martes, 22 de diciembre de 2020

Lecturas: las ventajas de leer mucho y bueno

 

Foto El País


Ventajas de leer

Cuenta Teresa de Jesús, la santa de Ávila, que de niña devoraba novelas de caballerías. Siempre tenía alguna leyendo, y esperaba con ansia que le trajeran otra en cuanto la terminaba.

Al pasar los años, Teresa reflexionaba sobre el impacto en su personalidad de ese afán infantil y juvenil por la lectura. Sus conclusiones nos pueden servir.

a)       Esas lecturas le dejaban un cierto sabor de servidumbre (apego o esclavitud) y de irrealidad, porque leía cosas irreales, la vida no era así.

b)             A la vez descubrió el poder cautivador de la lectura y de contar historias: cuando abría un libro, aquello cobraba vida. Gracias al lenguaje humano. los libros nos dicen cosas, que luego nos acompañan en nuestra relación con la realidad. Cosas que, si el autor es bueno, nos ayudan a conocernos mejor, a conocer mejor a los demás, a modular nuestra forma de relacionarnos con cada persona. Leer permite afrontar mejor la vida y las relaciones.

c)               El riesgo no residía en el hecho de la lectura, sino en leer sólo por mera evasión. La lectura debe servir para la vida, y por eso quien escribe ha de ser capaz de despertar sentimientos, ideas y valores que sirvan para la vida. De lo contrario, corren el riesgo de hacernos perder el tiempo.  

d)               Gracias a su mucho leer adquirió un estilo propio, ágil, gracioso y fluido, con el que –al hacerse mayor- pudo comunicar de manera sencilla, atractiva y cautivadora su rica realidad interior, describir el ambiente en que vivió, las personas con las que se relacionaba, las costumbres de la época y, sobre todo, su apasionada experiencia personal de la relación con Jesucristo.


Edith Stein, intelectual judía. Leyendo a santa Teresa se convirtió a la fe católica

Los escritos de Santa Teresa han hecho bien a millones de personas, y han acercado a la fe a personajes como Edith Stein, hoy santa Teresa Benedicta de la Cruz.

También Edith Stein era una inquieta intelectual judía. Leía mucho. Esperando en casa de un amigo, tomó al azar un libro de su biblioteca. Era El libro dela vida, de santa Teresa de Jesús. Lo leyó de un tirón, y al terminar concluyó: “Aquí está la verdad”. Fue el detonante de su conversión a la fe católica, como rememoraba años más tarde en su autobiografía Estrellas amarillas.

Como Teresa de Jesús y Edith Stein, muchos de los grandes santos han sido grandes lectores. No hay más que recordar a san Agustín o a santo Tomás de Aquino.

San Josemaría Escrivá conocía los clásicos desde joven: expresiones de los Episodios Nacionales, de Benito Pérez Galdós, y de muchos otros autores, afloran con naturalidad en sus escritos, y contribuyen a dar plasticidad y estilo propio a sus obras y a su predicación.

 

Foto opusdei.es

La lectura de buenos libros es un ejercicio necesario para nuestras facultades intelectuales, afina el espíritu y abre horizontes de buenas ideas y nuevas formas de expresarlas.

La lectura nos ayuda a pensar. Quien ha leído mucho tiene más fácil el pensamiento discursivo, una conversación más rica y fluída, porque la lectura nos amplía el vocabulario. Es penoso escuchar “conversaciones” entre personas que apenas conocen el significado de unas pocas decenas de palabras, y tienen que acudir a gruñidos, tacos o aspavientos para comunicar sus opiniones o estados de ánimo.

Quien lee mucho, adquiere vocabulario, y así sabe llamar a las cosas por su nombre, que es el único modo de poseerlas: ser capaz de nombrar, de dar nombre, es manifestación de posesión y dominio. ¡Qué distinto es un paseo por el monte, cuando conocemos los nombres de las plantas y las podemos nombrar! Del mismo modo, qué distinto es nuestro pasear entre las personas cuando sabemos identificar y nombrar sus reacciones y sentimientos, y cuando sabemos expresar apropiadamente los nuestros.

Leer nos aporta riqueza de lenguaje, conocimientos y capacidad expresiva, y con ese bagaje podemos entrar en diálogo con los mejores creadores de ideas, construir un sano espíritu crítico con el que juzgar lo que acontece.

Leer mucho va enriqueciendo nuestra mente hasta permitirnos acceder a la lectura de libros cada vez más arduos y difíciles, que son necesarios para entender los complejos intríngulis de la vida.

Leer favorece la vida del espíritu, que crece mejor sobre el terreno abonado por la sensibilidad cultural. Leer afina nuestro mundo interior y la capacidad de disfrutar con la contemplación. Cuántas veces al leer una frase encontramos la descripción de un sentimiento personal, de una emoción recóndita, que intuíamos pero no sabíamos definir ni expresar hasta ese momento.

La lectura forma parte esencial de la formación cultural, que es –como explicaba san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei- indispensable para el cumplimiento del fin natural y sobrenatural de toda persona, y es aún más indispensable para todo cristiano corriente, de quienes Dios espera que sean capaces de transformar el mundo desde dentro, aflorando los valores del espíritu en y desde los ambientes profesionales y laborales. Y eso requiere incrementar constantemente la propia cultura, según la capacidad y posibilidades de cada uno.

El mundo necesita líderes culturales que muestren la belleza intelectual y moral de la fe y el modo de vivir cristiano. Personas capaces de idear y difundir estilos de vida acordes con la dignidad de la persona. Y eso requiere cultura.

 

Qué leer

Hay un libro único, capaz de satisfacer todas las inquietudes del hombre: el Evangelio. Es el libro que Dios usa para hacer presente su Palabra viva, y hablarnos.


Pantocrator del Sinaí


En realidad, el Libro por antonomasia es Jesucristo mismo, Dios hecho Hombre, el Verbo de Dios encarnado. Jesús es la Palabra que Dios nos envía en su Hijo.

El evangelista san Juan nos dice que “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.” Jesús es la Palabra que Dios nos dirige, a cada persona, para que conociéndola seamos capaces de entender quiénes somos, de dónde venimos, cuál es nuestro destino, y el Camino para llegar: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, nos dice Jesús de Sí mismo.

Por eso la primera “lectura”, la esencial, es mirar y contemplar a Jesucristo, escuchar lo que su Vida y su Humanidad nos dice. Santo Tomás de Aquino, una de las mentes más poderosas de la historia, que había escrito unos libros impresionantes, un buen día, tras un suceso extraordinario en su interior mientras celebraba la Misa, dejó de escribir. A quienes le preguntaban por qué ya no escribía, les decía que había entendido que el mejor libro, el que encerraba toda la sabiduría, era Cristo en la Cruz: ahí estaba todo.

El Evangelio nos narra los hechos y palabras esenciales que Jesús nos dirige a cada uno. No “nos dirigió”, porque nos las sigue dirigiendo. Es un libro que goza de algo que no tiene ningún otro: está inspirado por el Espíritu Santo. Un libro vivo, que esconde en niveles siempre más profundos llamadas al corazón y a la mente de cada persona que lo lee o escucha.

San Josemaría, refiriéndose al Evangelio, escribió: “Lo que allí se narra no sólo has de saberlo: has de vivirlo”. Y recomendaba que fuese una lectura meditada, a ejemplo de María, que conservaba en su corazón todo lo que veía y escuchaba a su Hijo. Desde luego también sirven los audios, aunque la lectura facilita más meditación.


                                  


Contemplar a Jesús. Leer y meditar su Vida en el Evangelio. Y asentar todo lo que ahí aprendemos sobre la base humana de una cultura que hacemos crecer con nuestras lecturas, con lo mejor que la mente humana ha sido capaz de escribir a lo largode la historia. No lo último es lo mejor.

Entre los grandes libros están los de los grandes santos, pero también los de los buenos novelistas, historiadores, filósofos, científicos, biógrafos… Aunque cada cual tiene sus gustos y preferencias, nos conviene leer de todo, mucho y bueno.

Aquí sugiero una propuesta básica de libros que contienen, a mi juicioo y cada uno en su estilo, una visión rica y coherente del ser humano. De diversas maneras, tienen en común que ayudan a entender mejor a la persona y al mundo en que vivimos.

Están divididos por áreas temáticas. Los hay de erudición y de entretenimiento. Pero de todos se pueden extraer valores.


Antropología



El hombre en busca de sentido. Victor Frankl

En torno al hombre. José Ramón Ayllón

Creación y pecado. Josep Ratzinger

Antropología. Juan Luis Lorda


Ética y virtudes



Las virtudes fundamentales. Josep Pieper

Ética a Nicómaco. Aristóteles

Moral, el arte de vivir. Juan Luis Lorda

Desfile de modelos. José Ramón Ayllón

Sexualidad, amor y santa pureza. J.M. Ibáñez Langlois

Carta a los jóvenes. Juan Pablo II

Verdad, valores, poder. Josep Ratzinger

Cartas del diablo a su sobrino. C.S. Lewis


Literatura



El principito. A de Saint Exupery

Matar un ruiseñor. Harper Lee

La última del cadalso. Gertrud von le Fort

Los novios. Alejandro Manzoni

El Señor de Bembibre. Eugenio Gil y Carrasco

Rebelión en la Granja. Orwell

La nueva vida de Pedrito de Andía. Rafael Sánchez Mazas

La isla del tesoro. Stevenson

En lugar seguro. Wallace Stevens

 

