jueves, 28 de septiembre de 2017

Cara y Cruz. Josemaría Escrivá

Cara y cruz. Josemaría Escrivá.
José Miguel  Cejas. Ed. San Pablo




José Miguel Cejas, periodista y escritor fallecido en 2016, tuvo la oportunidad de conocer y tratar al fundador del Opus Dei desde 1967. Esta obra póstuma es una serena reflexión sobre la vida de san Josemaría, fruto de su experiencia personal y de conversaciones con numerosas personas que también conocieron y trataron estrechamente a Escrivá. 

Ha estudiado también numerosas fuentes documentales del archivo de la Prelatura y del Instituto Histórico San Josemaría Escrivá, sobre sucesos claves en la vida del fundador del Opus Dei, que contextualiza al hilo de los acontecimientos más relevantes de la Iglesia y del mundo a lo largo del siglo XX.

Cejas se fija especialmente en ese contraste que aparece en la vida de toda persona: la presencia inseparable de alegría y sufrimiento. La cruz, en forma de sufrimiento físico y moral, de incomprensiones y persecuciones, de calumnias desde dentro y fuera de la Iglesia, fue una constante en la vida de Escrivá. Pero en la vida del discípulo de Cristo el sufrimiento y la cruz es el camino para alcanzar el triunfo definitivo.

Escrivá, siendo niño, experimenta el dolor por la muerte consecutiva de tres hermanas, luego la ruina familiar y la incomprensión de algunos parientes cercanos. Siendo todavía joven, las estrecheces de la pobreza. Luego la persecución en la guerra civil, y enseguida las calumnias y acusaciones de herejía cuando el Opus Dei era apenas una criatura recién nacida.

Padeció también las tormentas que se vivieron en la iglesia después del  Concilio Vaticano II, provocadas por ese “concilio paralelo” que tuvo lugar en medios de comunicación poderosos que transmitían una visión sesgada y politizada, que era la que llegaba al pueblo. En medio de esos momentos de confusión y tormenta, Escrivá no cae en el desaliento, vive y transmite esperanza: “Dios, hijos míos, permite estas pruebas –por nuestros pecados, los vuestros y los míos- ¡pero no abandona a su Iglesia!

Cejas aporta viveza a su relato con ejemplos, construye las ideas universales desde sucesos concretos, no se queda en teorías.   Por ejemplo, al hablar de la forma en que Escrivá encara el sufrimiento aporta entre otros el testimonio del conocido siquiatra austríaco Victor Frankl, que resalta “la refrescante serenidad que emanaba de él y que envolvía toda su conversación (…) Vivía de manera plena el momento presente (..) para él cada instante tenía el valor de un momento decisivo.”

Para Escrivá, lo contrario de la alegría no es el sufrimiento, sino la tristeza. El dolor físico o moral no le hace perder la alegría, porque se sabe hijo de Dios, y porque Dios no deja de alentarle, también con mociones interiores que acrecientan su fe y su optimismo.  Ante el alejamiento de Dios que sufre el mundo, y la crisis espiritual de muchos cristianos, lo humanamente lógico sería el desánimo. Pero Dios le hace sentir una esperanza alegre que le permite ver la vida como es: bonita, porque es de Dios: “Si Deus nobiscum, quis contra nos?” Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?

Ante la presencia del mal aconsejaba una actitud positiva: “No te quejes: ¡trabaja, en cambio, para ahogar el mal en abundancia de bien!” Y recordaba  que “en los momentos de crisis profundas en la historia de la Iglesia, no han sido nunca muchos los que, permaneciendo fieles, han reunido además la preparación espiritual y doctrinal suficiente, los resortes morales e intelectuales, para oponer una decidida resistencia a los agentes de la maldad. Pero esos pocos han colmado de luz de nuevo la Iglesia y el mundo.

Sobre el origen de las falsedades que se difundieron contra Escrivá ya desde los años 40, Cejas señala que partieron de algunos religiosos y políticos que aspiraban al monopolio en sus ámbitos, y crearon un clima de sospecha y recelo hacia la Obra que perduró después durante años en ciertos ambientes eclesiásticos y civiles. A eso se añadió la facilidad con que algunos periodistas se lanzan a opinar sobre la Iglesia sin un mínimo de conocimientos teológicos: “se echarían a temblar si tuviesen que escribir sobre bioquímica, pero piensan que lo saben todo de teología, y dicen disparates”. Esos ataques fueron después amplificados por medios dirigidos por personas anticristianas.

A este propósito, señala Cejas la extraña e incongruente evolución de los mitos sobre el Opus Dei. Los primeros ataques lo acusaban de  herejía revolucionaria, porque pretendía que se podía aspirar a ser santo sin abandonar el trabajo y las tareas ordinarias propias de cualquier ciudadano y cristiano corriente.  Después del Concilio Vaticano II, que afirmó y ratificó solemnemente el mensaje del Opus Dei, pasó a ser tachado de reaccionario. 

En la España católica y profranquista de la postguerra se acusaba al Opus Dei de difundir el liberalismo. Años después se le acusaba de difundir el conservadurismo. Pero Escrivá no cayó ni en el tradicionalismo anclado en el pasado de que le acusaban algunos, ni en el error de considerar lo nuevo como mejor por el hecho de ser nuevo.

Cejas remite a un estudio muy interesante de Jaume Aurell sobre la creación de los mitos y los estereotipos, aplicado precisamente al Opus Dei, con datos históricos de personajes concretos que propalaron falsedades a conciencia. Algunos después se arrepintieron y pidieron perdón, pero las falsedades y mitos quedaron. El daño estaba hecho.

Interesante la referencia al linchamiento moral que padeció el beato Pablo VI a raíz de la publicación de su Encíclica Humanae Vitae, en la que desautorizaba a teólogos que se consideraban a sí mismos vanguardistas. Esa encíclica, que afirmaba la doctrina católica sobre el matrimonio y la vida del no nacido, contrariaba los intereses económicos y demográficos del Banco Mundial y los laboratorios farmacéuticos. Y no se lo perdonaron a Pablo VI.

La clave del Opus Dei, afirma Cejas, es la atención personalizada. No pone el acento en comités, asambleas y encuentros, sino en la formación personal, para que cada uno dé su respuesta personal a los problemas sociales, a la injusticia y la pobreza material, moral y espiritual. Así surgen respuestas tan variadas como variadas son las circunstancias sociales, familiares y profesionales de cada uno.


Escrivá enseña con su ejemplo que la presencia de penalidades no es obstáculo para  vivir con alegría. Las exteriores (injusticias, incomprensiones, maledicencias, persecuciones…) Y también las interiores (complejos, tristezas, angustias, deserciones de la vida espiritual…) Los días que el cristiano vive en la tierra son siempre una prueba, para purificar su fe y prepararse para la vida eterna. Si el Señor nos ha traído a la vida con esas debilidades y al mismo tiempo nos llama a santificarnos, es señal de que, con Él, podemos lograrlo. Nuestras fuerzas personales tienen un solo nombre: flaqueza. Pero con Él somos fuertes.



Escrivá contempló con alegría los frutos de su trabajo. Pero también lo que  a ojos humanos se suelen llamar fracasos: proyectos que intentó poner en marcha y que no llegaron a cuajar. Tanteó posible iniciativas apostólicas: la creación de una universidad eclesiástica enRoma, un centro en Tierra Santa que actuara como foco de vida cristiana, un Santuario dedicado a la Sagrada Familia en los Estado Unidos… Pero tuvo que confiar todo eso a sus sucesores.

Quizá uno de los milagros más grandes de la vida del fundador del Opus Dei fue que las incomprensiones que sufrió no le agriaron el carácter ni le volvieron desconfiado. “El triunfo de Escrivá no está en los libros que publicó, ni en las labores apostólicas que surgieron… El triunfo son las Bienaventuranzas: bienaventurados los misericordiosos, los perseguidos por la justicia…” San Juan Pablo II, en la ceremonia de beatificación de Escrivá, lo explicó bien: “Es necesario pasar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios”.

El libro aporta un apéndice con los puntos esenciales para entender el Opus Dei y su misión en la Iglesia, así como el discernimiento de la llamada al Opus Dei, que consiste en vivir la propia vocación cristiana con una nueva exigencia y conforme a un carisma y unos medios específicos: la santificación del trabajo y de las circunstancias en que discurre la vida corriente del cristiano.

Ver también del mismo autor reseña de Cálido viento del Norte y de Los cerezo en flor








lunes, 18 de septiembre de 2017

La nieta del señor Linh

La nieta del señor Linh. Philippe Claudel. Ed Salamandra


Entrañable relato sobre la amistad que surge espontánea entre dos corazones rotos, que tienen en común el vacío que ha dejado la pérdida de seres queridos y el anhelo de comprensión y humanidad que todos llevamos dentro.

Ese anhelo contrasta con la fría sociedad en la que viven. Personas supuestamente civilizadas encerradas en un modo de vida egoísta, técnicamente avanzado, pero incapaz de mirar a los ojos para adivinar que alguien está necesitado de algo y ofrecerle al menos una mirada de comprensión.

El señor Linh llega como refugiado a una ciudad europea, procedente de algún país asiático asolado por la guerra. Lleva en brazos a su único tesoro y razón de su vida: su nieta, de escasos meses. Ha perdido todo en una guerra tan absurda como todas las guerras. 

Linh y su nieta reciben una atención correcta de los servicios oficiales de atención al refugiado. Pero es una atención  falta de humanidad, porque es fría, vacía de sentimientos, incapaz de hacerse cargo de sus anhelos interiores. Le embarga un profundo sentimiento de soledad y desamparo.

El viejo señor Linh, sólo en una ciudad fría, de la que no entiende ni el idioma ni las costumbres, coincide en un banco junto al parque con el señor Bark, y este le habla, sin importarle el desconocimiento del idioma. El señor Bark necesita hablar, porque acaba de perder a su mujer y está desconsolado. Regentaba junto a su mujer el tío vivo del parque, que tienen frente a ellos. Pero ahora ya nada tiene sentido para él.

El señor Lihn no entiende nada de lo que le dice, pero siente por primera vez desde que llegó el calor de una voz que le habla en confianza. Una voz cálida que le envuelve en una dulce sensación de ternura y comprensión. Y le escucha con interés, y el señor Bark se siente escuchado y comprendido. Y una intensa simpatía crece entre ambos.

“Esta ciudad nunca nos gustó” dice el señor Bark, sin importarle que Linh no le entienda. “No sé usted, pero lo que es nosotros nunca pudimos soportarla. Así que pensábamos buscar una casita en el interior, en un pueblo, un pueblo cualquiera en el campo, cerca de un bosque, de un río, un pueblecito, si es que todavía existen sitios así, en el que todo el mundo se conociera y se saludara, no como aquí…”

Es un relato breve, que se lee con avidez de principio a fin. Philippe Claudel escribe con maestría. Deja en el corazón, más allá de añoranzas, un deseo de apertura al otro, de volver a mirar a cada persona en toda su dignidad, sin juzgar por las apariencias o las procedencias. Muy adecuado para calar hondo en el drama de los refugiados. Y para proponerse mejorar la convivencia en el ambiente en que vivimos.





martes, 12 de septiembre de 2017

El camino de la guerra. Alemania bajo Hitler

   El camino de la guerra. David Irving





         Intenso y pormenorizado relato sobre los pasos que dio Hitler desde que alcanzó el poder en Alemania (en unas elecciones democráticas) hasta que se desencadenó la segunda guerra mundial.

         Publicado en 1990, Irving tuvo acceso a abundante documentación, con frecuencia inédita, para reconstruir cómo era la Alemania que gobernó Hitler.  El libro aporta rigor, se aleja de lugares comunes, y da luz a los orígenes de los terribles hechos acontecidos en Alemania y en buena parte de Europa, que llevaron al mundo al borde del exterminio.

         Hitler aparece no como un loco, como con frecuencia se le ha juzgado por los propios alemanes como autojustificación. Irving lo ve como un líder con dotes oratorias y de persuasión fuera de lo común, y con enorme capacidad de gobierno y estrategia militar y política. Estaba poseído por unas ideas que despreciaban el cristianismo. Para Hitler el amor a la patria alemana estaba por encima de cualquier otro sentimiento moral.

         El libro ayuda a conocer el funcionamiento de la alta política en aquellos años cruciales. Documenta con precisión y al minuto encuentros de Estado, conversaciones diplomáticas, gestiones secretas de los diversos gobiernos, mensajes cruzados, declaraciones públicas…

         Espanta la facilidad con que algunos  políticos son capaces de exponer a una nación entera a la guerra, confiados en que la guerra no llegará porque nadie la quiere y nadie se atreverá a tomar decisiones de fuerza.

         Da miedo comprobar la facilidad con que se pueden repetir esos pasos hacia el abismo, en una espiral de reclamación de derechos (económicos, culturales, lingüísticos, de esferas de influencia…) El amor a lo propio se corroe cuando para crecer se ve necesitado del odio a otros. 

         Es el peligro de ciertas formas de nacionalismo, que siempre nacen con apariencia benévola y dulce (amor al terruño) pero pronto se transforman en cizaña disgregadora, porque dividen y enfrentan.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Berlín. La caída: 1945

Berlín. La caída: 1945. Anthony Beevor





Relato crudo y desapasionado de la última batalla de la segunda guerra mundial, en la que los ejércitos de los regímenes nazi y soviético se enfrentaron a muerte, con una violencia terrible que sistemáticamente dirigieron también contra la indefensa población civil. 

El libro está muy bien documentado, y reconstruye con precisión los últimos meses de la guerra: movimientos de las tropas de ambos ejércitos, perfiles de los protagonistas militares más destacados, órdenes de los Estados Mayores, batallas y escaramuzas pueblo a pueblo, y ya en Berlín, calle a calle.

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Jamás existió una violencia tan amplia y cruel –dice Beevor- menos comprensible aún por cuanto fue operada por personas que vivían en sociedades de un nivel cultural avanzado.

Viene a la mente la reflexión de Benedicto XVI, en Luz del mundo: tanto Alemania como Rusia estaban dirigidas por dos regímenes, el nazi y el soviético, que coincidían en su intento de convertir el ateísmo en religión del Estado. ¡Hasta dónde es capaz de llegar la crueldad del hombre cuando se prescinde de Dios! 

Paul Johnson recuerda en Tiempos modernos que la historia reciente es en gran parte la historia de los intentos del pensamiento ateo por colmar el enorme vacío dejado por la religión. 

Marx cambia la religión por el interés económico y la lucha de clases. Freud por el impulso sexual. Nietzsche intenta sustituir a Dios por la Voluntad de poder, y escribe en 1886 que el hecho de que la creencia en Dios no fuera ya defendible comenzaba a arrojar sus primeras sombras sobre Europa. Sombras y muerte.




Comenzaron a surgir esos nuevos mesías con ansias de controlar a la humanidad. Libres de las inhibiciones que provoca la religión, que se comportaron como auténticos estadistas pistoleros.

A esto se refería también san Juan Pablo II, en Polonia, agosto de 1991: “Si Dios no existe, estamos más allá del bien y del mal. El siglo XX nos ha dejado experiencias incluso demasiado elocuentes y horrendas que certifican el significado de ese programa de Nietzsche.”

Y el mismo Juan Pablo II en Alemania, en 1996: “La terrible experiencia del régimen del terror nacionalsocialista demostró que sin respeto a Dios se pierde también el respeto por la dignidad del hombre.” Y si algunos llegaron a cuestionarse cómo Dios pudo permitir esas desgracias, “todavía más demoledora fue la constatación de lo que es capaz  de hacer el hombre que ha perdido el respeto a Dios y qué rostro puede asumir una humanidad sin Dios”. “Los regímenes ateos han dejado desiertos mentales y espirituales.”




Beevor se detiene en varios momentos a analizar la personalidad de Hitler según personas que le trataron de cerca. Según algunos no tenía propiamente una enfermedad mental, sino un grave trastorno de personalidad que le había perturbado. Se había identificado hasta tal extremo con el pueblo alemán que creía que todo el que se opusiera a él se estaba enfrentando también a Alemania. Y si debía morir, el pueblo alemán no sería capaz de sobrevivir sin él.

Esa identificación hipertrófica con el pueblo alemán parece que le llevó incluso a no contraer matrimonio, para resaltar su imagen de “célibe por la causa alemana”, y para despertar la admiración y el afecto de todas las mujeres alemanas, que podían soñar con ser la elegida algún día por su líder. 

Otros apuntan a su posible homosexualidad, que trató de ocultar teniendo cerca a Eva Braun. La relación entre ellos es un misterio, y algunos apuntan que era como la de un padre con su hija.





jueves, 24 de agosto de 2017

Luz del mundo: la Iglesia ante los retos de nuestra sociedad. Benedicto XVI




Luz del Mundo. Benedicto XVI. Peter Seewald. Ed. Herder



Joseph Ratzinger, como papa Benedicto XVI, responde en este libro a las preguntas que le formula el periodista alemán Peter Seewald, acerca de la situación del mundo y de la Iglesia, y los retos que debe afrontar la sociedad en los próximos decenios. 

Un libro que ilumina cuestiones que inquietan hoy a todos, como la estabilidad de los sistemas democráticos, las relaciones con el islam o los valores que deberíamos compartir. Anoto alguna de las ideas que me han parecido más importantes, aunque vale la pena leer el libro íntegro y con calma: forma la mente y enseña a razonar con rigor.


Presencia de Dios en el mundo

Vivimos en una década, afirma el Papa, decisiva para el futuro de la humanidad. ¿Cómo estamos preparando a la próxima generación para afrontar los problemas que le dejamos en herencia? La sociedad occidental corre  peligro de hundirse en el abismo si pierde de vista los valores sobre los que se ha fundado y han contribuido a su desarrollo. 

Si el cristianismo pierde su fuerza configuradora, ¿quién lo sustituirá? ¿Una sociedad civil arreligiosa, que no tolera la relación con Dios en su estructura? ¿Un ateísmo radical que combate los valores de la cultura judeo cristiana? ¿Hacia dónde se dirige una sociedad alejada de Dios?

El siglo XX nos ha mostrado qué se puede esperar del ser humano cuando no tiene a Dios presente. Los regímenes ateos de Oriente y Occidente llevaron al mundo a la ruina, en lo que alguien ha llamado un verdadero “réquiem satánico”: gulags, campos de concentración y exterminio, pueblos enteros arrasados…

Este es el reto: hacer presente a Dios, mostrarlo a las personas y decirles la verdad sobre los misterios de la creación, de la existencia humana y de nuestra esperanza, que va más allá de lo terreno.

La humanidad está ante una bifurcación: su destino se decide en la pregunta sobre Dios, si el Dios de Jesucristo está presente y es reconocido como tal, o si se le hace desaparecer. Todos los problemas que existen sólo se pueden resolver si se pone a Dios en el centro, si Dios resulta de nuevo visible al mundo.

Es urgente que la pregunta sobre Dios vuelva a colocarse en el centro. No un Dios cualquiera, sino un Dios que nos conoce, que nos habla y que nos incumbe. Y que después será nuestro Juez. Sin este referente, si se extiende el ateísmo, la libertad pierde sus parámetros: todo es posible y todo está permitido.

Por eso es misión de la Iglesia, de cada cristiano, que se vea de nuevo que Dios existe, que Dios nos incumbe y que Él nos responde. Y que si Dios desaparece, por muy ilustradas que sean todas las demás cosas, el hombre pierde su dignidad y su auténtica humanidad.


La cultura cristiana es la base del éxito y bienestar de Europa.

Ser cristiano es algo vivo y moderno, que configura y plasma mi modernidad. No es un estrato arcaico que retengo en paralelo a la modernidad. Se trata de una gran lucha espiritual para vivir y pensar el cristianismo de manera que asuma la modernidad correcta, y se aparte de las ideas contrarreligiosas.

¿Cómo es que cristianos creyentes no poseen la fuerza para hacer que su fe tenga mayor eficacia política? Sobre todo debemos intentar que los hombres no pierdan de vista a Dios. Y después, partiendo de la fuerza de su fe, puedan confrontarse con el secularismo y discernir los espíritus. Esa fe presente en el hombre como una fuerza interior debe llegar a ser poderosa en el campo público, plasmando el pensamiento público y no dejando que la sociedad caiga en el abismo.



                            


Verdad y valores: el hombre es capaz de encontrar la verdad

Se extiende una dictadura del relativismo,  que pretende que el yo y sus antojos sea la única medida. Es preciso tener la valentía de  decir que el hombre debe buscar la verdad, que es capaz de encontrar la verdad, que se nos muestra en esos valores constantes que han hecho grande a la humanidad.

Hay que tener la humildad de aceptar la verdad y dejarle constituirse en parámetro de nuestra vida. La verdad no se impone mediante la violencia, sino por su propio poder. Jesús atestigua ante Pilato que es la Verdad, no la impone, pero la hace visible.

La estadística (en sexualidad, por ejemplo) no puede ser el parámetro de la moral. Ya es bastante malo que la demoscopia sea el parámetro de las decisiones políticas, que se busque con avidez “¿dónde consigo más seguidores?” en lugar de preguntarse “¿qué es lo correcto?” El parámetro de lo verdadero y  lo correcto no son los resultados de las encuestas sobre cómo se vive.


La señal de la Cruz

¿Por qué el Estado se arroga el derecho a desterrar los símbolos religiosos? Si la cruz contuviese algo incomprensible o inadmisible se podría considerar. Pero el contenido de la cruz es que Dios mismo es un Dios sufriente, que nos quiere a través de su  sufrimiento, que nos ama. Es una afirmación que no agrede a nadie. 

Además, expresa una identidad cultural en la que se fundan nuestros países, que sigue configurando los valores positivos fundamentales de nuestra sociedad, en los que el egoísmo se acota y se hace posible una cultura de la humanidad. Esa expresión cultural que se da a sí misma una sociedad no puede ofender a nadie que no la comparta, y no debe ser desterrada.


Nueva intolerancia

Se extiende una nueva intolerancia, que quiere imponer a todos determinados parámetros de pensamiento. En nombre de una supuesta “tolerancia negativa” se quiere imponer que no haya cruces en los edificios públicos. Pero eso es suprimir la tolerancia, significa obligar a que la fe cristiana no pueda manifestarse de forma visible.

En nombre de la no discriminación se quiere obligar a la Iglesia a modificar su postura sobre la homosexualidad o la ordenación de mujeres, y eso es tratar de que renuncie a su propia identidad, obligando a adherirse a todo el mundo a un parámetro tiránico de una nueva religión abstracta negativa.

En nombre de la tolerancia se quiere eliminar la tolerancia: es una verdadera amenaza. A nadie se le obliga a ser cristiano, pero nadie debe ser obligado a vivir esa nueva religión como la única obligatoria para toda la humanidad (Der Spiegel ha llamado a esa pretensión “la cruzada de los ateos”).

Las ideologías que extienden esa nueva intolerancia caricaturizan al cristianismo, presentan la caricatura deformada como algo pasado y erróneo, y a continuación, en nombre de una aparente racionalidad, pretenden quitar al verdadero cristianismo hasta el espacio para respirar.

Pero la religión católica ha liberado una gran fuerza de bien a lo largo de la historia. Una fuerza encarnada en personas como Francisco de Asís, Vicente de Paul, o Teresa de Calcuta. Las nuevas ideologías, en cambio, han traído una crueldad y desprecio del hombre antes impensable, porque se tenía todavía presente el respeto a la persona como imagen de Dios. Sin ese respeto, el hombre se absolutiza y piensa que todo le está permitido.


Felicidad

El hombre aspira a una alegría infinita, quiere placer infinito, y lo busca en la droga y el sexo. Pero donde no hay Dios no se le concederá, no puede darse alegría infinita. Y el hombre crea por sí mismo falsos infinitos que no satisfacen. Como cristianos, es urgente que vivamos y manifestemos que la infinitud que el hombre necesita sólo puede provenir de Dios

Hemos de movilizar todas las fuerzas del alma y del bien para que contra esa acuñación falsa de felicidad se  levante la verdadera. Sólo así detendremos el circuito del mal y lo saltaremos.


                                  


Islam

El islam debe aclarar dos cosas en el diálogo público: las cuestiones relativas a su relación con la violencia y con la razón.

El ser humano está dotado de razón para acercarse a la verdad con su inteligencia, y está dotado también de libertad. Para acercar a alguien a la fe hace falta dialogar, expresar las propias ideas razonadamente, siempre con respeto a la libertad del otro,  sin recurrir a la violencia ni a las amenazas.

A los eruditos islámicos, incluso a los mejor dispuestos al entendimiento, les cuesta reconocer que la tolerancia comprende también el derecho a cambiar de religión. Dicen que quien llega a la verdad no puede retroceder.

Donde el islam domina, ve su identidad cultural y política como contraria al mundo occidental, y defensora de la religión frente al ateísmo y el secularismo. Esa conciencia de verdad tan estrecha se vuelve intolerancia, y hay lugares donde todavía el islamismo asocia la reivindicación de la verdad con la violencia.


Transformar el mal

Al mal no se le puede simplemente olvidar o apartar. Tiene que ser transformado desde dentro. Cristo asume el mal para transformarlo. Es lo que debemos hacer cada uno, con un espíritu de penitencia y compunción que nos lleve a: 1) reconocer el mal dentro de nosotros, 2) a pedir perdón, 3) a la conversión y a la lucha contra nosotros mismos, 4) a ser misericordiosos y perdonar y 5) a identificarnos con Jesucristo, que asume el mal de los demás para transformarlo desde dentro.


Fátima

Fátima es una ventana de esperanza que Dios abre cuando el hombre le cierra la puerta.


                               


La Iglesia

La Iglesia es el lugar de la ternura de Dios, que no nos deja solos. Por ejemplo, la alegría y el recogimiento de cada Jornada Mundial de la Juventud me llevan a decir que allí sucede algo que no lo hacemos nosotros mismos.

En este tiempo de escándalos se experimenta una doble conmoción: por la miseria de la Iglesia al ver cuánto fallan sus miembros en el seguimiento de Jesucristo. Y al mismo tiempo por comprobar que, a pesar de la debilidad de los hombres, Jesucristo despierta en ella a los santos y no la deja de su mano, Dios actúa a través de la Iglesia.

En el mundo occidental decrece el número de cristianos, pero sigue habiendo una identidad cultural determinada por el cristianismo. Hay ateos de raíz católica, o protestante, que viven arraigados en el cristianismo y sus valores.

Nos encaminamos hacia un cristianismo de decisión, que hay que vitalizar y ampliar: personas que vivan y confiesen de manera consciente su fe.

Necesitamos islas en las que la fe en Dios y la sencillez interior del cristianismo estén vivas e irradien. Oasis, arcas de Noé, en las que el hombre pueda refugiarse siempre de nuevo. La liturgia es un ámbito de refugio. Y también las diferentes comunidades eclesiales, las prácticas de piedad, las peregrinaciones… Son ámbitos en los que la Iglesia brinda defensas y refugios donde hacer visible la belleza del mundo y donde vivir sea posible.


Nuestra predicación se dirige sobre todo hacia la plasmación de un mundo mejor, pero en cambio apenas mencionamos el mundo realmente mejor: que existe el Juicio, la Gracia y la Eternidad. Hay que hacer examen y encontrar palabras nuevas para hacer asequible estas verdades al hombre de hoy.

De lo que se trata es del mandato del Padre: esto es lo decisivo. “Y Yo sé bien que este mandato suyo es vida eterna.” Para eso vino Jesús al mundo: para que lleguemos a ser capaces de Dios, y así podamos entrar en la vida auténtica, en la vida eterna. Él vino para comunicarnos la verdad, para que podamos tocar a Dios, para que nos esté abierta la puerta. Para que encontremos la vida real, la que ya no está sometida a la muerte.






viernes, 11 de agosto de 2017

A la luz de la Edad Media

A la luz de la Edad Media. Regine Pernoud




     Regine Pernoud, historiadora y conservadora del Museo de Historia de Francia, descubrió durante  sus trabajos como bibliotecaria que la imagen oscura que desde la Ilustración se lanzaba sobre la Edad Media no se correspondía con la realidad. La verdad era otra, y emergía rotunda y luminosa de su investigación en las fuentes fiables de la historia. 




     Fruto de sus descubrimientos, publicó una larga serie de trabajos que constituyen una rehabilitación de ese período tan injustamente denostado y sin embargo tan luminoso,en el que se forjaron los cimientos de la civilización occidental.  Leonor de Aquitania, La mujer en el tiempo de las catedrales, Los hombres de las cruzadas y A la luz de la Edad Media son algunas de sus obras más conocidas.


     Publicado por primera vez en 1944,  A la luz de la Edad Media describe cómo fue fraguándose la vida y costumbres en la Francia medieval y en buena parte de la Europa de ese tiempo. Su rigor intelectual le lleva a descubrir una realidad que contrasta con mitos y falsedades que todavía hoy difunden algunas cátedras y series de televisión sobre aquel período. 
  
  
    “En literatura y en historia se proporciona a los alumnos un sólido arsenal de juicios prefabricados, que les lleva a calificar de ingenuos, sin más, a los seguidores de Tomás de Aquino, y de bárbaros a los constructores de catedrales. Según esos prejuicios, la Edad Media era una época de tinieblas; nada de lo que pasó en esos siglos oscuros vale la pena…” 


    Todavía hoy se difunden falsedades sobre el significado real de términos acuñados por costumbres de la época, como siervo de la gleba o derecho de pernada, que no significan lo que ignorantes o malintencionados nos intentan hacer creer.



   

 Con su estudio  riguroso,  Pernoud descubre un mundo distinto. A medida que avanza “se nos revelaban las estructuras profundas y la expresión artística de aquella sociedad, se nos revelaba un pasado que aflora todavía en el presente, un mundo que había visto desarrollarse el lirismo, germinar la literatura de ficción y elevarse  Chartres y Reims. Al identificar una estatua tras otra, descubríamos a personajes de alta humanidad. Al hurgar archivos (…) cobrábamos conciencia de una armonía cuyo secreto parecía detentar cada sello, cada línea, cada compaginación.”



    Pernoud investiga en la arqueología,  la historia del derecho, los textos antiguos, los monumentos… y a medida que avanza descubre un estilo de vida luminoso, del que nadie le había hablado antes. Leal a su mente racional y científica, va abandonando prejuicios y se rinde a la evidencia de los datos: la Edad Media fue un período rebosante de vitalidad y alegría de vivir, gracias a una paulatina y creciente penetración del cristianismo  en las mentes de aquellos pueblos de costumbres bárbaras.


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    La Edad Media, surgida tras siglos de incertidumbre y desasosiego por las sucesivas invasiones (francos, burgundios, normandos, visigodos…) y las consiguientes guerras entre pueblos en continuo movimiento, fue la época en que se alcanzó por fin la estabilidad y la permanencia. En la Francia del siglo X, esa masa antes inestable de pueblos  invasores  ya formaba una unión sólidamente apegada a la tierra. La familia Capeto, que durante tres siglos, en línea directa y sin interrupción, reinó en Francia, es una muestra del asentamiento de todas las familias de la época.


     Pernoud muestra que esa estabilidad y ese arraigo en la tierra se debió a la aceptación universal de la institución familiar, que concilia el máximo de independencia individual  con  el máximo de seguridad. Cada individuo encuentra en la familia ayuda material y moral hasta que se basta a sí mismo. Entonces es libre, sin que los lazos que le unen al hogar paterno se conviertan en trabas.


     Esa libertad, conseguida gracias a una progresiva profundización en las luces que aportaba la fe cristiana a la vida social,  contrastaba con el modelo del imperio  romano, fundado no en el derecho natural sino en ideologías de legisladores y funcionarios. En la antigua Roma el padre tenía autoridad de jefe durante toda la vida, con una concepción militar y estatista en la que el individuo quedaba encerrado de por vida.


     Pernoud llega a la conclusión de que en la base de la energía de occidente está la familia, tal como la concibió y comprendió la Edad Media. Todas las relaciones se establecían sobre el modelo familiar: tanto la del señor con el vasallo como la del maestro con el aprendiz. La historia del feudalismo es la historia de linajes familiares. La mesnie de un barón, es decir, su contorno, sus familiares, incluye tanto a siervos y monjes como a altos personajes. Los dominios se acrecentaban antes a través de herencias y matrimonios que de conquistas.



    El sentimiento familiar es la gran fuerza de la Edad Media. Muchas costumbres medievales tienen su origen en la preocupación de proteger a la familia. La  familia (los que viven compartiendo el bien y la olla) es una personalidad moral y jurídica, que posee en común los bienes cuyo administrador es el padre. Al morir el padre, sin interrupción ni transmisiones ni impuestos, otro de los miembros de la familia asume la cabeza. Al padre de familia se le reconoce el derecho de usar, pero no el de dueño absoluto, ni el poder de abusar de los bienes; debe además defender, proteger y mejorar la suerte de seres y objetos de los que es custodio natural.


    Gran hallazgo medieval fueron los gremios, fruto de una concepción colaborativa (y no competitiva, ni de sindicatos de clase) de la vida social. Los gremios eran organizaciones de oficios, con Jurados propios que tenían participación en el Municipio, y que aseguraban el aprendizaje y desarrollo de las técnicas necesarias para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Las calles de las ciudades estaban animadas por el bullicio alegre de los diferentes gremios, que se agrupaban por barrios como todavía hoy recuerda el callejero de nuestras ciudades.



    Y alegría de vivir. Pernoud descubre jovialidad en el espíritu del hombre medieval, que tiene defectos pero sabe distinguir entre el mal y el bien. Este fragmento de un poema de la época es significativo, por su alegre desenfado:

Los obreros no remolonean / no viven de la usura / lealmente viven / de su esfuerzo, de su trabajo / Y dan más generosamente / Y gastan lo que tienen / más que los usureros, que nada gastan, / que los canónigos, los sacerdotes o los monjes…


    No vemos angustia en el hombre de los tiempos feudales. “Vivía en un clima de dinamismo y generosidad que sus descendientes no volvieron a encontrar en Europa. Era apasionado, pero no sórdido; exuberante y capaz de llorar como un niño; violento pero capaz también, una vez pasado el ataque, de avergonzarse, de expiar su culpa, a veces con el don de su propia vida; pecador, pero consciente de ello, y por tanto capaz de arrepentirse.” 




