miércoles, 31 de julio de 2013

Comunicación amable y cercana. El Papa Francisco en Globo News.







No hay mamás por correspondencia... 

Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece... 

Nadie se muere la víspera... 

Simpática expresividad del Papa Francisco para comunicar con cercanía y sencillez. 

La entrevista aporta muchas ideas y pienso que vale la pena escucharla entera con calma. 

Es de las que dejan poso.


                    


martes, 30 de julio de 2013

El amable y claro estilo de comunicación del Papa

                





    Una escena en el ya tradicional encuentro informal del Papa con los periodistas acreditados en sus viajes. 

    Junto a la amabilidadcercanía, claridad en la exposición de la doctrina de la Iglesia católica. 

    Tres rasgos que han de estar siempre presentes en la comunicación de la Iglesia.



                     

sábado, 27 de julio de 2013

Mis prisiones. Silvio Pellico

Mis prisiones. Silvio Pellico






El escritor  italiano Silvio Pellico (1789-1854) fue detenido y encarcelado por la policía de Austria, acusado de ideas políticas liberales contrarias al régimen imperial. En este libro nos cuenta sus vivencias personales, centradas especialmente en los diez  años pasados en la cárcel.


La narración, sentida y sincera, libre de odios y rencores, constituye un valioso testimonio histórico acerca de las ideas y costumbres que movían a los europeos en aquellos años.


Cuando un autor narra su historia con sencillez y estilo directo, esforzándose por  ser veraz, sincero al expresar sus sentimientos, imparcial en los juicios ajenos…  el lector lo percibe con agradecimiento. Y la lectura deja poso.  Es lo que sucede con esta historia, quizá hoy poco conocida, pero que nos deja con la convicción de haber leído algo que valía la pena.


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Entre lo mucho interesante del libro, resalto un detalle que me ha llamado la atención. Pellico cuenta con agradecimiento el bien que le hacía abrir su alma con el capellán de la prisión, tanto para alcanzar perdón por sus pecados en el sacramento de la confesión,
como al conversar acerca de esas aspiraciones y sentimientos interiores que todos llevamos en lo más hondo.


Los capellanes de prisión son una figura que suele pasar desapercibida. Pero a lo largo de la historia han desarrollado –y siguen haciéndolo cuando les dejan- un impagable servicio de humanización y consuelo en la vida de personas que sufren cautiverio, justa o injustamente.


Así escribe, al referirse a sus charlas con el capellán:  

“Cada vez que yo oía aquellas amorosas reconvenciones y nobles consejos, ardía en amor a la virtud; no aborrecía ya a nadie, habría dado mi vida por el más ínfimo de mis semejantes, bendecía a Dios por haberse hecho hombre. ¡Ah! ¡Infeliz el que ignora la sublimidad de la confesión! ¡Infeliz el que, por no parecer vulgar, se cree obligado a mirarla con escarnio! No es verdad que sabiendo que se necesita ser bueno sea inútil que oigamos que nos lo dicen, que basten las propias reflexiones y oportunas lecturas, ¡no! El lenguaje vivo del hombre tiene una sugestión que ni la lectura ni las propias reflexiones poseen. El alma experimenta mayor sacudida; las impresiones que se hacen son más profundas. En el hermano que os habla hay una vida y una oportunidad que a menudo se pedirán en vano a los libros y a nuestros propios pensamientos.”


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Ese "hermano que nos habla" y consuela puede ser  también cualquier persona sencilla de alma noble, que conoce nuestra soledad y desamparo y no se desentiende. Necesitamos conversación, que nos recuerden las cosas buenas. El preso necesita ver caras amables, y pueden serlo hasta las de sus guardianes, cuando  hacen su trabajo con humanidad y no cruelmente:  


"Mil veces iba a la ventana de la celda, aspirando por ver alguna cara nueva; y me tenía por feliz si el centinela se acercaba y podía verle, si alzaba la cabeza al oírme toser, si ponía buena cara... Cuando me parecía descubrir señales de compasión, me conmovía dulcemente, somo si aquel desconocido soldado fuera un amigo íntimo (...) Si pasaba de modo que no le viera me quedaba mortificado, como quien ama y no es correspondido."