Biografías


                                                


La puerta de la esperanza. J.A. Vallejo Nájera

Confesiones. San Agustín

Libro de su vida. Teresa de Jesús

Tomás Moro. Vázquez de Prada

Dios o nada. Robert Sarah

Santo Tomás de Aquino. Chesterton

Olor a yerba seca. Memorias. Alejandro Llano

 

Contexto histórico



Tiempos modernos. Paul Jhonson

Historia de las ideas contemporáneas. Mariano Fazio

Leyendas negras de la Iglesia. Vittorio Messori

Historia de España moderna y contemporánea. José Luis Comellas

Una mirada a Europa. Josep Ratzinger

Dios y el mundo. Josep Ratzinger

El pontificado romano en la historia. José Orlandis

Un adolescente en laretaguardia. Gil Imirizaldu

 

Religión


Conocer a Jesucristo. Frank J. Sheed

Vida de Jesús. Francisco Fernández Carvajal

Jesús de Nazaret. Benedicto XVI

¿Es razonable ser creyente? Alfonso Aguiló

El regreso del hijopródigo. J.M. Nouwen

El poder oculto de la amabilidad. Lovasik

Para ser cristiano. Juan Luis Lorda

Amigos de Dios. Josemaría Escrivá de Balaguer

Catecismo de la Iglesia Católica

Una buena selección de libros de espiritualidad, ordenada por etapas en nivel creciente de formación: https://www.delibris.org/es/node/214454

 

Sitios de internet con buenas sugerencias sobre lecturas:

http://www.delibris.org/es/

http://troa.es 

https://www.aceprensa.com/

 

 

viernes, 18 de diciembre de 2020

Felicidad

 




Consejos para una vida feliz

Meses después de desatada la pandemia, nos viene bien analizar su efecto en nuestra salud psicológica y en nuestra felicidad. ¿Somos ahora más o menos felices que hace apenas un año, cuando comenzaron los confinamientos? ¿Qué cambios ha provocado en nuestra conducta, en nuestro carácter, en nuestro estilo de vida la pandemia y todo lo que ha provocado?  

Es importante, si queremos ser felices, descubrir el camino para afrontar saludablemente lo que la vida nos depara, entrenar nuestra capacidad de respuesta para que sea adecuada a los desafíos del momento. 

Los problemas están para resolverlos, sin dejar que dañen el meollo de nuestra personalidad y su rumbo hacia lo mejor. Porque si los afrontamos bien, pueden ayudarnos a crecer como personas.  

 

Crecerse ante las dificultades

Quizá lo primero que se constata es que la pandemia nos ha brindado la oportunidad de crecer en fortaleza. Si en la vida no hubiera dificultades seríamos endebles, frágiles, como se hace blandengue el niño al que todo se lo dan resuelto sus padres.

La fortaleza, el ánimo para afrontar las dificultades de la vida, crece cuando no nos arrugamos ante los contratiempos, y hacemos de la necesidad virtud, mirando de frente los obstáculos de la vida. 

Tenemos esa capacidad de crecernos, a pesar de que algún sistema educativo parece querer erradicarlo.  Porque hay ideologías que buscan una sociedad ignorante y débil, que respalde la gestión de gobernantes que resuelvan su vida sin tener que trabajar, pudiendo hacerlo.

Sin embargo, crecerse es fuente de felicidad. La satisfacción del deber cumplido acompaña siempre al esfuerzo que supone afrontar  una dificultad. Arrugarse, paralizarse ante el peligro, deja siempre un fondo de tristeza, de remordimiento por las cosas no hechas por falta de atrevimiento.

 

Controlar los miedos

Cuando aún seguimos sin ver el final del túnel, hemos de examinar cómo hemos controlado los miedos: al contagio, a perder la salud, a correr el riesgo de salir en ayuda de quien nos necesitaba, incluso el miedo a salir de casa…

Una cosa es la prudencia, virtud necesaria que consiste en poner los medios adecuados para alcanzar lo bueno; y otra la cobardía, que nos retrae de intentar alcanzar lo bueno por temores paralizantes o injustificados.

La cobardía nace del egoísmo y siempre acarrea infelicidad. Además la cobardía nunca es prudencia, sino todo lo contrario: la cobardía puede convertir nuestras acciones u omisiones en actos verdaderamente imprudentes, porque nos dañan y dañan a los demás.


 

Apreciar las pequeñas cosas que hacen la vida amable

Esta crisis, con sus restricciones, confinamientos y cuarentenas, nos ha puesto en evidencia la precariedad de nuestra salud y lo pasajera de la vida. Como si de una guerra se tratara.

Pero también nos ha hecho descubrir la importancia de pequeñas cosas que teníamos y no valorábamos: los paseos con los amigos, las cercanas relaciones familiares, los almuerzos compartidos, las risas en la cafetería, el ambiente de camaradería jovial que nos hacía disfrutar en el trabajo…

Esas pequeñas cosas daban luz y relieve a nuestra vida, y eran fuente de felicidad. Una fuente inadvertida. Vivíamos rodeados de cosas buenas, y no nos dábamos cuenta de que eran un regalo. Ahora las añoramos, pero hemos aprendido a valorarlas.  

 

Pensar en las cosas buenas que tenemos

Debemos aprender a pensar en las cosas positivas que tenemos. También las que aún ahora, cuando pervive el virus entre nosotros, no hemos perdido: la amistad, la convivencia familiar, querer y sentirse querido y acompañado, aunque sea en la distancia, el trabajo que si se busca no falta, las buenas lecturas que reconfortan... Tantas cosas buenas que aún podemos disfrutar, que son muchas más de las que hemos perdido.

Nos conviene hablar más de las pequeñas cosas buenas que nos suceden cada día. No darlas por supuesto, porque son cosas buenas y bellas, y considerar la bondad y la belleza nos hace mejores y más felices: la llamada de un amigo, el paseo al aire libre con la familia, la satisfacción de una tarea profesional bien acabada…  

Hay que detenerse a contemplarlas y saborearlas. Porque ojos que no ven, corazón que no siente. Si logramos que esas cosas positivas sean nuestro tema de conversación preponderante, seremos  un bálsamo para nuestras familias y amistades.

           


Ejercitar el optimismo

Las personas felices son optimistas. Hay que ejercitar el optimismo, que consiste en buena parte en detenerse a pensar en las cosas positivas y no en las negativas. El que piensa constantemente en las cosas negativas se encierra en un círculo vicioso negativo, que acaba siendo oprimente para uno mismo y para los seres cercanos.

Si me han dado un “no”, o sencillamente he experimentado algún tipo de fracaso, darle vueltas y obsesionarme con el “no” o el fracaso nos convertirá en personas negativas. Es el momento de idear nuevas formas de resolver la cuestión, y de pensar en todos los “síes” que ese mismo día he recibido: el sí del nuevo día que ha amanecido para mí; el sí de mis seres queridos que siguen ahí; el sí de la salud o de la posibilidad de recuperarla; el sí de mi misión en la vida… 

El sí, en definitiva, de mi capacidad de dar sentido positivo a todo, incluso a lo que podría parecer negativo, porque podemos darle la vuelta. Eso lo tenemos más fácil quienes sabemos que somos hijos de Dios, que es Padre que nos quiere con locura. 

Cuando algo sale mal, hay que recordar aquel castizo dicho que solía recomendar san Josemaría: “Donde una puerta se cierra, otra se abre.” Y también aquella palabra confiada de Abraham: "Dios proveerá". Y seguir adelante con buen ánimo.



Controlar la memoria y la imaginación

Nos conviene ejercitar a diario nuestra psicología, tanto como ejercitamos los músculos haciendo deporte. Tener una psicología sana y fuerte requiere entrenarnos en desechar con rapidez las percepciones negativas de la realidad, porque nos cargan de negatividad, pesimismo y angustia.

Hay que saber controlar la memoria y la imaginación, para no obsesionarnos con el coronavirus, o con acontecimientos negativos. Por supuesto hemos de estar informados y compartir noticias de interés, siempre que sean fiables, pero no puede ser el COVID y la situación sanitaria el único tema de conversación, ni debe reclamar más de lo necesario nuestra atención cualquier noticia triste.

Ojo, por ejemplo, a la búsqueda compulsiva de “últimas horas del coronavirus”. Hay otros muchos temas importantes para nuestra vida.



                       


Buenas amigos, buenas lecturas, buenas películas

       Hay que saber conectar con personas inspiradoras, esas que transmiten felicidad y son ejemplo de buen hacer. Fijarnos en sus hábitos, los lugares que frecuentan, su estilo de vida… Y extraer conclusiones para construir un ideal de vida propio con el que soñar, que cada día habremos de tejer poco a poco.

La pandemia ha sido un tiempo (y aún lo puede ser unos meses más) muy propicio para cultivar la afición a las buenas lecturas, y también a las buenas películas: esas que dejan poso, transmiten optimismo y nos hacen disfrutar.

Leer lo que han escrito los mejores nos hace mejores personas. Hay que frecuentar a esos grandes autores que han sabido mostrar lo mejor de lo que es capaz el ser humano, y enseñan con arte a distinguir entre el bien y el mal, el amor y el egoísmo.

Hay mucho bueno donde elegir, y no hay tiempo para leerlo todo. Por eso es importante saber escoger, y optar por los que más valor han aportado a la humanidad. Hay muy buenos elencos de lecturas recomendables, que ayudan a comprender el mundo que vivimos y tienen una concepción de la persona acorde con su dignidad.

Entre los libros también hay “mucho malo”, que deberemos mantener lejos si no queremos que nos emponzoñe la mente y la psique. Algunos escritores son tristemente famosos por el rastro de angustia, desesperanza, pesimismo o vicio que han dejado con sus obras. No pocas veces han sido reflejo de su propia triste vida. Hemos de saber eludirlos para que nuestra navegación en la vida sea saludable. No podemos permitir que nadie intoxique los ideales que nos hemos trazado.

 

Llevar las riendas de nuestra interioridad: eres lo que contemplas

Una persona feliz conduce el protagonismo de su propio interior, no lo deja en manos de impactos del exterior. Lo que nos llega de fuera no debe perturbar nuestra intimidad, nuestras prioridades. Sólo hemos de dejar que modulen nuestra respuesta: si es nocivo, no detenernos en su contemplación, porque lo que miramos y escuchamos influye en nuestra intimidad, y si es nocivo envenena y afea la personalidad.

Somos lo que contemplamos. Sería penoso quedarse aprisionado en una consideración exhaustiva de cosas tristes o negativas, o indignas de nuestra humanidad. Eso nos cargaría de negatividad tóxica.


Pensar en uno mismo, para dar sentido a nuestra vida

Puede parecer egoísmo, pero hay que saber dedicar un tiempo diario a “no hacer nada”. El activismo es una enfermedad que nos impide pensar. Hemos perdido la capacidad de reflexionar, de tomar distancia de lo que nos rodea para mirarlo con perspectiva y dar sentido a nuestra actividad, tan frenética y desnortada a veces.

Necesitamos espacios y momentos de reflexión serena, de diálogo con uno mismo, para conocernos, entendernos, aclarar el sentido de nuestra conducta y ver si está siendo la adecuada.

Solemos dedicar tiempo a pensar en nuestras actividades, pero no a pensar en nosotros mismos. Quizá porque nos asusta lo que podamos descubrir: planteamientos egoístas, insolidarios, victimistas, autocompasivos, cobardes.

El activismo, el no saber estarse quieto, a solas con uno mismo, a veces esconde el miedo a conocerse, a descubrir nuestros defectos. Y actuamos como las cucarachas, que corren a esconderse cuando se enciende la luz: prefieren la oscuridad. Muchos se esconden en un activismo oscuro, porque impide ver el sentido de su vida. Y una vida sin sentido no puede ser feliz.

Es necesario pararse a pensar para poseer nuestra intimidad: saber quién soy, de dónde vengo, qué estoy llamado a hacer en la vida, qué deseo hacer, qué espero de mis seres queridos y que están esperando ellos de mí, qué valores me mueven y si son acordes con mi dignidad como persona, qué bien aporto a mi familia y a la sociedad en la que me muevo, que me apenaría no haber hecho si muero mañana.

Se trata de dejar de hacer cosas para pensar en por qué y cómo las hacemos. Es un diálogo con uno mismo que permite que nos entendamos, y también que nos comprendamos, poniendo en esa reflexión la cabeza y el corazón. Y siendo sinceros con nosotros mismos si constatamos que no nos entendemos y estamos necesitando que nos ayuden. Todos necesitamos esa ayuda externa de un buen amigo y consejero. Al fin y al cabo, somos seres sociales, necesitamos unos de otros.

Pensar en uno mismo no consiste en un ejercicio de autocompasión, ni de egoísmo, ni de victimismo. Es todo lo contrario: se trata de saber quién soy, conocer mis valores y mis limitaciones, y así poseerme. Sólo quien se posee tiene capacidad de darse, de amar y de ser amado. Sólo poseyéndonos seremos verdaderamente los protagonistas de la fantástica película en que podemos convertir nuestra vida.

                                      

 

El secreto de la felicidad es amar

       Tomás de Aquino, que era sabio y divertido, decía que la felicidad sólo se alcanza totalmente en el cielo. Aquí en la tierra el conocimiento de Dios, que es Amor y el sumo bien, es una plenitud parcial de la felicidad, que tiene otro elemento importante en el placer, o sentimiento de bienestar en el objeto poseído: un estado de euforia de la mente y del cuerpo que el hombre disfruta imperfecta y esporádicamente en esta vida, pero plenamente en la otra.

Todo el camino de la vida feliz se hace amando, porque estamos hechos para amar, a imagen de Dios que es Amor. La Felicidad con mayúscula, la que no pasará ya nunca, es para los que cada día recorren el camino hacia ella amando a los que tiene cerca y lejos, y así son ya felices ahora y hacen felices a los que tienen cerca. Odiar, que es lo contrario de amar, es una tenebrosa fuente de amarga infelicidad, en la tierra, y lo que es peor, en el más allá.

El hecho mismo de estar en camino es ya fuente diaria de felicidad. Pararse, rendirse, es fuente de abatimiento y tristeza. A veces nos quedamos parados porque nos cansamos de amar. Y nos cansamos porque confundimos el amor con el placer momentáneo, y eso no es amor, sino un sentimiento que nace del egoísmo y por eso tiene un recorrido de felicidad tan vulgar y efímero.

Amar es darse sin cansancio, aunque no haya retorno. Amar es ofrecer amor aun a riesgo de rechazo. Ese amor incondicional y vulnerable, que se ofrece aun sin saber si será correspondido, es la auténtica fuente de felicidad.

Dios mismo nos ha enseñado, al hacerse uno de nosotros, hasta qué punto el Amor es capaz de mostrarse vulnerable. Ahí está, en Belén y en la Cruz y en la Eucaristía, esperando nuestra respuesta. Llamando a nuestra puerta. Y nosotros tantas veces “mañana te abriremos", respondemos.

A participar de ese Estilo de Amor estamos llamados todos. Lo alcanzaremos con un ejercicio diario que nos aleje de la vulgaridad y busque la excelencia del amor: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”.  

Ahí está “la fonte que mana y corre” felicidad.


                              


 

 

 

viernes, 13 de noviembre de 2020

El dilema de las redes

 

El dilema de las redes sociales. Documental. Netflix




 

Interesante documental de Netflix, que nos invita a repensar el uso de la tecnología, de la mano de algunos expertos de Silicon Valley, hondamente preocupados por la deriva del negocio digital, convertido hoy en una carrera por captar nuestra atención aun a costa de nuestra salud psíquica y social.

 

El uso de las redes y diversas plataformas digitales ¿nos está haciendo mejores personas, o por el contrario es fuente de distorsiones en nuestra conducta? Es evidente su negativa incidencia en la capacidad de concentración, dañada por la dispersión que provocan múltiples reclamos digitales. Pero también daña otros factores importantes para el ser humano: la calidad de las relaciones, el hábito de conversar, la disposición al diálogo con quienes piensan diferente, la amable y distendida convivencia social…

 

Se agradece que quienes han intervenido en el desarrollo de la tecnología digital se detengan a pensar en su impacto antropológico. Concluyen que al diseño de productos digitales le ha faltado la dimensión ética. Están pensados sólo para ganar dinero, y no para mejorar a las personas y a la sociedad.

 

El negocio digital, que comenzó diseñando programas para empresas, ahora se ha orientado a enganchar usuarios a la pantalla. Las redes compiten por nuestra atención, y ese tiempo de atención a la pantalla es el producto que venden a sus anunciantes. Y con nuestra atención, venden también imperceptibles cambios en la conducta y en nuestra percepción de la realidad.




 

El trabajo de los ingenieros digitales va dirigido directamente a enganchar con sus productos, a retenernos, empleando a fondo métodos psicológicos, sin importarles que provoquen adicción ni que esa adicción se traduzca en un empobrecimiento de las relaciones familiares y sociales. Hoy en cualquier familia con hijos pequeños la sencilla y amable conversación familiar es una práctica cada vez más difícil y traumática. Sucede también entre los mayores, usuarios compulsivos del móvil. 


Pero no sólo es adicción lo que provocan. También buscan cambiar directamente nuestra percepción de la realidad, y esto lo saben especialmente los grupos ideológicos y políticos, que compran el cambio que pueden provocar a través de las redes en lo que pensamos, lo que hacemos, la percepción de lo que somos. Las redes venden a los ideólogos su capacidad de provocar cambios de manera gradual. Ganan fortunas con su poder de transformar nuestra conducta según el gusto de sus anunciantes, no siempre visibles.


Las tecnologías basadas en la persuasión no son meras herramientas pacíficas.  Explotan nuestras vulnerabilidades sicológicas. Como señala uno de los expertos del documental, "sólo hay dos industrias que llamen “usuarios” a sus consumidores: la droga y el software."


Las redes, apoyadas en una inusitada capacidad de almacenamiento de datos, conocen nuestros gustos, el tiempo que pasamos mirando cada imagen, con quién hablamos, de qué nos gusta hablar... Ese cúmulo de datos, manejado por algoritmos, se convierte en una poderosa fuente de predicción de la conducta. Con esos modelos predictivos comercian las redes. Cada me gusta, cada retuiteo, cada perfil que vemos… les da pie para predecir lo que vamos a mirar la próxima vez, lo que nos puede interesar, adónde nos gustaría hacer viajar. Venden esa predicción a quienes ofrecen productos o servicios, o a grupos políticos o ideológicos, cuyos mensajes aparecen como por arte de magia en nuestras pantallas. Nos vigilan, y así ha nacido el nuevo “capitalismo de vigilancia.”


En este proceso, a la vez que nos retienen, nos van encerrando en un círculo vicioso de retroalimentación de la conducta, que acaba siendo atosigante. Quizá no se lo proponen, pero de hecho nos polarizan, porque les interesa: el sistema nos aísla de quienes tienen otros gustos, otras ideas, que recibirán otros mensajes publicitarios distintos.  Y así, lo que nació para facilitar el diálogo social, en realidad nos separa de los demás, nos polariza en nuestras posiciones, nos hace menos comunicativos y acaba crispando las relaciones.


Las redes aparentan un equilibrio de posiciones: puedes optar por quien quieras. Pero en realidad alteran el campo de juego: hacen que sea más difícil un tipo de conducta que otro. En cuanto detectan que hemos visto algo sobre tal teoría, alimentan nuestra cuenta con más partidarios de esa teoría, con videos y noticias defendiéndola. Así retienen nuestra atención, y pueden venderla. Pero a la vez están encerrándonos en esa posición, hay que proponérselo seriamente para ver otras opciones. No les importa que se trate de una teoría buena o falsa, agresiva o insana, sino retenernos ahí para publicitar a sus anunciantes, que pueden ser editores de libros, de videos, o grupos ideológicos.


También nos pueden hacer creer que una determinada opción la sigue poca gente, que la mayoría sigue esta otra. Así nos arrastran hacia una posición que interesa a los ingenieros de la persuasión. Esa misma manipulación puede ser alimentada por un país para desestabilizar a otro, difundiendo mensajes que radicalizan a los bandos de diversos partidos, aumentando así los enfrentamientos: comienzan en las redes, pero acaban en los parlamentos y en las calles. Esto ha pasado en todos los países recientemente desestabilizados: las redes sociales han sido un factor determinante.


Los expertos ven una clara relación entre el uso compulsivo de la tecnología y la depresión y el suicidio juvenil. Y es que se acaba confundiendo un like con el verdadero valor: “eso nos deja más vacíos, más frágiles, más ansiosos, más deprimidos… Los likes actúan como el chupete digital sin el que los adultos no pueden vivir ni dormir.”


Facebook quizá es la red que sale peor parada por el daño que provoca. Nos rodea de gente que piensa como nosotros, nos envía las noticias que piensa que nos gustarán… y nos encierra en un submundo muy diferente del mundo real. Y a los que piensan diferente les encierra en otro submundo, también distinto del real. 


En el mundo real convivimos y dialogamos con todo tipo de personas, y así es como se construye la convivencia pacífica: conviviendo con el diferente. Facebook polariza y radicaliza, si uno no toma precauciones. La “amistad” en Facebook suele tener poco de verdadera amistad. El control ansioso del número de seguidores, al que tantos han vinculado su autoestima, es claramente perjudicial. También twitter tiene algo de esos problemas. Además, en twitter las noticias falsas se difunden mucho más rápido que las verdaderas: algo falla.

 

Es interesante la reflexión sobre el alcance del poder de la tecnología sobre la persona. No ha superado nuestra inteligencia, pero sí sobrepasa fácilmente nuestras debilidades, tiene un gran poder para exacerbar nuestra vanidad, nuestra tendencia al dominio y a la radicalización…

 

Por eso las redes suponen un verdadero jaque a nuestra humanidad, porque tienen capacidad de emerger lo peor de nosotros. Necesitamos productos diseñados para facilitar nuestra capacidad de hacer el bien, de acceder a la verdad, de relaciones sociales más humanas en la vida real.  Y eso requiere tener presente la dimensión ética de la persona.

 

Si no queremos perder ese valor intrínsecamente humano que es la sociabilidad necesitamos usar mejor las tecnologías, y exigir a quienes las diseñan que la ética impere por encima de la rentabilidad. Eso es lo que se plantean los personajes de este sugerente documental. Junto al “¿qué hemos hecho mal?”, es preciso desarrollar más el “¿qué debemos hacer?” para convertir las redes en instrumentos de humanización social.

 

Una cuestión básica es reconocer que la inteligencia artificial no puede solucionar el problema de las noticias falsas, de la mentira: ese es un problema previo, humano: la verdad, y con ella la libertad de la persona, es incompatible con la mentira. 


No podemos dejar la verdad a merced de los algoritmos que unos pocos ingenieros introducen cada día en sus poderosos ordenadores en un rincón de América, para que miles de millones de personas vean en todo el mundo simultáneamente las noticias que ellos han decidido que veamos, y no otras quizá más importantes, o más dignas de confianza. Eso requiere un sano distanciamiento de las redes y ejercer una presión masiva para que la verdad y el bien sean respetados. 

 

            

jueves, 12 de noviembre de 2020

La golosina visual

 

La golosina visual. Ignacio Ramonet. Ed. Temas de debate       

              


Colección de ensayos entorno a la influencia social del cine, la publicidad y la televisión, con recuerdos históricos del efecto que tuvieron sobre las masas algunas películas y programas para la pequeña pantalla.

 

A pesar del espectacular desarrollo de los medios desde la época a la que se refiere (segunda mitad del siglo XX), en la que la tecnología apenas iniciaba su camino, son interesantes las referencias a las diversas formas de manipulación que por desgracia siempre han tentado a productores y guionistas.

 

Falsificación de noticias en los telediarios o en programas de “información” especial, contenidos y evolución de formatos de los spots televisivos, el cine militante, el tratamiento de la guerra de Vietnam, el sinuoso e influyente mundo de Hollywood, no siempre abierto a la libertad y al pluralismo…

 

Ramonet aporta datos que permiten entender mejor la historia de la comunicación, y ayudan a desarrollar un sano y necesario sentido crítico ante lo que nos intentan vender los medios y las pantallas, presentando como noticia lo que en realidad es una falsedad, o como valor incontestable lo que no es sino imposición ideológica que sutil o burdamente intenta manipular nuestros sentimientos

 

El exponencial desarrollo de la tecnología y las técnicas de persuasión digital, inconcebible a finales del siglo XX, hacen todavía más necesario conocer la historia de la manipulación informativa y cultural. 


Aunque el libro es muy anterior, es significativo  el reciente documental de Netflix El dilema de las redes, que aflora la preocupación de numerosos creadores de plataformas digitales, ante su creciente poder de manipulación y adicción. Son verdaderas atrapa-mentes.

 

En nuestros días, un ciudadano que aspire a no ser engañado por el poder político o mediático necesita ser en cierta medida experto en comunicación, para ejercer ese sano contrapoder que consiste en la capacidad de detectar las manipulaciones.





Una pequeña muestra de algunos datos que aporta Ramonet en su libro:

 

Es interesante por ejemplo conocer el caso de Michael Born,  tristemente famoso por falsificar reportajes que fueron emitidos durante años por el semanario y la cadena televisiva alemana Stern.

 

Dato que también debería conocer el público es el enorme gasto de publicidad de las películas americanas, que alcanza como promedio hasta un 40% del presupuesto de producción.

 

O la vida antes de los avances tecnológicos: antes de que existiera el video, los spots (anuncios publicitarios de corta duración) se hacían en directo:  unos actores irrumpían en el plató en pleno programa informativo, o en mitad de la escena de una obra de teatro, interrumpiendo en vivo el programa que se estaba emitiendo...

 

El manejo del humor en la publicidad: “el spot tiende a hacer reír, porque la risa es la máxima comunicación.”

 

El spot rinde culto al objeto (alimenticio, o de higiene ...) no tanto por los servicios prácticos que puede prestar, sino por la imagen social que de sí mismos puedan llegar a obtener los consumidores: promete bienestar, confort, felicidad y éxito. No venden jabón, sino belleza; no un automóvil, sino prestigio: venden nivel social. En realidad, el arte publicitario consiste en la invención de comunicaciones persuasivas, que no sean verdaderas ni falsas.

 

La publicidad siempre ha intentado nuevas formas persuasivas en el límite de lo ético: “Lo que orienta nuestro trabajo es fabricar mentes”, confesaba el teórico de la publicidad Ernst Dichter.

 

Las técnicas de persuasión no sólo están presentes en la publicidad. También en el cine: las películas venden formas de vivir; la publicidad, productos concretos. Y lo hacen con un alcance que ya en el siglo XX era inusitado: las series de televisión USA han tenido una difusión más universal que la Biblia o el Corán, afirma, cambiando estilos de vida de sociedades enteras.

 

Interesantes comentarios sobre el cine militante, dirigido a la propaganda ideológica. El activista Daniel Cohn-Bendit declaraba que “no podemos plantear una intervención global en la sociedad sin recurrir al cine.” Aunque no siempre los efectos eran los deseados: el cine de ensayo o militante, muy de moda durante unos años en la izquierda cultural, “puede lograr que ver una de sus películas llegue a ser una práctica cultural represiva y asfixiante”, porque nadie tenía valor para abandonar la sala, por no ser tachado de retrógrado...

Sobre este tema, ver también Derecho a la información.