    Vivía en un clima de libertad porque lo esencial era la conciencia. No necesitaba contratos, bastaba la palabra dada, el consentimiento interior. Si un hombre daba su palabra, aquello se cumpliría.

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    El arte medieval, lleno de colorido, expresa sinceridad, en la que ve el camino para llegar a la belleza. Sinceridad en la visión interna y en la observación exterior. Fidelidad en la expresión, y la facultad de fundir en un todo armonioso la inspiración y el método, el genio y el oficio. 

    “El artista aprehende al hombre en su conjunto, y anima los cuerpos que crea con todo el aliento de la vida: deformados por la pasión, retorcidos por el dolor, magnificados por el éxtasis. Sorprende al sujeto en sus actitudes más humanas, más naturales, más intensas. Entonces, es el movimiento el que crea el cuerpo: personajes estremecidos de alegría, desfigurados por la cólera, torturados por la angustia…” 



    

     Este es el secreto del arte medieval: encontró la belleza en el dinamismo de la vida humana, en la expresión total del individuo, traduciendo no solo su apariencia externa sino también su realidad esencial.


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    El libro está lleno de detalles sorprendentes por ignorados. Por ejemplo, la llamada semana inglesa debería llamarse semana medieval, pues fue en el siglo XIII cuando fue hecha instituir por san Raimundo de Peñafort, ante la desbordante actividad de aquel siglo, que corría el riesgo, a juicio de la Iglesia, de ser excesiva y desequilibrar al hombre, impidiéndole cumplir tranquilamente con sus deberes de cristiano. Consistía en descansar desde los sábados y vísperas de fiesta, a partir de la hora de Vísperas (es decir, entre las 2 o las 4 de la tarde según las estaciones). En Inglaterra se conservó esta costumbre –Inglaterra ha sido más fiel siempre a las tradiciones medievales- y de allí pasó de nuevo al continente siglos más tarde. 

     Por cierto: san Raimundo de Peñafort, dominico, es patrón de los juristas y era español, de Barcelona.


    El sentido de la justicia medieval se revela en la  proporción en las penas: pagaba más el que tenía más. Por ejemplo, en Pamiers un barón pagaba el delito de robo con multa 20 veces superior a la de un campesino, 10 veces superior a la de un caballero, y 4 veces superior a la de un burgués.


    La música gregoriana es otro exponente de la enorme riqueza cultural y artística lograda en la Edad Media. Mozart llegó a decir: “Daría toda mi obra por haber escrito el Prefacio de la Misa gregoriana”.


    La caballería medieval gozó de un enorme prestigio entre la población. Despertaba una admiración  que ha llegado hasta nuestros días, porque  por primera vez la casta militar estuvo ordenada a fines realmente humanitarios. Del mismo modo, por primera vez en la historia del mundo se aprendió a establecer la diferencia entre objetivos militares y población civil.


    La Edad Media supuso un florecimiento de las letras. Si miramos a la España de la época, vemos que fue entonces cuando comenzó a desarrollarse la literatura castellana, una de las más ricas y espléndidas literaturas de la humanidad, que consiguió expresar el sentir épico del pueblo, empeñado en la Reconquista, y por eso llegó a ser idioma preponderante. El castellano ha conservado de la Edad Media sus características principales: espíritu religioso, realismo, persistencia de la tradición épica peninsular y tendencias moralizadoras y satíricas.




Fue a partir del siglo XVI cuando los legisladores comenzaron a perder el sentido de libertad y equidad logrados, porque volvieron sus ojos al derecho romano y comenzaron a promulgarse leyes estatistas. Se elevó a 25 años la minoría de edad, se añadió al sacramento del matrimonio el carácter de contrato con estipulaciones materiales, la familia sufrió imposiciones para ser conformada según un modelo estatal que no había tenido nunca.


Desde el siglo XVI,  el Estado fue aumentando su poder e intromisión en el ámbito de la libertad de las personas, hasta que llegó a configurarse como Monarquía absoluta. Por eso la Revolución francesa, en el siglo XVII, a juicio de Pernoud no fue un punto de partida, sino de llegada: representó la imposición plena de la ley romana en la vida del pueblo, a expensas de la costumbre anterior. Napoleón culminó el proceso, con la organización del ejército, el Código civil y la enseñanza  según el modelo burocrático de la antigua Roma, es decir, con la omnipresencia de un Estado cada vez más intrusivo en la vida de las personas.


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Son algunos apuntes de este libro revelador, muy útil para conocer la historia real, y desprenderse de la venda que han intentado  poner sobre nuestros ojos no pocos pseudo intelectuales y creadores de ficción. En la Edad Media no todo fue blanco, desde luego, porque donde hay hombres habrá miserias. Pero en su esplendor luminoso nació la cultura occidental, y con ella buena parte de lo mejor que todavía hoy podemos disfrutar en Europa.