Ed. de Espiritualidad
Y hacia Él se dirigió con ímpetu el resto de su vida:
Foto El País |
Ventajas de leer
Cuenta
Teresa de Jesús, la santa de Ávila,
que de niña devoraba novelas de caballerías. Siempre tenía alguna leyendo, y
esperaba con ansia que le trajeran otra en cuanto la terminaba.
Al
pasar los años, Teresa reflexionaba sobre el impacto en su personalidad de ese
afán infantil y juvenil por la lectura. Sus conclusiones nos pueden servir.
a) Esas lecturas le dejaban un cierto sabor de servidumbre (apego o esclavitud) y de irrealidad, porque leía cosas irreales, la vida no era así.
b) A la vez descubrió el poder cautivador de la lectura y de contar historias: cuando abría un libro, aquello cobraba vida. Gracias al lenguaje humano. los libros nos dicen cosas, que luego nos acompañan en nuestra relación con la realidad. Cosas que, si el autor es bueno, nos ayudan a conocernos mejor, a conocer mejor a los demás, a modular nuestra forma de relacionarnos con cada persona. Leer permite afrontar mejor la vida y las relaciones.
c) El riesgo no residía en el hecho de la lectura, sino en leer sólo por mera evasión. La lectura debe servir para la vida, y por eso quien escribe ha de ser capaz de despertar sentimientos, ideas y valores que sirvan para la vida. De lo contrario, corren el riesgo de hacernos perder el tiempo.
d) Gracias a su mucho leer adquirió un estilo propio, ágil, gracioso y fluido, con el que –al hacerse mayor- pudo comunicar de manera sencilla, atractiva y cautivadora su rica realidad interior, describir el ambiente en que vivió, las personas con las que se relacionaba, las costumbres de la época y, sobre todo, su apasionada experiencia personal de la relación con Jesucristo.
Edith Stein, intelectual judía. Leyendo a santa Teresa se convirtió a la fe católica |
Los
escritos de Santa Teresa han hecho
bien a millones de personas, y han acercado a la fe a personajes como Edith Stein, hoy santa Teresa Benedicta de la Cruz.
También
Edith Stein era una inquieta
intelectual judía. Leía mucho. Esperando en casa de un amigo, tomó al azar un
libro de su biblioteca. Era El libro dela vida, de santa Teresa de Jesús. Lo leyó de un tirón, y al terminar
concluyó: “Aquí está la verdad”. Fue
el detonante de su conversión a la fe católica, como rememoraba años más tarde
en su autobiografía Estrellas
amarillas.
Como
Teresa de Jesús y Edith Stein, muchos de los grandes santos han sido grandes
lectores. No hay más que recordar a san Agustín o a santo Tomás de Aquino.
San Josemaría Escrivá
conocía los clásicos desde joven: expresiones de los Episodios Nacionales, de Benito
Pérez Galdós, y de muchos otros autores, afloran con naturalidad en sus
escritos, y contribuyen a dar plasticidad y estilo propio a sus obras y a su
predicación.
Foto opusdei.es |
La
lectura de buenos libros es un ejercicio
necesario para nuestras facultades intelectuales, afina el espíritu y abre
horizontes de buenas ideas y nuevas formas de expresarlas.
La lectura nos ayuda a pensar.
Quien ha leído mucho tiene más fácil el pensamiento discursivo, una
conversación más rica y fluída, porque la lectura nos amplía el vocabulario. Es
penoso escuchar “conversaciones” entre personas que apenas conocen el
significado de unas pocas decenas de palabras, y tienen que acudir a gruñidos,
tacos o aspavientos para comunicar sus opiniones o estados de ánimo.
Quien
lee mucho, adquiere vocabulario, y así sabe llamar a las cosas por su nombre,
que es el único modo de poseerlas: ser capaz de nombrar, de dar nombre, es
manifestación de posesión y dominio. ¡Qué distinto es un paseo por el monte,
cuando conocemos los nombres de las plantas y las podemos nombrar! Del mismo
modo, qué distinto es nuestro pasear entre las personas cuando sabemos
identificar y nombrar sus reacciones y sentimientos, y cuando sabemos expresar
apropiadamente los nuestros.
Leer
nos aporta riqueza de lenguaje, conocimientos y capacidad expresiva, y con ese
bagaje podemos entrar en diálogo con los mejores creadores de ideas, construir
un sano espíritu crítico con el que juzgar lo que acontece.
Leer mucho va enriqueciendo nuestra mente hasta permitirnos acceder a la lectura de libros cada vez más arduos y difíciles, que son necesarios para entender los complejos intríngulis de la vida.
Leer favorece la vida del espíritu,
que crece mejor sobre el terreno abonado por la sensibilidad cultural. Leer
afina nuestro mundo interior y la capacidad de disfrutar con la contemplación. Cuántas
veces al leer una frase encontramos la descripción de un sentimiento personal,
de una emoción recóndita, que intuíamos pero no sabíamos definir ni expresar
hasta ese momento.
La
lectura forma parte esencial de la formación
cultural, que es –como explicaba san Josemaría Escrivá, fundador del Opus
Dei- indispensable para el cumplimiento del fin natural y sobrenatural de toda
persona, y es aún más indispensable para todo cristiano corriente, de quienes Dios
espera que sean capaces de transformar el mundo desde dentro, aflorando los
valores del espíritu en y desde los ambientes profesionales y laborales. Y eso
requiere incrementar constantemente la propia cultura, según la capacidad y
posibilidades de cada uno.
El
mundo necesita líderes culturales que muestren la belleza intelectual y moral
de la fe y el modo de vivir cristiano. Personas capaces de idear y difundir
estilos de vida acordes con la dignidad de la persona. Y eso requiere cultura.
Qué leer
Hay
un libro único, capaz de satisfacer todas las inquietudes del hombre: el Evangelio. Es el libro que Dios usa
para hacer presente su Palabra viva, y hablarnos.
Pantocrator del Sinaí |
En
realidad, el Libro por antonomasia es Jesucristo
mismo, Dios hecho Hombre, el Verbo
de Dios encarnado. Jesús es la Palabra que Dios nos envía en su Hijo.
El
evangelista san Juan nos dice que “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba
con Dios, y el Verbo era Dios.” Jesús es la Palabra que Dios nos dirige, a cada
persona, para que conociéndola seamos capaces de entender quiénes somos, de
dónde venimos, cuál es nuestro destino, y el Camino para llegar: “Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida”, nos dice Jesús de Sí mismo.
Por
eso la primera “lectura”, la esencial, es mirar y contemplar a Jesucristo, escuchar lo que su Vida y su Humanidad nos
dice. Santo Tomás de Aquino, una de las mentes más poderosas de la historia,
que había escrito unos libros impresionantes, un buen día, tras un suceso
extraordinario en su interior mientras celebraba la Misa, dejó de escribir. A
quienes le preguntaban por qué ya no escribía, les decía que había entendido
que el mejor libro, el que encerraba toda la sabiduría, era Cristo en la Cruz:
ahí estaba todo.
El Evangelio nos narra los hechos y palabras esenciales que Jesús nos dirige a cada uno. No “nos dirigió”, porque nos las sigue dirigiendo. Es un libro que goza de algo que no tiene ningún otro: está inspirado por el Espíritu Santo. Un libro vivo, que esconde en niveles siempre más profundos llamadas al corazón y a la mente de cada persona que lo lee o escucha.
San Josemaría, refiriéndose
al Evangelio, escribió: “Lo que allí se narra no sólo has de saberlo: has de vivirlo”. Y
recomendaba que fuese una lectura meditada, a ejemplo de María, que conservaba
en su corazón todo lo que veía y escuchaba a su Hijo. Desde luego también sirven los audios, aunque la lectura facilita más meditación.
Contemplar
a Jesús. Leer y meditar su Vida en el Evangelio. Y asentar todo lo que ahí
aprendemos sobre la base humana de una cultura que hacemos crecer con nuestras
lecturas, con lo mejor que la mente humana ha sido capaz de escribir a lo largode la historia. No lo último es lo mejor.
Entre
los grandes libros están los de los grandes santos, pero también los de los buenos
novelistas, historiadores, filósofos, científicos, biógrafos… Aunque cada cual
tiene sus gustos y preferencias, nos conviene leer de todo, mucho y bueno.
Aquí
sugiero una propuesta básica de libros que contienen, a mi juicioo y cada uno en su estilo,
una visión rica y coherente del ser humano. De diversas maneras, tienen en
común que ayudan a entender mejor a la persona y al mundo en que vivimos.
Están
divididos por áreas temáticas. Los hay de erudición y de entretenimiento. Pero
de todos se pueden extraer valores.
Antropología
En torno al hombre.
José Ramón Ayllón
Creación
y pecado. Josep Ratzinger
Antropología. Juan Luis
Lorda
Ética y virtudes
Las virtudes
fundamentales. Josep Pieper
Ética a Nicómaco.
Aristóteles
Moral, el arte de
vivir. Juan Luis Lorda
Desfile de
modelos. José Ramón Ayllón
Sexualidad, amor y
santa pureza. J.M. Ibáñez Langlois
Carta a los jóvenes.
Juan Pablo II
Verdad,
valores, poder. Josep Ratzinger
Cartas del diablo a su
sobrino. C.S. Lewis
Literatura
El principito. A de
Saint Exupery
Matar un ruiseñor.
Harper Lee
La última del cadalso.
Gertrud von le Fort
Los novios.
Alejandro Manzoni
El Señor de Bembibre.
Eugenio Gil y Carrasco
Rebelión en la
Granja. Orwell
La nueva vida de
Pedrito de Andía. Rafael Sánchez Mazas
La isla del tesoro.
Stevenson
En lugar
seguro. Wallace Stevens
Biografías
La
puerta de la esperanza. J.A. Vallejo Nájera
Confesiones. San
Agustín
Libro de su vida.
Teresa de Jesús
Tomás Moro. Vázquez de
Prada
Dios o nada.
Robert Sarah
Santo Tomás de Aquino. Chesterton
Olor a
yerba seca. Memorias. Alejandro Llano
Contexto histórico
Tiempos modernos. Paul
Jhonson
Historia
de las ideas contemporáneas. Mariano Fazio
Leyendas negras de la
Iglesia. Vittorio Messori
Historia de España
moderna y contemporánea. José Luis Comellas
Una mirada a Europa.
Josep Ratzinger
Dios y el mundo. Josep
Ratzinger
El pontificado
romano en la historia. José Orlandis
Un adolescente en laretaguardia. Gil Imirizaldu
Religión
Conocer a Jesucristo.
Frank J. Sheed
Vida de Jesús. Francisco Fernández Carvajal
Jesús
de Nazaret. Benedicto XVI
¿Es razonable ser
creyente? Alfonso Aguiló
El regreso del hijopródigo. J.M. Nouwen
El poder
oculto de la amabilidad. Lovasik
Para ser cristiano.
Juan Luis Lorda
Amigos de Dios. Josemaría
Escrivá de Balaguer
Catecismo de la Iglesia Católica
Una buena selección de
libros de espiritualidad, ordenada por etapas en nivel creciente de formación: https://www.delibris.org/es/node/214454
Sitios de internet con buenas sugerencias sobre lecturas:
Lecturas que dejaron huella en Joseph Ratzinger-Benedicto XVI
Peter Sewald, en su espléndida biografía de Benedicto XVI, desgrana, al hilo
de sus conversaciones con el papa, algunas de las lecturas que han podido marcar
la trayectoria intelectual de Ratzinger
desde sus años jóvenes.
Para un
intelectual que ha dedicado su vida a buscar la verdad en lo mejor del saber
humano y en el tesoro del Evangelio y de los Padres de la Iglesia, es lógico
que la enumeración no sea exhaustiva. Pero algunos títulos resultan
significativos, y el propio Ratzinger señala que han sido decisivos en el
desarrollo de su pensamiento.
Amor y verdad. Agustín y Tomás de Aquino
Ratzinger descubre a san Agustín al leer Las Confesiones, y queda cautivado por
su profunda y viva teología, que emana de su experiencia vital, muy distinta a
la de Tomás de Aquino.
La lectura de Tomás de Aquino (demasiado impersonal
para su gusto, en un principio) no le interpela con esa fuerza, pero la de Agustín sí, profundamente, porque Agustín se muestra como hombre
apasionado que sufre y se interroga. Agustín
es alguien con el que uno puede identificarse, afirma Ratzinger, porque Agustín
ve la propia pobreza y miseria de pecador a la luz de Dios, y a la vez se
siente movido a la acción de gracias por el hecho de ser aceptado por Dios y
elevado mediante la transformación de su persona.
“A Agustín lo veo como un amigo, como un
contemporáneo que me habla”, explica Ratzinger. Agustín es “una persona animada por el inagotable deseo
de encontrar la verdad, de descubrir qué es la vida, de saber cómo debe vivir
uno.”
La
huella de Agustín de Hipona se
percibe en los escritos de Ratzinger: “El
ser humano es un gran enigma, un profundo abismo. Sólo a la luz de Dios puede
manifestarse plenamente también la grandeza del ser humano, la belleza de la
aventura de ser hombre.”
Con la lectura de
san Agustín, en Joseph Ratzinger arraiga el convencimiento de que no bastan los
libros para conocer a Dios: “sólo una
profunda moción del alma puede producir abundancia de conocimiento de Dios.”
Pero también el poderoso rigor
intelectual de Tomás de Aquino ayudó
a configurar su mente. Ya en 1946 su profesor le hizo un encargo que le
marcaría: traducir del latín la Cuestión
disputada sobre la caridad, de santo
Tomás. Debía encontrar las innumerables citas en los pasajes originarios de
la Sagrada Escritura, así como
rastrear los textos de filósofos y teólogos que menciona Tomás –Platón, Aristóteles, Agustín–,
cotejarlos y localizar y registrar capítulo y líneas correspondientes a cada
uno de ellos.
Esta tarea propició su encuentro intelectual
con Edith Stein, que había traducido
por primera vez al alemán las Cuestiones
disputadas sobre la verdad.
El amor y
la verdad se convertirían con el tiempo en temas centrales de toda la
obra de Ratzinger. A su juicio, no puede
haber amor sin verdad ni verdad sin amor. Curiosa casualidad: el amor no
solo fue su primer tema como teólogo, sino también el tema de su primera
encíclica como papa. Su ópera prima en la facultad, con el título de Comunicación
sobre el amor, apareció en una tirada de dos ejemplares (el primero,
manuscrito; el segundo, mecanografiado); su ópera prima como papa, Deus caritas est [Dios es amor], en una tirada de más de tres millones de
ejemplares.
Edith Stein fue canonizada por Juan Pablo II, en presencia de Ratzinger, el 11 de octubre de 1998 en la plaza de San Pedro de Roma. Simultáneamente, el papa polaco declaró a la mártir alemana copatrona de Europa. «Sea consciente de ello o no, quien busca la verdad, busca a Dios», afirmó la carmelita santa.
El futuro de la
humanidad. Herman Hess, Guardini, Newman, Orwell…
Influyen
mucho en el joven Ratzinger dos obras de Herman
Hess: El juego de los abalorios y
El lobo estepario. Hess se confronta
críticamente con el espíritu de la época.
En El juego de los abalorios hay un
asombroso parecido con la trayectoria intelectual y religiosa de Ratzinger: el
joven protagonista ingresa en una orden ficticia que busca la verdad mediante
el saber y la música, y llega a lo más alto de la orden.
El lobo estepario narra el
desgarro anímico de la época: el protagonista es un personaje hipersensible y
solitario, hombre de libros y de ideas, buen conocedor de Mozart y de Goethe,
criado por padres y maestros cariñosos, severos y muy píos, que vive inmerso
entre una cultura europea antigua que se hunde y una tecnocracia moderna que
crece excesivamente. Añora los corazones llenos de espíritu, no puede encontrar
la huella de Dios en una época tan burguesa, y por eso se siente como un lobo
estepario en medio de un mundo cuyas metas no comparte.
Ratzinger
estudió a fondo las obras de Romano
Guardini y de J. H. Newman, de Sartre, el Diario de un cura rural, de Bernanos…
Todo ello iba dejando huella en su mente, que aprendía a discernir con sentido
crítico, a tomar lo bueno y colegir el daño que puede hacer lo malo.
Son obras que
ayudan a penetrar y hacerse cargo de los problemas que abruman al hombre de
nuestro tiempo. Permiten vislumbrar también los riesgos que acechan a la humanidad,
sobre los que Benedicto no ha cesado de reflexionar y poner en guardia con su Magisterio,
en el que junto a la racionalidad de los argumentos se percibe la asistencia
del Espíritu Santo.
Cuatro de sus
lecturas preferidas sobre la peligrosa deriva del mundo han sido 1984 (G. Orwell), Un mundo feliz (Aldous
Huxley), Señor
del mundo (R.H. Bergson, puesta de
relieve y recomendada también por el papa Francisco), y Breve relato del Anticristo (Vladimir
Soloiev).
Amor y
sexualidad. Adam y Joseph Pieper
Los libros de August Adam sobre el amor y la
sexualidad influyeron en el pensamiento de Ratzinger.
Adam afirma que el impulso sexual no debe considerarse “impuro”, sino un regalo
que a través del amor al prójimo alcanza su santificación.
Estas
ideas, junto a las de Josef Pieper en su libro El amor, aparecen en su primera encíclica: Deus caritas est, en la que habla de “sumergirse en la embriaguez de la felicidad”. La encíclica explica
la misión caritativa de la Iglesia en el mundo: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios
permanece en Él.”. Ese es el corazón de la fe cristiana, la imagen
cristiana de Dios y la consiguiente imagen del hombre y de su camino en la
tierra: “Nosotros hemos conocido el amor
que Dios nos tiene y hemos creído en Él.”
El
cristianismo no ha destruido el eros: al contrario, la humanidad de la fe
incluye el sí del hombre a su corporeidad, creada por Dios. El eros regalado
por el Creador permite al ser humano pregustar algo de lo divino.
Amor
a Dios y amor al prójimo forman una unidad indisoluble. Sin amor al prójimo el
amor a Dios se marchita. Sin amor y contacto con Dios, en el otro no reconoceré
su imagen divina.
“El amor es una luz –en el fondo la única- que
ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar.
El amor es posible, y nosotros podemos
ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios.”
La nueva física
encamina de nuevo a los científicos hacia Dios y hacia la imagen cristiana del
hombre.
La Filosofía
de la libertad de Wenzl mostró
que la imagen del mundo derivada de la física clásica, en la que Dios no
desempeñaba ya papel alguno, había sido reemplazada, a consecuencia del
desarrollo de las propias ciencias de la naturaleza, por una imagen del mundo
que volvía a ser abierta.
La convicción
entre los intelectuales con los que se codea Ratzinger en la universidad era que
los científicos, «en virtud del cambio radical iniciado por Planck, Heisenberg o Einstein, estaban de nuevo en el
camino hacia Dios». Era hora de que la metafísica,
es decir, la doctrina de lo que se encuentra detrás del mundo conocido y
calculado, volviera a ser de una vez la
base común de todas las ciencias.
En resumen: el
futuro tan solo podía ser reconstruido
sobre una base intelectual, conforme
a la idea de la vida que está bosquejada en la liberal y reconciliadora
imagen cristiana del hombre.
Cambio radical de
pensamiento y Filosofía de la libertad.
Si esta obra de Wenzl (Filosofía de la libertad) fue para Joseph impulso para pensar e
inspiración, el libro del profesor de teología moral Theodor Steinbüchel Cambio radical de pensamiento se
convirtió en lectura clave. Quería conocer «lo nuevo» en lugar de limitarse a
una filosofía «manida» y «envasada». El novel estudiante se sentía muy
decepcionado por profesores que habían dejado de ser personas indagadoras y, en
su estrechez intelectual, se contentaban con «defender lo hallado frente a cualquier pregunta».
En Verdad, valores, poder, de Steinbüchel, Ratzinger leyó frases que
le conmovieron profundamente: «El ser
humano se da solo ante Dios y solo en libertad; únicamente bajo ambas
condiciones es persona». El «conviértete
en lo que eres» tiene sentido sólo si se sabe realmente qué es el hombre: ser hacia Dios. Y llegar a ser uno
mismo, como exigía Heidegger, solamente es auténtica realización del yo si es
incorporado a la relación con Dios, en la que se cumple lo que de verdad son el
«hombre» y el «yo».
De ahí que Dios
no sea, como sostiene Nietzsche, la muerte y la ruina del hombre, sino su vida:
«El garante de su libertad es Dios,
porque este lo ha creado como el ser que se trasciende hacia el tú y porque
esta trascendencia de su ser tan solo se realiza en la vida de la libertad
personal».
Steinbüchel, en su Cambio radical de pensamiento, se basa
en la obra poco conocida de Ferdinand Ebner, quien a principios de
siglo XX redescubre que la palabra de la revelación no es una construcción del
pensamiento, sino hallazgo y recepción,
comprensión de sentido que el
pensamiento no ha ideado por su propio poder.
Un ser conocido que es la realidad del Dios personal que en su palabra
se dirige al hombre perceptor.
Sólo en este
dinamismo vivo y decisivo se constituye la existencia humana en su singularidad
más profunda, misteriosa y responsable. Ebner
construyó una filosofía de la relación yo-tú entre la criatura y el Creador que
ponía las bases del existencialismo cristiano y del pensamiento dialógico.
Hildegarda
de Bringen, sabia, científica y mística
Quizá para nosotros poca conocida, desde su juventud Ratzinger se sintió atraído por la figura de Hildegarda de Bringen, sabia, médica, poeta, compositora y mística, que vivió en el siglo XI y ha sido canonizada y declarada doctora de la Iglesia por él cuando llegó a Papa. Hildegarda amó a Jesucristo en su Iglesia, sin ingenuidad ni timideces: como Benedicto. Seguro que esta santa doctora ha ocupado el papel de guía fiel en el camino espiritual e intelectual de Benedicto.