El
ocio y la vida intelectual. Josep Pieper
Joseph Pieper
(1904-1997) es uno de los filósofos más importantes del pasado siglo.
Firmemente asentado en la tradición católica y en la filosofía de Tomás de
Aquino, reflexiona sobre el momento actual, y lo pone en contraste con riquezas
que proceden del manantial seguro de la Revelación y de la idea cristiana del hombre.
Lo hace con un lenguaje razonado, no exento de serenidad y belleza, al que se
podría aplicar aquella máxima de Confucio: “escritor es aquel a quien la forma
supera al contenido.”
Sus ensayos
sobre cuestiones de antropología son una delicia para el pensamiento, que invitan
a la reflexión desde la mirada atenta a nuestra forma actual de vivir. ¿Es
correcto lo que hacemos y cómo lo hacemos? ¿No nos estaremos perdiendo algo?
Pieper reflexiona sobre el utilitarismo, un mal de nuestro tiempo que consiste
en pensar que sólo vale la pena dedicarse a buscar “lo práctico”, y que desprecia lo
que aparentemente “no sirve para nada”. En ese marco, el
trabajo intelectual, la filosofía, las humanidades, han quedado muy mal
paradas, en la categoría de lo “no práctico”.
Esa mentalidad "práctica" ha eclipsado también el sentido del ocio y su origen festivo. El ocio, dice, es mucho más que carencia de esfuerzo. Es precisamente lo contrario al esfuerzo, que son dos modos de estar en el mundo necesarios. El ocio surge de la fiesta, y es uno de los fundamentos de nuestra cultura. Cuando le sabemos dar su significado pleno, resulta profundamente humano y enriquecedor de la personalidad.
Pero en una
cultura sólo interesada por buscar “lo práctico”, que no considera prioritaria
la búsqueda de la verdad, el hombre queda materializado y a merced de las ideologías, incapaz
de razonar ante las demagogias, que no han cesado de crecer desde la Revolución
francesa. Porque la filosofía no consiste sólo en buscar la verdad, sino también en comunicarla. Esto es lo grave de nuestra cultura actual: que muchos se hayan habituado a hablar sin comunicar la verdad, sino su interés. Y quien habla sin comunicar expresamente la verdad está manifestando que no respeta al otro como persona humana.
Un mal de nuestra época es también el desinterés por los valores heredados. El
desprecio hacia lo antiguo por el mero hecho de ser antiguo. Es un error grave:
la humanidad avanza precisamente porque tiene sentido de la historia, y sólo sobre
el conocimiento de lo mejor del pensamiento pasado se puede construir el
progreso. Ya los antiguos lo sabían: “el respeto a la tradición se debe a que
en ella está guardado el testimonio acerca del verdadero ser del hombre y del
mundo.”
Ese
utilitarismo de nuestra generación, dice Pieper, procede de una concepción
aburguesada de la vida. El aburguesamiento consiste en un embotamiento de la
mente, que al percibir sólo lo inmediato material como realidad compacta y
definitiva, imposibilita la capacidad de trascender a las verdades que están
más allá de lo material. El burgués lo encuentra todo evidente: “lo que se
puede contar y pesar, todo lo demás son palabras que se lleva el viento”, viene
a decir. El burgués ya no es capaz de asombro.
Pero el
asombro es un elemento crucial de la vida. Como la alegría y el deseo de saber,
el asombro es la disposición necesaria para descubrir lo nuevo. Lo que suscita
asombro también produce alegría. Sin esa capacidad de asombro, la vida se
aplana, amuerma y entristece. Pierde fuerza y capacidad de volar alto.
Hay una
reveladora frase de Fichte: “la filosofía que se elige depende de la clase de hombre
que se es.” Pero quizá a esta frase se le podría dar la vuelta: hay que tener
mucho cuidado con la filosofía que uno sigue, porque determinará su modo de
vida, su ser como persona. Y puede acabar convirtiéndole en un sujeto
lamentable.
Tomás de Aquino
puso el dedo en la llaga al distinguir entre dos tipos de saberes. Hay un saber
teórico, cuyo fin es la verdad. Y hay un saber práctico, que tiene por fin la
acción. No debemos despreciar el primero, porque sin verdad, que es la guía
segura de nuestro destino, el hombre se vuelve prisionero de sus caprichos o de
los caprichos de otros más fuertes que él.
En el ámbito
de la enseñanza ese utilitarismo, para el que no cuentan los saberes teóricos,
ni los bienes inmateriales, acaba revolviéndose contra la libertad académica,
que consiste precisamente en estar libre de cualquier fin utilitario. Cuando la
ciencia se convierte en pura organización para servir a intereses del poder, la
libertad académica desaparece.
Señala Pieper
que la capacidad de decisión es –entre otras cosas- lo que nos distingue de los
animales. Lo más importante de la decisión es que el conocimiento de la
realidad sea transformado en resolución de obrar. Todo un reto para el lector
contemporáneo, que, mediante la lectura serena de este libro, descubra que hay
estilos de vida que bien merecen una decisión para cambiarlos. Nunca es tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario