre en nuestros días- es hoy la principal obligación de los
hombres inteligentes (George Orwell).
Esas oscuridades llevan a muchos a vivir como si no
existiesen unos principios morales
básicos, comunes a todos, que constituyen la ley natural. Pero el corazón es
insincero y puede no querer reconocerlos. Precisamente esa tendencia al
autoengaño es una de las cuestiones en que Budziszewski ha centrado su
investigación académica. Nos autoengañamos, y además resulta arduo vivir en
coherencia con esos principios cuya existencia intuimos, porque aspirar a lo
más alto requiere subir. Es más fácil dejarse caer, y el mundo complejo en que
vivimos parece incitar a esa pendiente resbaladiza.
La abolición del hombre, de
C.S. Lewis, es para el autor uno de los mejores tratados sobre la ley natural, “el
mejor del siglo XX”, afirma. Esa ley, que llevamos inscrita en nuestro ser, es
el fundamento del sentido común universal de los hombres. Cuando se pierde esa
referencia común, se tambalea el edificio entero de la convivencia, pues una
sociedad libre y pacífica sólo puede ser edificada sobre el cimiento de unos
valores humanos compartidos. Debemos estar prevenidos frente a los sistemas
políticos e ideologías que nieguen esa base fundamental.
En las
democracias occidentales, la ley es dictada por la mayoría. Pero hay cosas que
también están prohibidas para las mayorías. Que algo esté sustentado por una
mayoría no puede ser el fundamento de que sea bueno o malo. Son esos preceptos
morales comunes innatos los que determinan lo bueno o malo. Todos tienen capacidad de
llegar a reconocer esos principios, que por otra parte han estado claros en la
tradición durante siglos: es malo robar, mentir, herir, calumniar, traicionar,…
Es bueno ser veraz, no faltar a la palabra, ayudar al que lo necesita, respetar
la propiedad ajena, ser cordial y acogedor,…
La
fe cristiana arroja luz sobre esas verdades, pero estaban ya previamente
inscritas en el corazón del hombre. No es la fe su origen, forman parte de la
esencia de nuestra naturaleza humana, aunque llegar a identificarlas como verdades
morales puede ser una tarea difícil, si las circunstancias no ayudan.
Y
ahí entra la crítica a nuestro sistema educativo, que parece orientado más a
dificultar que a facilitar una visión nítida sobre esas realidades esenciales. Hay
que leer mucho, y escuchar mucho a los que saben, para llegar a conocer y
comprender en profundidad los mejores logros del pensamiento y de nuestra
cultura, e identificar en ellos nuestras intuiciones morales. Y también hay que
memorizar bien todo lo comprendido, para que esté pronto a servirnos ante los
dilemas éticos diarios.
Pero
los sistemas educativos actuales no facilitan precisamente esos hábitos
necesarios para la conducta ética: leer, escuchar, memorizar. Tampoco ayuda la
creciente dispersión mental, y consiguiente pérdida de capacidad reflexiva, que
provocan los actuales sistemas de información y de entretenimiento, con unos
contenidos tan electrizantes como esterilizadores de la capacidad discursiva y
reflexiva.
Comunismo y fascismo, por su parte, han
utilizado la misma técnica para desvirtuar el sentido moral innato en la
persona. Seleccionan un
precepto moral, exageran su importancia, y lo usan como arma para arrasar otros
deberes morales. Deformado un precepto, desvirtuado de su contenido real, todos
los demás decaen, y con ellos decae la posibilidad de un orden social justo, un marco de libertad en el que se respete la dignidad de
la persona, de cada persona.
El comunismo deforma, por ejemplo, el precepto moral
de “dar de comer al hambriento”, y usa su visión deformada como excusa para
justificar la destrucción de otros preceptos morales, como el respeto a la
libertad y a la dignidad de cada persona individual, la libertad de
pensamiento, de expresión o de asociación, o la misma libertad religiosa.
El fascismo, por su parte, suele usar como excusa el
progreso de la propia nación, a costa de comportarse injustamente con todas los
demás, que son también de algún modo nuestra familia. No puede haber progreso
real en una nación que trata de levantarse despreciando a otras. Esa
insolidaridad de raíz acaba por envenenar a la nación que se ha dejado inocular
tal ideología.
Comunismo y fascismo evidencian que las mentiras
requieren un mínimo de verdad para poder engañar. Como alguien dijo, es el
homenaje que la mentira rinde a la verdad. De otra forma nadie caería en la
trampa.
Dos apuntes más, al hilo de la lectura del libro:
“Amar al prójimo, a quien ves, es el modo de ponerse
en relación con Dios, a quien no ves.” Esa idea cristiana, como el cristianismo
en su conjunto, ha actuado como el motor de civilización más poderoso de la
historia. Y además, efectivamente, conduce a quien se decide a ponerla en
práctica al bien supremo, que es la relación con Dios.
Y otra evidencia cristiana: Dios actúa como quiere y
cuando quiere en cada persona: “Ninguna teoría científica ni opinión de teólogo
podrá impedir a Dios –que es Amor, libertad y gracia, y todopoderoso- tocar el
alma –de viviente a viviente- cuando así le place.” Es una realidad luminosa y
esperanzadora. ¡Cuántos habrán experimentado en algún momento de su vida ese
toque de la gracia que les mueve a conversión! ¡Y cuantos más lo habrán
experimentado justamente en el trance final, en el momento de cruzar la puerta
al nuevo mundo!
De lectura recomendable, porque ayuda a pensar sobre una guía práctica y fiable. Muy recomendables también estos consejos para no perder la fe en la universidad.
Para saber más sobre la ley natural es también interesante esta entrevista a la profesora Ana Marta González.
Foto El País |
Ventajas de leer
Cuenta
Teresa de Jesús, la santa de Ávila,
que de niña devoraba novelas de caballerías. Siempre tenía alguna leyendo, y
esperaba con ansia que le trajeran otra en cuanto la terminaba.
Al
pasar los años, Teresa reflexionaba sobre el impacto en su personalidad de ese
afán infantil y juvenil por la lectura. Sus conclusiones nos pueden servir.
a) Esas lecturas le dejaban un cierto sabor de servidumbre (apego o esclavitud) y de irrealidad, porque leía cosas irreales, la vida no era así.
b) A la vez descubrió el poder cautivador de la lectura y de contar historias: cuando abría un libro, aquello cobraba vida. Gracias al lenguaje humano. los libros nos dicen cosas, que luego nos acompañan en nuestra relación con la realidad. Cosas que, si el autor es bueno, nos ayudan a conocernos mejor, a conocer mejor a los demás, a modular nuestra forma de relacionarnos con cada persona. Leer permite afrontar mejor la vida y las relaciones.
c) El riesgo no residía en el hecho de la lectura, sino en leer sólo por mera evasión. La lectura debe servir para la vida, y por eso quien escribe ha de ser capaz de despertar sentimientos, ideas y valores que sirvan para la vida. De lo contrario, corren el riesgo de hacernos perder el tiempo.
d) Gracias a su mucho leer adquirió un estilo propio, ágil, gracioso y fluido, con el que –al hacerse mayor- pudo comunicar de manera sencilla, atractiva y cautivadora su rica realidad interior, describir el ambiente en que vivió, las personas con las que se relacionaba, las costumbres de la época y, sobre todo, su apasionada experiencia personal de la relación con Jesucristo.
Edith Stein, intelectual judía. Leyendo a santa Teresa se convirtió a la fe católica |
Los
escritos de Santa Teresa han hecho
bien a millones de personas, y han acercado a la fe a personajes como Edith Stein, hoy santa Teresa Benedicta de la Cruz.
También
Edith Stein era una inquieta
intelectual judía. Leía mucho. Esperando en casa de un amigo, tomó al azar un
libro de su biblioteca. Era El libro dela vida, de santa Teresa de Jesús. Lo leyó de un tirón, y al terminar
concluyó: “Aquí está la verdad”. Fue
el detonante de su conversión a la fe católica, como rememoraba años más tarde
en su autobiografía Estrellas
amarillas.
Como
Teresa de Jesús y Edith Stein, muchos de los grandes santos han sido grandes
lectores. No hay más que recordar a san Agustín o a santo Tomás de Aquino.
San Josemaría Escrivá
conocía los clásicos desde joven: expresiones de los Episodios Nacionales, de Benito
Pérez Galdós, y de muchos otros autores, afloran con naturalidad en sus
escritos, y contribuyen a dar plasticidad y estilo propio a sus obras y a su
predicación.
Foto opusdei.es |
La
lectura de buenos libros es un ejercicio
necesario para nuestras facultades intelectuales, afina el espíritu y abre
horizontes de buenas ideas y nuevas formas de expresarlas.
La lectura nos ayuda a pensar.
Quien ha leído mucho tiene más fácil el pensamiento discursivo, una
conversación más rica y fluída, porque la lectura nos amplía el vocabulario. Es
penoso escuchar “conversaciones” entre personas que apenas conocen el
significado de unas pocas decenas de palabras, y tienen que acudir a gruñidos,
tacos o aspavientos para comunicar sus opiniones o estados de ánimo.
Quien
lee mucho, adquiere vocabulario, y así sabe llamar a las cosas por su nombre,
que es el único modo de poseerlas: ser capaz de nombrar, de dar nombre, es
manifestación de posesión y dominio. ¡Qué distinto es un paseo por el monte,
cuando conocemos los nombres de las plantas y las podemos nombrar! Del mismo
modo, qué distinto es nuestro pasear entre las personas cuando sabemos
identificar y nombrar sus reacciones y sentimientos, y cuando sabemos expresar
apropiadamente los nuestros.
Leer
nos aporta riqueza de lenguaje, conocimientos y capacidad expresiva, y con ese
bagaje podemos entrar en diálogo con los mejores creadores de ideas, construir
un sano espíritu crítico con el que juzgar lo que acontece.
Leer mucho va enriqueciendo nuestra mente hasta permitirnos acceder a la lectura de libros cada vez más arduos y difíciles, que son necesarios para entender los complejos intríngulis de la vida.
Leer favorece la vida del espíritu,
que crece mejor sobre el terreno abonado por la sensibilidad cultural. Leer
afina nuestro mundo interior y la capacidad de disfrutar con la contemplación. Cuántas
veces al leer una frase encontramos la descripción de un sentimiento personal,
de una emoción recóndita, que intuíamos pero no sabíamos definir ni expresar
hasta ese momento.
La
lectura forma parte esencial de la formación
cultural, que es –como explicaba san Josemaría Escrivá, fundador del Opus
Dei- indispensable para el cumplimiento del fin natural y sobrenatural de toda
persona, y es aún más indispensable para todo cristiano corriente, de quienes Dios
espera que sean capaces de transformar el mundo desde dentro, aflorando los
valores del espíritu en y desde los ambientes profesionales y laborales. Y eso
requiere incrementar constantemente la propia cultura, según la capacidad y
posibilidades de cada uno.
El
mundo necesita líderes culturales que muestren la belleza intelectual y moral
de la fe y el modo de vivir cristiano. Personas capaces de idear y difundir
estilos de vida acordes con la dignidad de la persona. Y eso requiere cultura.
Qué leer
Hay
un libro único, capaz de satisfacer todas las inquietudes del hombre: el Evangelio. Es el libro que Dios usa
para hacer presente su Palabra viva, y hablarnos.
Pantocrator del Sinaí |
En
realidad, el Libro por antonomasia es Jesucristo
mismo, Dios hecho Hombre, el Verbo
de Dios encarnado. Jesús es la Palabra que Dios nos envía en su Hijo.
El
evangelista san Juan nos dice que “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba
con Dios, y el Verbo era Dios.” Jesús es la Palabra que Dios nos dirige, a cada
persona, para que conociéndola seamos capaces de entender quiénes somos, de
dónde venimos, cuál es nuestro destino, y el Camino para llegar: “Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida”, nos dice Jesús de Sí mismo.
Por
eso la primera “lectura”, la esencial, es mirar y contemplar a Jesucristo, escuchar lo que su Vida y su Humanidad nos
dice. Santo Tomás de Aquino, una de las mentes más poderosas de la historia,
que había escrito unos libros impresionantes, un buen día, tras un suceso
extraordinario en su interior mientras celebraba la Misa, dejó de escribir. A
quienes le preguntaban por qué ya no escribía, les decía que había entendido
que el mejor libro, el que encerraba toda la sabiduría, era Cristo en la Cruz:
ahí estaba todo.
