lunes, 26 de julio de 2021

Cartas a un joven católico

 




Cartas a un joven católico. George Weigel

 

Mundialmente conocido por su biografía de san Juan Pablo IITestigo de la esperanza”, George Weigel es un escritor norteamericano especialista en Ética pública, catedrático de Estudios Católicos en Whasington D.C. En esta obra se propone mostrar, a un imaginario joven católico de nuestro tiempo, la inmensa riqueza que contienen las raíces cristianas, y especialmente católicas, de nuestra civilización. Unas raíces que corresponde a las nuevas generaciones conocer y cuidar, porque son la fuente en que debe beber el mundo si quiere ser cada día más humano. Son raíces que se hunden en los profundísimos manantiales de la vida divina que se nos ha dado con la Encarnación de Dios, hecho hombre en Jesucristo.

 

Una cultura sin raíces no solo no crece, sino que produce decrepitud y sequía”. Los católicos somos herederos de una tradición que ha dado origen a la más grande civilización de todos los tiempos, y en la que podemos encontrar los antídotos para responder con seguridad a los argumentos desnortados del discurso dominante.

 

Y la razón de esa seguridad es Jesucristo, Dios hecho uno de nosotros para que fijándonos en Él encontremos la verdadera medida de quiénes somos. En su rostro encontramos la verdad sobre nosotros mismos. “En Jesús, Dios revela el hombre al propio hombre”, decía san Juan Pablo II. De la crisis actual no saldremos sin Dios. Sólo Él nos da el sentido vital que necesitamos. El Hijo de Dios es el inicio y el fin de la cultura en la que debemos beber.

 

Weigel muestra en acertadas pinceladas algunas de las manifestaciones de esa huella cristiana en la historia, y cómo las verdades de la fe católica han transformado la vida de los santos, y con ellos la historia y el progreso de los hombres. Sin duda, conocer a quienes han seguido de cerca los pasos de Jesús es beber en las fuentes claras de la tradición católica. Sus vidas y sus obras constituyen un ingente tesoro cultural, verdadero patrimonio de la humanidad, fuente de inspiración para quienes desean seguir contribuyendo al verdadero progreso social.

 

Recojo algunos de los aspectos que me han parecido más reseñables, entre los que Weigel considera necesario poner bajo la atenta mirada de los jóvenes de hoy:


1)   El catolicismo es realismo, no sólo un conjunto de ideas, aunque sean verdaderas. Ser católico, como ser cristiano, no es seguir un libro, aunque sea un libro inspirado por Dios. Ser católico significa haberse encontrado con una Persona, que es verdadero Dios y verdadero hombre. Al hacerse uno de nosotros, Dios mismo ha dado realce y valor a las realidades cotidianas, que se convierten en lugar de encuentro con Él. Desde el momento de la Encarnación del Hijo de Dios, Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre, no es posible hacer verdadero humanismo sin Dios, porque ese “humanismo” acabaría siendo profundamente inhumano.


2)   Vivir como hijos de Dios. La fuerza más dinámica de la historia son las personas dispuestas a vivir la verdad de su propio ser, que es reconocerse como hijo de Dios. Es lo que hizo la Virgen María con su “Hágase en mí según tu palabra”, su sí incondicional al querer de Dios. Vale la pena comprometerse personalmente con Dios.

 

3)   Compromiso. Cuando una persona “cierra sus opciones” para comprometerse con Dios (y no las deja abiertas, como hacen quienes tienen miedo al compromiso) surge una nueva cultura, la que salvará al mundo. Una cultura que comienza con la experiencia personal de alegría por el encuentro con Dios.

 

4)   Estudiar el Catecismo de la Iglesia Católica, que resume y sintetiza de manera magistral el contenido de la fe, ha supuesto un esfuerzo titánico durante siglos hasta llegar a esas sencillas y precisas formulaciones. Es un manantial de sabiduría al que acudir una y otra vez para obtener luces sobre el sentido de nuestra existencia.

 

5)   Recuperar el sentido moral. Weigel, que se dirige especialmente a un público joven norteamericano, menciona a Flanery O’Connor (1925-1964) escritora norteamericana que refleja en sus obras la característica intuición católica sobre el sentido de la vida. Decía Flanery que el sentido moral se ha expulsado hoy de algunos sectores de población, como se recortan las alas de los pollos para que produzcan más carne. El sentido moral es un hábito de ser, una sensibilidad espiritual, que nos permite reconocer el mundo no como una simple sucesión de acontecimientos, sino como el dramático terreno donde se juega la creación, el pecado, la redención y la santificación.

 

 

6)   La “muerte de Dios” es la muerte del hombre. En realidad, la famosa “muerte de Dios” anunciada por Nietzche ha consistido en una verdadera “castración espiritual del hombre”, que ha supuesto la muerte del verdadero humanismo. Lo que ha quedado es una colección de pollos sin alas, sin los referentes morales que les permitirían elevar el vuelo hacia aspiraciones altas y nobles como personas y para el bien común.


 

7)   El catolicismo es un antídoto, el único adecuado, contra el nihilismo, ese “nihilismo elegante” o más bien presumido, que pasa por la vida considerando que todo (relaciones, belleza, sexo, historia…) no es más que una broma cósmica que acabará en el olvido. El catolicismo insiste en lo contrario: todo es importante (cada uno de nosotros, nuestras relaciones, la amistad, la belleza, la historia, el amor entre un hombre y una mujer…) porque todo ha sido redimido por Cristo. El catolicismo trata de cambiar el mundo, pero al mismo tiempo lo acepta como es, porque también Dios lo aceptó como es: éste es el que quiso redimir.

 

 

8)   La Iglesia vive de la Eucaristía, de la Presencia real de Cristo bajo las apariencias de Pan y Vino. Hay dos parámetros típicamente católicos en el trato con ese gran Misterio de Amor que es la Eucaristía: intimidad (familiaridad) y reverencia. Su Presencia no es sobrecogedora ni apantallante, sino cercana, como la del amigo que busca estar con el amigo. Jesús vive, es una Persona real y sencilla, acogedora, que se muestra vulnerable, expuesto al rechazo o la frialdad, y espera ser respondido con nuestra presencia cálida y afectuosa, de corazón a corazón. Una respuesta nuestra confiada y reverente, porque es Dios, y porque es Hombre. Está oculto en las especies sacramentales, el Pan y el Vino; pero Vivo, Latente, tan real o más que nosotros mismos.


Flanery O'Connor
 

Flanery O’Connor asistía a una reunión de sesudos intelectuales cuando era una joven promesa. Alguien habló de la Eucaristía diciendo que era “un símbolo muy bonito”. Flanery era la única católica, y todos los ojos se dirigieron a ella en ese momento. Sólo pudo balbucear (porque era muy joven, y estaba impresionada entre tanta gente mayor importante): “Bueno, si no es más que un símbolo a mí no me interesa.” Más tarde reconocería que tampoco tendría mucho más que añadir, “aparte de que la Eucaristía para mí es el centro de mi existencia. De todo lo demás puedo prescindir tranquilamente…”

 

 

9)   El Papa, fundamento de la Iglesia. Cristo afirmó de Pedro que era Roca, y sobre esa Roca edificaría su Iglesia. Por eso impresiona contemplar en la basílica de san Pedro de Roma, debajo del altar, la tumba de Pedro, roca sobre la que efectivamente y en pleno sentido de la palabra se edifica la Iglesia Cabeza de la Cristiandad, cumpliéndose a la letra las palabras de Jesús. La tumba fue hallada casual e inequívocamente cuando en 1940 se hacían las obras para instalar la tumba de Pío XI, un sarcófago sobredimensionado que precisó rebajar el suelo de la cripta.

 

     Cuidar de los demás. El “Apacienta mis ovejas” y el “Simón, ¿me amas?”  que Jesús repite por tres veces a Pedro, es un insistente requerimiento para que descubra que tendrá que vaciarse de sí mismo para darse a los demás, para cuidar del rebaño aun a costa de la vida. También de nosotros, en cada tarea y aspecto de la vida, Jesús espera respuesta sobre hasta qué punto le amamos. Lo que hemos recibido gratis (el cariño del Señor, la fe, la vocación cristiana, la atención que nos prestan…) hemos de darlo gratis a los demás. “Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis también vosotros”: transmitid el don de Dios para que siga vivo en los demás, no os conforméis con tenerlo vosotros. Y eso requiere renuncia a “ir donde me apetece, ocuparme en lo que me gusta”. La entrega es renunciar a nuestra autonomía. Y en esa renuncia está nuestra ganancia, que consiste en ser como Cristo, o más bien identificarnos con Cristo, cuya existencia es un vivir para Dios y para los demás. Esta forma de orientar la existencia choca frontalmente con la moda dominante, fuertemente individualista, pero es la que conduce a la felicidad.


 


 

    Jesús, garantía e inspiración de la verdadera belleza. La Encarnación, el hecho de que el Hijo de Dios se haya hecho hombre en Jesús de Nazareth, se ha convertido en la garantía suprema del arte religioso: el cristianismo supuso una floración del arte y la creatividad artística. Dios se ha hecho hombre, no un hombre ficticio, y esa realidad nos lleva a tomar muy en serio lo físico y material. Catolicismo es realismo. No es una cuestión de ideas, sino de vida tangible: de ideas hechas carne, Dios hecho hombre, y hombre divinizado: eso es lo que vemos, por ejemplo, en el icono del Sinaí, el Cristo Pantocrator. Ya desde el siglo IV los eremitas se interesaron por ese lugar donde Dios entregó a Moisés las tablas de la Ley, y en el siglo VI se construyó un monasterio, que milagrosamente se ha mantenido hasta nuestros días. Conserva miles de manuscritos e iconos de los más antiguos de la cristiandad, algunos del siglo IV. Y entre ellos esa imagen sumamente bella y serena del Cristo Pantocrator, que ha inspirado a tantos artistas y contemplativos a lo largo de la historia. Una imagen cuyos rasgos recuerdan tanto a los del Hombre de la Sábana Santa.


El conjunto del libro, bien hilvanado con estos y otros muchos más significativos retazos de la tradición y de la historia del cristianismo, es de lectura amena y agradable, muy enriquecedora cultural y espiritualmente.

 

 

sábado, 24 de julio de 2021

El coraje de la conciencia

 


Contracorriente... hacia la libertad. Mariano Fazio. Ed. El Buen Mudo

 (Artículo originalmente publicado en el periódico Levante-EMV)


El argentino Mariano Fazio, filósofo e historiador, es autor de sugerentes ensayos sobre la historia del pensamiento contemporáneo. Es además vicario auxiliar del Opus Dei, y amigo personal del Papa Francisco desde sus años en Buenos Aires. Acaba de presentar en Valencia un nuevo trabajo sobre tres célebres ingleses que, viviendo en épocas y situaciones personales muy diferentes, tienen en común el haber sido leales a su conciencia en un ambiente adverso: Tomás Moro, John Henry Newman y Gilbert K. Chesterton. Su actitud vital, reconocida como heroica por la Iglesia en los dos primeros, y en proceso de serlo en el tercero, les concede una gran actualidad, y sin duda por eso el autor los ofrece ahora a nuestra consideración. 

 

Se trata de tres figuras de alcance universal, que comparten unos valores tan genuinos que toda persona de bien debería desearlos para sí: el amor a la verdad, la decidida defensa de la libertad para obrar en conciencia, un carácter abierto a la amistad con todos, una vida iluminada por el sentido del humor. Son rasgos tan humanos que nos remiten a la imagen divina que está en la raíz de nuestro ser. 

 

Los tres viven en un ambiente en el que el catolicismo es minoritario. Pero afrontan los retos de ese ambiente con un fuerte sentido de la libertad, manteniendo la actitud que en su conciencia ven más correcta. No les importa que su rectitud les enfrente a la incomprensión, al vacío social o, en el caso de Moro, al martirio. Como escribió Harper Lee, la conciencia de cada uno es la única cosa que no se rige por la regla de la mayoría.

 

Nuestros personajes comparten el sentido del humor: radiante y explosivo en Chesterton, fino y elegante en Moro, más serio e intelectual en Newman. Como señala Fazio, ninguno de ellos es pájaro de mal agüero, ni profeta de desgracias, porque el pesimismo no es cristiano. Aman el mundo en el que viven, y por eso no centran su atención en las sombras, sino en las luces que siempre brillan en cualquier persona y situación, dando sentido a la existencia. Deberíamos hacer cotizar al alza el buen humor, un valor que dulcifica y ennoblece la convivencia.


Santo Tomás Moro, lord Canciller de Inglaterra

 

Tomás Moro, primer ministro y lord Canciller de Inglaterra, gran humanista, es ejemplo de coherencia entre la fe y las obras. Eligió ser fiel a su conciencia cuando la ley se lo puso muy difícil, porque el rey reclamaba para sí el título de cabeza de la Iglesia. Tomás no podía aprobar esa pretensión basada en la mentira, y murió mártir, perdonando a sus jueces y verdugos, incluso consolándoles: les recordó que también Saulo aprobó el martirio de san Esteban antes de su propia conversión, y acabó siendo san Pablo.

 

Moro ha pasado a ser un ejemplo de cristiano que vive su ciudadanía con lealtad y de acuerdo con su conciencia. Porque casi todo es relativo, pero no todo: hay cosas que no da lo mismo afirmar que negar. “Afirmar que todo es relativo es fundamentalismo”, señala Fazio. Porque si todo es relativo, esa misma afirmación también lo es, y cae por su propio peso.

 

Con gran sentido, la Iglesia ha nombrado a Tomás Moro patrono de los políticos. En el Real Colegio del Corpus Christi de Valencia conservamos como un tesoro el manuscrito de su último libro, que escribió en prisión antes de ser ejecutado: La agonía de Cristo. Nos vendría bien releerlo de vez en cuando. Y también la Oración del buen humor que se le atribuye. “El papa Francisco la reza a diario”, revela Fazio. 


John Henry Newman

 

John Henry Newman, pastor anglicano, fue heroicamente fiel a su conciencia cuando decidió pasar a la Iglesia católica. Nunca traicionó la luz interior recibida, que dio origen al movimiento de Oxford, y le llevó a investigar a fondo si la Iglesia anglicana era realmente continuadora de la primitiva Iglesia. Su noble afán de verdad, que requirió un serio trabajo intelectual, le condujo inesperadamente a la Iglesia católica, superando sus fuertes prejuicios contra Roma.

 

Newman sabía que padecería incomprensión por parte del luteranismo, pero fue fiel a lo que veía en conciencia. Lo que no imaginaba es que también padecería incomprensión por celotipias de sectores católicos, una vez convertido. Es famoso el pasaje de su Carta al duque de Norfolk: “Si me pidieran un brindis, brindaría por el Papa, pero antes por la conciencia. El primer Vicario de Cristo no es el Papa, sino la conciencia.” Esa afirmación supone un serio compromiso de la conciencia con la verdad.


Gilbert. K. Chesterton

 

En Gilbert K. Chesterton brilla su total ausencia de respetos humanos para decir lo que piensa, aun en medio de corrientes de opinión muy opuestas. En su famoso libro Ortodoxia, escrito mucho antes de su conversión al catolicismo, cuenta la historia de un marino inglés que sale a descubrir mundo y llega a un lugar paradisíaco, que resulta ser la misma Inglaterra de la que había partido. Describe así el viaje del anglicanismo, que abandonó sus raíces católicas en busca de tierras mejores. Pero describe también su propio itinerario personal, en un retorno a la Iglesia católica que ya intuye cercano.

 

No gustaba mucho esa comparación en los ambientes intelectuales anglicanos. Pero como Moro y como Newman, Chesterton ni se arredra ni echa en cara nada a los que le combaten. Simplemente habla sin respetos humanos de la verdad, de lo que ve en su conciencia. Se muestra abierto al diálogo (¡sus ingeniosas y divertidas controversias con Wells o Bernard Shaw!) y mantiene un profundo sentido de la amistad con quienes piensan diferente. Su capacidad de empatía debería ser un referente para muchos, cuando el ambiente es tan propenso a la crispación, al frentismo, a romper con quienes sostienen ideas diferentes.

 

Tres personajes muy actuales, no solo para los católicos. Porque en ellos brillan valores tan necesarios para la convivencia como el respeto al otro y la escucha atenta. Se muestran dispuestos a recoger las semillas de verdad que hay en toda opinión, y a construir puentes desde las posiciones compartidas. Lejos de tergiversar y poner zancadillas, saben poner al rival en una posición cómoda, sin ataques personales. Ofrecen su amistad por encima de las diferencias. Pero no admiten como verdadero lo que es falso, porque sin verdad no se puede ser libre.

 

La vida de estas personas nos habla de la presencia de la verdad en el mundo, y de nuestra capacidad de reconocerla. Su alegría de vivir nos muestra también la fuerza liberadora que supone seguir la luz de la conciencia a pesar de los efímeros halagos del mundo. No estamos hechos para la mimetización con el ambiente, sino para la verdad. El título del libro lo explica bien: para ser libre a veces es preciso ir “Contracorriente… hacia la libertad”.


Oración del buen humor. Fuente twitter @opusdei_es


 


 

 

domingo, 20 de junio de 2021

Suicidio y eutanasia

 


Voluntarias del Centro Laguna


Cuidar a quien sufre

 

El suicidio es, en estos momentos, la principal causa de muerte no natural en España, y la primera causa de muerte evitable en el mundo. Algo se está haciendo mal, y tiene que ver con nuestra capacidad –personal y colectiva- de aliviar el dolor ajeno, cualquiera que sea su origen. La muerte nunca puede ser la solución a los problemas humanos. No podemos dejar a nadie tan solo que su único consuelo sea dejarse morir.


Pienso que hay un amplio consenso respecto a lo que acabo de escribir. Por eso me desconciertan tanto los argumentos de quienes, considerando el suicido un fracaso colectivo, niegan que lo sea la eutanasia. La muerte como solución al sufrimiento es una gran derrota social.


Algunos afirman que la eutanasia es el modo de evitar la quiebra de la Seguridad Social, un argumento cínico e inhumano donde los haya. No quieren ver que a lo que conduce realmente la eutanasia es al envenenamiento de las relaciones, a la quiebra de la humanidad en las sociedades donde se implanta.


Los especialistas en cuidados paliativos saben muy bien que, cuando un enfermo afirma que no quiere seguir viviendo, lo que hay que hacer es preocuparse de él, atenderle, cuidarle. Lo mismo sucede con cualquier otra causa por la que un ser humano desee morir: no encontrar sentido a la vida, tratarse de un parado de larga duración, ser un inmigrante que ha perdido toda posibilidad de instalarse en su nuevo país, o el fallecimiento de un ser muy querido. La solución nunca puede ser morir, sino ayudar.





Se trata de atender las causas del sufrimiento, cualquiera que sea su origen. Donde se ofrece la atención necesaria, nadie persiste en su deseo de morir anticipadamente. Y esa ayuda debería estar garantizada en una sociedad que se precia de solidaria y fraterna.


En el caso de los enfermos, la medicina ha logrado hoy en día paliar cualquier sufrimiento. Existen los medicamentos necesarios, y son accesibles. El especialista en cuidados paliativos sabe además que basta situar a un paciente terminal en un ambiente agradable, en espacios grandes, con actividades en las que se sienta bien, para que cambie su actitud ante la vida.


Donde se han puesto en marcha, prestan una ayuda impagable los equipos de voluntarios, capaces de acompañar, escuchar, y también de apoyar a la familia del enfermo, que suele sufrir la mayor parte de la carga del dolor. De hecho, muchas de las demandas de muerte anticipada no proceden del paciente, sino de sus familiares, que sufren con el enfermo. La familia requiere también apoyo.


Pero es que además hay algo muy grande que la sociedad se pierde cuando no cuida de sus mayores, o de cualquiera que pase por momentos duros. Nos perdemos el milagro que experimentan en sus vidas quienes, al sentirse acompañados, afrontan de cara   el sufrimiento o la muerte. En esos momentos se desprenden de lo peor, y aflora lo mejor que llevan dentro. Se convierten en verdaderos maestros de vida para quienes les cuidan.





Quienes sufren no son una carga. Atenderles, cuidarles, es enriquecer nuestro estilo de vida, un estilo que ha caracterizado a las naciones con mayor nivel de humanidad. Me resisto a creer que queramos perder esa nota propia de nuestra civilización. ¿Con qué confianza podremos seguir conviviendo en una sociedad que permite eliminar a sus mayores, cuando cuidarles resulta costoso o sencillamente incómodo?

 

 

 


jueves, 13 de mayo de 2021

Historia de los indios de la Nueva España

 



Historia de los indios de la Nueva España. Fray Toribio de Motolinía

 

El autor

        Fray Toribio de Benavente, conocido entre los indios de la Nueva España como Motolinía, que significa «el que es pobre», fue un religioso franciscano, nacido hacia 1485 en alguna villa cercana a Benavente, en la provincia española de Zamora. Falleció en Ciudad de México en 1569.

Se sabe que tomó el hábito franciscano a los 17 años, y fue ordenado sacerdote hacia 1516. El Papa Adriano VI encargó a los franciscanos la misión de evangelizar las nuevas tierras descubiertas por los españoles, y fray Toribio fue enviado por sus superiores a México, junto a otros once franciscanos, para cumplir ese encargo. Se les conoce como los Doce Apóstoles de México.

Llegaron a las costas de México en 1524, y después de recorrer a pie los 400 kilómetros que les separaban de su destino, fueron recibidos por el propio Hernán Cortés en Tenochtitlán.

Fray Toribio y sus acompañantes se aplicaron sin dilación, con ardor misionero, a su tarea de civilizar y anunciar el Evangelio a los indígenas. Recorrieron buena parte del territorio de México y también las tierras de Centroamérica, para conocer de primera mano la situación y necesidades de los indios, y estudiar el modo en que debería desarrollarse el anuncio del Evangelio a los nuevos pueblos incorporados a la corona española.

        Su arduo trabajo para conocer de cerca a la población indígena, unido a su sincero deseo de prestarle la ayuda necesaria, le permitió obtener una información muy valiosa - seguramente la mejor del momento- acerca de la historia, lengua y costumbres de los indios.  Y a partir de ahí, sacó conclusiones operativas para el mejor desarrollo de su trabajo apostólico. Para hacerse entender lo primero fue aprender la lengua de los indígenas.


Motivo del libro

En este libro, escrito en 1536 por encargo de sus superiores de la orden franciscana, Motolinía hace uso de esos conocimientos, y de la experiencia adquirida en el modo de tratar a los indios, por quienes se puede decir que gastó su vida entera. El realismo y minuciosidad del relato consigue contrarrestar las teorías y falsedades que difundía en ese momento el dominico Bartolomé de las Casas, que a juicio de Motolinía era un teórico que desconocía la realidad.

Las tergiversaciones del dominico de las Casas, que éste hacia llegar a la Corte española, fueron enseguida propagadas y ampliadas por los enemigos de España y de la Iglesia, y pasaron a formar parte de la leyenda negra contra el catolicismo. Sin embargo, incomprensiblemente, el libro de Motolinía permaneció desconocido hasta que en 1848 publicó parte de él lord Kinsborough.

Los datos que recoge fray Toribio de Motolinía arrojan luz sobre cómo era la vida de los indígenas cuando los españoles arribaron al Nuevo Mundo en 1492, el impacto que supuso para los indígenas la aparición de los descubridores, y las razones por las que la mayor parte de los indios llegaron a considerar a los conquistadores como verdaderos liberadores.

 

Cruel dominio azteca y costumbres satánicas

Hasta el año 1200, en el territorio del actual México solo vivían chichimecas y otonis, todavía en estado salvaje y en condiciones miserables. Sólo mejoró algo su situación a partir de 1200, cuando llegaron los mexicanos, que aportaron arquitectura, maíz y algunos oficios. Cien años después, hacia 1300, hicieron su aparición los aztecas, una tribu cruel que sometió a todos los pobladores. Fueron los aztecas quienes fundaron México en 1325.

El azteca era, por tanto, un recién llegado a México. Oprimía tiránicamente a los demás pueblos, y adoraba ídolos diabólicos, a los que ofrecía en sacrificios brutales centenares de víctimas (presos de guerra, esclavos, y aún en ocasiones a sus propios hijos). Los indios, antes de la llegada de los españoles, celebraban sus fiestas arrancando el corazón con una piedra a seres humanos. Lo echaban aún latiente, a los pies de sus ídolos, que tenían figuras diabólicas (serpientes aterradoras y animales sanguinarios). Luego arrastraban el cuerpo aún caliente de las víctimas y se lo comían.



No nos hacemos cargo del terror que supone ese culto idolátrico de raíz satánica, que regía entre los indígenas. Muchos testimonios hablan de furiosas apariciones del demonio a los indios, cuando estos comenzaban a convertirse a la fe católica: “¿Por qué no me servís, no me llamáis?”; “¿por qué te has bautizado?” Muchos indios fueron violentamente golpeados y heridos por Satanás, y sólo escapaban de sus manos invocando el nombre de Jesús.

 

Costumbres diabólicas

Había tribus que sacrificaban a sus víctimas aún con más brutalidad: las desollaban vivas para embutirse en sus cueros y danzar con ellos bailes horrendos. Cuando había sequía, ofrecían en sacrificio a niños, que sumergían en los lagos hasta que se ahogaran, en ofrenda al diablo del agua.

Otras tribus –prosigue en su relato Motolinía- anualmente tapiaban a varios niños en una cueva, donde morían. La destapaban al año siguiente para volver a tapiar una nueva remesa de niños. Cuando no tenían presos de guerra, sacrificaban a sus esclavos y aún a sus propios hijos.

Los territorios conquistados por los españoles habían estado siempre en continuas y sangrientas guerras de unos pueblos contra otros. Cualquier indio que se atreviese a salir de su poblado y cruzar la selva podía ser capturado para ser sacrificado a los ídolos.

Era una vida inmersa en el terror, magistralmente descrito en la película Apocalypto, de Mel Gibson, basada en testimonios como los que nos narra en su libro Motolinía.

A raíz de la conquista española, en poco tiempo cesaron las continuas guerras encarnizadas entre las diversas tribus.

 

Liberados de costumbres sanguinarias

Los indios tenían mil supercherías, muchas con consecuencias brutales y hasta criminales. Así, cuando una mujer daba a luz gemelos, pensaban ser señal de que el padre o la madre morirían; y para evitarlo, el remedio que tenían prescrito por sus ídolos era matar a uno de los recién nacidos.

Los españoles les liberaron de esas costumbres sanguinarias, que les hacían vivir en continuo terror. A medida que por el bautismo cundía la fe católica, la sociedad indígena se humanizaba.

Motolinía aporta el dato de una de las provincias que tenía asignadas los franciscanos, en las que sólo en un año, una vez convertidos, los indios dejaron libres a más de veinte mil esclavos, y se pusieron a sí mismos grandes penas para que nadie volviese a hacer esclavos, ni los comprase ni vendiese, ya que la ley de Dios no lo permite.

Se trataba de una verdadera liberación, tanto en lo humano como en lo espiritual. En lo humano, por el pronto cese de las guerras interminables; numerosas tribus se hicieron amigas de los españoles para terminar con la opresión azteca. Gracias a las leyes y la justicia establecidas, se alcanzó pronto una paz y quietud tan grandes, resalta Motolinía, que era posible que una persona sola atravesase centenares de kilómetros, por poblado y despoblado, con la misma tranquilidad que lo haría por España. 

Fue una verdadera liberación también en lo espiritual. Basta con imaginar la paz que inundaría el alma de quienes habían vivido sometidos al brutal culto al demonio, al contemplar como Dios a un dulce Niño, indefenso, en los brazos amorosos de su Madre, una Mujer llena de Belleza y Virtudes. El descubrimiento de Dios como Padre amoroso, y de su Hijo, igualmente Dios y hecho Hombre como nosotros por Amor, tuvo que suponer una liberación infinita, frente a los terroríficos y sanguinarios ídolos diabólicos. 

Los primeros y grandes éxitos de la evangelización (cientos de miles de bautismos, y rápido enraizamiento de la fe en sus vidas) confirmaban el alivio que el cristianismo causaba en los nativos, y ponían de manifiesto que había masas de indios providencialmente dispuestas para una vida ejemplarmente cristiana.

 

Codicia de los conquistadores

Motolinía no oculta que hubo codicia en muchos de los conquistadores, pero añade que aún en quienes la codicia estaba en primer término había un fondo de intención cristiana: el deseo de ganar nuevas alianzas para Dios, de que el verdadero Dios fuese conocido y adorado.

Ese recto deseo de ganar almas para Dios hacía palidecer el de ganar riquezas, que era accesorio y remoto entre los conquistadores. El espíritu cristiano de los españoles, que se vieron en tantas ocasiones en peligro de muerte y en grandes necesidades, acababa prevaleciendo, reformando conciencias quizá poco rectas, y haciéndoles ofrecerse a morir por la fe cuando era necesario: en la tesitura de muerte, el deseo sobrenatural de dar gloria a Dios acababa aflorando aun en los casos más recalcitrantes, también para dar testimonio y ensalzar su fe católica entre los infieles.

 

Fervor cristiano de los indios

Era tal el fervor religioso, la adhesión a la fe cristiana de los primeros indios convertidos, que en alguna ocasión que se decidió, por escasez de clero, que algunos frailes dejaran una provincia para ir a vivir a otra (aunque la seguirían atendiendo en viajes periódicos) los indios se amotinaban para impedírselo, viajando hasta la ciudad de México para implorar que no los abandonasen, pues necesitaban el alimento espiritual de los sacramentos. Esto sucedió, cuenta Motolinía, por ejemplo en Xochimilco, a cuatro leguas de México, y en Cholollan, a veinte leguas.

Si al principio algunos indios daban a sus hijos con temor y por fuerza para que los enseñasen y adoctrinasen en la casa de Dios, enseguida, al cabo de pocos años, en cuanto conocieron la maravilla de la fe un poco, y la educación que les daban los frailes, acudían con sus hijos rogando que los recibiesen y les enseñasen la doctrina cristiana desde pequeños. 

Es curioso que algunos vean en esto un atentado a la libertad. Según ellos, habría que haber dejado a los indígenas a su aire, con su miserable vida y su cultura de horrendas consecuencias. Es la utopía del buen salvaje, que es eso: una utopía inexistente.

Quienes se escandalizan con esa práctica de los españoles, olvidan que sigue siendo habitual en nuestra época. Al acabar la Segunda Guerra Mundial, los norteamericanos obligaban a los padres de familia alemanes a que llevasen a sus hijos adolescentes, educados en el régimen nazi, a escuelas de reeducación en los valores democráticos americanos. 

Por no hablar de la contradicción de quienes, a la vez que critican la actuación española en el Nuevo Mundo, aplauden las tropelías causadas por la revolución cultural de Mao, con raíces tan siniestramente parecidas a las de quienes defienden que los niños no pertenecen a sus padres sino al Estado. 

Cuando se trata de liberar del terror satánico y de costumbres sanguinarias, ¿no es un derecho y un deber actuar para mejorar y sanar las costumbres?

Desde que se ganó la tierra de México (1521) hasta 1536, fecha en que escribe fray Toribio, se habían bautizado más de 4 millones de indios. Normalmente les llevaban a bautizar sobre todo a los niños. A los mayores solían esperar a darles un mínimo de formación. 


La Virgen se aparece en 1531 al indio san Juan Diego
 

Era frecuente que, en los desplazamientos de los frailes, los indios les salieran a los caminos con niños, enfermos y ancianos, rogándoles que los bautizaran. “Los hombres y mujeres pedían el bautismo con gran insistencia, a gritos, llorando y suspirando”, subraya fray Toribio.  

En ocasiones, al bautizar a una criatura, parecía como si saliera el demonio de ellos, pues al “ne te lateat Sathana” los niños temblaban, y ocurrían fenómenos misteriosos. Sucedió por ejemplo al bautizar a un hijo de Moctezuma.

Algunas indias fueron protagonistas de escenas en que el demonio en persona trataba de arrancarles a los hijos aún no bautizados (ellas sí lo estaban), y el demonio se iba cuando invocaban a Jesús: esto sucedió en algunos de sus templos del demonio.

Debieron sentir tan de cerca estos fenómenos sobrenaturales, serían tan claros y patentes, que se explica que empezaran a acudir a millares a ser liberados, mediante el bautismo, del terror a que Satanás los había mantenido sometidos durante siglos. Cuando los frailes tardaban en llegar a algún pueblo, se adelantaban ellos. 

Los indios empezaron a denominar todos los lugares nombrando primero al santo de su iglesia principal, y después el pueblo: Santa María de Tlaccallan, san Miguel de Hoaxotano…

De la profunda cristianización indígena da idea la temprana aparición de la Virgen María al indio Juan Diego, en 1531. Sin dudar, ese fue un momento decisivo para el fervor católico, y por tanto mariano y guadalupano, entre los pobladores la Nueva España. La imagen de la Virgen grabada en la tilma de Juan Diego sigue siendo un misterio para la ciencia.


 

Educación y civilización de las costumbres

 

Desde el primer momento los frailes se preocuparon, además de enseñar la doctrina, de dar educación a los indios. Ya en 1536 los franciscanos fundaron en México el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco para los indios, que fue además embrión para la formación del clero indígena.

Los hijos de los principales de los indios eran educados en los monasterios de los frailes, para que cuando mayores pudieran gobernar cristianamente y ejercer un influjo benéfico sobre todos. Al principio se resistían a entregarlos, pero en cuanto conocieron cómo eran educados, rogaban que los aceptasen. 

Cuando llegaron los españoles a América, era práctica habitual entre los indios emborracharse, tanto hombres como mujeres. Uno de los vicios que se desterraron con la paulatina conversión al cristianismo fue el alcoholismo, vicio que era a su vez raíz de otros, y supuso un gran paso de humanización en las costumbres.

Los pobres y enfermos, antes de llegar los españoles, y antes de la conversión al cristianismo de los indios, no tenían quién los cuidase si carecían de familia cercana, y algunos morían de hambre sin que nadie cuidase de ellos. Otro cambio social fue ver a los indios, en penitencia, buscar pobres para ayudarles, y restituir lo que debían. “Se empezaba a poner freno a los vicios y espuelas a la virtud.

Antes los indios eran enterrados muchas veces con sus enseres: trajes ricos, joyas, mantas… Con su conversión al cristianismo dejó de hacerse: lo dejaban a la familia, y empezaron a hacer testamentos en los que con frecuencia se destinaba todo o parte a los pobres. 

Cuando se bautizaban, restituían sus esclavos a la libertad, y les ayudaban a llevar una vida digna. El cristianismo abolió –no por ley, sino en la práctica, por propia voluntad- la esclavitud.

Paulatinamente se consiguió que los indios tuviesen una sola mujer, terminando con el abuso de los principales, que robaban mujeres y llegaban a tener hasta 200 o 300.

 

Exageraciones utópicas de Bartolomé de las Casas

Asegura Motolinía que, en los primeros años de la conquista, “quienes por oficio debían defender y conservar a los indios, no lo hicieron”, y se cometieron excesos: “esclavos hechos no se sabía dónde, excesos de tributos, trabajos forzados…” Pero enseguida se opusieron los frailes misioneros y el propio obispo de Mexico, fray Juan de Zumárraga, a los desmanes de la primera Audiencia de Mexico, presidida por Nuño de Guzmán.

El obispo informó al emperador, que enseguida puso remedio a la situación enviando personas adecuadas que corrigieran los desmanes, y consiguieron poner paz en toda la zona, con gran bien para los indios. En esta labor destacaron el obispo Sebastián Ramírez, presidente de la Audiencia Real, y el virrey don Antonio de Mendoza.

Hubo españoles que fueron crueles con los indios, pero no fue esa la actitud general, sino más bien se trataba de excepciones, aunque llegaran a ser frecuentes. Ya en 1520 corría entre los españoles el nuevo refrán “El que con indios es cruel, Dios lo será con él”, que deja ver cómo no se trataba de una actitud ni general ni mucho menos vista con aprobación.

La enumeración que hizo Bartolomé de las Casas de los horrores de la Conquista y de las infamias de la instalación hispánica, es un absurdo propio de recién llegado, de quien no tiene un conocimiento real de la situación en América, y acabó convirtiéndose en una condena de la propia penetración cristiana en tierras paganas; una condena que olvida la inmensa tarea realizada por religiosos y otros españoles en defensa de los derechos de los indios.

Motolinía tuvo la valentía y clarividencia de encararse con Bartolomé de la Casas, que hacía propuestas utópicas para la tarea evangelizadora, unas propuestas alejadas de la realidad (propias de quien escribe desde un despacho y no se arremanga para trabajar en el día a día) que solían ir acompañadas de consideraciones injustas y calumniosas hacia el conjunto de la tarea desempeñada hasta el momento por los españoles. El dominico no tenía en cuenta, entre otras cosas, el clima de guerra con los aztecas en que se había desarrollado la actividad española.

Motolinía acusa de teórico a Bartolomé de las Casas cuando criticaba por ejemplo el modo de administrar los sacramentos, en concreto el bautismo, sin acompañarlo de las ceremonias y prédicas habituales en España. Eso lo dicen y propalan, protestaba, quienes no trabajan por aprender la lengua de los indios, ni se aplican a ponerse a bautizar. Motolinía hace responsable a quienes así obraban, de los niños y enfermos que a veces morían antes de ser bautizados, a causa de esos escrúpulos, más propios de burócratas.


Una evangelización que constituyó a los indios como pueblo



La historiadora Carmen Alejos ha escrito que “España llevó la fe a América desde sus inicios. Sin embargo, las leyendas negras, las críticas, los prejuicios, el sentimiento de culpa que inundan a muchos españoles y europeos no tienen límite. Sentimos vergüenza de la tarea descubridora, administrativa, cultural y evangelizadora que realizamos durante más de trescientos años. ¿Por qué? Se cometieron errores y abusos. Algo inevitable, toda obra humana los tiene. Pero ¿no será que en una sociedad que rechaza a Dios no está bien visto que se haya difundido la fe católica y tengamos que pedir perdón?

 

Nada es blanco o negro. Todo tiene sus matices, también la evangelización americana. Ahora bien, no se puede evitar afrontar la verdad. Y ésta es que desde el primer momento del descubrimiento del Nuevo Mundo los Reyes Católicos consideraron una tarea primordial que los conquistadores fueran acompañados de religiosos que enseñaran la fe a los habitantes de esas nuevas tierras.

 

Pertenecían a órdenes religiosas reformadas que habían purificado los lastres que les impedía vivir según la fe evangélica y habían renovado su vida y sus conventos. Gracias a esta reforma, sus deseos evangelizadores eran genuinos, fuertemente enraizados y estaban dispuestos a afrontar las dificultades que hubiera; que, por cierto, hubo muchas.

 

La fe la llevaron religiosos (franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas...) intachables, con un alto sentido de su misión, que realizaban con sus palabras y con su estilo de vida. A fray Toribio de Benavente los indígenas mexicanos le llamaban «Motolinía» que en la lengua náhualt significa «el que es pobre o se aflige». Y es que los misioneros vivían con los pobres, como los más pobres. Los evangelizadores y la jerarquía eclesiástica americana se caracterizaron desde el primer momento por defender los derechos de los indígenas.

 

La evangelización llevada a cabo por los españoles fue profunda, enseñó la fe y a vivir coherentemente según esa fe. Realizó una importante tarea de culturización, aprovechando la religiosidad natural de los nativos para imprimir en ella las huellas de Cristo. Por eso Juan Pablo II pudo llamarla «evangelización constituyente». Es decir, que no sólo se evangelizó a los habitantes del Nuevo Mundo, sino que constituyó un nuevo pueblo, el pueblo latinoamericano que es naturalmente creyente. El ateísmo no es un rasgo propio del hispanoamericano. Las sectas, las diversas confesiones religiosas tienen difusión precisamente porque su tendencia natural es a creer en Dios. Por eso también el catolicismo sigue vigente, con una fuerza imparable.”


 

 Carta de fray Toribio al Señor de Benavente 

FrayToribio de Motolinía, ya en 1540, escribía al señor de Benavente que la Nueva España, tan grande y tan apartada de Castilla, necesitaba consigo un rey que la mantuviera en justicia y paz, y que no podría perseverar sin disolución y dificultades grandes con el rey de España: por eso pedía que el rey Carlos nombrase a alguno de sus hijos rey de América. 

En 1548 se calcula que había en Mexico central siete millones ochocientos mil indios. En 1540 dice Motolinía que por cada español había 15.000 indios, y por eso era milagro que no los echaran, porque Dios les cegó y porque tampoco los indios veían mal su situación respecto a antes de la llegada de los españoles. Antes bien, para muchos fueron como liberadores. Los de la provincia de Tlaxcatlan fueron siempre amigos de los españoles.



El papa san Juan Pablo II, consciente de las tergiversaciones históricas,  quiso hacer un homenaje a esa labor evangelizadora de los españoles en diversas ocasiones. En su visita a España en 1984, decía: Me he referido antes al espíritu con el que ejercieron su tarea evangelizadora tantos misioneros venidos a este continente, y que fueron a la vez elementos activos de promoción social. ¡Cuánto se debe a ellos, incluso humanamente, gracias a la labor desplegada en el espíritu evangélico de amor a todo hombre! Una tarea que prosigue fecundamente en nuestros días, en tantas formas y lugares…”

Esperemo que la versión falseada que ofrece la leyenda negra deje paso a la verdadera historia del descubrimiento y evangelización de América, en algunas mente que todavía la desconocen.   


Los españoles llegan al Nuevo Mundo. Apocalypto, Mel Gibson

        Este video ofrece los últimos descubrimientos de la ciencia sobre el misterio de la imagen de la Virgen de Guadalupe: