Mostrando las entradas para la consulta jesús de nazaret ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas para la consulta jesús de nazaret ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas

miércoles, 15 de mayo de 2019

La infancia de Jesús


Jesús de Nazaret. La infancia. Joseph Ratzinger
Genealogía de Jesús, Dios hecho hombre



He releído La Infancia de Jesús, última publicación de la trilogía sobre Jesús de Nazaret de Joseph Ratzinger. Sabroso. A cada paso, nuevas luces. Es un don que tienen las obras del papa emérito Benedicto XVI: su potencia intelectual abre nuestra mente, iluminando con luces nuevas verdades de las que hasta ahora habíamos captado apenas la superficie.

Especialmente me han impactado sus reflexiones sobre la pregunta por el  de dónde viene Jesús, y las respuestas que se nos dan en el Evangelio.

Benedicto se fija en el significado de las diversas genealogías que los evangelistas nos presentan, de modos diversos pero con significados ricos y complementarios.

Tras el pecado original el hombre se convirtió en una bestia, se nubló su capacidad de distinguir el bien y se debilitó su voluntad de realizarlo. La Encarnación del Verbo es una verdadera nueva creación del hombre, a la que Dios nos invita: es preciso renacer de nuevo, y eso es lo que hacemos en el Bautismo.

Del mismo modo que somos herederos del pecado original de nuestros padres, por el Bautismo heredamos desde el primer momento de nuestra existencia el nacimiento a la nueva creación obrada por el Espíritu Santo, que en Jesucristo nos hace hijos de Dios en un grado más alto que antes del pecado original: es una verdadera nueva creación.

Explica Benedicto que los evangelistas Mateo y Lucas presentan la genealogía de Jesús de modos diferentes, pero complementarios. Buscan el número simbólico de 70 ascendientes, porque 70 significa plenitud: Jesús, al nacer, acoge y hace suya a la humanidad entera.

Mateo, tras mencionar a cada uno de los ascendientes varones con la fórmula “engendró a…”, da un quiebro al llegar a José y, contra lo usual, menciona a la Madre: “… José, esposo de María, de la cual nació Jesús…” Y es que en María aparece algo nuevo, se inaugura una nueva creación, obrada por el Espíritu Santo, que da un rumbo nuevo y decisivo a la humanidad.

Con Jesús nace un modo nuevo de ser persona, al que se nos invita a sumarnos. Jesús es hombre, es uno de los nuestros. Pero es también Dios, que se ha hecho uno de nosotros para que también nosotros tengamos acceso a esa vida nueva. “He aquí que Yo hago nuevas todas las cosas.”

Tampoco es anecdótico que en la genealogía de Jesús aparezcan los nombres de 4 mujeres. ¿Por qué aparecen? Algunos, dice Benedicto, han dicho que les une su condición de pecadoras. Pero no, les une sobre todo su condición de gentiles, no pertenecientes al pueblo de Israel. Ahora la Nueva Ley ya no es solo para el pueblo elegido, sino para la humanidad entera.

Juan no recoge ninguna genealogía, pero comienza su evangelio con la respuesta a la pregunta clave sobre Jesús: ¿de dónde viene? Es la misma pregunta que le hará Pilato: ¿De dónde eres tú? La misma que se hacen los judíos: “¿De dónde ha salido este, pues conocemos a sus padres y parientes? ¿No es el hijo de José, el artesano?

Es a esa pregunta a la que responde Juan al comienzo de su Evangelio: “En el Principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios… Y se hizo carne, y acampó (levantó su tienda) entre nosotros.

El hombre Jesús, dice Ratzinger, es el acampar el Verbo entre nosotros. Su existencia humana es la tienda del Verbo. Y la tienda es el lugar del encuentro. Su de dónde es el principio mismo, la causa primera de todo, la luz que hace del mundo un cosmos. Viene de Dios, es Dios mismo que viene a inaugurar un nuevo modo de ser persona.

A cuantos le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.” (Jn 1, 12 ss).

Quien cree en Jesús entra por la fe en el origen personal y nuevo de Jesús, recibe ese origen como suyo propio, entra en el origen de Cristo. Por Cristo, mediante la fe en Él, ahora hemos sido generados de un modo nuevo por Dios, entramos en comunión con Él.

Ahora también nuestra genealogía se ha interrumpido, como la de Jesús al llegar a José. Ahora nuestra verdadera genealogía es la fe en Jesús, que nos da una nueva proveniencia, nos hace nacer de Dios. 

Como Él, ahora vivimos por obra del Espíritu Santo. Aunque mantengamos nuestra genealogía humana y mortal, tenemos esa otra, que hemos de guardar como se debe guardar la dignidad de la realeza. Ahora somos hijos de Dios.




Vale la pena leer el original de Joseph Ratznger. Releerlo con calma. A veces exige un esfuerzo especial de atención para no perder el hilo. Pero el esfuerzo tiene sobrada recompensa.


viernes, 19 de mayo de 2017

Jesús de Nazaret




       Esta impresionante trilogía sobre Jesucristo es fruto de un largo camino interior de Joseph Ratzinger, que comenzó a trabajar en el año 2003, antes de ser elegido Papa. Como afirma en el prólogo, ha sentido la urgencia de presentar la figura y el mensaje de Jesús, del Jesús histórico, que es el mismo Jesús de la fe cristiana.


El auténtico punto de referencia para la fe es la íntima amistad con Jesús. De esa amistad depende todo. Y corremos el riesgo de vaciarla de contenido si los exégetas, llevados de teorías poco fundadas, nos ofrecen unas reconstrucciones de la figura de Jesús no basadas en la realidad histórica sino en teorías personales.


Joseph Ratzinger hace un extraordinario trabajo de investigación histórica y teológica, en diálogo con los principales historiadores y teólogos -también no cristianos- acogiendo lo mejor de cada uno y señalando con rigor intelectual los aciertos, desaciertos y dificultades de cada uno.


Encontrarse con el verdadero Jesús, que vivió en la historia entre nosotros, es posible gracias al dato verdaderamente histórico de la personalidad de Jesús, que se nos presenta plenamente unida y enraizada en Dios. “Sin esa comunión no se puede entender nada, y partiendo de ella Él se nos hace presente también hoy”.


La fe bíblica no se basa en leyendas, sino en hechos históricos reales. Aunque la Escritura contenga diversos estilos de narraciones, la historia forma parte esencial de ella y de la fe cristiana. Por eso desde la fe se puede y se debe afrontar el método histórico: es una exigencia de la misma fe. Así, cuando decimos “et incarnatus est” (“y se encarnó”) estamos afirmando que Dios ha entrado en la historia real, se ha hecho uno de nosotros. Si dejamos de lado su realidad histórica, la fe cristiana queda eliminada y se transforma en otra religión.


La Sagrada Escritura no es mera literatura. Hemos de acudir a ella sabiendo que tiene tres autores que interactúan entre sí, y no son autónomos: el redactor, el pueblo de Dios, y Dios mismo.  El redactor o redactores materiales, que  no actúan solos, sino que se saben parte de un pueblo elegido, el Pueblo de Dios, por el que hablan y al que se dirigen; un Pueblo que a su vez se sabe guiado por Dios, que le habla. 


El trabajo de Benedicto XVI ofrece perspectivas insospechadas para entender mejor pasajes esenciales de la Sagrada Escritura, y especialmente del Evangelio. Con finura interior, y con el rigor intelectual  que le caracteriza, nos ayuda a ponerlos en relación con los problemas esenciales de la humanidad.



Es extraordinario, entre otros,  el pasaje en que analiza la oración sacerdotal de Jesús (Juan 17,20) y su profundo enraizamiento con la tradición judía de la fiesta de la Expiación, que restablece la armonía del pueblo con Dios, perturbada por el pecado, y que para los judíos representa la cumbre del año litúrgico. Porque este es el problema esencial de toda la historia del mundo: el ser hombres no reconciliados con Dios.


La historia de la salvación es la historia de la alianza: Dios ha querido crear un pueblo santo que esté ante Él y en unión con Él, y lo ha querido –dice Benedicto XVI- desde antes de pensar en la creación del mundo. Es más: el cosmos fue creado para que hubiese un espacio para la alianza, para el sí del amor entre Dios y el hombre que le responde.


Jesús, en su oración sacerdotal, se presenta como el sumo sacerdote del gran día de la Expiación. Su cruz y su exaltación son el día de la Expiación para todos, en el que la historia entera del mundo encuentra su sentido y se la introduce en su auténtica razón de ser, en su adonde.


Porque reconciliarse con Dios, “con el Dios silencioso, misterioso, aparentemente ausente y sin embargo omnipresente” es la misión para la que ha sido enviado Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Es la gran voz de san Pablo en II Corintios 5,20 l “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.”

Otro capítulo para meditar con frecuencia es el de la institución de la EucaristíaCon la Última Cena llega la hora de Jesús. La esencia de esa hora queda explicada con dos palabras: paso (metábasis) y amor (agapé) hasta el extremo. Es el amor hasta el extremo el que produce el paso aparentemente imposible: salir de la barrera de la individualidad cerrada e irrumpir en la esfera divina. La transformación se produce mediante el amor.

      La fe no es simplemente una decisión autónoma de los hombres. La fe se debe a que Dios sale al encuentro de los hombres, a que las personas son tocadas interiormente por el Espíritu de Dios, que abre su corazón y lo purifica.




miércoles, 28 de abril de 2021

Jesucristo

 



Jesucristo. Karl Adam

Conocer cada vez mejor a Jesús, el Hijo de Dios hecho Hombre, es un objetivo que debería perseguir todo cristiano. Al fin y al cabo, la vida cristiana consiste en seguirle de cerca, “tan de cerca que nos identifiquemos con Él”, solía decir san Josemaría.

Pero conocer a Jesús ¿no debería formar parte de los intereses de cualquier persona de nuestro tiempo, y no sólo de los cristianos? La huella de sus pasos en la tierra, lo que nos dicen de Él no sólo la teología y los estudios de los Padres de la Iglesia, sino también la historia, la arqueología, los testimonios de quienes le llegaron a conocer personalmente, lo que nos dice la propia tradición de la Iglesia, transmitida generación tras generación hasta nuestros días… ¿no debería ser una tarea ineludible para cualquier persona de nuestros días? Porque sin conocer mínimamente a Jesús no es posible entender el mundo de hoy ni los últimos dos mil años de historia.

El sacerdote y teólogo alemán Karl Adam escribió esta obra pensando precisamente en los hombres de nuestra época y sus dificultades para reconocer lo divino. ¿Es posible hoy que una persona culta acepte la divinidad de Jesús? ¿Qué debemos mirar para reconocerle? ¿Qué nos dice la historia? ¿Cómo alcanzar o reforzar la fe?

Con rigor y profundidad propias de un buen intelectual, Karl Adam nos ofrece un análisis de las fuentes históricas, que arrojan una luz extraordinaria sobre el modo de ser y la conducta de Jesús, sobre su propia intimidad espiritual y sobre el sentido y alcance de los aspectos esenciales de su vida y de sus enseñanzas: la Cruz, la Eucaristía, la Resurrección, la filiación divina y la fraternidad de todos los hombres...


La Piedad, Miguel Ángel


 

Me han parecido especialmente reseñables tres puntos:  

1.  Disposiciones para buscar a Cristo, Dios-Hombre

En nuestros días la mentalidad del hombre se ha ido cerrando a todo lo que está por encima de lo visible a los ojos y lo medible por los sentidos. Tenemos la vista atrofiada para lo invisible, para lo santo y lo divino.

Por eso, antes de tratar de la realidad de Jesucristo, nos resulta ineludible preparar previamente nuestra mentalidad, nuestra actitud:   

a)  Necesitamos una conciencia conmovida e inquieta ante la posibilidad de lo divino.

b)  Una actitud franca y leal, sin prevenciones ni prejuicios, frente a la posibilidad de lo divino, de los milagros.

c)  Una búsqueda humilde y respetuosa, inspirada no en una curiosidad científica, sino en nuestra necesidad existencial de salvación y felicidad, conscientes de nuestra insuficiencia y fragilidad.

 

El alma humana, como ser condicionado y finito que somos, está esencialmente relacionada con un Absoluto, y experimenta esa relación en lo más profundo de su sentimiento vital: como falta de plenitud, como una difusa necesidad de eternidad y perfección, como una fiebre ansiosa de Dios. Lo expresó muy bien san Agustín: “Nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Dios.”

Esta “angustia metafísica” es más fuerte en el hombre de conciencia recta, que experimenta más hondamente la congoja íntima del sentido de culpabilidad ante lo moralmente santo.

 

2.  La fe es un don de Dios: un don sobrenatural, pero no arbitrario

Llegamos al reconocimiento del misterio sobrenatural de Cristo por el camino de la fe, no por el de la ciencia. Esa fe es obra divina, sobrenatural, tanto por su objeto como por su origen: es un don de Dios. (Eph 2,8)

Esa fe en el misterio de Cristo, sobrenatural en su origen, no es, sin embargo, arbitraria. Descansa sobre la evidencia histórica de la credibilidad de Jesús y de su obra: Per Iesum ad Christum: por el conocimiento de Jesús de Nazaret llegamos al reconocimiento de Jesucristo Redentor, Dios y Hombre verdadero. Cuando los teólogos exponen los motivos de credibilidad de Jesús, preparan la fe sobrenatural en Él, pero no la producen.

El argumento de credibilidad establecido por consideraciones puramente históricas y de razón, no logra toda su fuerza concluyente y directiva para el espíritu, cargado con las consecuencias del pecado original, hasta el momento en que la gracia redentora de Dios libera al entendimiento y la voluntad del ser humano de sus trabas hereditarias.

La gracia de Dios está tanto al principio como al fin de nuestro camino hacia Cristo: no es la palabra humana, sino la verdad y el amor de Dios quienes nos mueven.

 

3.  Jesús mismo nos pide confiar en Él: “Tened confianza: soy Yo, no temáis”

Un día, los discípulos navegaban por el lago de Generaseth. Era la cuarta vigilia de la noche. Y he aquí que vieron a Jesús caminar sobre las aguas. “Todos le vieron” dice Marcos 6,49. Le vieron claramente. No obstante, les invadió el miedo: ¿no será tal vez un fantasma, un espectro? “Y gritaron. Entonces Jesús les habló: Confiad, soy Yo, no temáis.”

También nosotros, navegando por el mar agitado del conocimiento puramente humano, aunque sea religioso, veremos claramente a Jesús. Sin embargo, quizá nos asaltará el miedo: ¿no será todo ello un fantasma, una ilusión? Esta será posible mientras permanezcamos en lo puramente humano. Solamente cuando Jesús mismo hable, cuando su palabra divina y su gracia nos alcancen, desaparecerá toda posibilidad de engaño y todo temor: “Consolaos, Yo soy, no temáis.”

Por eso es tan necesaria para el cristiano, y para todo el que desea encontrarse con Cristo, la oración continua, que es un reconocimiento de la propia insuficiencia.

Dios premia siempre a quienes le buscan con actitud sincera, con la rectitud de quien orienta su vida hacia el reconocimiento de la verdad, aunque aparentemente no coincida con sus intereses materiales.

Con esa disposición previa, libre de prejuicios y confiada y abierta a la verdad que se nos manifieste, la lectura del libro resulta sumamente amable y enriquecedora. Y nunca mejor aplicado lo de Sumamente, teniendo en cuenta que se trata del conocimiento de Dios que se nos revela.

 

Sobre el mismo tema:

Jesúsde Nazaret. Joseph Ratzinger

50 preguntas sobre Jesucristo y la Iglesia

 

martes, 22 de diciembre de 2020

Lecturas: las ventajas de leer mucho y bueno

 

Foto El País


Ventajas de leer

Cuenta Teresa de Jesús, la santa de Ávila, que de niña devoraba novelas de caballerías. Siempre tenía alguna leyendo, y esperaba con ansia que le trajeran otra en cuanto la terminaba.

Al pasar los años, Teresa reflexionaba sobre el impacto en su personalidad de ese afán infantil y juvenil por la lectura. Sus conclusiones nos pueden servir.

a)       Esas lecturas le dejaban un cierto sabor de servidumbre (apego o esclavitud) y de irrealidad, porque leía cosas irreales, la vida no era así.

b)             A la vez descubrió el poder cautivador de la lectura y de contar historias: cuando abría un libro, aquello cobraba vida. Gracias al lenguaje humano. los libros nos dicen cosas, que luego nos acompañan en nuestra relación con la realidad. Cosas que, si el autor es bueno, nos ayudan a conocernos mejor, a conocer mejor a los demás, a modular nuestra forma de relacionarnos con cada persona. Leer permite afrontar mejor la vida y las relaciones.

c)               El riesgo no residía en el hecho de la lectura, sino en leer sólo por mera evasión. La lectura debe servir para la vida, y por eso quien escribe ha de ser capaz de despertar sentimientos, ideas y valores que sirvan para la vida. De lo contrario, corren el riesgo de hacernos perder el tiempo.  

d)               Gracias a su mucho leer adquirió un estilo propio, ágil, gracioso y fluido, con el que –al hacerse mayor- pudo comunicar de manera sencilla, atractiva y cautivadora su rica realidad interior, describir el ambiente en que vivió, las personas con las que se relacionaba, las costumbres de la época y, sobre todo, su apasionada experiencia personal de la relación con Jesucristo.


Edith Stein, intelectual judía. Leyendo a santa Teresa se convirtió a la fe católica

Los escritos de Santa Teresa han hecho bien a millones de personas, y han acercado a la fe a personajes como Edith Stein, hoy santa Teresa Benedicta de la Cruz.

También Edith Stein era una inquieta intelectual judía. Leía mucho. Esperando en casa de un amigo, tomó al azar un libro de su biblioteca. Era El libro dela vida, de santa Teresa de Jesús. Lo leyó de un tirón, y al terminar concluyó: “Aquí está la verdad”. Fue el detonante de su conversión a la fe católica, como rememoraba años más tarde en su autobiografía Estrellas amarillas.

Como Teresa de Jesús y Edith Stein, muchos de los grandes santos han sido grandes lectores. No hay más que recordar a san Agustín o a santo Tomás de Aquino.

San Josemaría Escrivá conocía los clásicos desde joven: expresiones de los Episodios Nacionales, de Benito Pérez Galdós, y de muchos otros autores, afloran con naturalidad en sus escritos, y contribuyen a dar plasticidad y estilo propio a sus obras y a su predicación.

 

Foto opusdei.es

La lectura de buenos libros es un ejercicio necesario para nuestras facultades intelectuales, afina el espíritu y abre horizontes de buenas ideas y nuevas formas de expresarlas.

La lectura nos ayuda a pensar. Quien ha leído mucho tiene más fácil el pensamiento discursivo, una conversación más rica y fluída, porque la lectura nos amplía el vocabulario. Es penoso escuchar “conversaciones” entre personas que apenas conocen el significado de unas pocas decenas de palabras, y tienen que acudir a gruñidos, tacos o aspavientos para comunicar sus opiniones o estados de ánimo.

Quien lee mucho, adquiere vocabulario, y así sabe llamar a las cosas por su nombre, que es el único modo de poseerlas: ser capaz de nombrar, de dar nombre, es manifestación de posesión y dominio. ¡Qué distinto es un paseo por el monte, cuando conocemos los nombres de las plantas y las podemos nombrar! Del mismo modo, qué distinto es nuestro pasear entre las personas cuando sabemos identificar y nombrar sus reacciones y sentimientos, y cuando sabemos expresar apropiadamente los nuestros.

Leer nos aporta riqueza de lenguaje, conocimientos y capacidad expresiva, y con ese bagaje podemos entrar en diálogo con los mejores creadores de ideas, construir un sano espíritu crítico con el que juzgar lo que acontece.

Leer mucho va enriqueciendo nuestra mente hasta permitirnos acceder a la lectura de libros cada vez más arduos y difíciles, que son necesarios para entender los complejos intríngulis de la vida.

Leer favorece la vida del espíritu, que crece mejor sobre el terreno abonado por la sensibilidad cultural. Leer afina nuestro mundo interior y la capacidad de disfrutar con la contemplación. Cuántas veces al leer una frase encontramos la descripción de un sentimiento personal, de una emoción recóndita, que intuíamos pero no sabíamos definir ni expresar hasta ese momento.

La lectura forma parte esencial de la formación cultural, que es –como explicaba san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei- indispensable para el cumplimiento del fin natural y sobrenatural de toda persona, y es aún más indispensable para todo cristiano corriente, de quienes Dios espera que sean capaces de transformar el mundo desde dentro, aflorando los valores del espíritu en y desde los ambientes profesionales y laborales. Y eso requiere incrementar constantemente la propia cultura, según la capacidad y posibilidades de cada uno.

El mundo necesita líderes culturales que muestren la belleza intelectual y moral de la fe y el modo de vivir cristiano. Personas capaces de idear y difundir estilos de vida acordes con la dignidad de la persona. Y eso requiere cultura.

 

Qué leer

Hay un libro único, capaz de satisfacer todas las inquietudes del hombre: el Evangelio. Es el libro que Dios usa para hacer presente su Palabra viva, y hablarnos.


Pantocrator del Sinaí


En realidad, el Libro por antonomasia es Jesucristo mismo, Dios hecho Hombre, el Verbo de Dios encarnado. Jesús es la Palabra que Dios nos envía en su Hijo.

El evangelista san Juan nos dice que “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.” Jesús es la Palabra que Dios nos dirige, a cada persona, para que conociéndola seamos capaces de entender quiénes somos, de dónde venimos, cuál es nuestro destino, y el Camino para llegar: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, nos dice Jesús de Sí mismo.

Por eso la primera “lectura”, la esencial, es mirar y contemplar a Jesucristo, escuchar lo que su Vida y su Humanidad nos dice. Santo Tomás de Aquino, una de las mentes más poderosas de la historia, que había escrito unos libros impresionantes, un buen día, tras un suceso extraordinario en su interior mientras celebraba la Misa, dejó de escribir. A quienes le preguntaban por qué ya no escribía, les decía que había entendido que el mejor libro, el que encerraba toda la sabiduría, era Cristo en la Cruz: ahí estaba todo.

El Evangelio nos narra los hechos y palabras esenciales que Jesús nos dirige a cada uno. No “nos dirigió”, porque nos las sigue dirigiendo. Es un libro que goza de algo que no tiene ningún otro: está inspirado por el Espíritu Santo. Un libro vivo, que esconde en niveles siempre más profundos llamadas al corazón y a la mente de cada persona que lo lee o escucha.

San Josemaría, refiriéndose al Evangelio, escribió: “Lo que allí se narra no sólo has de saberlo: has de vivirlo”. Y recomendaba que fuese una lectura meditada, a ejemplo de María, que conservaba en su corazón todo lo que veía y escuchaba a su Hijo. Desde luego también sirven los audios, aunque la lectura facilita más meditación.


                                  


Contemplar a Jesús. Leer y meditar su Vida en el Evangelio. Y asentar todo lo que ahí aprendemos sobre la base humana de una cultura que hacemos crecer con nuestras lecturas, con lo mejor que la mente humana ha sido capaz de escribir a lo largode la historia. No lo último es lo mejor.

Entre los grandes libros están los de los grandes santos, pero también los de los buenos novelistas, historiadores, filósofos, científicos, biógrafos… Aunque cada cual tiene sus gustos y preferencias, nos conviene leer de todo, mucho y bueno.

Aquí sugiero una propuesta básica de libros que contienen, a mi juicioo y cada uno en su estilo, una visión rica y coherente del ser humano. De diversas maneras, tienen en común que ayudan a entender mejor a la persona y al mundo en que vivimos.

Están divididos por áreas temáticas. Los hay de erudición y de entretenimiento. Pero de todos se pueden extraer valores.


Antropología



El hombre en busca de sentido. Victor Frankl

En torno al hombre. José Ramón Ayllón

Creación y pecado. Josep Ratzinger

Antropología. Juan Luis Lorda


Ética y virtudes



Las virtudes fundamentales. Josep Pieper

Ética a Nicómaco. Aristóteles

Moral, el arte de vivir. Juan Luis Lorda

Desfile de modelos. José Ramón Ayllón

Sexualidad, amor y santa pureza. J.M. Ibáñez Langlois

Carta a los jóvenes. Juan Pablo II

Verdad, valores, poder. Josep Ratzinger

Cartas del diablo a su sobrino. C.S. Lewis


Literatura



El principito. A de Saint Exupery

Matar un ruiseñor. Harper Lee

La última del cadalso. Gertrud von le Fort

Los novios. Alejandro Manzoni

El Señor de Bembibre. Eugenio Gil y Carrasco

Rebelión en la Granja. Orwell

La nueva vida de Pedrito de Andía. Rafael Sánchez Mazas

La isla del tesoro. Stevenson

En lugar seguro. Wallace Stevens

 

Biografías


                                                


La puerta de la esperanza. J.A. Vallejo Nájera

Confesiones. San Agustín

Libro de su vida. Teresa de Jesús

Tomás Moro. Vázquez de Prada

Dios o nada. Robert Sarah

Santo Tomás de Aquino. Chesterton

Olor a yerba seca. Memorias. Alejandro Llano

 

Contexto histórico



Tiempos modernos. Paul Jhonson

Historia de las ideas contemporáneas. Mariano Fazio

Leyendas negras de la Iglesia. Vittorio Messori

Historia de España moderna y contemporánea. José Luis Comellas

Una mirada a Europa. Josep Ratzinger

Dios y el mundo. Josep Ratzinger

El pontificado romano en la historia. José Orlandis

Un adolescente en laretaguardia. Gil Imirizaldu

 

Religión


Conocer a Jesucristo. Frank J. Sheed

Vida de Jesús. Francisco Fernández Carvajal

Jesús de Nazaret. Benedicto XVI

¿Es razonable ser creyente? Alfonso Aguiló

El regreso del hijopródigo. J.M. Nouwen

El poder oculto de la amabilidad. Lovasik

Para ser cristiano. Juan Luis Lorda

Amigos de Dios. Josemaría Escrivá de Balaguer

Catecismo de la Iglesia Católica

Una buena selección de libros de espiritualidad, ordenada por etapas en nivel creciente de formación: https://www.delibris.org/es/node/214454

 

Sitios de internet con buenas sugerencias sobre lecturas:

http://www.delibris.org/es/

http://troa.es 

https://www.aceprensa.com/

 

 

viernes, 31 de julio de 2020

Cardenal Sarah: avisos para navegantes


                     

Se hace tarde y anochece, Dios o nada, La fuerza del silencio, Desde lo más profundo de nuestros corazones… son los expresivos títulos recientemente publicados por el cardenal Robert Sarah,  prefecto de la Congregación del Culto Divino de la Iglesia católica desde 2014. 

Su contenido se podría describir como verdaderos avisos para navegantes, que eso somos todos en el mar agitado de nuestro mundo actual.

Su aguda percepción de lo que acontece en el mundo es propia de un hombre bien informado que además contempla la realidad con la penetrante mirada de la fe cristiana. Sus respuestas al periodista Nicolas Diat dan luz  no sólo a  los cristianos sino a todo hombre de bien. 

Son respuestas avaladas por la experiencia vital del cardenal Sarah, que ha sufrido en carne propia la barbarie, y también por esa sabiduría profética propia de los hombres de Dios, que les permite conocer las consecuencias que se derivarán de nuestras conductas, y por eso son capaces de avisarnos cuando aún tenemos margen para rectificar. 

Se hace tarde y anochece…” Es hora de cambiar nuestros estilos de vida antes de que la noche caiga sobre nosotros.

Extraigo algunas breves anotaciones tomadas de sus publicaciones. Son muy parciales y no textuales, y van unidas a otras ideas para la reflexión personal al filo de su lectura.  Van agrupadas bajo epígrafes que me han parecido significativos para facilitar su localización. Lo mejor sin duda es la lectura directa y completa de los libros.



