El
mensaje de san Josemaría sobre la misión de los laicos
Cfr. Vida cotidiana y santidad en las enseñanzas de san Josemaría. Javier López y Ernst Burkhart, pags 34 a 73.
“La espiritualidad y la
acción del Opus Dei se insertan (…) en el proceso teológico y vital que está
llevando al laicado a la plena asunción de sus responsabilidades eclesiales, a
su modo propio de participar en la misión de Cristo y de su Iglesia.” (San
Josemaría, Conversaciones, n.20)
Como los primeros
cristianos
La historia de la Iglesia podría sintetizarse en este
esquema:
Siglos I a IV Primeros cristianos, personas de todas las
áreas sociales que extienden el cristianismo a través de sus actividades
familiares, profesionales y sociales.
La
Carta a Diogneto, del siglo II, los describe así: los cristianos no llevan un
género de vida aparte de los demás, pero “dan muestras de un peculiar tenor de
conducta, admirable y, por confesión de todos, sorprendente”. Destacan entre
otras cosas por el cumplimiento de sus deberes cívicos. En esa vida corriente
procuran difundir su fe.
Hasta
tal punto son conscientes de su misión y celosos de ella que el filósofo pagano
Celso los acusaba, según refiere Orígenes, de aprovecharse de sus profesiones –zapateros,
maestros, lavanderos…- para sembrar en las casas particulares y en la sociedad
entera la semilla evangélica.
Siglo IV Reconocimiento público de la
Iglesia. Comienza el florecimiento de la espiritualidad religiosa,
caracterizada por el abandono de las cosas mundanas. Eclipse paulatino de la conciencia
de vocación y misión de los laicos.
IV a IX Evangelización
de los pueblos germánicos
IX a XIV Sacro
Imperio y Cristiandad Medieval
XV y XVI Pérdida de
la unidad religiosa en Europa e inicio de la secularización
XVI-XVIII Secularización
y período revolucionario
Eclipse de la vocación
laical
A
partir del siglo IV se produjo en la Iglesia
un eclipse de la conciencia de la vocación y misión de los laicos,
de su papel en la Iglesia y en la sociedad, tal y como lo habían vivido las
primitivas comunidades cristianas. Un eclipse que, con pocas excepciones, ha
durado hasta el siglo XX, y que aún ahora dura para no pocos dentro de la
Iglesia.
Desde
el siglo IV hasta el XVIII hubo un florecimiento de la espiritualidad
religiosa, y una mengua simultánea en los laicos de la conciencia de su
misión en la Iglesia, que pasó a considerarse secundaria.
Durante
ese período, la vida laical era iluminada “desde fuera”, por la luz de
grandes santos sacerdotes y religiosos, pero con elementos específicos de la
vida religiosa, que incluían el apartamiento de las actividades seculares,
y situaban la vida religiosa (apartada del mundo) como paradigma de toda
santidad.
Santos
que en siglos más recientes intentaron desarrollar una espiritualidad laical
fueron san Francisco de Sales (s XVI), que sugiere a los laicos los medios ascéticos
de los religiosos con algunas adaptaciones; san Alfonso María de Ligorio (S
XVIII), que habla de piedad en la vida corriente; o san Juan Bosco (S.XIX), que
trató de la dignificación del trabajo.
Pero
todos ellos siguen considerando las actividades seculares como algo inevitable,
lleno de peligros para la vida moral, y no como campo de santificación y
terreno de conquista, de cumplimiento de la misión confiada por Cristo a los
cristianos.
El
cardenal Albino Luciani, poco antes de ser elegido Papa como Juan Pablo I, glosó
en un artículo la singular aportación de san Josemaría al fundar, por inspiración
divina, el Opus Dei. Escribió que san Francisco de Sales habla “espiritualidad
de los laicos”, pero Escrivá de “espiritualidad laical”, esto es, no de meras
adaptaciones de lo religioso, sino de un radical “materializar” la
santificación, transformando el mismo trabajo material en oración y
santidad.
Laicidad versus
clericalismo
Entre otras manifestaciones, y a modo de ejemplo, humildad
y pobreza son virtudes que han dado origen en la historia del
cristianismo a actitudes ligadas al apartamiento del mundo, propio de los
religiosos. San Josemaría enseña a vivir esas virtudes con toda exigencia, pero
prescindiendo de rasgos ajenos a la condición laical.
Lo
que el fundador del Opus Dei transmite es un espíritu laical y secular
diverso de las espiritualidades de los religiosos. Aprecia la vida consagrada,
pero enseña la santificación en medio del mundo.
El
laico puede aprender mucho del religioso sobre cómo tener el alma llena del
deseo de Dios, pero no le basta su ejemplo para ser ciudadano de la ciudad de
los hombres. El laico ha de compenetrar el deseo de Dios y su condición
de ciudadano de la ciudad temporal, en unidad de vida, manifestando en sus
obras una plena coherencia con su fe.
El
ideal que propone san Josemaría no es un eslabón más en la línea de la
mundanización de la vida religiosa, que comenzó (por circunstancias
explicables) a partir de lo siglos XVI y XVII. Se trata más bien de una nueva toma
de conciencia que adquieren los laicos de su vocación y misión propias, que
conecta con el estilo de vida de los primeros cristianos.
Así
lo explicaba el fundador del Opus Dei en una entrevista:
“Si
se quiere buscar alguna comparación, la manera más fácil de entender el Opus
Dei es pensar en la vida de los primeros cristianos. Ellos vivían a fondo su
vocación cristiana; buscaban seriamente la perfección a la que estaban llamados
por el hecho, sencillo y sublime, del Bautismo. No se distinguían de los
demás ciudadanos”. Conversaciones, n. 24.
Para
san Josemaría, secularización no es sinónimo de descristianización, sino
que se refiere a la desclericalización, y se sitúa en la línea de la
libertad, de la búsqueda de nuevas libertades que está en el núcleo de la
modernidad.
Laicismo y descristianización
En
cambio, el proceso de descristianización surge de reclamar una libertad
autónoma respecto a Dios, de querer la persona constituirse en fuente
autorreferencial de la propia normatividad.
Ha
escrito san Josemaría: “El laicismo es la negación de la fe con obras, de la fe
que sabe que la autonomía del mundo es relativa, y que todo en este mundo tiene
como último sentido la gloria de Dios y la salvación de las almas.”
Ese
laicismo se opone a la idea cristiana de libertad, que no es “libertad de hacer
lo que quiera” sino capacidad de escoger entre el bien y el mal.
El
concepto falso de libertad, reivindicado por algunos pensadores, les llevó al
conflicto con la Iglesia y al intento de marginarla, como fuerza opuesta al
progreso. Para ellos la libertad significa:
-antropocentrismo cerrado a
la trascendencia
-razón desvinculada de la
fe
-voluntad emancipada de
todo vínculo
-conciencia responsable
sólo ante sí misma
Laicidad es libertad en las
opciones temporales
La
laicidad, tal como la entiende el fundador del Opus Dei, es en cambio sinónimo
de desclericalización, y pide una justa autonomía de las actividades
temporales, que no consiste en autonomía respecto a Dios, sino en reconocer
que las cosas creadas y la misma sociedad tienen sus propias leyes y valores.
Se
trata de volver a las raíces de los primeros cristianos, como describe la citada
Carta a Diogneto, del siglo II: “Los cristianos son en el mundo lo que el alma
en el cuerpo (…) Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado,
que no les es lícito desertar.”
Clericalismo es ignorar la
autonomía de los laicos en lo temporal
León
XIII, en su encíclica “Au milieu des solicitudes” (1892), señala un punto de
inflexión para la vida católica: si hasta esa fecha toda la “vida católica social”
dependía de la buena armonía entre ls autoridades de la Iglesia y las del
Estado, rota esa armonía colaborativa, a
partir de ahí va a depender del incremento de las responsabilidades personales
de los ciudadanos cristianos. La misión de la Iglesia se realizaría en adelante
por las conquistas de la acción de los laicos, sin esperar favores de la
autoridad civil.
Poco
después, con Pío XI (1922) nacía la Acción Católica, con el fin de impulsar esa
“misión de los laicos”, pero entendiéndolos como meros colaboradores del
clero. De hecho, dejó de usarse la expresión “participación” en el
apostolado jerárquico para hablar de “ayuda” y “colaboración”: esto es, se
trataba de usar a los laicos como longa manus de la jerarquía en cuestiones
temporales, clericalizándoles.
No
tiene por qué entrañar peligro de clericalismo que el clero dirija actividades
eclesiásticas. Pero cuando se trata de actividades temporales el riesgo existe.
El planteamiento de Ación Católica ponía a los laicos en posición subordinada al clero. El impulso que se pretendía dar a su acción apostólica resultaba como consecuencia de un mandato de la jerarquía, y no del apostolado como fruto del ejercicio responsable de la libertad de los hijos de Dios en la vida secular, donde las soluciones legítimas pueden ser múltiples y variadas.
Libertad y responsabilidad de los laicos en lo temporal
Para
sanar la equivocada noción de libertad (autónoma de Dios), se hacía necesario
fomentar el ejercicio práctico de la libertad cristiana por parte de los
laicos en la santificación y en el apostolado a través de las actividades
temporales, asumiendo su responsabilidad propia.
Frente
al mal de una libertad sin Dios, que secularizaba la cultura y la sociedad, era
preciso estimular el dinamismo propio de la vocación bautismal de los
católicos, para que cada uno secundara libremente “desde abajo” (y no “desde
arriba”) la acción del Espíritu Santo.
En
Conversaciones… n. 58 (1968) san Josemaría explica así su mensaje en relación
con el trasfondo teológico y pastoral que tuvo que afrontar:
“He pensado siempre que la característica fundamental
del proceso de evolución del laicado es la toma de conciencia de la dignidad de
la vocación cristiana. La llamada de Dios, el carácter bautismal y la gracia,
hacen que cada cristiano pueda y deba encarnar plenamente la fe. Cada cristiano
debe ser alter Christus, ipse Christus, presente entre los hombres.
El Santo Padre lo ha dicho de una manera inequívoca: "Es necesario volver
a dar toda su importancia al hecho de haber recibido el santo Bautismo, es decir,
de haber sido injertado, mediante ese sacramento, en el Cuerpo místico de
Cristo, que es la Iglesia... El ser cristiano, el haber recibido el Bautismo,
no debe ser considerado como indiferente o sin valor, sino que debe marcar
profunda y dichosamente la conciencia de todo bautizado" (Enc. Ecclesiam
suam, parte I).
La misión de los laicos se deriva de su llamada a la santidad por el Bautismo
Para san Josemaría lo primero es la toma de conciencia de la
llamada a la santidad que recibimos en el Bautismo. Y lo segundo, la misión que
cada uno debe realizar. No al revés. Pío XI (1923) y la jerarquía de aquellos
años de crisis, ante la urgencia de que los laicos hicieran presente la fe
en la vida social y defendiesen a la Iglesia del laicismo, les recordó su vocación
a la santidad. El concilio Vaticano II da la vuelta a ese argumento, haciendo
suya la enseñanza de san Josemaría, y descubre que lo primero es la llamada a
la santidad, de la que se deriva la necesidad de asumir plenamente la misión
propia.
San Josemaría dio la vuelta a los términos usuales en autores
del siglo XIX y principios del S. XX, que decían que era necesaria la acción de
los laicos para el reino de Cristo. Lo que san Josemaría dice es que los
laicos han de ser santos, porque es su vocación, y que la santidad exige
que realicen su misión apostólica propia.
La misión de los laicos no es prolongación de la que
corresponde a los sacerdotes: su misión consiste en santificar desde dentro –de
manera indirecta y mediata- las realidades seculares, el orden temporal, el
mundo. En esa misión el laico no es longa manus del sacerdocio
ministerial, ni su apostolado forma parte de una labor organizada de arriba
abajo.
Otra cosa es la cooperación del laico en tareas propias
del ministerio sacerdotal (el ministerio de la palabra y de los sacramentos):
en esas tareas el laico tiene la facultad de prestar cooperación, de modo
subordinado al sacerdocio ministerial. Pero en las actividades temporales no
existe tal subordinación.
Superar la visión clerical
La visión clerical tiende a identificar la Iglesia con la
Jerarquía, otorga a los pastores el protagonismo de la misión de la Iglesia en
el mundo, dejando a los laicos como meros cooperadores instrumentales de la
acción del clero en las actividades civiles y temporales.
La comunión con la Jerarquía no implica que los laicos
necesiten un mandato de la Jerarquía para el apostolado: porque ya lo han
recibido de Dios en el Bautismo. Por eso decía san Josemaría, refiriéndose
al apostolado laical que realizan los miembros del Opus Dei: “nunca seremos
ningún organismo de la Acción Católica”.
Eran palabras que en 1934 podían chocar, pero inevitables
para clarificar un aspecto del espíritu que transmitía. La semilla que Dios le había hecho ver el 2 de octubre de 1928 era una realidad distinta a la Acción
Católica, siendo esta un gran servicio a la Iglesia. Quienes se integran en la
Acción Católica responden a una convocatoria de la jerarquía; los que siguen el
camino de santificación que enseña san Josemaría, recogido en el concilio
Vaticano II, responden sencillamente a su vocación bautismal.
Los laicos, explicaba en otra ocasión, “no tienen necesidad
de “penetrar” en las estructuras temporales, por el simple hecho de que son
ciudadanos corrientes, iguales a los demás, y por tanto ya estaban allí”
(Conversaciones, n. 66)
“Una de mis mayores alegrías ha sido precisamente ver cómo el Concilio Vaticano II ha proclamado con gran claridad la vocación divina del laicado (…) Ha confirmado lo que –por la gracia de Dios- veníamos viviendo y enseñando desde hace tantos años.” (id, n. 72)
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