El preso desea ver criaturas de su especie. "La religión cristiana -escribe Silvio Pellico- tan rica en humanidad, no ha olvidado poner entre las obras de misericordia el visitar a los presos. El aspecto de los hombres que se duelen de nuestra desventura, aun cuando no puedan endulzarla eficazmente, la dulcifica."


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Le impresionaba y consolaba escuchar a una anciana, pariente del carcelero, que le recordaba cosas que ya sabía él, pero le sonaban a nuevas: 

"Que la desgracia no degrada al hombre si éste no se apoca, antes le sublima; que si pudiéramos penetrar los juicios de Dios veríamos muchas veces que eran más de compadecer los vencedores que los vencidos, los exaltados que los caídos, los poderosos que los despojados de todo; que la amistad particular demostrada por el Hombre-Dios hacia los desventurados es un gran hecho; que debemos gloriarnos de la cruz después que fue llevada a hombros divinos". 


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Enfermo y con fiebre alta, uno de los carceleros, buena persona, le insta a que solicite al médico que le sea retirada la cadena que le ataba el pié, pues su enfermedad parecía justificarlo.  Le hizo caso, pero el médico se lo negó. Pellico, humillado, le echa en cara con rudeza al bueno del carcelero que por su culpa había recibido esa humillación. 

Le hace pensar la sabia respuesta del carcelero, llena de sentido común y sentido cristiano: "Los soberbios hacen consistir su grandeza en no exponerse a un desaire, en no aceptar favores, en avergonzarse de mil pequeñeces. Alle eseleyen! ¡Todo asnadas! ¡Vana grandeza!¡Ignorancia de la verdadera dignidad! ¡La verdadera dignidad consiste en gran parte en avergonzarse de las malas acciones!" 

Es una lección que las madres cristianas han enseñado siempre a sus hijos. Como recordaba san Josemaría, cuando siendo niño se escondía por vergüenza de las visitas, y su madre tenía que ir a buscarlo a su escondite y le decía suavemente: "¡Josemaría, la vergüenza para pecar!




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Pellico había sido carbonario,  y aunque bautizado, llevaba una vida alejada de la religión. En la cárcel descubre la grandeza de la fe católica y se convierte. Con otro compañero de prisión, joven como él y como él converso, hablan entusiasmados de sus descubrimientos acerca de la consonancia entre cristianismo y razón, de cómo sólo la religión católica era capaz de resistir la crítica, de la excelencia de su moral. 

Y se preguntan si, caso de librarse de la cárcel, serían tan pusilánimes que no confesaran el Evangelio, si se dejarían impresionar por quienes les dijeran que la cárcel les había debilitado el ánimo. Silvio responde por los dos: "El colmo de la vileza es ser esclavo de los juicios ajenos cuando se tiene la persuasión de que son falsos. No creo tal vileza en tí ni en mí, ni que la tengamos nunca."


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Toda la narración rezuma entereza, humanidad y sentido cristiano de la vida: "El hombre tiene el deber de ser superior a la fortuna, y además paciente." (pag. 59)

Una paciencia contra la que se levantan los vicios, y en especial el vicio de la ira, que mueve a la violencia verbal y física.  "La ira es más inmoral y malvada de lo que se piensa. El hombre infeliz y encolerizado es tremendamente ingenioso en calumniar a sus semejantes y al mismo Creador."


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Ante el éxito de "Mis prisiones", el capellán le animó a escribir un buen tratado de moral. Pellico se resistió, aduciendo que ya existían tratados de muy buenos autores. Pero el sacerdote le replicó con un argumento tumbativo: 

"Hay muchos buenos libros que, sin embargo, no se leen porque les falta el aliciente de la novedad. Donde se pueda escribir uno nuevo, debe hacerse, para glorificar al Señor y para ser útil al prójimo. Escribid un discurso a la juventud despertando en ella todos los nobles sentimientos, y os predigo que no os faltarán lectores."

Finalmente Silvio Pellico aceptó el reto, y publicó con notable éxito "Los deberes del hombre. Discurso dirigido a un joven."







Una nota más sobre los prejuicios, que tantas veces nos alejan de buenas personas. Refiriéndose a un carcelero sobre el que se había hecho un juicio terrible, y que luego resultó se un hombre de gran corazón: “¡Qué injustos son los hombres juzgando por la apariencias y según sus soberbias prevenciones! (…) Cuando formamos mejor opinión de un hombre q antes juzgábamos malo, entonces, atendiendo a su voz, a su cara y a sus modales, nos parece descubrir evidentes señales de honradez (…pero) es pura ilusión: sus rasgos son iguales que cuando nos parecía un bribón. Lo que ha cambiado es nuestro juicio sobre las cualidades morales, y con esto cambian las conclusiones de nuestra ciencia fisonómica”. “Con frecuencia se aborrecen los hombres porque se desconocen. Si (inter)cambiaran algunas palabras, el uno daría confiadamente el brazo al otro…”




lunes, 22 de julio de 2013

La prisionera de Teherán





La prisionera de Teherán. Marina Nemat. Ed Espasa

Éste magnífico libro narra la aventura real de su autora,  la iraní Marina Nemat. 

En 1982, con sólo dieciséis años,  fue detenida por la policía de Jomeini. Su culpa, haberse atrevido a hacer entre sus compañeros de estudios algunos comentarios críticos  hacia el régimen impuesto por la revolución islámica, que dominaba Irán desde tres años antes. 

Encarcelada en la temida cárcel de Evin, allí fue torturada durante dos años, y condenada a muerte por el juez que dictaba la Sharía o ley islámica. 

Uno de sus carceleros, encaprichado con ella, se valió de la influyente posición de su familia en el régimen para conmutar su pena de muerte por cadena perpetua. Pero puso una condición: debía casarse con él y renunciar a su religión -Marina era cristiana-  y convertirse al islam. 

Impresiona la serenidad y fortaleza con la que Marina, en la distancia, narra el intenso sufrimiento físico y moral que le fue infligido en aquellos años de prisión. Un sufrimiento que compartía con miles de mujeres jóvenes en su misma situación, muchas de las cuales eran sacadas de las celdas y violadas o asesinadas cada noche.

Finalmente, tras penosos episodios, se  celebró la boda con su carcelero según el rito islámico. Pero al cabo de poco el marido es asesinado. Marina es conducida de nuevo a la prisión de Evin, para cumplir su cadena perpetua. De nuevo la angustia se cierne sobre la pobre mujer, rodeada de compañeras que cada día son torturadas, violadas y asesinadas. 

Al cabo del tiempo, su influyente suegro, compadecido de su suerte, logró su libertad, y pudo escapar del país. Casada con su antiguo novio católico, ahora vive en Canadá. 

Marina Remat

El relato ayuda a hacerse cargo de la reciente historia de Irán, y de una cultura que no conoce ni respeta derechos humanos fundamentales. Puede leerse aquí una entrevista con la protagonista. 

sábado, 20 de julio de 2013

Desde la dimensión intermedia



                                                


Desde la dimensión intermedia. Mercedes Salisachs. Ed B 2003


    Un abogado y escritor  de éxito sufre un atentado de ETA. Mientras se debate entre la vida y la muerte, su vida pasa ante sus ojos. Y ve todo con una nueva perspectiva:  relaciones, familia, colegas, amistades reales o supuestas, enamoramientos frívolos…

    La luz que ya le empieza a prestar la cercanía de Dios arroja sobre su vida una nueva claridad. Poco a poco  se le muestran  las verdaderas motivaciones, los sentimientos ocultos, nunca sospechados por él, de las personas que ha tenido a su alrededor.

    Se percibe en el estilo de Salisachs una fina sensibilidad para captar los movimientos sicológicos, las reacciones interiores, no siempre afloradas pero que siempre dejan huella en la persona. El odio y el resentimiento proceden del egoísmo, y dejan un rastro de tristeza y soledad. En cambio, quienes tienen la fortaleza necesaria para devolver bien por mal y llegan a perdonar son personas serenas, que dan paz a su alrededor.  

    Hay un fondo cristiano siempre presente en los escritos de Salisachs: “Para que Dios nos perdone, hemos de olvidar y perdonar los errores ajenos. En el más allá descubriremos hasta qué punto hemos podido ser los causantes de errores ajenos: a menudo las desidias propias y los olvidos premeditados pueden provocar males graves a otros.

    Maneja una cariñosa ironía en sus descripciones.  Así, cuando pinta a ese tipo de persona que acostumbra a mantener una “cordial lejanía”: “procuraba ser amable y simpática sin dejar de mostrarse algo distante. Me impresionaba su forma de imponer lejanías cordiales…” O retrata el estilo profesional de algunos abogados: “Un abogado que quiera medrar ha de saber dominar los músculos de su cara, mostrar atención hacia el cliente, no desgana, y transmitir seguridad, firmeza, confianza.”

    Juzga las conductas con ternura y comprensión, pero llama a las cosas por su nombre, sin falsas compasiones.  Por ejemplo, no se corta al calificar a ciertos frecuentes  “enamoramientos”, poco consistentes, como “remedos de zancadillas, egolatría, fugacidad, ganas de ver en el otro lo que nosotros queremos ver; nos enamoramos de lo que nos atrae: en el fondo de nosotros mismos. No son amor. La belleza y la juventud son fortunas prestadas.”






lunes, 15 de julio de 2013

Los cerezos en flor. El Opus Dei en Japón




Los cerezos en flor. Relatos sobre la expansión del Opus Dei en Japón.

José Miguel Cejas. Ed Rialp 2013

 

El encuentro con Dios es siempre personalísimo. Quizá por eso José Miguel Cejas ha escogido como formato de este magnífico libro la narración de una larga serie de historias personales, contadas en primera persona por sus protagonistas.  Tienen en común el impacto del cristianismo en las vidas de hombres y mujeres de una singular nación: el Japón. Un impacto transformador de la existencia, que tantas veces culmina con el encuentro con Jesucristo, y tantas otras con una mayor cercanía y simpatía hacia su Persona.

 

La historia particular de cada personaje y de sus antepasados nos permite conocer muchos detalles de la historia y la cultura japonesa. El origen del pensamiento sintoísta, la influencia budista… Asistimos a la primera evangelización en el siglo XVI, interrumpida cruelmente por largos siglos de persecución y martirio.  La sorprendente historia de los católicos ocultos, los Kirishitani, que en 1865 se presentaron inesperadamente en la pequeña iglesia del sacerdote francés Petitjean, de las Missions Etrangères de Paris: “Nuestro corazón es el mismo que el tuyo” le dijeron, cuando le vieron arrodillarse ante el Santísimo. Habían permanecido heroicamente fieles a su fe durante más de tres siglos de clandestinidad.


Asistimos también a la historia del comienzo y desarrollo de la labor apostólica del Opus Dei. Un periodista, una traductora, una profesora de idiomas, la ejecutiva de una productora de televisión especializada en programas educativos… Son las primeras personas del Opus Dei que llegan a roturar el terreno. Llegan a Japón con un impulso común: disponibilidad para llevar a Jesucristo a quienes no le conocen, a quienes ni siquiera han oído hablar de Él.

 

Y se encuentran con un pueblo que sabe apreciar la belleza de las cosas corrientes: el agua que brota de un apacible manantial, la luna llena, el puchero en el centro del hogar familiar, las hojas de arce arrastradas en otoño por el viento… Un pueblo que intuye que en la belleza de esas cosas corrientes se esconden brillos de algo sobrenatural, de un Dios al que en su mayoría aún no conocen. Y pueden sentirse identificados con el mensaje del Opus Dei, que enseña la importancia de las cosas pequeñas de la vida corriente, del trabajo bien hecho, con sentido profesional y afán de servicio a los demás, por amor a Dios.

 

El trato personal y la amistad de aquellos primeros con sus colegas de trabajo les permite ir disipando prejuicios hacia el catolicismo entre los japoneses, quienes en su inmensa mayoría todavía no conocen o miran con recelo la religión católica.


Asistimos con emoción contenida a la acción de Dios en las almas, en cada alma. Una historia siempre diferente. El Espíritu atrae a cada uno valiéndose de medios insospechados. Puede ser la cariñosa expresión de un amigo, impaciente por nuestra indecisión: “¡pero qué tonto!”. Y sorprendentemente el alma se arranca.  


O puede valerse de la conmoción ante una imagen de Cristo crucificado, incomprensible para un japonés. O de la admiración ante la alegre laboriosidad de un compañero de trabajo.

 

Dios se sirve también a veces de escenas corrientes de la vida cotidiana,  que de pronto inexplicablemente iluminan el alma.  Es el caso conmovedor del artista y escultor Esuro Esooto. A él se debe el llamado “fenómeno japonés” de Barcelona: miles de japoneses  acuden para visitar el templo de la Sagrada Familia, atraídos por el trabajo que allí realiza su famoso compatriota, y reciben quizá por primera vez una explicacióndel cristianismo a través de las majestuosas esculturas del templo.

 

Pero roturar el terreno es también ir cambiando conductas arraigadas en la tradición japonesa, que no cuadran con las prioridades propias del cristianismo: primero Dios, después la familia, y en tercer lugar el trabajo. En Japón se vive para trabajar. Hay que vencer muchas resistencias para dar a Dios y a la familia el lugar que merecen. Y vemos, como en el caso de la primera vocación al Opus Dei, Soichiro Nita, que Dios premia el esfuerzo, y el ejemplo va cundiendo poco a poco.

 

Deslumbra la belleza interior de tantas personas corrientes, manifestada con una sencillez encantadora. Interpelan al lector.  Y le llenan de esperanza ante su particular historia de relación con Dios.


Porque a todos, si no nos ha pasado ya, nos puede pasar lo que cuenta Soichiro Nita, hoy Vicario de la Prelatura en Japón. Un día entiende su canción favorita con un sentido nuevo:

How thethought of you does things to me  / Never before has someone beenmore?” (Nat King Cole)

         "¿Cómo es que el hecho de pensar en Tí, nunca antes había significado tanto?"


           Este libro se disfruta y deja poso desde la primera página. 


Grupo de mujeres japonesas en la plaza de San Pedro de Roma, el 6 de octubre de 2002, día de la canonización del fundador del Opus Dei


 

domingo, 14 de julio de 2013

Lemaître y el átomo primitivo



Cuando ciencia y fe caminan juntas



Ya he anotado aquí  breves reseñas personales de varios libros sobre la ciencia y la fe. La última, esta relectura de Creación y pecado, de Joseph Ratzinger. Una verdadera delicia para la inteligencia, que he recomendado también a amigos que no tienen fe.



Otros títulos en la misma línea han sido Razonespara creer, de André Leonard; Cienciay Fe: lo que sabemos del origen del Universo, de Diego Martínez Caro; Galileo y la Iglesia, de Walter Brandmüller; Ciencia y fe: Nuevasperspectivas, de Mariano Artigas.


Y es que hay preguntas que nos implican mucho. ¿Qué sabemos de nuestro origen, del universo que nos rodea, de nuestro destino último? ¿Qué podemos saber con la luz de nuestra inteligencia? ¿Qué nos dice la fe católica? ¿Hay alguna incompatibilidad? Son cuestiones que  atraen  a cualquiera, siquiera sea por un mínimo  de curiosidad intelectual.


Por otro lado no son pocos los que se han dejado influir por esa  idea poco razonable y en absoluto demostrada de que la ciencia ha desbancado a la fe.  Y es preciso recordar lo obvio con frecuencia: ciencia y fe tienen ámbitos distintos, y avanzan juntas por el camino de la verdad.


No sólo no hay incompatibilidad entre ellas, sino que la ciencia ha nacido y se ha desarrollado gracias a un sustrato cristiano, de hombres de ciencia que por su fe cristiana creían en un universo racionalmente ordenado por su Creador, no abandonado a fuerzas ciegas y arbitrarias.  La inmensa mayoría de los grandes científicos han sido y son creyentes.


Comentaba ayer estas ideas con mi amigo Vicente Miquel, catedrático de Matemáticas.  Y repasábamos la larga lista de científicos que las comparten.  Recordamos por ejemplo el caso del científico belga  George Lemaître, a quien  debemos el descubrimiento de la teoría del átomo primitivo, o Big Bang, en 1927.  Pocos saben que Lemaître no sólo era un ferviente católico, sino que además era sacerdote. De él dijo Eddington que "da una respuesta asombrosamente completa a los diversos problemas que plantean las cosmogonías de Einstein y de De Sitter". Y Einstein, que estuvo informado de los trabajos de Lemaître y asistió a alguna de sus conferencias, afirmó que era el científico que mejor había comprendido sus teorías de la relatividad.



Lemaître desde muy joven supo que había dos caminos para llegar al conocimiento de la verdad. Uno era la ciencia. Y  el otro la fe. Decidió recorrer con ímpetu los dos. Estudió ingeniería, matemáticas, física y astronomía. Y estudió a fondo filosofía y teología. Destacó en la ciencia. Su teoría del átomo primitivo,  reconocida y aplaudida por Einstein,  fue acogida  por el mundo científico tras superar algunas injustas reticencias de quienes ponían en duda su valor científico por su condición de hombre de fe.  Lemaître destacó como científico. Y destacó como hombre de fe. No hay incompatibilidad, sino apoyo mutuo entre ambas.


Vicente Miquel me ha recomendado esta cita  de Francis Collins, genetista y director del National Human Genome Research Institute, que investiga el genoma humano.  En su libro The language of God (Así habla Dios, Ed. Temas de hoy 2006) dice:



Cubierta delantera“En el siglo XXI, en una sociedad cada vez más tecnificada, se libra una batalla entre el corazón y la mente de la humanidad. Muchos materialistas, advirtiendo triunfantes los avances de la ciencia para llenar las brechas de nuestro entendimiento de la naturaleza, anuncian que creer en Dios es una superstición obsoleta, y que estaríamos mejor si lo admitiéramos y continuáramos avanzando. Muchos creyentes en Dios, convencidos de que la verdad que deriva de la introspección espiritual es un valor más perdurable que las verdades de otras fuentes, ven los avances de la ciencia y la tecnología como peligrosos e indignos de confianza. Las posturas se endurecen, las voces se agudizan.


¿Daremos la espalda a la ciencia porque se la percibe como una amenaza a Dios, abandonando toda promesa de avanzar en nuestra comprensión de la naturaleza para aplicarla en aliviar el sufrimiento y mejorar la humanidad? O, por el contrario, ¿daremos la espalda a la fe, concluyendo que la ciencia ya ha hecho que la vida espiritual deje de ser necesaria, y que los símbolos religiosos tradicionales pueden ser ahora reemplazados por grabados de la doble hélice en nuestros altares?



Ambas opciones son profundamente peligrosas. Ambas niegan la verdad. Ambas disminuirán la nobleza de la humanidad. Ambas serán devastadoras para nuestro futuro. Y ambas son innecesarias. El Dios de la Biblia es también el Dios del genoma. Se le puede adorar en la catedral o en el laboratorio. Su creación es majestuosa, sobrecogedora, intrincada y bella, y no puede estar en guerra con sí misma. Sólo nosotros, humanos imperfectos, podemos iniciar tales batallas. Y sólo nosotros podemos terminarlas”.


Me ha gustado especialmente este último párrafo, que me trae resonancias de lo enseñado por el fundador del Opus Dei,  san Josemaría:debéis comprender ahora con una nueva claridad que Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día.”