jueves, 31 de marzo de 2022

Introducción al cristianismo. Joseph Ratzinger

    


Joseph Ratzinger publicó este libro en 1968, cuando era un joven y aclamado catedrático de Teología en la universidad de Tubinga. Como perito conciliar, había contribuido en el Concilio Vaticano II a modernizar el lenguaje de la Iglesia, a hacerlo más cercano y comprensible a las mentes de su tiempo. Pero ahora, cuando el Concilio debería haber empezado a dar frutos, contemplaba con estupor que se extendía el desconcierto.

Muchos confundían el pluralismo en teología, que había existido siempre en la Iglesia, con la falsificación de la verdad de la fe. Desde muchos púlpitos no se daba a conocer la doctrina de la Iglesia, sino opiniones de teólogos de escasa formación. Se extendía entre el pueblo la inseguridad en la fe, porque en sermones, artículos y libros aparecían errores teológicos que nadie contestaba. Se desacralizaban el sacerdocio y la liturgia, y se intentaban trasplantar a la Iglesia las formas de las democracias parlamentarias.

Ratzinger, como muchos otros católicos, se daba cuenta de que el nuevo despertar de la Iglesia, que todos anhelaban y por el que tanto había trabajado, sólo sería posible si se separaban del error las verdades de la fe. Y se sintió obligado a actuar.

Este libro fue su respuesta a la situación de desconcierto. Está basado en las charlas que había pronunciado meses antes en la universidad, en 1967, con el aula abarrotada de alumnos y profesores, que veían en Ratzinger una nueva estrella que lucía con fuerza en el firmamento de la teología y de la Iglesia.

El libro desarrolla los elementos esenciales de la fe cristiana siguiendo el hilo del Credo de los apóstoles. Ratzinger hace una defensa de la fe desde la razón. Es muy significativa la historia que introduce en el prólogo, "La dicha de Hans", que molesto y cansado de tener que cargar con pepitas de oro, las cambia por un caballo, y este por una vaca, y esta por un ganso, y finalmente por una piedra de afilar, que acaba tirando al agua sin perder ya mucho, para ser libre y disfrutar por fin de la libertad.  Así hace el cristiano que se deja llevar de un trueque a otro, cuando percibe las pretensiones de la fe como una carga demasiado pesada.

Algunos, que se presentaban como progresistas y en realidad agudizaban la crisis de la Iglesia, criticaron esta obra magnífica. Pensaban que Ratzinger militaba en sus filas, y ahora comenzaron a acusarle de conservador. Pero, como explicó Benedicto XVI a Peter Seewald, periodista y escritor alemán, ser conservador es muy distinto de ser tradicionalista o reaccionario, ya que el conservador sabe que conservar siempre debe ser al mismo tiempo evolucionar.

La profundidad de las ideas, la claridad expositiva y la belleza del lenguaje, hicieron que el libro se convirtiera pronto en un éxito editorial, que no ha dejado de difundirse desde entonces. Es un placer para la inteligencia deletrear el Credo acompañados por la sabiduría y la potencia intelectual del futuro Benedicto XVI.

Veo un pdf del libro en este enlace. 

Sobre el Credo se puede consultar también este libro gratuito de Javier Echevarría. 

 

miércoles, 30 de marzo de 2022

Bienvenida a casa

    Que Dios es el Señor de la historia se percibe con nitidez en este testimonio de María Himalaya. Su verdadero nombre es Amaya Martínez. Enfermera y fisioterapeuta, deportista de élite, vasca, con una trayectoria profesional prestigiosa, creció en la cultura materialista y atea que comenzó a extenderse en amplios sectores de la España de finales del siglo XX. 

    La brutalidad del aborto en la clínica en que trabajaba, la ambición de poder y dinero, y -aunque entonces no lo sabía- la ausencia de Dios, acabaron por secarle el corazón. 

    Pero Dios está siempre ahí, y su Amor no nos deja. Vale la pena dedicar unos minutos a escuchar de su propia voz qué sucedió en un encuentro con Jesús que cambió radicalmente el rumbo de su vida. 

    Escucharle, y dejar que sus palabras nos entren bien adentro. "Luz, para aquellos que habitan en la oscuridad"

jueves, 5 de agosto de 2021

Conocer la verdad




En torno al hombre. José Ramón Ayllón. Ed. Rialp

 

Del mismo modo que la semilla sólo puede germinar si encuentra buena tierra, la verdad sólo puede ser reconocida y aceptada por una persona habituada a buscar el bien y rechazar el mal.


Esta luminosa consideración está expuesta, con palabras similares, en el magnífico libro En torno al hombre, del profesor y escritor José Ramón Ayllón. Fue su primer libro. Contiene su experiencia de años de docencia, dedicada a exponer las grandes cuestiones de la vida a sus alumnos, deseosos de conocer qué es la metafísica, qué misteriosa relación existe entre la ética, la estética y la felicidad, si la política puede estar o no al margen de la verdad y del bien.


Entre esos grandes temas de la existencia humana, Ayllón aborda el subjetivismo, un lacra constante en la historia del hombre que reaparece con fuerza en nuestros días.


El subjetivismo deforma las cuestiones más graves: el terrorista está convencido de que su causa es justa; la mujer que aborta quiere creer que sólo interrumpe el embarazo; el Estado totalitario se autodenomina Democracia Popular…”


Todo lo malo que ha ocurrido en el mundo, desde Adán, puede justificarse con buenas razones, decía Hegel. Y es que la verdad –adecuación entre el entendimiento y la realidad- depende más de lo que son las cosas que del sujeto que las conoce. Eso quiere significar Antonio Machado con sus versos: “¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla.


El subjetivismo, señala Ayllón, es casi siempre la coartada para una conducta deliberadamente equivocada. Dante lo expresa bien en la Divina Comedia: “Un mal amor me hizo ver recto el camino torcido.”


Sócrates representa al hombre aislado por defender verdades éticas fundamentales. La mentira –que se puede imponer de muchas maneras, y no solo con la complicidad de los modernos y grandes medios de comunicación social- la mentira mil veces repetida es capaz de aislar al hombre honrado. Así dijo Socrates: “Sí, atenienses, hay que defenderse y tratar de arrancaros del ánimo (…) una calumnia que habéis estado escuchando tantos años de mis acusadores (…) Intrigantes, activos, numerosos (…) os han llenado los oídos de falsedades…


Pertenece Sócrates a esa clase de hombres apasionados por la verdad e indiferentes a las opiniones cambiantes de la mayoría. Comprometió su vida en la solución del problema radical: ¿es preferible equivocarse con la mayoría, o tener razón contra ella?


Manipular es presentar lo falso como verdadero, lo negativo como positivo, lo degradante como beneficioso. El poder económico y el político usan la manipulación para convertir a las personas en súbditos-votantes o en consumidores-compradores.


El “Pan y circo” de los romanos fue quizá  el primer ensayo de manipulación de masas con éxito, sirviéndose del anzuelo de la diversión y del placer para convertir al hombre en pobre hombre. “La manipulación de la sexualidad es uno de los ejemplos más claros: los grandes medios de comunicación, dedicados a imponer la idea de que el placer sexual es el auténtico fin del hombre. Suministrar suficiente dosis de carne para animalizar el interés de las personas, y así, reducidos a un rebaño, manipularlas más fácilmente. Lenin prometió a los dictadores comunistas que la sociedad caería en sus manos como fruta madura si lograban este tipo de corrupción, que convierte en rebaño a los hombres libres.”

 

Para hacer frente a tanta manipulación, es preciso educar en el espíritu crítico, que es lo más opuesto a cierta pereza mental que el poder parece querer imponer en la escuela. Lo expresaba bien Paul Valery: “La verdad está siempre en la oposición”. No debemos aceptar nada porque nos lo digan. La verdad debe instalarse en nuestro espíritu merced a nuestro propio esfuerzo. Los jóvenes deben aprender a valorar lo que se les ofrece a la luz de su conciencia bien formada.

 

El escritor ruso Alexander Soljenistyn, como millones de seres humanos en el siglo pasado y aún en nuestros días, sufrió en su propia carne lo que supone vivir en un régimen instalado en el subjetivismo y la mentira: “Es más difícil hacer surgir la verdad que inventar la mentira (…) La primera regla para todo el mundo es no aceptar la mentira. Decir la verdad es hacer que renazca la libertad. Sin tener en cuenta las presiones, los intereses, los modos. Decir lo que se sabe, ser veraz, repetirlo. Y si algunos se encogen de hombros, repetirlo una vez más. Los que se encogen de hombros al oír el relato de una tragedia de esta magnitud son, consciente o inconscientemente, cómplices de los verdugos.” 


La tragedia a la que se refiere Soljenistyn, como es sabido, es la catástrofe humanitaria causada por el terror del régimen comunista en la Unión Soviética. La mentira, cuando se instala en el poder, devora al hombre. Sólo la verdad nos hace libres.


Una docena de reediciones acreditan el interés de este libro: no sólo por la calidad de cuanto expone, sino también por la sencilla amenidad con que nos introduce en los conceptos esenciales de la filosofía, que determinan nuestro estilo de vida y el buen rumbo de la sociedad en que vivimos.    

Relacionado: El coraje de la conciencia.

 

 

 

martes, 3 de agosto de 2021

Silencio: la música más bella

 




El valor del silencio

 

En el mes de agosto comienza para muchos un tiempo de merecido descanso. Deporte, lecturas, aire libre, convivencia más sosegada con los seres queridos… Y, con un poco de suerte, silencio. Necesitamos silencio. Es en el silencio donde se nos revela la belleza: de las personas, de los paisajes naturales, de la creación entera. Es en la contemplación silenciosa de la belleza donde el alma se oxigena y remonta el vuelo, elevándonos hacia lo mejor de lo que somos capaces.  

Releo unas notas de Eugenia Ginzburg, en su libro de memorias El cielo de Siberia. Depurada por Stalin, fue enviada a un campo de trabajos forzados donde recibió un trato cruel e inhumano. Maldormía en barracones repletos de centenares de presas comunes y políticas. De día sin tiempo más que para pensar en sobrevivir, de noche inmersa en un enloquecedor griterío de aullidos de los guardianes, y llantos, súplicas y peleas de las presas.

Sorpresivamente, fue enviada durante un mes a trabajar en una granja, administrada por unas pocas presas, pacíficas y tranquilas, donde incluso tuvo su propia pequeña habitación y una cama, y además no estaban vigiladas día y noche. Y allí descubrió lo que sin saberlo ansiaba: el silencio.

“Recuerdo mi primera semana en la granja (…) ¡El silencio! ¡Cuánto tiempo sin oírlo! ¡Cómo se había embotado mi alma en la agotadora alternativa del automatismo de los trabajos físicos con el suplicio de la asistencia médica en la zona! Creo que hasta había dejado de recitarme versos a mí misma. Pero allí volvería a vivir, sería otra vez yo misma. Y, con el silencio, también los versos volverían… ¡Ah, bendita soledad, espléndida soledad, aún más preciosa después del horrendo aislamiento de una ininterrumpida convivencia forzosa…!

Silencio, la música más bella

que he escuchado en mi vida… "

 

        No echemos a perder el merecido descanso: busquemos cada día esos espacios de silencio donde, ausente la tecnología y la frivolidad, el alma se expande y eleva el vuelo.


Relacionado: Se hace tarde y anochece

       

 

lunes, 26 de julio de 2021

Cartas a un joven católico

 




Cartas a un joven católico. George Weigel

 

Mundialmente conocido por su biografía de san Juan Pablo IITestigo de la esperanza”, George Weigel es un escritor norteamericano especialista en Ética pública, catedrático de Estudios Católicos en Whasington D.C. En esta obra se propone mostrar, a un imaginario joven católico de nuestro tiempo, la inmensa riqueza que contienen las raíces cristianas, y especialmente católicas, de nuestra civilización. Unas raíces que corresponde a las nuevas generaciones conocer y cuidar, porque son la fuente en que debe beber el mundo si quiere ser cada día más humano. Son raíces que se hunden en los profundísimos manantiales de la vida divina que se nos ha dado con la Encarnación de Dios, hecho hombre en Jesucristo.

 

Una cultura sin raíces no solo no crece, sino que produce decrepitud y sequía”. Los católicos somos herederos de una tradición que ha dado origen a la más grande civilización de todos los tiempos, y en la que podemos encontrar los antídotos para responder con seguridad a los argumentos desnortados del discurso dominante.

 

Y la razón de esa seguridad es Jesucristo, Dios hecho uno de nosotros para que fijándonos en Él encontremos la verdadera medida de quiénes somos. En su rostro encontramos la verdad sobre nosotros mismos. “En Jesús, Dios revela el hombre al propio hombre”, decía san Juan Pablo II. De la crisis actual no saldremos sin Dios. Sólo Él nos da el sentido vital que necesitamos. El Hijo de Dios es el inicio y el fin de la cultura en la que debemos beber.

 

Weigel muestra en acertadas pinceladas algunas de las manifestaciones de esa huella cristiana en la historia, y cómo las verdades de la fe católica han transformado la vida de los santos, y con ellos la historia y el progreso de los hombres. Sin duda, conocer a quienes han seguido de cerca los pasos de Jesús es beber en las fuentes claras de la tradición católica. Sus vidas y sus obras constituyen un ingente tesoro cultural, verdadero patrimonio de la humanidad, fuente de inspiración para quienes desean seguir contribuyendo al verdadero progreso social.

 

Recojo algunos de los aspectos que me han parecido más reseñables, entre los que Weigel considera necesario poner bajo la atenta mirada de los jóvenes de hoy:


1)   El catolicismo es realismo, no sólo un conjunto de ideas, aunque sean verdaderas. Ser católico, como ser cristiano, no es seguir un libro, aunque sea un libro inspirado por Dios. Ser católico significa haberse encontrado con una Persona, que es verdadero Dios y verdadero hombre. Al hacerse uno de nosotros, Dios mismo ha dado realce y valor a las realidades cotidianas, que se convierten en lugar de encuentro con Él. Desde el momento de la Encarnación del Hijo de Dios, Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre, no es posible hacer verdadero humanismo sin Dios, porque ese “humanismo” acabaría siendo profundamente inhumano.


2)   Vivir como hijos de Dios. La fuerza más dinámica de la historia son las personas dispuestas a vivir la verdad de su propio ser, que es reconocerse como hijo de Dios. Es lo que hizo la Virgen María con su “Hágase en mí según tu palabra”, su sí incondicional al querer de Dios. Vale la pena comprometerse personalmente con Dios.

 

3)   Compromiso. Cuando una persona “cierra sus opciones” para comprometerse con Dios (y no las deja abiertas, como hacen quienes tienen miedo al compromiso) surge una nueva cultura, la que salvará al mundo. Una cultura que comienza con la experiencia personal de alegría por el encuentro con Dios.

 

4)   Estudiar el Catecismo de la Iglesia Católica, que resume y sintetiza de manera magistral el contenido de la fe, ha supuesto un esfuerzo titánico durante siglos hasta llegar a esas sencillas y precisas formulaciones. Es un manantial de sabiduría al que acudir una y otra vez para obtener luces sobre el sentido de nuestra existencia.

 

5)   Recuperar el sentido moral. Weigel, que se dirige especialmente a un público joven norteamericano, menciona a Flanery O’Connor (1925-1964) escritora norteamericana que refleja en sus obras la característica intuición católica sobre el sentido de la vida. Decía Flanery que el sentido moral se ha expulsado hoy de algunos sectores de población, como se recortan las alas de los pollos para que produzcan más carne. El sentido moral es un hábito de ser, una sensibilidad espiritual, que nos permite reconocer el mundo no como una simple sucesión de acontecimientos, sino como el dramático terreno donde se juega la creación, el pecado, la redención y la santificación.

 

 

6)   La “muerte de Dios” es la muerte del hombre. En realidad, la famosa “muerte de Dios” anunciada por Nietzche ha consistido en una verdadera “castración espiritual del hombre”, que ha supuesto la muerte del verdadero humanismo. Lo que ha quedado es una colección de pollos sin alas, sin los referentes morales que les permitirían elevar el vuelo hacia aspiraciones altas y nobles como personas y para el bien común.


 

7)   El catolicismo es un antídoto, el único adecuado, contra el nihilismo, ese “nihilismo elegante” o más bien presumido, que pasa por la vida considerando que todo (relaciones, belleza, sexo, historia…) no es más que una broma cósmica que acabará en el olvido. El catolicismo insiste en lo contrario: todo es importante (cada uno de nosotros, nuestras relaciones, la amistad, la belleza, la historia, el amor entre un hombre y una mujer…) porque todo ha sido redimido por Cristo. El catolicismo trata de cambiar el mundo, pero al mismo tiempo lo acepta como es, porque también Dios lo aceptó como es: éste es el que quiso redimir.

 

 

8)   La Iglesia vive de la Eucaristía, de la Presencia real de Cristo bajo las apariencias de Pan y Vino. Hay dos parámetros típicamente católicos en el trato con ese gran Misterio de Amor que es la Eucaristía: intimidad (familiaridad) y reverencia. Su Presencia no es sobrecogedora ni apantallante, sino cercana, como la del amigo que busca estar con el amigo. Jesús vive, es una Persona real y sencilla, acogedora, que se muestra vulnerable, expuesto al rechazo o la frialdad, y espera ser respondido con nuestra presencia cálida y afectuosa, de corazón a corazón. Una respuesta nuestra confiada y reverente, porque es Dios, y porque es Hombre. Está oculto en las especies sacramentales, el Pan y el Vino; pero Vivo, Latente, tan real o más que nosotros mismos.


Flanery O'Connor
 

Flanery O’Connor asistía a una reunión de sesudos intelectuales cuando era una joven promesa. Alguien habló de la Eucaristía diciendo que era “un símbolo muy bonito”. Flanery era la única católica, y todos los ojos se dirigieron a ella en ese momento. Sólo pudo balbucear (porque era muy joven, y estaba impresionada entre tanta gente mayor importante): “Bueno, si no es más que un símbolo a mí no me interesa.” Más tarde reconocería que tampoco tendría mucho más que añadir, “aparte de que la Eucaristía para mí es el centro de mi existencia. De todo lo demás puedo prescindir tranquilamente…”

 

 

9)   El Papa, fundamento de la Iglesia. Cristo afirmó de Pedro que era Roca, y sobre esa Roca edificaría su Iglesia. Por eso impresiona contemplar en la basílica de san Pedro de Roma, debajo del altar, la tumba de Pedro, roca sobre la que efectivamente y en pleno sentido de la palabra se edifica la Iglesia Cabeza de la Cristiandad, cumpliéndose a la letra las palabras de Jesús. La tumba fue hallada casual e inequívocamente cuando en 1940 se hacían las obras para instalar la tumba de Pío XI, un sarcófago sobredimensionado que precisó rebajar el suelo de la cripta.

 

     Cuidar de los demás. El “Apacienta mis ovejas” y el “Simón, ¿me amas?”  que Jesús repite por tres veces a Pedro, es un insistente requerimiento para que descubra que tendrá que vaciarse de sí mismo para darse a los demás, para cuidar del rebaño aun a costa de la vida. También de nosotros, en cada tarea y aspecto de la vida, Jesús espera respuesta sobre hasta qué punto le amamos. Lo que hemos recibido gratis (el cariño del Señor, la fe, la vocación cristiana, la atención que nos prestan…) hemos de darlo gratis a los demás. “Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis también vosotros”: transmitid el don de Dios para que siga vivo en los demás, no os conforméis con tenerlo vosotros. Y eso requiere renuncia a “ir donde me apetece, ocuparme en lo que me gusta”. La entrega es renunciar a nuestra autonomía. Y en esa renuncia está nuestra ganancia, que consiste en ser como Cristo, o más bien identificarnos con Cristo, cuya existencia es un vivir para Dios y para los demás. Esta forma de orientar la existencia choca frontalmente con la moda dominante, fuertemente individualista, pero es la que conduce a la felicidad.


 


 

    Jesús, garantía e inspiración de la verdadera belleza. La Encarnación, el hecho de que el Hijo de Dios se haya hecho hombre en Jesús de Nazareth, se ha convertido en la garantía suprema del arte religioso: el cristianismo supuso una floración del arte y la creatividad artística. Dios se ha hecho hombre, no un hombre ficticio, y esa realidad nos lleva a tomar muy en serio lo físico y material. Catolicismo es realismo. No es una cuestión de ideas, sino de vida tangible: de ideas hechas carne, Dios hecho hombre, y hombre divinizado: eso es lo que vemos, por ejemplo, en el icono del Sinaí, el Cristo Pantocrator. Ya desde el siglo IV los eremitas se interesaron por ese lugar donde Dios entregó a Moisés las tablas de la Ley, y en el siglo VI se construyó un monasterio, que milagrosamente se ha mantenido hasta nuestros días. Conserva miles de manuscritos e iconos de los más antiguos de la cristiandad, algunos del siglo IV. Y entre ellos esa imagen sumamente bella y serena del Cristo Pantocrator, que ha inspirado a tantos artistas y contemplativos a lo largo de la historia. Una imagen cuyos rasgos recuerdan tanto a los del Hombre de la Sábana Santa.


El conjunto del libro, bien hilvanado con estos y otros muchos más significativos retazos de la tradición y de la historia del cristianismo, es de lectura amena y agradable, muy enriquecedora cultural y espiritualmente.

 

 

sábado, 24 de julio de 2021

El coraje de la conciencia

 


Contracorriente... hacia la libertad. Mariano Fazio. Ed. El Buen Mudo

 (Artículo originalmente publicado en el periódico Levante-EMV)


El argentino Mariano Fazio, filósofo e historiador, es autor de sugerentes ensayos sobre la historia del pensamiento contemporáneo. Es además vicario auxiliar del Opus Dei, y amigo personal del Papa Francisco desde sus años en Buenos Aires. Acaba de presentar en Valencia un nuevo trabajo sobre tres célebres ingleses que, viviendo en épocas y situaciones personales muy diferentes, tienen en común el haber sido leales a su conciencia en un ambiente adverso: Tomás Moro, John Henry Newman y Gilbert K. Chesterton. Su actitud vital, reconocida como heroica por la Iglesia en los dos primeros, y en proceso de serlo en el tercero, les concede una gran actualidad, y sin duda por eso el autor los ofrece ahora a nuestra consideración. 

 

Se trata de tres figuras de alcance universal, que comparten unos valores tan genuinos que toda persona de bien debería desearlos para sí: el amor a la verdad, la decidida defensa de la libertad para obrar en conciencia, un carácter abierto a la amistad con todos, una vida iluminada por el sentido del humor. Son rasgos tan humanos que nos remiten a la imagen divina que está en la raíz de nuestro ser. 

 

Los tres viven en un ambiente en el que el catolicismo es minoritario. Pero afrontan los retos de ese ambiente con un fuerte sentido de la libertad, manteniendo la actitud que en su conciencia ven más correcta. No les importa que su rectitud les enfrente a la incomprensión, al vacío social o, en el caso de Moro, al martirio. Como escribió Harper Lee, la conciencia de cada uno es la única cosa que no se rige por la regla de la mayoría.

 

Nuestros personajes comparten el sentido del humor: radiante y explosivo en Chesterton, fino y elegante en Moro, más serio e intelectual en Newman. Como señala Fazio, ninguno de ellos es pájaro de mal agüero, ni profeta de desgracias, porque el pesimismo no es cristiano. Aman el mundo en el que viven, y por eso no centran su atención en las sombras, sino en las luces que siempre brillan en cualquier persona y situación, dando sentido a la existencia. Deberíamos hacer cotizar al alza el buen humor, un valor que dulcifica y ennoblece la convivencia.


Santo Tomás Moro, lord Canciller de Inglaterra

 

Tomás Moro, primer ministro y lord Canciller de Inglaterra, gran humanista, es ejemplo de coherencia entre la fe y las obras. Eligió ser fiel a su conciencia cuando la ley se lo puso muy difícil, porque el rey reclamaba para sí el título de cabeza de la Iglesia. Tomás no podía aprobar esa pretensión basada en la mentira, y murió mártir, perdonando a sus jueces y verdugos, incluso consolándoles: les recordó que también Saulo aprobó el martirio de san Esteban antes de su propia conversión, y acabó siendo san Pablo.

 

Moro ha pasado a ser un ejemplo de cristiano que vive su ciudadanía con lealtad y de acuerdo con su conciencia. Porque casi todo es relativo, pero no todo: hay cosas que no da lo mismo afirmar que negar. “Afirmar que todo es relativo es fundamentalismo”, señala Fazio. Porque si todo es relativo, esa misma afirmación también lo es, y cae por su propio peso.

 

Con gran sentido, la Iglesia ha nombrado a Tomás Moro patrono de los políticos. En el Real Colegio del Corpus Christi de Valencia conservamos como un tesoro el manuscrito de su último libro, que escribió en prisión antes de ser ejecutado: La agonía de Cristo. Nos vendría bien releerlo de vez en cuando. Y también la Oración del buen humor que se le atribuye. “El papa Francisco la reza a diario”, revela Fazio. 


John Henry Newman

 

John Henry Newman, pastor anglicano, fue heroicamente fiel a su conciencia cuando decidió pasar a la Iglesia católica. Nunca traicionó la luz interior recibida, que dio origen al movimiento de Oxford, y le llevó a investigar a fondo si la Iglesia anglicana era realmente continuadora de la primitiva Iglesia. Su noble afán de verdad, que requirió un serio trabajo intelectual, le condujo inesperadamente a la Iglesia católica, superando sus fuertes prejuicios contra Roma.

 

Newman sabía que padecería incomprensión por parte del luteranismo, pero fue fiel a lo que veía en conciencia. Lo que no imaginaba es que también padecería incomprensión por celotipias de sectores católicos, una vez convertido. Es famoso el pasaje de su Carta al duque de Norfolk: “Si me pidieran un brindis, brindaría por el Papa, pero antes por la conciencia. El primer Vicario de Cristo no es el Papa, sino la conciencia.” Esa afirmación supone un serio compromiso de la conciencia con la verdad.


Gilbert. K. Chesterton

 

En Gilbert K. Chesterton brilla su total ausencia de respetos humanos para decir lo que piensa, aun en medio de corrientes de opinión muy opuestas. En su famoso libro Ortodoxia, escrito mucho antes de su conversión al catolicismo, cuenta la historia de un marino inglés que sale a descubrir mundo y llega a un lugar paradisíaco, que resulta ser la misma Inglaterra de la que había partido. Describe así el viaje del anglicanismo, que abandonó sus raíces católicas en busca de tierras mejores. Pero describe también su propio itinerario personal, en un retorno a la Iglesia católica que ya intuye cercano.

 

No gustaba mucho esa comparación en los ambientes intelectuales anglicanos. Pero como Moro y como Newman, Chesterton ni se arredra ni echa en cara nada a los que le combaten. Simplemente habla sin respetos humanos de la verdad, de lo que ve en su conciencia. Se muestra abierto al diálogo (¡sus ingeniosas y divertidas controversias con Wells o Bernard Shaw!) y mantiene un profundo sentido de la amistad con quienes piensan diferente. Su capacidad de empatía debería ser un referente para muchos, cuando el ambiente es tan propenso a la crispación, al frentismo, a romper con quienes sostienen ideas diferentes.

 

Tres personajes muy actuales, no solo para los católicos. Porque en ellos brillan valores tan necesarios para la convivencia como el respeto al otro y la escucha atenta. Se muestran dispuestos a recoger las semillas de verdad que hay en toda opinión, y a construir puentes desde las posiciones compartidas. Lejos de tergiversar y poner zancadillas, saben poner al rival en una posición cómoda, sin ataques personales. Ofrecen su amistad por encima de las diferencias. Pero no admiten como verdadero lo que es falso, porque sin verdad no se puede ser libre.

 

La vida de estas personas nos habla de la presencia de la verdad en el mundo, y de nuestra capacidad de reconocerla. Su alegría de vivir nos muestra también la fuerza liberadora que supone seguir la luz de la conciencia a pesar de los efímeros halagos del mundo. No estamos hechos para la mimetización con el ambiente, sino para la verdad. El título del libro lo explica bien: para ser libre a veces es preciso ir “Contracorriente… hacia la libertad”.


Oración del buen humor. Fuente twitter @opusdei_es


 


 

 

domingo, 20 de junio de 2021

Suicidio y eutanasia

 


Voluntarias del Centro Laguna


Cuidar a quien sufre

 

El suicidio es, en estos momentos, la principal causa de muerte no natural en España, y la primera causa de muerte evitable en el mundo. Algo se está haciendo mal, y tiene que ver con nuestra capacidad –personal y colectiva- de aliviar el dolor ajeno, cualquiera que sea su origen. La muerte nunca puede ser la solución a los problemas humanos. No podemos dejar a nadie tan solo que su único consuelo sea dejarse morir.


Pienso que hay un amplio consenso respecto a lo que acabo de escribir. Por eso me desconciertan tanto los argumentos de quienes, considerando el suicido un fracaso colectivo, niegan que lo sea la eutanasia. La muerte como solución al sufrimiento es una gran derrota social.


Algunos afirman que la eutanasia es el modo de evitar la quiebra de la Seguridad Social, un argumento cínico e inhumano donde los haya. No quieren ver que a lo que conduce realmente la eutanasia es al envenenamiento de las relaciones, a la quiebra de la humanidad en las sociedades donde se implanta.


Los especialistas en cuidados paliativos saben muy bien que, cuando un enfermo afirma que no quiere seguir viviendo, lo que hay que hacer es preocuparse de él, atenderle, cuidarle. Lo mismo sucede con cualquier otra causa por la que un ser humano desee morir: no encontrar sentido a la vida, tratarse de un parado de larga duración, ser un inmigrante que ha perdido toda posibilidad de instalarse en su nuevo país, o el fallecimiento de un ser muy querido. La solución nunca puede ser morir, sino ayudar.





Se trata de atender las causas del sufrimiento, cualquiera que sea su origen. Donde se ofrece la atención necesaria, nadie persiste en su deseo de morir anticipadamente. Y esa ayuda debería estar garantizada en una sociedad que se precia de solidaria y fraterna.


En el caso de los enfermos, la medicina ha logrado hoy en día paliar cualquier sufrimiento. Existen los medicamentos necesarios, y son accesibles. El especialista en cuidados paliativos sabe además que basta situar a un paciente terminal en un ambiente agradable, en espacios grandes, con actividades en las que se sienta bien, para que cambie su actitud ante la vida.


Donde se han puesto en marcha, prestan una ayuda impagable los equipos de voluntarios, capaces de acompañar, escuchar, y también de apoyar a la familia del enfermo, que suele sufrir la mayor parte de la carga del dolor. De hecho, muchas de las demandas de muerte anticipada no proceden del paciente, sino de sus familiares, que sufren con el enfermo. La familia requiere también apoyo.


Pero es que además hay algo muy grande que la sociedad se pierde cuando no cuida de sus mayores, o de cualquiera que pase por momentos duros. Nos perdemos el milagro que experimentan en sus vidas quienes, al sentirse acompañados, afrontan de cara   el sufrimiento o la muerte. En esos momentos se desprenden de lo peor, y aflora lo mejor que llevan dentro. Se convierten en verdaderos maestros de vida para quienes les cuidan.





Quienes sufren no son una carga. Atenderles, cuidarles, es enriquecer nuestro estilo de vida, un estilo que ha caracterizado a las naciones con mayor nivel de humanidad. Me resisto a creer que queramos perder esa nota propia de nuestra civilización. ¿Con qué confianza podremos seguir conviviendo en una sociedad que permite eliminar a sus mayores, cuando cuidarles resulta costoso o sencillamente incómodo?