Una de las mejores escritoras de nuestros días, la italiana Susana Tamaro, afirma que la indiferencia es una de las grandes vías que conducen a la destrucción.
Nos falta interés sincero por los demás, y eso no es bueno para nadie. Si la tierra padece el efecto invernadero, en las relaciones humanas el riesgo es que todo se enfríe, que la convivencia sea cada vez más pobre y distante.
Quizá los medios, y columnistas y tertulianos muy especialmente, tienen en esto una gran misión que cumplir. Pueden romper esa indiferencia que hiela a veces las relaciones. Acercar a las personas, hacer que nada de los demás, bueno o malo, nos resulte indiferente.
Noble misión, a la que por desgracia no todos contribuyen. Porque los hay que están en otra onda. Parece que disfruten hiriendo. Siembran algo peor aún que la indiferencia: la sospecha, el desprecio, ¿el odio incluso?
Tamaro los describe muy bien. Suelen ser personas escépticas, que confunden el cinismo con la sabiduría. Tienen el don –si así pudiera llamarse- de ridiculizar a quienes piensan de un modo distinto, y la capacidad de marginar inmediatamente al que osa manifestar una tensión interior diferente: no digamos si esa tensión es cristiana… Les gusta juzgar, pero juicio y desprecio van siempre parejos.
Los buenos profesionales saben que es posible discrepar sin herir, respetando siempre al otro. Y que así construyen día a día un mundo mejor.
Jesús Acerete
Director de Programas de la Fundación Coso
No hay comentarios:
Publicar un comentario