Una sociedad en la que Dios no tiene cabida

Muchas personas en Occidente viven como si Dios no existiera. Les molesta. “Dios es un problema para la paz”, dicen. “Organicémonos dejando de lado a Dios”. Con su actitud recuerdan el grito de la rebelión inicial de los ángeles malos contra su Creador: “¡No serviré!”. “¡Hagamos un mundo sin Dios, y ya nunca habrá guerras…” 

Es la nueva Babilonia, que no quiere rendir culto al Dios único y verdadero, y sin embargo se ha creado sus nuevos dioses,  a los que se obliga servilmente: las ideologías totalitarias, ahora bajo la forma del  ateísmo líquido imperante, que margina a quien no se le somete.  

La historia enseña que una sociedad que deja de lado a Dios pronto se deshumaniza y acaba convirtiéndose en un infierno. Miremos lo que supuso el comunismo en Rusia y sus satélites, el nazismo en Alemania, y hoy en día lo que sigue sucediendo en la China roja capital-comunista, en Venezuela o en la deprimente Corea del Norte. 

Pero miremos también a las sociedades democráticas occidentales, que crecieron gracias al impulso de unos valores de origen cristiano, y ahora extienden un materialismo capitalista radical que busca un nuevo orden a base de individuos desarraigados, sin tradición, sin raíces, para que sean más manipulables y fáciles de controlar por el mercado.

En las democracias occidentales la tentación totalitaria es la de una razón que se niega a dejarse purificar por la religión. En el islam fanático sucede al revés: el totalitarismo viene de una religión que se niega a dejarse purificar por la razón. Los cristianos confían en la razón y reclaman la libertad religiosa para que todo el mundo pueda abrazar libremente la verdad. El islam, en cambio, no entiende de libertad: impone su fe empleando la fuerza y la violencia, en nombre de un dios capaz de ordenar lo que es contrario a la dignidad humana.

Hay bastante parentesco entre el espejismo comunista, la locura nazi y el liberalismo democrático tal  como hoy lo entienden y tratan de imponer algunos. Los dos primeros, para lograr su prometida “felicidad a la fuerza” idearon los campos de exterminio. El liberalismo democrático radical, ejercido desde algunos estados occidentales, usa el adoctrinamiento estatal desde la niñez, usurpando el papel de los padres, y la persecución mediática del disidente.



Ídolos del ateísmo líquido

El dinero (dice un proverbio que “cuando el dinero habla, la verdad calla”); la libertad vaciada de contenido (el hombre occidental no soporta ninguna restricción); y el endiosamiento de la democracia (en nombre de la democracia se han masacrado naciones enteras en Oriente Medio y África: Irak, Siria, Libia… países en los que existía un statu quo en el que los cristianos podían vivir, y ahora es imposible); el placer; el poder… son los nuevos ídolos para muchos occidentales.

La Unión Europea (dice Sarah con rotundidad, refiriéndose a algunas directrices comunitarias recientes) sacrifica la historia y la identidad de los Estados por mero interés económico, impone una ideología libertaria que no tiene nada que ver con la deseable cooperación entre pueblos y naciones: la UE piensa que para facilitar la cooperación es preciso borrar las identidades, y con eso corta el flujo de la savia que ha dado vida e identidad a Europa.

Dirigentes de la ONU parecen soñar con un gobierno mundial que arrase las tradiciones y culturas de los pueblos. Las grandes fundaciones filantrópicas occidentales buscan reducir la natalidad en África y poner las naciones al servicio de los objetivos de las multinacionales occidentales. No les importa para lograrlo fomentar las guerras para debilitar, destruir y saquear. Son palabras fuertes que por desgracia muchos hechos confirman.

El individualismo es otro de los males de occidente. Ha generado derechos antinaturales, que han conducido a supuestos derechos transnaturales con los que el hombre quiere redefinir su propia naturaleza: el derecho al hijo, a la eugenesia, al cambio de sexo…

Consumismo. La decadencia de occidente es consecuencia de que los cristianos hayan abandonado su misión: ser la sal de la tierra. Se han mundanizado, y muchos han entrado en el círculo vicioso de la sociedad de consumo: producir y consumir; producir más para consumir aún más.

El buen consumo debería ayudarnos a adquirir mayor calidad interior, moral y espiritual. El consumismo es una utopía que corrompe y reduce al hombre a una dimensión puramente terrenal, y construye una sociedad en la que quien carece de valor de mercado no tiene hueco: todo está dominado por los flujos económicos.

Pero los valores de la amistad, la belleza, el estudio, la contemplación, la oración… sólo surgen en espacios de gratuidad, nunca en el desierto de la rentabilidad dominante. Es urgente crear espacios donde tener la experiencia de la gratuidad, porque es condición de supervivencia para la humanidad.



Trampas del ateísmo

El ateísmo líquido es una enfermedad grave, muy peligrosa porque sus síntomas aparentan ser benignos: unas concepciones falseadas de valores tan nobles como tolerancia, compasión, libertad, bienestar… Y se infiltra por todos los rincones vaciados previamente de la fe y la gracia. Aceptamos hipótesis, teorías, sloganes… que socaban nuestras creencias, sin fijarnos en quién los promueve y qué significan realmente.

Esas ideas materialistas se instalan en nuestro espíritu. No chocan violentamente con las ideas cristianas, lo que significa que nuestras ideas cristianas no son consistentes. Su primer efecto es un letargo de la fe, una anestesia de la capacidad de reconocer el error (el cristiano debe tener una fina “nariz católica” para detectar lo que no es acorde con la fe).

El ateísmo líquido es la trampa definitiva del tentador: fomenta la división, el resentimiento, la mentalidad de partido, la sospecha, la hostilidad… Y lo hace de forma escurridiza. Por eso un cristiano debe proponerse seriamente no contemporizar con ninguna forma de mentira (hipocresía, calumnia, crítica destructiva, marginación del pobre que no aporta al sistema…);  en el cristiano no pueden convivir la luz y las tinieblas, por apatía o comodidad.

No se trata de denunciar o atacar a nadie. Se trata de ser firmemente fieles a Cristo. No podemos cambiar el mundo, pero podemos cambiar nosotros. Si todos tomáramos esa decisión, el sistema de la mentira caería. Su única fuerza es el lugar que ocupa en nosotros. Se alimenta sólo de mis compromisos con la mentira.



Existe una verdad superior al Estado

Ya Agustín de Hipona señaló que si no hay una instancia superior al Estado, pronto los gobiernos se convierten en bandas de ladrones. Existe la verdad, existe el bien, no son ideas nuestras ni fruto del consenso, sino que son realidades externas a nosotros, que se nos han dado, y tenemos la capacidad natural de acercarnos a ellas. Si el hombre no fuera capaz de la verdad, tampoco sería capaz de la ética, no tendría parámetro ninguno sobre lo que está bien o está mal.

La gran tentación de las sociedades políticas consiste en olvidar que ni su fundamento ni su fin último residen en ellas mismas. Ningún Estado puede ofrecer la paz y el bienestar perpetuo, prometer una felicidad total ni una libertad absoluta. Es otro engaño del ateísmo líquido actual. Cuanto más se lo crea, más totalitario será.


Doctrina social de la Iglesia

Una sociedad democrática en la forma necesita además un contenido de fondo: el derecho, el bien. Si no, se organiza alrededor de la nada. El derecho requiere un fundamento trascendente recibido por el hombre. No puede constituirse a sí mismo sin que la autoridad política caiga en la tentación de convertirse en poder totalitario. Hay que recordar a todos que Hitler fue elegido democráticamente

Benedicto XVI afirmó, recordando a san Agustín,  que un estado que pretenda ser agnóstico, que edifique el derecho exclusivamente sobre las opiniones de la mayoría, y no en virtud de un criterio universal, pronto se desintegra porque la guía de su conducta no es diferente a la de una banda de ladrones, que actúa por criterios de grupo necesariamente parciales: 

“La meta del Estado no puede consistir en una mera libertad exenta de contenido; para fundamentar un ordenamiento razonable y vivible de la convivencia necesita un mínimo de verdad, de conocimiento del bien, que no es manipulable. De lo contrario el Estado queda rebajado al nivel de una banda de ladrones que funciona bien, determinado exclusivamente por lo funcional y no por la justicia, que es un bien para todos.” 

Por eso es preciso conocer bien la doctrina social de la Iglesia, que argumenta desde la razón y el derecho natural, o sea a partir de lo que es conforme a la naturaleza de todo ser humano. Con la Iglesia, un cristiano tiene la misión de ayudar a formar las conciencias, que crezcan la percepción de las verdaderas exigencias de la justicia y la disponibilidad de actuar conforme a la justicia.

Benedicto XVI enseña que, como expresiones de fraternidad, el principio de gratuidad y la lógica del don deben tener espacio en las relaciones mercantiles. La relación económica debe convertirse en una relación justa entre hombres justos, y por tanto estar abierta a la gratuidad, a la misericordia y a la comunión, manifestando así el amor de Dios en las relaciones humanas y convirtiéndolas en obras salvíficas.

No es misión de la Iglesia  hacer valer políticamente esa doctrina, pero sí es misión de todo cristiano conocerla y pensar libremente posibles soluciones acordes con esa luz. Serán muchas posibilidades. Algunos no admitirán ese esfuerzo mental, pero hay que saber que la razón que no se deja purificar se convierte en totalitarismo, por mucho que se revista de democracia.

Hay que afirmar la capacidad de verdad del hombre como límite de cualquier poder. El hombre tiene una capacidad esencial de alcanzar la verdad y el derecho de buscarla libremente hasta que la encuentre.

Ese orden natural que los cristianos tienen el deber de defender es el bien de cualquier hombre. Para reconocerlo no hace falta profesar la fe cristiana. Es accesible a todos. Al proclamarlo sin miedo no actúan en nombre de un partido contra otro, sino que son testigos de la verdad y defensores de la naturaleza humana. Hay que estar dispuestos a sufrir y morir por dar testimonio de la verdad.


Crear oasis que irradien la experiencia vital de la fe

No podemos confiar en un mundo cuyo fundamento es el ateísmo. Los laicos deben replantearse sus relaciones sociales y profesionales, el modo de descansar, formarse, informarse y educar a los hijos, para que su vida diaria no les aleje de Dios y les permita una auténtica coherencia con su fe. Su misión es crear oasis en los que se respire esa Presencia de Dios, donde los hijos y sus amigos crezcan experimentando en lo que les rodea el modo de ser cristiano

Por eso ha dicho Benedicto XVI que “debemos abrir lugares de experiencia de fe a quienes buscan a Dios.” Conmueven las familias cristianas que optan por instalarse junto a una parroquia vibrante. Desean vivir al ritmo de la Iglesia y convertir su vida en una auténtica liturgia. Desean que sus hijos no tengan únicamente ideas cristianas abstractas, sino que vivan la experiencia cristiana en un entorno impregnado de presencia divina y una intensa vida de piedad y oración. 

Parroquias, colegios, actividades de formación y diversión, lugares de veraneo, fiestas, iniciativas solidarias y de acción social… Hay que crear o sumarse a lugares e iniciativas que facilitan la experiencia de la fe.



Remedios: fe, confianza

Renovar la fe, adormecida y asustada ante la tormenta. La oración: no dejar que el ruido (enemigo de la reflexión y del amor) nos impida alimentarnos del único y principal remedio. “Este tipo de demonios solo se van con oración y ayuno.” Cogernos de la mano de Dios y estrecharla más fuertemente. “No temáis, Yo he vencido al mundo.” “No temáis, hombres de poca fe…”

La fe no es adhesión a unas ideas, sino a una Persona. Adhesión significa seguimiento cercano. ¿Cómo cuánto de cercano es nuestro seguimiento de Jesús? Él es la encarnación de las bienaventuranzas. De hecho son una discreta descripción que Jesús hace de sí mismo: bienaventurados los pobres (Él no tiene donde reclinar la cabeza), cuando os persigan y calumnien (como a Él, y para evitarlo a veces nos dejamos llevar por la vergüenza, los respetos humanos a la hora de manifestar nuestro estilo de vida cristiano porque choca con el ambiente…), los limpios de corazón (Él ve continuamente al Padre, porque es recto y limpio en su actuar…), los misericordiosos, porque Él es la Misericordia…

Como ha explicado Benedicto XVI en Jesús de Nazaret, en las bienaventuranzas Jesús nos hace una velada pero clarísima invitación a vivir como Él, ha venido a inaugurar un nuevo estilo de vida, que es el propio del Amor, dispuesto a cualquier renuncia de Sí mismo por el amado, que somos cada uno. Un estilo que cambia nuestra escala de valores, tergiversada por el pecado original, para hacerlo a la hechura de Dios. Ahora, para vivir hay que morir, tiene más el que más entrega, el amor se mide por obras de servicio y no de egoísmo, las ofensas no se vengan sino que se perdonan…


La fe es un encuentro con una Persona

La fe no es fruto de una decisión ética, es la consecuencia de un encuentro personal con Dios, que nos tiende la mano y nos hace ver la verdad sobre nosotros mismos. Es un encuentro y un seguimiento radical, no mortecino, ni parcial (esto sí, esto no…): así viven muchos cristianos hoy, con un cristianismo cómodo, a la carta, superficial,… alejado del amor, y por tanto tristones, con una bullanga exterior quizá pero vacíos por dentro. Próximos a dejarse arrastrar por el fluído ateísmo que rodea todo.

Cuando decidimos vivir en coherencia con la fe, aunque haya altibajos, saboreamos la alegría que procede de la cercana presencia de Jesús, que nos ha dicho que estará siempre junto a nosotros. Vivimos de la Eucaristía, donde está Jesús glorioso. 

Estamos felices en el sufrimiento, porque con Jesús descubrimos su sentido. Él es la única fuente de alegría, paz, mansedumbre, fraternidad… Por eso hemos de renovar cada día la fe, y crear oasis de verdad, donde la fe encuentre un ámbito favorable.


Vivir de fe

La fe dilata nuestra mirada para observarlo todo según la mirada de Dios. Dilata nuestra inteligencia (contra lo que sostienen algunos neciamente, porque la fe nos permite descubrir razones que la razón sola no alcanza ). La fe no encierra, no nos impide ni prohíbe reflexionar, sino que hace más honda nuestra visión del mundo y de los hombres. La fe ve más allá de la comunicación intelectual. Es una participación en el propio conocimiento de Dios, que cambia nuestra mirada sobre el mundo y los hombres.

Dios no quiere que instauremos una teocracia (dar al César lo que es del César…) pero sí que le instauremos en el centro de nuestras vidas, y que nuestra conducta recta cree oasis crecientes donde las almas puedan encontrarle y adorarle.

Ratzinger: ¿en qué consiste la reforma de la Iglesia? La Iglesia es Obra de Dios, está ahí. Basta que retiremos todo lo sobrante, que son nuestros pecados y nuestro apegamiento al mundo, que  enmascaran la belleza de la Iglesia: retirar mundanidad, bajezas… Y encontraremos las verdades cristianas que se nos han entregado. ¿Pérdida de fe? Una buena confesión y volverá. Eucaristía y Penitencia.

Es momento de fortalecer nuestra fe, y hacer el propósito renovado de que en mí reine Jesucristo, y no la mentira. No contemporizar con la mentira, que es toda la ideología basada en vivir como si Dios no existiera. Así habrá un ámbito más en que establezca su reinado.

Hacer examen: la vida se nos va, y apareceremos ante Dios con las manos vacías… ¿Qué has hecho, con todo lo que te he dado? Ilusión de que cuando Jesús nos tenga que juzgar se ponga contento.



Fe y alegría

En “La Hora 25”, Virgil Gheorghiu, novelista rumano, describe la mirada transformada y transformadora de un niño que observa a la gente que sale de misa un domingo:

“Ahí estaba el pueblo entero…Porque el domingo nunca falta nadie a la liturgia divina. Todo el mundo parecía transfigurado, despojado de cualquier preocupación terrenal, santificado. Y más que santificado: deificado [...]. Sabía por qué eran tan hermosos todos los rostros y por qué brillaban todas las miradas. Porque las mujeres feas eran hermosas. En las mejillas y las frentes de los dos leñadores brillaban unas luces semejantes a las aureolas de los santos. Los niños parecían ángeles. Al salir de la liturgia divina, todos los hombres y todas las mujeres de nuestro pueblo eran teóforos, es decir, Portadores de Dios [...]. Nunca he visto pieles ni carnes más hermosas que las del rostro de los téoforos, de los que llevan en ellos la luz deslumbrante de Dios. Su carne estaba deificada, sin peso y sin volumen, transfigurada por la luz del Espíritu divino».

La fe nos conduce a la experiencia real de la transfiguración. Naturalmente, esta experiencia se vive todos los días en medio de una oscuridad muchas veces árida. Pero saboreamos por adelantado lo que en la eternidad veremos con la misma mirada de Dios.

Tenemos que vivir a la altura de la grandeza de nuestra fe cristiana. Es una luz incomunicable. Sólo podemos dar testimonio de que Dios nos ha salido al encuentro, y se nos ha revelado. No es producto de experiencias internas, sino un acontecimiento que nos llega desde fuera. Se trata de un encuentro con algo o con alguien, que me eleva sobre mí y crea lo nuevo.



Fe y culto

La fe se manifiesta en el culto a Dios. Necesitamos adorar a Dios: no es por Él, sino por nosotros. El ateísmo fluído lo mira con desprecio, y muchos cristianos inficionados también: consideran que el culto a Dios es propio de personas poco maduras, de niños “crédulos”, algo humillante y arcaico. Pero necesitamos recuperar la adoración, que es el reconocimiento de nuestro ser ante Dios.

El culto no es un regalo a Dios, es algo que le debemos. Es de justicia nuestra devoción interior y nuestros gestos exteriores de adoración. Pero es tan grande nuestro orgullo que muchos sacerdotes y fieles tratan con falta de respeto las cosas divinas, como si les repugnara la adoración.

Uno de los rasgos de la civilización cristiana es la cortesía, la elegancia de la criatura ante su Creador, que se manifiesta en la liturgia, en el culto, y es propia de la virtud de la religión (una virtud muy olvidada…)

San Pablo VI: por la naturaleza del hombre, recibimos de los signos exteriores un estímulo para nuestra actitud interior. Por eso la manifestación exterior del sentimiento religioso no solo es un derecho, sino un deber. La exterioridad religiosa es un ropaje de las cosas divinas, una ofrenda humana a la Majestad divina. ¿Qué sería de un amor humano que nunca se manifestara exteriormente?

Pero en el cristianismo solo existe la fe. Hay que negarse a ver las cosas de otra manera que no sea la fe. La única fuente de paz y mansedumbre es conservar nuestra mano en la mano de Dios.



No contemporizar con la mentira

Babilonia era la ciudad del lujo, de la autosuficiencia, refugio de espíritus impuros, que se destruyó a sí misma. Estamos en la crisis de una civilización orgullosa, que se cree suficiente y termina como Babilonia. Queremos hacer una síntesis de Babilonia y cristianismo, y resulta una civilización que dice ser cristiana pero vive como pagana. 

Ha dicho el papa Francisco: “Hasta que Dios dice Basta. Llegará un día en que el Señor dirá: Se han acabado las apariencias de este mundo” (29-11-2018). Así acabarán las grandes ciudades de este mundo, si seguimos por este camino de paganización.

Papa Francisco: “No vendan la pertenencia, la cultura y lo que recibí de mi familia, mi coherencia de vida, mi identidad. No se dejen embaucar: no hay identidades de laboratorio. (…) Yo ¿vendo la historia de mi pueblo?” Sin caer en la idolatría de la nación, hemos de ser conscientes de que nuestro nacimiento nos hace pertenecer a una comunidad de herencia y destino. Una identidad asumida es garantía de la vida fraternal entre los pueblos.”

Solzhenitsyn, en su obra El primer círculo: “¿Que hay de más valioso en este mundo? Ser consciente de no colaborar en las injusticias (ni con la mentira). Son más fuertes que tú, existen y existirán, pero que no sea por tu culpa.”



Confianza

Aunque parezca que todo está perdido, estamos llamados a ser fuertes y confiar. (“Confiad, soy Yo”, recordaba el Papa Francisco el Viernes 27-3-2020). No se nos ha prometido que seremos muchos, pero sí que nuestra eficacia real procederá de la fe. “Hombres de poca fe, por qué tenéis miedo?” “Si tuvierais fe…” “Si pedís con fe, mi Padre os lo concederá…”

A los de Emaús, que caminaban desesperanzados (“se hace tarde y anochece…) les echa en cara su falta de fe: “Necios y torpes de corazón. ¿No era preciso que el Cristo padeciera y así entrara en la gloria? ¿Qué la Iglesia sufriera por ser fiel a su Maestro? Jesús camina junto a nosotros, nos conforta, aviva nuestra fe. Cuando nos habla (oración…) arde nuestro corazón: ¡Quédate con nosotros, porque se hace tarde y anochece!

Él avivará nuestra fe, el don precioso que nos regaló con el Bautismo, se fortalece con la Eucaristía y la Penitencia, y con una vida coherente, comprometida con la verdad. “Confiad: Yo he vencido al mundo.


Esperanza

Los cristianos deben recordar que el Reino de Dios nunca llegará a instaurarse en la tierra. Su esperanza no es de este mundo. La patria definitiva es el Cielo. 

Eso no significa que un cristiano no deba trabajar por mejorar el mundo. No se trata de instaurar una teocracia, sino de hacer presente a Dios, porque un sistema político al margen de Dios, que actúe como si no hubiera una instancia superior, está condenado a convertirse en totalitario y a deshumanizar la convivencia y al hombre mismo.

El cristiano tiene la misión de hacer presente a Dios, mostrando con decisión su Presencia en su vida, una vida libre de ídolos. Un cristiano no se mueve por el dinero, el placer o el poder. El cristiano se esfuerza por convertir nuestras sociedades en espacios de desarrollo, de fraternidad y honradez, de verdad y de justicia, comenzando por el entorno más próximo, familiar y laboral y social.

Algunos dicen que la pretensión de haber recibido la Revelación de Dios esconde intolerancia y es un peligro para la paz. Pero ignoran que el don de la verdad incluye el respeto a la libertad, rasgo indeleble de la naturaleza humana.



Fortaleza y templanza

La ascética es una disciplina de la fortaleza del alma para el dominio del cuerpo con el fin de hacerlo partícipe del esplendor de las realidades espirituales.

La templanza es saludable: la vida de los monjes (sencilla, sobria y humilde) es larga. Gozan de mejor salud que la mayoría de los occidentales saturados de productos de consumo más o menos adulterados. No desprecian el cuerpo, saben ponerlo en su sitio y conocen la necesidad de la contemplación.

Templanza en el uso de la tecnología. La técnica en el fondo no se dirige a la utilidad y el bienestar, sino al dominio, en el sentido más extremos de la palabra (cfr. papa Francisco, Laudato Sí): nos hace dependientes.

Los frutos de la falta de templanza son la tristeza y la inquietud, porque deseamos tener más y nos entristece no tener suficiente, La autolimitación gozosa es la acción más sabia para el hombre que ha alcanzado la libertad, y nos permite recobrar la conciencia de lo divino y la humildad ante Él (Solzhenitsyn). 

El exceso de consumo anestesia la vida contemplativa, embriaga y rebela al hombre contra Dios, le desafía como un borracho desequilibrado: es lo que sucede al hombre occidental: se cree todopoderoso, y nunca ha sido tan débil.


                 

Caridad

Hemos devaluado esa palabra. No es un sentimiento benevolente, ni una emoción, ni dar limosna. Es una virtud teologal que nos pone en contacto con Dios. Procede de Dios: es Dios mismo, que es Amor. Es una participación en el amor con que Dios nos ama. Todo lo bueno que hay en el hombre, todo lo que en el hombre es amor y digno de amor procede de Dios, porque somos a su imagen.

Jesucristo es Dios con nosotros. Si alguien pregunta qué ha venido a traer (¿paz, justicia?) hay que responder: ha venido a traer a Dios, a que conozcamos su verdadero rostro, y al conocerlo, nos veamos a nosotros mismos. Cristo revela el hombre al propio hombre. En Él vemos cómo debemos ser, vivir, actuar. Nada más hermoso que conocerle y comunicar a los demás la amistad con Él.

Las parábolas de Jesús (el hijo pródigo, la oveja perdida…) son la explicación de su propio ser y obrar. En la Cruz podemos contemplar qué es la verdad de que Dios es Amor, y a partir de allí definir qué es el amor. Y en el sacrificio de la Misa podemos hacernos partícipes de ese Amor. La caridad es la Sangre que riega el corazón de Jesús,  que ha de regar nuestra alma.

La caridad comprende y supera la justicia: amar es dar al otro de lo mío además de darle lo que es suyo, lo que le corresponde por su ser y por su obrar. La justicia es inherente a la caridad e inseparable de ella. Es el mínimum de la caridad, como decía san Pablo VI.

No hay estructura justa que pueda prescindir de la caridad sin deshumanizar la sociedad. Siempre habrá sufrimiento que necesita consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad necesitada de compañía. Como expresaba el  prelado del Opus Dei el 1-4-2020, refiriéndose a la heroica conducta de tantos profesionales en medio de la pandemia causada por el COVID-19: “el alma de la sociedad es el espíritu de servicio.” Ese es el heroísmo cristiano que salvará el mundo, los valores cristianos que el ateísmo a menudo escarnece y amenaza. 

El cardenal Sarah enumera algunos de esos rasgos propios del actuar del cristiano que han contribuido a civilizar nuestras sociedades: la dulzura y la bondad, el corazón abierto; la delicadeza hacia los pequeños; la piedad con los que sufren; el desprecio de medios perversos; la defensa de los oprimidos; la entrega silenciosa que pasa desapercibida; la valentía de llamar al mal por su nombre; el espíritu de paz y concordia; el pensamiento del cielo (que es nuestra esperanza…

Son rasgos que proceden de la caridad de Cristo, que  vive en el corazón de la iglesia y desde allí se irradia a todo hombre. De ahí la urgencia de la invitación de Cristo a los apóstoles. “Id y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Esto, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28, 19-20). Una invitación que nos hace Dios mismo, y que nos interpela.



Presencia de Dios en la Eucaristía, fuente del amor en el mundo

Todo lo bueno de nuestra civilización occidental procede de la adhesión consciente de millones de cristianos a Dios, de la identificación con Él: no sólo con lo que enseñó (las bienaventuranzas) sino con Él mismo, que es la fuente del amor, presente en la Eucaristía, alimento de nuestro amor a los demás.

La Eucaristía no es sólo la Presencia permanente del amor divino y humano de Jesucristo: es la transfusión constante de Jesús a los hombres que son sus miembros y que se convierten también ellos en Eucaristía, y por tanto en el corazón y el amor de la Iglesia. 

Eso lo entendió Teresa de Lisieux, que sabía que podía estar en todas partes si amaba a Cristo. Y el corazón tiene que seguir siendo corazón para que todos los demás órganos estén en condiciones de servir.

Sólo injertándonos en la humildad de Dios que se nos entrega somos capaces de la apertura a todos, como ha explicado Teresa de Calcuta: la primera condición que ponía para empezar una labor era la presencia de un Sagrario donde entronizar la Eucaristía y poder adorarla.

Es en el Sagrario donde experimentamos que basta con el amor de Dios, y que vale la pena renunciar a todo por esa Perla Preciosa. Todos estamos llamados a renunciar a todo, incluso a uno mismo, por amor a Dios. El santo es el que inicia ese retorno al Padre, fascinado por la belleza de Dios.

Un cristiano debe pensar: ¿bebe mi caridad de la fuente del Sagrario? ¿Cuánto tiempo paso delante de Jesús Eucaristía? La presencia humilde y silenciosa de Jesús en medio de nosotros invita a una presencia nuestra humilde y silenciosa con los demás: familia, amigos, vida social… Invita a no querer ser el palico de la gaita, la sal de todos los platos, a ser fajador de desplantes y feos, a no aislarnos…

La raíz de nuestro compromiso no puede ser la acción, sino la adoración, el conocimiento amoroso del Corazón de Jesús: sólo así seremos capaces de aliviar el sufrimiento de los demás, como alivia la mano de Jesús.