El Evangelio nos narra los hechos y palabras esenciales que Jesús nos dirige a cada uno. No “nos dirigió”, porque nos las sigue dirigiendo. Es un libro que goza de algo que no tiene ningún otro: está inspirado por el Espíritu Santo. Un libro vivo, que esconde en niveles siempre más profundos llamadas al corazón y a la mente de cada persona que lo lee o escucha.
San Josemaría, refiriéndose
al Evangelio, escribió: “Lo que allí se narra no sólo has de saberlo: has de vivirlo”. Y
recomendaba que fuese una lectura meditada, a ejemplo de María, que conservaba
en su corazón todo lo que veía y escuchaba a su Hijo. Desde luego también sirven los audios, aunque la lectura facilita más meditación.
Contemplar
a Jesús. Leer y meditar su Vida en el Evangelio. Y asentar todo lo que ahí
aprendemos sobre la base humana de una cultura que hacemos crecer con nuestras
lecturas, con lo mejor que la mente humana ha sido capaz de escribir a lo largode la historia. No lo último es lo mejor.
Entre
los grandes libros están los de los grandes santos, pero también los de los buenos
novelistas, historiadores, filósofos, científicos, biógrafos… Aunque cada cual
tiene sus gustos y preferencias, nos conviene leer de todo, mucho y bueno.
Aquí
sugiero una propuesta básica de libros que contienen, a mi juicioo y cada uno en su estilo,
una visión rica y coherente del ser humano. De diversas maneras, tienen en
común que ayudan a entender mejor a la persona y al mundo en que vivimos.
Están
divididos por áreas temáticas. Los hay de erudición y de entretenimiento. Pero
de todos se pueden extraer valores.
Antropología
En torno al hombre.
José Ramón Ayllón
Creación
y pecado. Josep Ratzinger
Antropología. Juan Luis
Lorda
Ética y virtudes
Las virtudes
fundamentales. Josep Pieper
Ética a Nicómaco.
Aristóteles
Moral, el arte de
vivir. Juan Luis Lorda
Desfile de
modelos. José Ramón Ayllón
Sexualidad, amor y
santa pureza. J.M. Ibáñez Langlois
Carta a los jóvenes.
Juan Pablo II
Verdad,
valores, poder. Josep Ratzinger
Cartas del diablo a su
sobrino. C.S. Lewis
Literatura
El principito. A de
Saint Exupery
Matar un ruiseñor.
Harper Lee
La última del cadalso.
Gertrud von le Fort
Los novios.
Alejandro Manzoni
El Señor de Bembibre.
Eugenio Gil y Carrasco
Rebelión en la
Granja. Orwell
La nueva vida de
Pedrito de Andía. Rafael Sánchez Mazas
La isla del tesoro.
Stevenson
En lugar
seguro. Wallace Stevens
Biografías
La
puerta de la esperanza. J.A. Vallejo Nájera
Confesiones. San
Agustín
Libro de su vida.
Teresa de Jesús
Tomás Moro. Vázquez de
Prada
Dios o nada.
Robert Sarah
Santo Tomás de Aquino. Chesterton
Olor a
yerba seca. Memorias. Alejandro Llano
Contexto histórico
Tiempos modernos. Paul
Jhonson
Historia
de las ideas contemporáneas. Mariano Fazio
Leyendas negras de la
Iglesia. Vittorio Messori
Historia de España
moderna y contemporánea. José Luis Comellas
Una mirada a Europa.
Josep Ratzinger
Dios y el mundo. Josep
Ratzinger
El pontificado
romano en la historia. José Orlandis
Un adolescente en laretaguardia. Gil Imirizaldu
Religión
Conocer a Jesucristo.
Frank J. Sheed
Vida de Jesús. Francisco Fernández Carvajal
Jesús
de Nazaret. Benedicto XVI
¿Es razonable ser
creyente? Alfonso Aguiló
El regreso del hijopródigo. J.M. Nouwen
El poder
oculto de la amabilidad. Lovasik
Para ser cristiano.
Juan Luis Lorda
Amigos de Dios. Josemaría
Escrivá de Balaguer
Catecismo de la Iglesia Católica
Una buena selección de
libros de espiritualidad, ordenada por etapas en nivel creciente de formación: https://www.delibris.org/es/node/214454
Sitios de internet con buenas sugerencias sobre lecturas: