lunes, 8 de septiembre de 2014

La columna de hierro. Una gran novela sobre la vida de Cicerón


 
                                                        

La columna de hierro. Taylor Caldwell. Ed. Maeva 



Biografía  novelada de Marco Tulio Cicerón. Nacido en  el año 106 y muerto en el 46 antes de Cristo, vivió en momentos de esplendor del  Imperio Romano, cuando mentes lúcidas como la suya ya intuían su inevitable declive,  a causa de la ambición y corrupción de la clase dirigente. 


Antes de comenzar a redactar el libro, Taylor Caldwell realizó junto a su marido un gran trabajo de documentación, que comenzó en 1947 con la traducción de todas las obras y correspondencia de Cicerón, conservadas en el Archivo Vaticano. Empleó después  un total de siete años en la redacción del libro, que iba acompañada de un arduo trabajo de investigación  para recrear con detalle la vida y costumbres de la época. 


Taylor ve un terrible paralelismo entre  la historia de la República Romana y la de los Estados Unidos de América (y de todo  el Occidente contemporáneo, podríamos añadir).   El menosprecio  de las naciones a las normas establecidas en la Pax Romana, que pretendía  un  gobierno mundial conciliador, le parece muy similar al desprecio actual  a la letra de la Carta de las Naciones Unidas. Cicerón lo advirtió, con frase de Aristóteles: “Las naciones que ignoran la Historia están condenadas a repetir sus tragedias”.  

Fue el mejor jurista y abogado de Roma. Sus dotes oratorias, bien cultivadas durante años, eran espectaculares, con un enorme poder de seducción. Sus famosos discursos contra Catilina, verdaderas arengas a favor de la libertad,  están construidos con tal perfección que podría repetirlos  un político actual.  “La libertad no significa aprovecharse de las leyes con intención de destruirlas. No es libertad la que permite que el caballo de Troya sea metido dentro de nuestras murallas y que los que vienen dentro sean oídos con el pretexto de la tolerancia”. 

 

Destacó además como escritor, poeta, filósofo, moralista y político. Introdujo en Roma la savia de la filosofía griega. En un mundo en que no estaba de moda la moral, trató siempre de interrogarse acerca de  la bondad o maldad de los actos humanos, y especialmente de los actos de los políticos, que deberían trabajar a favor del pueblo y tantas veces lo utilizan para su propio provecho personal, con una retórica manipuladora y disfrazada de palabras de democracia. 


Defendió que los derechos de los hombres están por encima de los del Estado, que la libertad nunca debería ser amenazada por leyes perversas. Denunció y desafió a los dictadores y el ansia de poder de los hombres malvados que se hacen con los recursos del Estado.  Murió asesinado precisamente por orden del  Estado, durante el triunvirato de Marco Antonio, Octavio y Lépido. Los poderosos no soportaban sus alegatos acerca de la necesidad de que el poder respete la ley: “El poder y la ley no son sinónimos. La verdad es que con frecuencia se encuentran en irreductible oposición”.  


El diálogo con la pragmática Terencia, su mujer, refleja el dilema de todo hombre honrado, que prefiere mantenerse alejado de una política en la que sólo suelen triunfar los más astutos o los que compran cargos: “La virtud, las dotes de mando o la capacidad son cualidades que no cuentan para nada. Si sólo se hubiera de elegir a hombres virtuosos y capaces, seguro que la mitad o más de los cargos de Roma quedarían vacantes” (505). Denunció a los “políticos que retuercen la verdad sobre sus adversarios y trabajan por difundir falsedades acusatorias hasta convertir al inocente en culpable a los ojos del pueblo” (714): nihil novum sub sole!


Pero una frase de Pericles pone el dilema en su punto justo: “No decimos que el hombre que no se interesa por la política se ocupa tan sólo de sus propios asuntos. Lo que afirmamos es que no tiene nada que hacer en este mundo”. (148) La política precisa de personas honradas, dispuestas a sufrir si llega el caso el odio y la ingratitud de las masas, manipuladas con tesón y constancia precisamente por quienes sólo buscan en la política su propio provecho. (703)


Sus tratados sobre los deberes para con Dios y para con la patria, especialmente De Republica, continúan siendo citados dos mil años después de ser escritos. Igualmente famosas son sus cartas a Ático, su editor, quien supo valorar la calidad de sus textos: “edades  aún por nacer serán las receptoras de tu sabiduría y todo lo que has dicho y escrito  será una advertencia para naciones aún desconocidas”.  


También se conserva una amplia correspondencia con  Julio César, gran amigo desde la infancia, aunque siempre hubo entre ellos una relación de amor y odio. Cicerón conocía bien a César y no se fiaba de sus intenciones. Sabía que era un trepador. César dijo de él con su cinismo habitual: “Siempre querré a mi pobre Marco (Tulio Cicerón), que jamás cesó de buscar la virtud, sin comprender que no existe en este mundo”.


El ansia del Dios verdadero, patente en la obra de Cicerón, está muy bien reflejada en el libro.  Cicerón conoció el judaísmo y las profecías de la Sagrada Escritura acerca de la venida del Redentor del mundo. Sus escritos revelan que participó de la gran expectación universal que estremeció en su época a  hombres justos de todas las naciones. Sentían próximo el Nacimiento de un Salvador que devolvería al mundo su inocencia original, y rezaban al Dios desconocido que liberaría a la humanidad  de la tiranía del mal y del pecado.  “Ha sido prometido a todos los hombres que tienen oídos para oír y alma para comprender” (725). 


Conocía el texto de Sócrates: “A los hombres les nacerá el Divino, el Perfecto, que curará nuestras heridas, que elevará nuestras almas, que encaminará nuestros pies por el sendero iluminado que conduce a Dios y a la sabiduría, que aliviará nuestras penas y las compartirá con nosotros, que llorará con el hombre y conocerá al hombre en su carne, que nos devolverá lo que hemos perdido y alzará nuestros párpados de modo que podamos ver de nuevo la visión”. (420) 


La lectura del libro de Job le deslumbra. “El hombre no ha sido creado para que se compadezca de sí mismo ante el Eterno y se describa como un ser débil. Fue creado para que él mismo llegara a ser uno de los dioses. El hombre debería pasarse la vida agradeciendo el don no merecido del alma y el cuerpo, de contemplar los tesoros que le rodean aunque fuera solo mortal. Pero Dios nos ha prometido una vida inmortal”. (473) No lo llegó a conocer, pero el gran acontecimiento, el Nacimiento del Mesías esperado,  sucedió al término de sus días. 


La obra de Taylor C. aporta conocimientos históricos muy de agradecer por los no especialistas.  La contextualización y recreación de la vida en la Roma de la época está muy lograda. Sorprende por ejemplo  conocer  que hace más de  dos mil años Roma ya disponía de periódicos diarios (tres, rivales entre sí) y que eran utilizados para difundir propaganda, también política.  Julio César fue uno de sus columnistas más destacados. 


Contiene  elementos muy válidos para aprender a juzgar sobre  la sinceridad de las palabras y gestos de quienes viven en o de la política. Sin duda Caldwell  escribe pensando en los males de nuestra época, pero es respetuosa con el mensaje de Cicerón: “El político que promete puede estar seguro siempre de contar con entusiastas seguidores”. Lacras de la vida pública como el recurso al halago del pueblo y a la mentira no son de ahora. Y el riesgo que acecha siempre al político honrado, que sufre incomprensión y  es puesto bajo sospecha  cuando  sólo intenta hacer el bien: “Los hombres, antes que creer la verdad, prefieren pensar mal de los otros hombres”. (697)


Junto a textos que hacen pensar, abundan también  las ideas que cautivan y llenan de esperanza. Así, el momento en que  Cicerón recita una poesía de Lucrecio a unos conocidos (“todo fluye, nada permanece…”) y de pronto surge en su interior la visión de una evidencia: no tiene sentido su angustia ante la lenta agonía de Roma. Puede morir Roma, como han muerto otras muchas civilizaciones. Pero Dios permanece, permanecen sus planes hacia la humanidad. Y por eso la irremediable ruina de Roma no debe ser motivo para dejar de luchar contra el mal, porque los que luchan contra el mal son los soldados de Dios, que permanece y vive siempre. Los impíos mueren, pero el hombre persiste. (437)


Parece que Cicerón no acertó en sus dos matrimonios. Su retrato de la mujer terrible refleja una dura experiencia propia: “Meterá las narices en todos tus asuntos, te dará consejos y te hará reconvenciones si no los sigues. Sabrá todo lo que haces. Es dominante y tacaña y ella decidirá quiénes han de ser tus amigos. Vuestros hijos serán de ella y no tuyos. Serás un verdadero esclavo de sus caprichos y pronto te convencerá de que estás loco”. (485) 


En suma: una obra valiosa, de lectura grata y enriquecedora. Vale la pena.

lunes, 25 de agosto de 2014

Nubosidad variable. Comunicar, un problema esencialmente humano


 
 Nubosidad variable. Carmen Martin Gaite
Nubosidad variable 


Dos amigas se reencuentran después de años de separación a causa de  agravios y malentendidos. Y entonces comienzan a escribirse largas cartas en las que afloran las amarguras y traspiés de sus años de separación, hilvanadas con recuerdos de los años felices en la escuela.

Escrito con maestría, con momentos llenos de encanto y mucha gracia a pesar de las situaciones dolorosas, es una buena muestra de la sicología femenina. Quizá adolece de una perspectiva demasiado introspectiva, llena de subjetivismo y falta de sentido trascendente en los personajes.

Quizá el fondo de la novela es un tema eminentemente humano: la necesidad de comunicación. ¡Cuántas desavenencias son fruto de malentendidos que crecen a causa de nuestro silencio! El amor propio, herido por agravios reales o imaginarios, nos encierra en un amargo mutismo.

Hablar de lo que enfada, preguntar con sencillez el porqué de conductas que aparentan desdén, decir con sinceridad lo que nos hiere,  dar a conocer con transparencia los propios sentimientos a los seres queridos.  Hablar, comunicarse: ese es el modo de evitar  rupturas,  antes de que se agríen y envenenen las relaciones a causa de falsas suposiciones.

La necesidad de comunicación atañe al ser mismo de la persona. Por eso es un tema clásico en los buenos autores. Ver por ejemplo, entre los títulos comentados aquí, Donde el corazón te lleve, de Susana Tamaro. O En lugar seguro, de Wallace Stegner.

De otro modo, más informal y divertido, lo he visto tratado en la película Last Holiday (Las últimas vacaciones). La protagonista es una simpática pero inhibida dependienta. Al llegar al momento trascendental de su vida se da cuenta de que hablar, expresar lo que llevamos dentro,  lo que nos gusta o disgusta de quienes tenemos cerca, es una necesidad vital, para uno mismo y para todos. Y declara: “Malgasté gran parte de mi vida estando en silencio”. 


Y se produce la metamorfosis: la inhibida dependienta comienza  a decir las verdades a quien se le pone delante. Y entonces sucede algo sorprendente: la comunicación sincera genera confianza, atrae. Incluso cuando contiene verdades que duelen es un modo de manifestar a los demás que les queremos, que deseamos su bien. Y lejos de distanciar, esa sinceridad estrecha lazos. Y nos hace, a nosotros y a los demás, mejores.

Un dato más a favor de Last Holiday: la protagonista reza, se comunica con Dios, habla honda y a veces desgarradamente con Él. Con palabras sencillas y normales, con una canción, a veces sólo con una pregunta (¿Por qué?), o incluso sólo un guiño simpático dirigido a Quien no sólo le escucha, sino que le sigue hasta en los más pequeños pensamientos.  Comunicación de la mejor clase: en esa sí que no debemos fallar.






 

lunes, 18 de agosto de 2014

El regreso del hijo pródigo. Un maravilloso cuadro de Rembrandt






El regreso del hijo pródigo. Meditaciones sobre un cuadro de Rembrandt
Henri J.M. Nouwen

Henri Nouwen (1932-1996), sacerdote católico holandés, fue profesor en varias universidades de Estados Unidos y en sus últimos años abandonó sus clases para trabajar como capellán en una institución dedicada a la atención de deficientes mentales. 


Este libro es la narración del impacto interior que le produjo la contemplación del famoso cuadro de Rembrandt, en que aparecen los personajes principales de la extraordinaria parábola de Jesús sobre el hijo pródigo, recogida en el capítulo XVdel Evangelio de san Lucas. Retrata el momento del retorno: el Padre acoge con un abrazo maternal al hijo, que vuelve sucio, arruinado y humillado, pero arrepentido, al hogar del Padre, ante la mirada fría y desconfiada del hermano mayor.


Con una  valiosa erudición pictórica, Nouwen nos enseña a contemplar la pintura, y a descifrar la propia experiencia vital de Rembrandt.  La luz, los claroscuros y colores, los estudiados ropajes, gestos y actitudes  de cada personaje,  muestran una profunda asimilación de la enseñanza que Jesucristo nos ha  querido transmitir sobre el amor paternal de Dios a cada persona. Es una magistral imagen de las consecuencias de nuestra condición de hijos de Dios, en perfecta sintonía con la enseñanza de la Iglesia católica sobre la filiación divina.  


El autor se fija primero en la imagen del hijo menor,  el que se marchó de la casa del Padre de manera destemplada y desagradecida, hastiado de una vida aparentemente monótona, buscando  independencia y placer. Ahora regresa en actitud humilde y compungida, extraordinariamente interpretada por Rembrandt. Nouwen extrae consideraciones que invitan a la reflexión personal, al contrastar la propia conducta con la del personaje del cuadro.


Después repara en el hijo mayor, en su rostro frío y distante, incapaz de participar de la alegría del Padre por la vuelta del hijo descarriado. Su aparente dignidad, propia de quien se ha  mantenido junto al Padre en su casa,  está ensombrecida por una heladora falta de comprensión y de afecto: no ha entendido todavía la capacidad de perdón y de olvido de las ofensas que tiene el amor verdadero.


Y por último, descubre al Padre, su actitud maternal, acogedora, benevolente, dispuesta al perdón. En el Padre la alegría por el regreso del hijo arrepentido es mucho más grande que el sentimiento de ofensa.  Y en esa actitud Nouwen descubre el sentido de su propia vocación, que es en el fondo el sentido de toda vocación cristiana: participar del amor de Dios Padre por cada hombre, hacer sentir a cada persona que no está sola, que se la quiere. Un amor que no conoce fronteras,  siempre dispuesto a acoger y perdonar por grandes que hayan sido los desprecios y ofensas recibidas. 


Uno de los autores que más ha profundizado en el amor paternal de Dios por los hombres, y en el correspondiente sentido de la filiación divina, es san Josemaría Escrivá. Por eso, un buen complemento de este libro es la homilía La conversión de los hijos de Dios, en Es Cristo que pasa, nº 64. Su comentario  a este mismo pasaje del Evangelio es, más allá de la mera contemplación del cuadro, una invitación a sacar consecuencias operativas de la maravillosa realidad de nuestra condición de hijos queridísimos de Dios.   


Inserto este video en que el fundador del Opus Dei habla precisamente de la maravilla que supone un Dios siempre dispuesto a perdonar:







jueves, 14 de agosto de 2014

Donde el corazón te lleve



Donde el corazón te lleve. Susana Tamaro. Ed Seix Barral




Con la sencillez y estilo poético que le caracterizan, Susana Tamaro (Trieste, 1957) aborda en esta novela la dificultad de comunicación entre personas cercanas, que tantas veces está en el origen de muchas incomprensiones y problemas familiares.


En los últimos días de su vida, presintiendo su muerte, una anciana escribe una larga carta a su nieta. “Los muertos pesan por todo lo que entre ellos y nosotros no ha sido dicho, más que por su ausencia”. Lo que no supimos decir nos dolerá eternamente. La abuela ha decidido abrir su alma a la nieta, sincerarse de sentimientos y heridas jamás confesados. Y contarlos tiene un efecto liberador.


El amor propio  nos encierra muchas veces en el mutismo y en la falta de comprensión hacia quienes no aceptan nuestros puntos de vista.  Olvidamos con frecuencia  que somos seres relacionales, que necesitamos a los demás y ellos nos necesitan, y que  conversar - y sobre todo escuchar e intentar comprender- es una de las cosas más valiosas que podemos regalar a los seres queridos.


Sin estridencias negativas, el relato deja ver al trasluz la falta de fe cristiana de los personajes. Falta de fe que se percibe, a mi juicio, en cierto fondo de tristeza y amargura,  pero suavizada por un sutil sentimiento de añoranza, como de quien comprende que cuanto sucede debe tener un sentido que se le escapa. Una añoranza que mira con sana envidia a quienes creen en Dios y tienen una visión cristiana del mundo. “En la lengua hebraica no existe la palabra azar –escribe la abuela-  y usan ese vocablo árabe (azar), porque donde hay Dios, no hay sitio para el azar”. 


Pero hay un problema que no sabe resolver: la presencia del mal. Se rebela ante el horror y la injusticia. ¿Cómo los permite Dios, si es un Padre providente? Es el viejo problema de la libertad: Dios nos ha hecho libres para que tengamos el mérito de escoger libremente el bien, pudiendo escoger el mal. Pero escogimos el mal, y con ese pecado en el origen del hombre se introdujo el desorden en el mundo. Un desorden que hacemos mayor cada vez que  obramos mal, y que frenamos y podemos contrarrestar con nuestras acciones buenas. 


La novela es conmovedora y se lee con agrado. Invita a mejorar la calidad de la relación con los seres queridos, a reflexionar sobre los motivos de nuestros silencios. Un buen propósito, en esta sociedad de la comunicación hiperconectada, que está generando tantos casos  de mutismo y aislamiento en individuos que no saben abrir su mundo interior. Y que por no expresarlo, acaban empobreciendo la calidad de sus sentimientos.

Tamaro describe con fina intuición la decisiva necesidad del amor, y su capacidad de transformar la vida de las personas. El amor abre las ventanas entre el alma y el cuerpo: "Cuando están abiertas, el cuerpo da al alma una gran luz, e igualmente el alma al cuerpo, con un sistema de espejos que se iluminan entre sí. En breve se forma a tu alrededor una especia de halo dorado y cálido, y ese halo atrae a los hombres como la miel atrae a los osos."

Mientras no estás enamorada, nadie te presta atención, escribe Tamaro. Pero ahora todos te pronuncian dulces palabras, te galantean, porque tu cuerpo se ha iluminado por el amor. Y esa luz irradia, es pegadiza en quienes la perciben, y es capaz de cambiar las vidas de quienes tenemos cerca.